martes, 22 de junio de 2010

DE MUSAS Y AEDOS







"Estas que me dictó, rimas sonoras,
culta sí, aunque bucólica Talía,..."
Fábula de Polifemo y Galatea, Luis de Góngora

"Pasos de un peregrino son, errante,
cuantos me dictó versos dulce musa,..."
Soledades, Luis de Góngora

Proemio
En un principio, el hombre no sabía cantar, ni mucho menos sabía qué era la poesía; nada sabía de ritmos, de versos ni de pies poéticos; la rima le era desconocida y las palabras solo le servían para formar tribu, primero, y comunidad, después.
Pero a pesar de no gozar con la prerrogativa del canto ni de la evocación poética, el hombre (y cuando digo hombre, digo mujer), en los ratos de ocio que su incesante lucha por sobrevivir le dejaba, sentía tañer en su corazón algo parecido a una música, algo parecido al canto de los pájaros, al correr de las fuentes, al rumor de las hojas de los árboles cuando soplaba la brisa... y este algo fue haciéndose cada vez más imperioso, más agobiante.. pues era un algo que crecía y crecía cuando sentía la atracción de la naturaleza, cuando se cuestionó el misterio de la vida y la muerte, cuando comenzó a sentirse atraído por la mujer con un sentimiento distinto al simple desahogo.
No sabía el hombre qué era lo que le pasaba, pero sí era consciente de que sentía la necesidad de traducir ese sentimiento en palabras, además de manifestarlo en hechos... Sentía que la acción le aportaba desahogo pero no calmaba su creciente sed ¿espiritual?.Cuanto más amaba (pues, al final le dio ese nombre a aquello que sentía en su interior y que le abrasaba el alma) más sentía crecer en sí el abismo del misterio, la atracción de lo innominado, el deseo de un nuevo lenguaje que diera cauce a ese nuevo sentir...

Tanto llegó a desear trascender la realidad necesaria que un buen día, un hombre afortunado, preso de un estado tránsido en que el sentimiento pugnaba por salírsele del cuerpo, se vio a sí mismo hablando un lenguaje nuevo: un leguaje que cantaba como los ruiseñores; que medía como el correr de las fuentes; que sugería como el rumor de las hojas agitadas por el viento. Este primer hombre, afortunado primer hombre, se sintió como extrañado de sí mismo mientras recitaba el sentimiento que de su pecho salía; y los que le rodeaban decían que estaba fuera de sí, que sufría la posesión de otro ser, de una entidad desconocida: en su mente, el hombre, comenzó a pergeñar el sentido mágico de la realidad, ese que aporta explicación a lo que no la tiene .
Así surgió el primer poeta. Así comenzó la leyenda que daría lugar a la necesidad de crear a las musas, esos seres fantásticos que están detrás de la imaginación creativa del ser humano.



El origen

Todos los poetas épicos, en efecto, los buenos poetas, recitan todos esos bellos
poemas, no precisamente gracias a un arte, sino por estar inspirados por un dios y por
estas poseídos de él. Otro tanto hay que decir de los buenos poetas líricos: (...) desde
el mismo momento en que han puesto el pie en la armonía y en el ritmo, son arrebatados
por transportes báquicos, y bajo la influencia de esta posesión, semejantes a las
bacantes que, cuando están poseídas de su furor, beben miel y leche en los ríos,
cosa que no hacen cuando son dueñas de su razón, eso mismo hace también el alma
de los poetas líricos, como ellos mismos lo dicen. Los poetas, en efecto, nos dicen que
ellos liban sus versos en fuentes de miel, en ciertos jardines y valles de las Musas.
PLATÓN, Ion, 533e-534b

La primera noticia que se tiene de estos maravillosos entes protectores del genio creativo data de la época arcaica griega: cuando este pueblo singular comenzó a interesarse por otras cosas, además del pastoreo, la agricultura, la caza y la guerra.
El misterio de la muerte, la justificación de la vida; la justificación de los actos en vida para insuflarles vida más allá de la muerte. El estremecimiento íntimo por la atracción hacia el Otro -hetero u homo- y la imperiosa necesidad de abstracción, la perplejidad ante un sentimiento desconcertante,etc. Todos estos fueron motivos para que el hombre cantase, para que el hombre intentara dejar en los anales del viento la memoria de sus actos, sobre todo, los actos heroicos y los amorosos; los que tenían que ver con la afirmación de la vida y los que con la negación de la muerte.
Así surgieron los primeros Aedos, hombres divinizados, poseídos por diosas que les facilitaban la capacidad de crear y transmitir, cantando, las glorias de los mortales en busca de inmortalidad.

Pausanias, según la tradición Beocia, nos dice que fueron tres (hijas de Urano y Gea, los dioses primordiales del panteón fijado por Hesiodo en su Teogonía): Meletea (meditación), Mnemea (memoria) y Aedea (canto, voz declamada). Meditación, para el recogimiento y concentración del espíritu necesarios para que el aedo pueda crear; Memoria, que es la capacidad indispensable par evocar hechos y recordar sensaciones; Canto, Voz Declamada, como aptitudes para expresar melodiosamente los hechos y sensaciones llegando a lo más profundo del corazón del que escucha para, así, transmitir, conmoviendo, emociones que eleven el espíritu.

Aquel Aedo arcaico era, pues, una especie de transmisor de las sugerencias de las musas, era: La Voz de las musas. De hecho, el aedo antes de la declamación épica (pues fue este el estilo original de toda poesía) se sometía a una especie de fase de recogimiento, como un sacerdote antes del oficio; lo que propiciaba que fuera "poseído" por el espíritu de la musa. De hecho al aedo hasta le cambiaba la voz cuando recitaba. La poesía, en este periodo era una poesía áulica, épica, reservada al mundo religioso y sacerdotal.

Posteriormente, con la diversificación de las formas poéticas, el surgimiento de otras actividades creativas que iban más allá, no ya solo de la Poética Épica, sino, incluso del campo literario, y la popularización del hecho poético (saliendo de la gravedad áulica y abriéndose al recinto privado del ciudadano de a pie), hubo necesidad de aumentar el panteón Numinoso.
Se adoptó, así, el panteón tracio que consignaba nueve musas a otras tantas disciplinas creativas o del conocimiento. Siendo hijas de Zeus (el padre de los dioses, e hijo de Urano y Gea) y Mnemósine (diosa de la memoria), habidas para que celebrasen la victoria de Zeus contra los Titanes...

«Las alumbró en Pieria, amancebada con el padre Crónida, Mnemósine,
señora de las colinas de Eleuter, como olvido de males y remedio de preocupaciones.
Nueve noches se unió con ella el prudente Zeus subiendo a su lecho
sagrado, lejos de los Inmortales. Y cuando ya era el momento y dieron la
vuelta las estaciones, con el paso de los meses, y se cumplieron muchos días,
nueve jóvenes de iguales pensamientos, interesadas sólo por el canto y con un
corazón exento de dolores en su pecho, dio a luz aquélla, cerca de la más alta
cumbre del nevado Olimpo. Allí forman alegres coros y habitan suntuosos
palacios. Junto a ellas viven, entre fiestas, las Gracias e Hímero. Y una deliciosa
voz lanzando por su boca, cantan y celebran las normas y sabias costumbres
de todos los inmortales.»
Hesiodo (Teogonía)

Como su nacimiento tuvo lugar en Pieria (Tracia), se las conocía, también, con el nombre de Piérides. Y éstas son:
Calíope (Καλλιόπη, ‘la de la bella voz"); protectora de la Poesía Épica.
Clio (Κλειώ, ‘la que celebra’); se le atribuye la Historia.
Erato (Ἐρατώ, ‘amorosa’); musa de la Lírica Coral y la Poesía Amorosa.
Euterpe (Ευτέρπη, ‘deleite’); musa de la Música, especialmente de la flauta.
Melpómene (Μελπομένη, ‘cantar’); musa de la Tragedia.
Polimnia (Πολυμνία, ‘muchos himnos’); de la Poesía Lírica Sacra y de la Pantomima.
Talía (θάλλεω, ‘florecer’); protectora de la Comedia, la Bucólica.
Terpsícore ιχόρη, ‘deleite de la danza’); protectora de la Danza y la poesía ligera.
Urania (Ουρανία, ‘celestial’); musa de la Astronomía.

Así cada rama del saber tenía su musa a la que se invocaba para obtener inspiración (estro divino, numen), o lo que es lo mismo: se le pedía favorecer la intuición creativa del invocante.


Homero es el primero en citar nueve musas. El hecho de que sean nueve no es gratuito, ya que, según los neopitagóricos, hay en ello significación numerológica, al contener, el nueve, tres veces el número perfecto: el tres, pues contiene principio, medio y fin (número que se repite en todo tipo de Teodiceas, incluida la cristiana).
Hesíodo coloca su residencia en el Monte Helicón, en Beocia, y en el Monte Olimpo, en Macedonia. Allí cantan alabanzas e himnos de alegría a Zeus y los demás dioses, así como a la estirpe de los hombres mortales, que regocijan el corazón de Zeus.
Pero hay un tercer lugar sagrado para las musas: el Monte Parnaso, en la Fócide, al pie del cual, al Noroeste de Delfos, se encuentra la famosa fuente Castalia, donde se oficiaban baños rituales y purificaciones religiosas, y dónde acudían los poetas y músicos para obtener su inspiración.


Las Musas hasta Hoy
Si bien, en su origen, la invocación a las musas era obligatoria en todas las artes si se pretendía tener éxito en el acto creativo, con el tiempo, la presencia de las diosas de la inspiración fue restringiéndose al campo concreto de la literatura, sobre todo, la Poesía. Y así vemos cómo hasta el Renacimiento y el Barroco era muy común comenzar un poema o un tratado, narración, etc., con una invocación a las musas, así: Virgilio, Dante, Góngora, Shakespeare, etc.
Aún hasta hoy, más con un efecto retórico o estético, se ven de vez en vez, en obras de cierta extensión, y sobre todo en Poesía, la llamada a la asistencia de las musas.

Más pintoresco es el proceso a través del cual la figura de la musa-diosa ha cambiado hasta derivar y encarnarse -hacerse carne- en una mujer real, de carne y hueso. Este proceso tuvo su consagración en la época humanística, aunque en la alta Edada Media ya se venía fraguando.
Y estas musas encarnadas son la que han devuelto al estatus original la figura inspiradora por antonomasia; así, ya no sólo la musa está presente en la literatura, sino que su influencia/presencia se ha extendido a todas las artes; pintura, escultura, música...


Pero ahora existe una diferencia fundamental con la musa clásica: ya no se la invoca, se la convoca; ya no es una inspiración exclusivamente intelectual/espiritual (aquel soplo divino), sino que a veces se yace con la musa, se la acaricia, se la besa, se le hace el amor, se la contempla extasiado, se extasia uno en ella, se funde uno en ella, se sueña con ella o se la inventa, si es necesario; a veces hay musas fantasmales apenas entrevistas en un rayo de luna -como nos legaría Bécquer-.
En el Barroco español tenemos que Lope y Quevedo tenían sus musas carnales ( las Cloris o Filis), no así, Góngora que seguía consagrado a las clásicas (quizás su condición de racionero de la Catedral de Córdoba, primero, y capellán en la corte, después, le privó de aspirar a musas más mundanas).

Pero, sin duda, el periodo culminante para la figura de la Musa Terrena o Mundana coincide con el Romanticismo literario y musical, extendiéndose por el pictórico hasta bien entrado el S. XX.
Así, se habla de las musas de Picasso, de Gaugin, de Cocteau, de Dalí; la, conocida entre nosotros, de Robert Graves en Mallorca, la de Chopin -famosa George Sand- en Valdemosa, también en Mallorca (preciosa imagen la de las Pitiusas como residencia de las musas); y tantas y tantas otras, tantas como artistas existen (aunque en algunas situaciones, no pocas, la musa sea del mismo sexo que el artista, dando lugar, de esta forma, a un nuevo tipo de agente inspirador que ya no tiene nada que ver con la figura clásica de la diosa, aunque sí con la figura del efebo -si acaso, el tipo de musa más semejante al actual en la época greco-romana, pero en versión masculina).


Hoy se habla de musa pensando en una mujer real de la que el artista está más o menos enamorado pero por la que se siente, siempre, extraordinariamente estimulado.
Tan es así, que el artista no podrá crear sin la presencia de la musa, o, al contrario, se bloquee totalmente en su presencia, porque lo que le estimula es el amor platónico, la ausencia de la amada, la imagen que su mente, su corazón y su alma, recrea de quien, sin estar presente, se la imagina, libremente, perfecta -o, al menos ad hoc, de sus necesidades-.

Sí, amigos, el artista precisa de la musa, como precisa de los ojos para mirar, de las manos para tocar, de los oídos para escuchar, del tacto para sentir, del gusto para saborear, del olfato para oler; y todos estos cinco sentidos se agudizarán al máximo en presencia de la musa (real o virtual); la sensibilidad se acrecentará y la imaginación se excitará provocando una fiebre que inducirá la exaltación del cuerpo y del alma del "inspirado" hasta colocarle en una situación de trance semejante a la que experimentaba el aedo en aquellas primera épocas, cuando surgieron las musas por necesidad. Con lo que el círculo se acaba cerrando con una bella parábola hiperbólica que ha salvado la distancia, medida en tiempo, de casi treinta siglos de existencia de las musas. Algo menos he tardado yo, aquí, en resumíroslo.



Los Sonidos de las Musas:
Georg Friedrich Händel (1685-1759)
1º - The Arrival of the Queen of Sheba
2º Dixit Dominus. De las Vísperas Carmelitas.
Michel Corboz. Ensemble Lausanne
6º-10º Music for the Royal Firewoks
Trevor Pinnock, The English Concert.

La Imagen de las Musas:
Nicolas Poussin (1594-1665)
El Parnaso (1631-1632)

En esta ilustrativa obra de Poussin vemos una recreación del Monte Parnaso donde bajo el auspicio de Apolo tiene lugar la ceremonia de entronización de un nuevo adepto (poeta merecedor de residir en el Monte Sagrado de la lírica).
Apolo está presidiendo la escena: sentado, con el torso desnudo, el dorado cabello -que es uno de sus atributos- ceñido de laurel, y un manto dorado cubriendo sus piernas; sonriente y complacido ofrece la copa con el divino licor iniciático al joven poeta merecedor de ceñir, también, la corona de laurel de los ungidos.
En el fondo de la escena: las nueve musas, cada una con su atributo, al tiempo que Calíope, la mayor de ellas, impone la corona al recién llegado.
Repartidos a uno y otro lado los poetas ya consagrados departen y son testigos de la ceremonia.
Dando un aura etéreo a todo ello, unos amorcillos sobrevuelan sus cabezas, mientras, otros dos, reparten en copas doradas las divinas aguas de la fuente Castalia -verdadero centro visual del cuadro- representada aquí por una hermosa muchacha blanquísima, en señal de la pureza que es esencial al don de la inspiración.

Links de interés
http://www.theoi.com/Ouranios/Mousai.html Exhaustiva en su documentación (inglés)