viernes, 18 de junio de 2010

Requiem por Saramago


Ojos vívidos y vividos del Portugal hermano,
ojos ciegos, ojos trascendentes, ojos siempre sabios,
ojos que todo lo ven sin ver, ojos de enamorado
que contemplaban la vida desde un corazón muy ancho.
Tus ojos quedarán repartidos en pingües pedazos
por los lugares que miraste con ojos de extasiado.
Era tu mirar sereno, reflexivo y partisano:
amante de meditación y paladín solitario,
siempre presto a la defensa de los nadies olvidados,
de los oprimidos y de los menesterosos huérfanos.
Conciencia de un pueblo ciego en un tiempo desconcienciado,
voz que clamaba en un desierto de sentimientos vanos,
corazón y alma del ser ibérico: Quijote y Sancho
cabalgando por el mundo con orgullo de un hidalgo
y esa sencillez honrada que es marca del pueblo llano.
Nos dejaste tus miradas, tu sentir más desgarrado,
en páginas con sangre negra vertida por tu mano;
en ellas pervivirás, ya, por siempre jamás, a salvo
de las injurias del tiempo y del confín del espacio.
Gracias, hombre del pueblo, gracias, por ser Tú: Saramago.

*****

REQUIEM en re menor K 626 de Wolfgang Amadeus Mozart
John Eliot Gardiner dirige a los English Baroque Solists y el Choir Monteverdi
en el Palau de Música Catalana, Barcelona, 1991

Comentario de Gonzalo al Blog
El Réquiem de Mozart -yo no conozco otro- es no sólo la Madre del Cordero de todos los Réquiems, sino también la Madre de todas las Ovejas de todos los Corderos Musicales; digo más: el Réquiem de Mozart es, sin duda, la Bisabuela Materna de todas las Madres de todas las Batallas de todos los Réquiems de todos los Tiempos... Ah, si Bach hubiese podido escuchar tan solo ese dulquérrimo y profundísimo Lacrimosa... Seguramente su última frase en el lecho de muerte, hubiese sido: "Ante Tu Trono me presento, Wolfgang"...

Curiosamente, el Requiem de Mozart (la Madre de todas las Batallas, de todoslos Corderos y de todas las Ovejas, ya sabes) fue, junto con la Pasión según San Bach, la primera obra con la que me estrené definitiva y totalmente en el Mundo de la Música Clásica. Cada una a su manera, cada cual desde posiciones distintas, con formas dispares y con estéticas varias, pero ambas, sin duda, inspiradas directamente por el Altísimo, el Anchísimo, el Larguísimo y el Profundísimo, supusieron para mí la entrada en otra dimensión espiritual, y me permitieron entronizar, como no podía ser de otra manera, a Juanito y a Wolfy en el lugar que justa, oportuna y dignamente les corresponde.

Desde entonces, el Réquiem de Mozart y la Pasión según San Mateo (San Bach, que, para el caso, es lo mismo) figuran en mi discoteca particular dentro de una vitrina de madera de pino gallego, apoyadas sobre superficie de terciopelo, guardapolvo de tisú, custodiadas por llave de alpaca sobre cerradura de plata repujada, vidrio de Murano con incrustaciones de lapislázuli, malaquita y piedra de larimar, y todo su interior impreganado constantemente por un aerosol automático que lanza incensantemente aromas de incienso, tomillo, lavanda y flores de azahar...
Ni que decir tiene que para coger los discos utilizo impoluto y preceptivo guante blanco, y al sacarlos de su vitrina, bajo riguroso palio, un coro de querubienes y serafines que pululan por la casa a tal efecto, entonan el Ave Verum Corpus mientras procedo a la inserción de uno de los discos en su plataforma correspondiente.
Sé que el protocolo es arduo y minucioso pero pienso que estas dos joyas universales del Arte más absoluto lo merecen.
Textos de José Saramago
(poemas y prosa)

En la isla a veces habitada de lo que somos, hay noches, mañanas y madrugadas en que no necesitamos morir.
En ese momento sabemos todo lo que fue y será.
El mundo se nos aparece explicado definitivamente y entra en nosotros una gran serenidad, y se dicen las palabras que la significan.
Levantamos un puñado de tierra y la apretamos en las manos. Con dulzura.
Allí está toda la verdad soportable: el contorno, la voluntad y los límites.
Podemos en ese momento decir que somos libres, con la paz y con la sonrisa de quien se reconoce y viajó alrededor del mundo infatigable, porque mordió el alma hasta sus huesos.
Liberemos sin apuro la tierra donde ocurren milagros como el agua, la piedra y la raíz.
Cada uno de nosotros es en este momento la vida.
Que eso nos baste.


Un capítulo para el “Evangelio”
Por José Saramago

De mí ha de decirse que tras la muerte de Jesús me arrepentí de lo que llamaban mis infames pecados de prostituta y me convertí en penitente hasta el final de la vida, y eso no es verdad. Me subieron desnuda a los altares, cubierta únicamente por el pelo que me llegaba hasta las rodillas, con los senos marchitos y la boca desdentada, y si es cierto que los años acabaron resecando la lisa tersura de mi piel, eso sucedió porque en este mundo nada prevalece contra el tiempo, no porque yo hubiera despreciado y ofendido el mismo cuerpo que Jesús deseó y poseyó. Quien diga de mí esas falsedades no sabe nada de amor. Dejé de ser prostituta el día que Jesús entró en mi casa trayendo una herida en el pie para que se la curase, y de esas obras humanas que llaman pecados de lujuria no tendría que arrepentirme si como prostituta mi amado me conoció y, habiendo probado mi cuerpo y sabido de qué vivía, no me dio la espalda.


Cuando delante de todos los discípulos Jesús me besaba una y muchas veces, ellos le preguntaron si me quería más a mí que a ellos, y Jesús respondió: “¿A qué se puede deber que yo no os quiera tanto como a ella?.” Ellos no supieron qué decir porque nunca serían capaces de amar a Jesús con el mismo absoluto amor con el que yo lo amaba. Después de que Lázaro muriera, la pena y la tristeza de Jesús fueron tales que, una noche, bajo las sábanas que tapaban nuestra desnudez, le dije: “No puedo alcanzarte donde estás porque te has cerrado tras una puerta que no es para fuerzas humanas”, y él dijo, sollozo y gemido de animal que se esconde para sufrir: “Aunque no puedas entrar, no te apartes de mí, tenme siempre extendida tu mano incluso cuando no puedas verme, si no lo hicieras me olvidaría de la vida, o ella me olvidará”.


Y cuando, pasados algunos días, Jesús fue a reunirse con los discípulos, yo, que caminaba a su lado, le dije: “Miraré tu sombra si no quieres que te mire a ti”, y él respondió: “Quiero estar donde esté mi sombra si allí es donde están tus ojos”. Nos amábamos y nos decíamos palabras como éstas, no solo por ser bellas y verdaderas, si es posible que sean una cosa y otra al mismo tiempo, sino porque presentíamos que el tiempo de las sombras estaba llegando y era necesario que comenzásemos a acostumbrarnos, todavía juntos, a la oscuridad de la ausencia definitiva. Vi a Jesús resucitado y en el primer momento pensé que aquel hombre era el cuidador del jardín donde se encontraba el túmulo, pero hoy sé que no lo veré nunca desde los altares donde me pusieron, por más altos que sean, por más cerca del cielo que los coloquen, por más adornados de flores y perfumados que estén. La muerte no fue lo que nos separó, nos separó para siempre jamás la eternidad.


En aquel tiempo, abrazados el uno al otro, unidas nuestras bocas por el espirito y por la carne, ni Jesús era lo que de él se proclamaba, ni yo era lo que de mí se zahería. Jesús, comigo, no fue el Hijo de Dios, y yo, con él, no fui la prostituta María de Magdala, fuimos únicamente este hombre y esta mujer, ambos estremecidos de amor y a quienes el mundo rodeaba como un buitre barruntando sangre. Algunos dijeron que Jesús había expulsado siete demonios de mis entrañas, pero tampoco eso es verdad. Lo que Jesús hizo, sí, fue despertar los siete ángeles que dormían dentro de mi alma a la espera de que él viniera a pedirme socorro: “Ayúdame”.


Fueran los ángeles quienes le curaron el pie, los que me guiaron las manos temblorosas y limpiaron el pus de la herida, fueron ellos quienes me pusieron en los labios la pregunta sin la que Jesús no podría ayudarme a mí: “¿Sabes quién soy, lo que hago, de lo que vivo”, y él respondió: “Lo sé”, “No has tenido que mirar y ya lo sabes todo”, dije yo, y él respondió: “No sé nada”, y yo insistí: “Que soy prostituta”, “Eso lo se”, “Que me acuesto con hombres por dinero”, “Sí”, “Entonces lo sabes todo de mí” y él, con voz tranquila, como la lisa superficie de un lago murmurando, dijo: “Sé eso solo”.


Entonces yo todavía ignoraba que era él era el hijo de Dios, ni siquiera imaginaba que Dios quisiese tener un hijo, pero, en ese instante, con la luz deslumbrante del entendimiento, percibí en mi espíritu que solamente un verdadero Hijo del Hombre podría haber pronunciado esas tres simples palabras: “Sé eso solo”.


Nos quedamos mirándonos el uno al otro, ni nos dimos cuenta de que los ángeles se habían retirado ya, y a partir de esa hora, en la palabra y en el silencio, en la noche y en el día, con el sol y con la luna, en la presencia y en la ausencia, comencé a decirle a Jesús quien era yo, y todavía me faltaba mucho para llegar al fondo de mí misma cuando lo mataron. Soy María de Magdala y amé. No hay nada más que decir.
____


Há na memória um rio onde navegam
Os barcos da infância, em arcadas
De ramos inquietos que despregam
Sobre as águas as folhas recurvadas.


Há um bater de remos compassado
No silêncio da lisa madrugada,
Ondas brancas se afastam para o lado
Com o rumor da seda amarrotada.


Há um nascer do sol no sítio exacto,
À hora que mais conta duma vida,
Um acordar dos olhos e do tacto,
Um ansiar de sede inextinguida.


Há um retrato de água e de quebranto
Que do fundo rompeu desta memória,
E tudo quanto é rio abre no canto
Que conta do retrato a velha história.


Las palabras son nuevas

Las palabras son nuevas; nacen cuando

al aire las lanzamos en cristales

de suaves o duras resonancias.

Somos igual que los dioses, inventando

desde la soledad del mundo estas señales

como puentes que abrazan las distancias



Hasta aquí este homenaje a un hombre que vivió dejando en el camino la huella indeleble de su compromiso con la sociedad y con el pueblo. Conciencia de ese pueblo expresada en un grito susurrado a la sociedad que lo acogió. Sus obras ahí están; como las de todo el que siendo hombre mortal ha dejado su conciencia inmortal escrita en las estrellas.
Descanse en paz.