miércoles, 11 de agosto de 2010

Quique



Me dice Héctor, en relación con la última entrada del blog -la que precede a esta-, que él tiene una bonita historia que contar. También me dice que si sería procedente contarla tan seguida a la del Circo de la Mariposa, más que nada por no sobrecargar con los mismos contenidos... Yo le digo que no, que si la historia que me quiere contar ilumina facetas de la realidad que completen lo antes expuesto en la otra entrada, puede ser el momento más apropiado, pues se dispondrá de la necesaria perspectiva para que la visión sea más panorámica y más enfocada a la vez; es decir: bifocal.
Y dicho y hecho; esta que seguirá es una historia real, en la que únicamente se cambian ciertos nombres de los actores secundarios, pero no el del protagonista: Quique. Y, así, sucedió que...

Sabían de los riesgos de un parto en esas condiciones. La futura madre -por sexta vez- llevaba varias semanas con infección renal, muy débil. Arriesgarse a un parto natural era desaconsejable. Juan Antonio, el ya inminente padre, era un afamado facultativo en Bilbao, y había aconsejado al prestigioso ginecólogo que trataba a su mujer que llegado el momento no esperara: era preceptiva la cesárea. Pero ya sabemos cómo los galenos guardan celosamente la autoridad sobre sus respectiva parcelas... y cuando llegó el momento, esperó; esperó al parto natural; pero María estaba muy débil y tardaba, y tardaba, y tardó.

Y cuando por fin apareció el niño, con señales alarmantes de hipoxia, casi negro, nadie tuvo duda alguna de que iba a morir. De hecho, la abuela -mujer muy religiosa y devota-, rezó para que Dios se lo llevara con él, para que no le dejara vivir... Pero lo que el Destino escribe no puede ser enmendado por el Hombre, y Quique vivió. Con parálisis cerebral, pero vivió.

Todos tenemos en mente a ese portento de la ciencia moderna y ejemplo de superación, de amor a la vida, que es Stephen Hawking. Pues bien, Quique tenía la misma afección, pero más grave; además, había nacido en una época en que los ordenadores todavía se hallaban en su prehistoria. Esto le condenaba a ser poco más que un vegetal con necesidad de atención continua. Los únicos movimientos que podía realizar eran unos espasmos convulsos y sin control con la cabeza. Pero su vida, su expresión, su capacidad de comunicación, estaba en sus ojos.



Lo llevaron a los mejores centros. Recabó en Gorliz, allí, mediante un sistema de aprendizaje visual aprendió a comunicarse con su familia; hasta que los suyos, sobre todo su madre, ya sabían leer en sus ojos cuál era no solo su estado de ánimo, sino sus requerimientos, sus deseos.
Comenzó a sonreír, sonreía a todas horas con su madre, con sus hermanos; y también a expresar malestar, disgusto, con un gesto ceñudo y vago, de mirada perdida e interrogativa, a la vez.

¿Qué es un ser humano? Según quien conteste a esta pregunta tendremos una u otra respuesta. No será la misma en el caso del filósofo, que en el del científico, que en el de un hombre de fe o el de un existencialista ateo. Pero si se pregunta a un niño pequeño que dibuje a un ser humano (hombre o mujer), su realización será, indefectiblemente, un cuerpo con piernas, brazos, cabeza, y manos. La asociación de la humanidad con la de un ser evolucionado, con capacidad para moverse, correr, saltar, manipular, controlar sus movimientos, para alcanzar, en fin, un alto grado de desarrollo vital, social y tecnológico, es algo que comunmente se acepta como rasgo distintivo de lo humano. De ahí que el que no se atiene a este esquema se dice de él que es inhumano, que está deshumanizado, que es algo infrahumano.


Pocas veces se repara en que la característica más diferenciadora del ser humano es su mente, sus emociones, su imaginación creativa, su sensibilidad intelectiva (el mundo entra por los ojos), su alma, su espíritu. Y Quique tenía una gran vida interior.
Con el tiempo se revelaría como un picarón, porque su madre y hermanas descubrieron en él su atracción por el sexo femenino. Se reía de una manera especial cuando estaba ante una chica guapa, ante una mujer que lo trataba con comprensión y cariño...
Y lloraba, lloraba sin lágrimas, cuando se sentía marginado, ninguneado por tantos que lo trataban como si fuese un vegetal auténtico; como si no se enterase de lo que pasaba a su alrededor. Y era capaz de ataques de furia, expresados con movimientos violentos de cabeza, cuando oía en su presencia expresiones que le herían en lo más profundo de su conciencia sensible, reconcentrada en su cerebro. Cuando escuchaba el típico,

-Pobrecito, menos mal que no se enterará de nada. Los que sufriréis seréis los que lo atendéis continuamente, más hubiera valido que no llegara a vivir.

Esto le sacaba de quicio. Quien pronunciara estas palabras estaba condenado de por vida a su enemistad. A parte de que ya se encargaba su madre o sus hermanas de reconvenir a tan importuno ignorante.
Quique se enteraba de todo. ¡Vaya si se enteraba! no podría correr, no podría agarrar, ni acariciar, ni besar, pero sentía todo eso, en su mente; en su código genético estaba escrito todo el ritual que tan necesario le es al hombre para perpetuarse o para sentir el miedo que lo salve ante el peligro.
Lo que ocurre es que la gente normal se guía por unas referencias totalmente superficiales, llenas de tópicos, y, estas sí, muchas veces, deshumanizadas, porque privan al Hombre del mayor de sus derechos: la capacidad a reconocerse íntegramente en su capacidad de sufrimiento y de amor; y eso está presente, siempre, en toda mente que pueda registrar la vida, que pueda sentir el entorno, que pueda tener un canal, por mínimo que sea, abierto para recibir los estímulos, las percepciones...


Quique tenía un cuerpo paralizado, pero su mente era activísima. Era un ser que, a pesar de su estado, comunicaba alegría, contagiaba optimismo. Siempre sonriente o hilarante, incluso; siempre moviendo los ojos, abrazando con la mirada, besando con un gesto exagerado pero no menos tierno. Era la la satisfacción de la casa. Llegó a ser el alma de la familia. La seña de identidad de un empeño en hacer de lo extraordinario algo normal, y de lo inevitable, algo extraordinario. Quique fue una lección y un modelo. Un ejemplo de humanidad completa, pues sentía y se comunicaba como cualquier ser humano, pero por otros medios, mediante otros sistemas.

Hacia el final de su vida -vivió 37 largos años-, cuando las complicaciones se sucedieron hasta llegar al desenlace fatal, sucedió algo muy significativo que ilustra perfectamente hasta qué punto aquellos que más debieran conocer todo esto que acabo de expresar acerca de qué sea un ser humano y dónde radique su humanidad, pueden llegar a un grado de inhumanidad irresponsable e inconcebible.
Quique padecía constantemente periodos de asma y resfriados persistentes que lo llevaban a estados casi catatónicos: perdía la capacidad de comunicación y de expresión,... pero no de percepción; seguía oyendo, seguía recibiendo señales del mundo exterior.


Y sucedió que en una de las muchas operaciones que le tuvieron que practicar, a medida que crecía, para acondicionar su cuerpo deforme y mal desarrollado, durante el pre-operatorio, escuchó a los cirujanos hablar entre ellos sobre la conveniencia o no de la intervención, porque...
"dado su estado para qué molestarse", y otras lindezas por el estilo que aquí no puedo reproducir para no deteriorar en demasía la opinión sobre esa casta especial que constituye la clase médica.
Cuando su hermana, Enfermera Especializada de Quirófano, le visitó y le encontró en un estado de agitación que no se correspondía con lo esperado le preguntó a Quique la razón de él, y Quique le dio a entender lo que había escuchado. La reacción de su hermana no se hizo esperar y plantándose ante los galenos les cantó las cuarenta en bastos y les echó un órdago: o se disculpaban ante su hermano o les ponía una demanda por crueldad. Ni qué decir tiene que, con su hermana y su madre presentes, los cirujanos se disculparon y Quique volvió a sonreír.

A penas viviría un año más. En uno de esos ataques de asma, sus pulmones no aguantaron, se colapsaron y su corazón se paró. Dicen los que estaban presentes cuando expiró, que de su boca sonriente salieron mariposas blancas que revoloteando alrededor de su familia escaparon por la ventana para perderse en el azul. Un ser humano había muerto. Un ser humano más puro que aquellos que le tachaban a él de pobre vegetal inanimado.


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Sin ser el mismo caso que Christy Brown, personaje real, escritor y pintor, que Daniel Lee Lewis dio vida magistralmente en Mi Pie Izquierdo (My Left Foot: The Life of Chrsity Brown, Jim Sheridan, 1989, Irlanda), ya que Christy padecía triplejía, lo que le permitía la movilidad de una pierna, puede resultar ilustrativo de cómo seres considerados una carga, una rémora, una desgracia, pueden ser tan plenos y felices como los que aparentemente lo tienen todo para serlo. Esta consideración podríamos extrapolarla a otras muchas situaciones de marginalidad que se viven actualmente en este mundo nuestro de apariencias y equívocos mensajes sobre los objetivos reales de la Humanidad, el objetivo, más bien, porque es uno del que emanan todos los demás: la felicidad. Y ésta no se halla en los bienes materiales sino en el alma del ser humano, en su capacidad para reconocerse a sí mismo en otro ser humano, en cualquier ser humano.


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Música para Quique
Tomás Luis de Victoria
Missa O Magnum Mysterium
Kyrie . Gloria - Credo -Benedictus - Agnus Dei
Westminster Cathedral Choir
Dtor: Will Hunting

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La Imagen de Quique
Miguel Angel Buonarroti
El nacimiento de Adán
Capilla Sixtina

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