jueves, 16 de septiembre de 2010

Hibris & Híbridos


"Pour l´homme mesuré e de mesure, la chambre, le désert et le monde sont des lieux
strictement déterminés. Pour l´homme désertique et labyrinthique, voué à l´erreur d´une
démarche nécessairement un peu plus longue que sa vie, le même espace sera vraiment
infini même s´il sait qu´il en l´est pas et d´autant plus qu´il le saura."

MAURICE BLANCHOT, Le livre à venir


Toda la mitología sería una especie de proyección de lo inconsciente colectivo. Lo vemos de la manera más clara en el cielo estrellado cuyas formas caóticas han sido ordenadas por imágenes proyectadas. Es de ahí de donde proceden los influjos astrales de los que habla la astrología. […] Al igual que las imágenes de las constelaciones fueron proyectadas en el cielo, figuras análogas y otras diferentes fueron proyectadas en las leyendas, los cuentos o sobre personajes históricos. Podemos, en consecuencia, explorar lo inconsciente colectivo de dos formas: en la mitología o en el análisis individual

C. G. JUNG
*

Hibris e Híbridos, desmesura y mezcolanza, orgullo desmedido y pastiche significativo. Un concepto griego -ὕϐρις - y otro latino -hybrida-, y, en el fondo de ambos, lo insospechado, lo inaudito, lo sorprendente e inesperado. La hibris como causa de desdichas, lo híbrido como consecuencia de la hibris. Hablamos de mitología, hablamos de inconsciente colectivo, hablamos de mitos que se imbrican desapercibidamente en nuestras vidas, en nuestro lenguaje, en nuestras expresiones, en nuestra psique. La fuerza del mito reside en lo simbólico: en que da cuenta, con imágenes arquetípicas, de comportamientos humanos.
Y no es algo del pasado, sigue ahí, en el inconsciente, actuando mientras nosotros, ajenos a su historia y su poder, lo tratamos de meras leyendas trasnochadas... Cuando la realidad es que en ellos, en esos arquetipos mitológicos, se encuentra, codificada, la evolución de nuestra especie, la explicación de las pulsiones que al ser humano gobiernan.
Los mitos son poemas del alma, poemas construidos con imágenes en vez de versos. En ellos podemos descubrir las más ocultas razones del proceder humano; solo es cuestión de adecuar la imagen a la época, pero el contenido significativo sigue siendo el mismo. Por eso son tan recurrentes en la literatura y el arte en general: por su carga alusiva, por su capacidad de comportarse como árboles de fuegos de artificios en que una sola chispa provoca un caudal inmenso de destellos.


Todo esta entrada comenzó con una colaboración, otra más, de nuestra asidua seguidora Beatriz Basenji, que nos hizo llegar un poema titulado El Centauro, y que, como uno de esos fuegos de artificio antes citados, con su lectura estalló -pues es el detonador de toda mina literaria, su lectura- provocando la necesidad de un ámbito acorde a sus numinosas sugerencias.
Y aquí estamos, con un post dedicado a lo Híbrido y a la Hibris -condición que muy a menudo acompaña a las expresiones Híbridas de la naturaleza mitológica. Irán, pues, ambas, trenzadas en su mismo discurso, pues no pocas veces los poemas, los relatos, no dejan de ser desmesuras expresivas necesarias para una más útil y eficaz manifestación de lo que apenas se conoce, de lo que angustia, de lo que desasosiega para, así, invocándolo, sacarlo a la luz revestido de forma hermosa, llamativa o grotesca, que lo mismo da para que cumpla su función exorcizante.

He elegido cuatro seres Híbridos, fabulosos, legendarios, que los poetas y escritores de todo tiempo y lugar han utilizado, de forma vehícular, para conducirnos hasta sus íntimas obsesiones, que, al fin y al cabo, son también las nuestras. Así: el Centauro, el Minotauro, la Sirena y el Tritón, desfilarán ante nuestros ojos para mostrarnos nuestro mundo interior, pero de una forma harto sugerente y bella: la forma artística.
Beatriz y su poema, con ese estilo tan propio de endecasílabos completos y desmembrados en versos de cuatro y siete sílabas provocando ese efecto sutilmente dinámico que lo convierte en hoja de otoño sometida a los vaivenes del viento, nos traerá a colación al Centauro. Después, vendrá Borges con su personal visión del Minotauro: cuento, poema en prosa y dos poemas sobre el Laberinto, será su aportación. Tras él, para exponernos una diversa visión de la Sirena, una definición de las La Mil y Una Noches, y los poemas de Mario Benedetti, Claudia Lars, Alberto Ángel Montoya y Alfonsina Storni. Como broche final, una revisión bi-dimensional sobre una leyenda nórdica del Tritón correspondiente a Sören Kierkegaard.

Con ellos les dejo, con su densa, polícroma y polifónica propuesta.


*

CENTAURO

Producto soy de la hibris de mi padre Ixión, rey de Tesalia, que desagradecido con Zeus, que lo sentó a su mesa cuando vagaba sin destino, pretendió los favores de su esposa Hera, quien advirtió de ello al crónida. Éste le tendió una añagaza en la que, el que sería mi progenitor, cayó inexorable y estúpidamente, porque la hibris cuando se adueña de la voluntad del hombre le hace cometer toda suerte de desatinos al nublarle la recta visión de las cosas. El Todopoderoso, tomando una nube de lluvia la modeló mujer con la apariencia de Hera -su nombre sería Néfele, mi madre-, y puso a prueba a Ixión, quien no apercibiéndose del engaño yació con ella, siendo yo el resultado de tal artera unión. Nací, huelga decirlo pues de sobra es conocido, con torso y cabeza humanos, como mi padre, pero con cuerpo y patas de caballo como castigo por su hibris.
Unos me adjudican un carácter salvaje y primitivo, dado a las baja pasiones y la embriaguez, violento y despiadado; sería ejemplo de esta condición mi descendiente Neso, quien provocara la desgracia de mi estirpe al raptar a Deyanira, esposa de Hércules, cuya ira hizo que, además de diezmarnos, fuéramos expulsados del monte Pelión y obligados a vagar por lugares inhóspitos.
Otros, más generosos, nos otorgan el don de la sabiduría, y prueba de ello son mis descendientes Folo y Quirón que serían tutores de grandes hombres, enseñándoles la ciencia que habita tanto en la tierra como en los cielos; el propio Hércules y el no menos famoso Aquiles gozarían de esa esmerada educación, si bien es cierto que, quizás, parte de esa hibris que es fatalidad de nuestro origen y nuestro carácter fuera, también, transmitida a tan insignes semidioses.
A pesar de todo, les debo a la piedad de dioses y hombres el quedar eternamente inmortalizado en en la bóveda celeste.

El Centauro

Decid que fui
el mas bello Centauro del Olimpo.
Los dioses que la Grecia
veneraba
por contemplar con celo mi figura
sus divinos oficios
amenguaron.
Lloró sin fin la grey de los mortales
el cruel dolor
y la negada ayuda.
Mordíanse los cueros. Se rasaban
las blondas y las brunas cabelleras
y era mármol
el labio penitente.
Forzoso fue que el embeleso puro
que a los dioses causaba
mi existencia
fuese cundiendo en la eternal morada.
Zeus entonces
con su primor de padre
quiso librar mi suerte extravagante
de tanto amor
y tanto tutelaje
y en una trayectoria asaz secreta
hizo alojar
mi condición equina
en la perpetua vía de los astros.




***


MINOTAURO

¿Hay un destino peor que la soledad? ¿Hay una fatalidad mayor que la de estar condenado a vagar por un laberinto eternamente? ¿Hay un tormento más indigno que el que me obliga a mí, mitad toro, mitad hombre, a devorar exclusivamente carne humana? Y no obstante estas son las condiciones de mi vida: soledad, aislamiento, crueldad...
Mi nombre es Asterión y soy el producto de la hibris de un semi-dios, el rey Minos, quien trató de engañar al poderoso Poseidón, al hurtar el sacrificio del que fuera mi padre -un hermoso toro blanco como la espuma del mar- creado para tal fin. Poseidón infundió en Pásifae -esposa de Minos y, a la postre, mi madre- tal amor por aquel hermoso toro que no paró hasta conseguir, con la ayuda de Dédalo, ser poseída por él. El producto de esa unión contra natura -y como némesis al falaz engaño del minoico rey- fui Yo: un ser despreciable y salvaje, todo monstruosa desmesura, pero también desmesurado en el sentir...
Hay veces que doy cuenta de la ofrenda que periódicamente se me hace -siete efebos y siete hermosas jóvenes- con la rabia propia del desesperado por su condena. Otras veces, los devoro con desidia, casi sin querer devorarlos, porque mi naturaleza me obliga a hacerlo. Lo hago, pero no dejo de sentir un íntimo dolor cada vez que siego una de esas lozanas vidas, con las que nutro mi energía vital.
¡Cuánto deseo ser librado de este destino! ¡Cuánto!


LA CASA DE ASTERION
J. L. Borges

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que ho hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

El hilo de la fábula
J. L. Borges

EL HILO que la mano de Ariadna dejó en la mano de Teseo (en la otra estaba la espada) para que éste se ahondara en el laberinto y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de piedra y volver a ella, a su amor.
Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el del tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.
El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.

Cnossos, 1984.

*

El laberinto
Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)

Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredesque es mi destino.
Rectas galeríasque se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.
Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.

Laberinto
Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)


No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino
como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña
de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo de la fiera.

***

SIRENAS

Lástima es que no podáis escuchar estas palabras de mi propia voz, pues sin duda quedaríais más complacidos -sino seducidos-, pues es la virtud que mejor adorna mi esencia, y también la que determinaría mi destino: la causa de la hibris que me condenaría a ser belleza monstruosa, causa de muerte para los hombres y de dolor para mujeres.
Mi genealogía no está clara pues los mortales, esos arteros creadores de teogonías, han discrepado al establecer mi linaje. Primordialmente, fui híbrido de ave y mujer, pues la belleza de mi voz se asociaba al bello trino de las aves, para después, tras sufrir desgraciada némesis, cambiar el leve y aéreo elemento por el húmedo y denso mar, tornando plumas por escamas, mitad marina, mitad humana, dotada de extraordinaria belleza de cintura para arriba y de ágil cola de pez en vez de muslos y grácil aleta, en vez de pies.
Hay quien me hace descender sin intervención femenina de Aqueloo (Dios del río) o de Forcis (Dios del mar), y quien me adjudica, además, como madre a Estérope o a las musas Melpómene o Terpsícore, de quien heredaría la facilidad para la danza y el canto.
Lo cierto es que mi condición de penoso avatar de los marinos se debe a esa hibris que me llevó a retar en singular justa a las Musas; al perder el torneo éstas pidieron mis plumas en premio para hacerse corona con ellas, y así perdí mi condición alada, siendo condenada, en castigo por mi orgullo desmedido, a vivir ya por siempre en el mar como un sueño voluptuoso y seductor que todos temerán y desearán ver cumplido.

***

...Las dos hijas del mar [...] eran dos maravillosas criaturas de largos cabellos ondulados como las olas, de cara de luna y de senos admirables y redondos y duros cual guijarros marinos; pero desde el ombligo carecían de las suntuosidades carnales que generalmente son patrimonio de las hijas de los hombres, y las sustituían con un cuerpo de pez que se movía a derecha y a izquierda, de la propia manera que las mujeres cuando advierten que a su paso llaman la atención. Tenían la voz muy dulce, y su sonrisa resultaba encantadora; pero no comprendían ni hablaban ninguno de los idiomas conocidos, y contentábanse con responder únicamente con la sonrisa de sus ojos a todas las preguntas que se les dirigían.


La Ciudad de Bronce (La Mil y Una Noches)

*

Mario Benedetti

Tengo la convicción de que no existes
y sin embargo te oigo cada noche
te invento a veces con mi vanidad
o mi desolación o mi modorra
del infinito mar viene su asombro
lo escucho como un salmo y pese a todo
tan convencido estoy de que no existes
que te aguardo en mi sueño para luego.


Sirena. Claudia Lars

Va sobre espuma alzada, casi en vuelo,
sin rozar el navío ni la roca
y la distancia abierta la provoca
un doloroso afán de agua y de cielo.

El canto suelto, desflecado el pelo,
de la tierra inocente, grave y loca;
encendidos los sueños y en la boca
la extraña sangre de una flor de hielo.

No es el tritón quien le transforma el pecho,
ni el querubín se inflama entre sus labios
para beber después llanto deshecho.

Un hombre, nada más... Con brazos sabios
la tiende sobre el peso de la tierra
y allí se arrastra dulcemente en guerra.


La voz apenas. Alberto Angel Montoya
[...]
Pero la voz de esa mujer
era la única sirena
para el oído turbulento
en las sensuales odiseas.

Y me he quedado con la voz
de esa mujer -la voz apenas-

como se quedan los marinos
oyendo el mar desde la arena.

Cuán tristes son los marineros
que ansiaron muerte en la tormenta,
y junto al mar, un cualquier día,
la muerte encuentran en la tierra.


Yo en el fondo del mar. Alfonsina Storni

En el fondo del mar
hay una casa de cristal.

A una avenida
de madréporas
da.

Un gran pez de oro,
a las cinco,
me viene a saludar.

Me trae
un rojo ramo
de flores de coral.

Duermo en una cama
un poco más azul
que el mar.

Un pulpo
me hace guiños
a través del cristal.
En el bosque verde
que me circunda
-din don... din dan-
se balancean y cantan
las sirenas
de nácar verdemar.

Y sobre mi cabeza
arden, en el crepúsculo,
las erizadas puntas del
mar.


***


TRITÓN

El bramido del Tritón
Agnes y el Genio del Mar

Sören Kierkegaard introduce esta leyenda diciendo que quiere "presentar un esquema, en el sentido de lo demoníaco", que sirva de ilustración para tratar los distintos aspectos de su amor imposible.

"El Tritón es un seductor que emerge desde el escondite del fondo del abismo y, lleno de salvaje deseo, se apodera de la inocente flor que, en la plenitud de su gentileza, se encontraba en la orilla -su soñadora cabeza inclinada escuchando el murmurar de las olas- y la despedaza. Así han narrado siempre los poetas esta historia. Pero introduzcamos nosotros algunos cambios: el Tritón había sido un seductor; se ha dirigido a Inés; a continuación, haciendo uso de palabras tan bellas como lisonjeras y hábiles, ha despertado en la muchacha sentimientos dormidos hasta entonces; ella cree haber encontrado en el Tritón lo que su mirada buscaba debajo de las olas. Quiere entonces irse con él. El Tritón la levanta en sus brazos. Inés rodea su cuello con los suyos; se abandona confiada, con toda su alma, al que sabe más fuerte que ella; el Tritón entra con su carga en el agua y ya se inclina sobre su superficie para lanzarse a las profundidades con su botín [...] Inés le mira una vez más a los ojos, sin temor, sin vacilación, sin orgullo por su dicha, sin la embriaguez del deseo, con absoluta fe, con toda la humildad de la más humilde de las flores, como ella se sabe; con la más generosa de las confianzas le entrega todo su destino en esa mirada. Y, ¡oh maravilla! El mar deja de bramar, su indómita voz enmudece, el frenesí de la naturaleza, a quien el Tritón debe su fuerza, le abandona de golpe, y la calma más completa se apodera de todo el ambiente [...] Inés continúa mirándole del mismo modo. Y el Tritón comprende que no puede hacer nada frente al poder de la inocencia; su elemento le ha traicionado: no puede seducir a Inés; y la devuelve a su mundo dejándola donde la encontró y le dice que solo había pretendido mostrarle la belleza del mar en calma: Inés le cree. Después da la vuelta y regresa solo, el mar ruge de nuevo, pero más salvajemente ruge la desesperación en el pecho del Tritón. Puede seducir a Inés, puede seducir a mil jóvenes como ella y embelesar a cualquier muchacha que se proponga. Pero Inés ha vencido, y el Tritón la ha perdido para siempre, y solo como presa podría ser suya: él no puede pertenecer fielmente a ninguna muchacha pues no es más que un Tritón."

La inocencia aparece aquí como el valor redentor; el seductor aspira a ser salvado por Inés, "bella como un ángel redentor", y la creencia del Tritón en la inocencia de la joven debería tener una eficacia salvadora. Pero nos encontramos en un dilema sin salida: en la medida en que el Tritón cree en la inocencia de Inés, esta inocencia le abruma, provocándole una culpabilidad tal que provoca su huida en un arrepentimiento impotente y desesperado. Es el arrepentimiento demoníaco del seductor irredento, que desarma con su propia desesperación a la inocencia todopoderosa. Por otro lado solamente si él fuera inocente -lo que es un condicional contrafáctico- creería de veras en la inocencia de ella, ya que solamente la inocencia cree en la inocencia. Y un seductor no puede sino creer que su víctima es cómplice, por definición. De este modo, Kierkegaard presenta otra significativa variante de la leyenda: el Tritón, esperanzado, se acerca a su "ángel redentor" y obtiene su amor...

"Pero Inés no era una muchacha sosegada; le agradaba el rugir del mar, y si le gustaba tanto el suspirar melancólico de las olas en la orilla, era porque dentro de ella resonaba con más fuerza. Ella quisiera partir, desaparecer, precipitarse violentamente en lo infinito con ese Tritón a quien ama [...] Entonces provoca al Tritón: desdeña su mansedumbre y así despierta su orgullo. Y el mar ruge y las olas se tornan espuma: el Tritón abraza a Inés y se sumerge con ella en las profundidades. Nunca se había sentido tan salvaje, tan lleno de deseo, porque había esperado su salvación de esta joven. Muy pronto se harta de Inés, cuyo cadáver, sin embargo, no apareció por ninguna parte: se había convertido en una sirena que atraía a los hombres con sus cantos".

Sören Kierkegaard o la Subjetividad del caballero. Celia Amorós


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Ilustraciones
Piero di Cosimo
Batalla entre Lapitas y Centuros
Louis Jean Lagreene
El Rapto de Deyanira
George F. Watts
Minotaurs
Tondo London
Minotaur
Charles Edward Boutibonne
Sirenas
F. Leighton
The Fisherman and the Siren
Knut Ekwall
Fisherman and the Siren
JW Waterhouse
Siren
Anónimo
Ictiocentauro y Nereida

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Puso Música
W A Mozart
Sinfonía Concertante KV 364 en Mi bemol Mayor
Allegro maestoso-Andante-Presto
Sonata para Violín KV 379 en Sol Mayor
Adagio-Allegro-Andantino cantabile

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