miércoles, 3 de noviembre de 2010

Goce gastronómico y sensualidad: Un buen maridaje


Recientemente ha aparecido, entre el exiguo grupo de seguidores declarados de este blog, un nuevo miembro, a lo que parece, chef, o maese de fogones, que tanto da, al que doy la bienvenida y agradezco tanto su interés como su materialización dejando tarjeta de visita.
Una vez visitado su predio de vario aunque relacionado contenido, que no es otro que el mundo de lo gastronómico napando con aterciopelada textura las diversas manifestaciones de la cultura, y habiendo catado y degustado los diversos sabores que allí se ofrecen, agradezco aún más que halla elegido este blog entre aquellos por los que paseará su mirada.
Dada la dedicación que exige el mantener un espacio como este y su actualización periódica, el hecho de que se abran varios frentes es más digno de admiración; y si, además, se hace con la exigencia y desenvoltura con que nuestro amigo Javier Sarmiento lo hace, el mérito se multiplica...
Así, pues, como de bien nacido es ser agradecido, vaya en su honor y nombre esta entradilla gastronómica que nuestro querido Héctor Amado escribiera allá en su retiro parisino abuhardillado. Como casi todo lo por él escrito durante esta época, está en francés, y como ya saben todos los que me siguen prefiero respetar el original por mor de guardar fidelidad a la intención del autor. En esta ocasión, en el primer comentario, se hallará cumplida traducción para aquellos que no dominen la lengua de Montesquieu.
Al artículo original he añadido, como banda sonora, varios cortes de la compuesta por Michael Nyman para el extraordinario film El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (Peter Greenaway, 1989).
Además, he añadido una escena de la película aludida en el artículo, La Grande Bouffe, que espero arranque cuanto menos una sonrisa, sino las más desinhibidas carcajadas (advierto: abstenerse espíritus ajenos al sentido del humor y/o con una sensibilidad en extremo mojigata o pudibunda): ¿cuál es el secreto de la elaboración de la Tarta Andréa? ¿Estará en el proceso de amasado?.
Al anterior socarrón y desmesurado sarcasmo bañado en salsa ligeramente picante, como contraste, añado un corto que, si bien no guarda relación con la perspectiva sensual del hecho gastronómico directamente, sí lo hace con su capacidad de traspasar fronteras a priori impermeables...
Quede el compromiso de subir uno de mis menús literarios para otra ocasión; todo sea por no sobrecargar esta salutación, dada la extensión requerida. Tiempo y ocasiones habrá.

Salud y bon appétit!

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Jouissance Gastronomique et Sensualité: un très bon mariage

La jouissance gastronomique c'est une sorte de plaisir hautement sophistiqué dont le début est une nécessité primaire: se nourrir pour maintenir la vie. C'est pour cela que parfois le sybaritisme est si proche de la vulgarité (en fin de compte nous ne sommes qu'animaux, bien que superieurs).

De la ancienne Bacchanale (fête païenne en honeur du dieu Pan ou Dyonisos) à la Grande Bouffe (film objet de scandale de Marco Ferreri, 1973) il y a un long et tortueux chemin à parcourir. Dans le premier cas l'occasion était joyeux: on mangait, on buvait, on chantait, on jouait, on fait l'amour, etc., tout fait d'une manière naturel comme un chant à la vie, la joie de vivre!; dans le second cas s'agit d'utiliser des biens comme la jouissance gastronomique et la sensualité avec la finalité de bien mourir (?), le paradoxe de l'excès: mourir d'excès de vitalité: puisque nous devons de mourir, mourons donc!, mais avec délectation.

Oscillant entre les deux cas précédentes, entre ces deux extrèmes, l'être humain a fait du simple acte de manger tout un art plein de volupté, de sensualité. C'est comme si l'homme voulais s'eloigner de son animalité. L'homme ne mange plus, il jouis, il devient gastronome; il mange pour jouir: il choisis, il elabore, il orne, il accompagne les repas avec des boissons qui enlargent le plaisir... l'homme ne mange plus, il degoûte...

... et dans cette degoûtation gastronomique se mélangent les diverses sortes de jouissance: l'esthetique, l'érotique, le litteraire et la musicale y compris. Tous les sens participent dans l'expérience gastronomique et puisqu'elle est une expérience aussi fortement évocatrice les odeurs, les goûts, les coleurs, les textures, sont portes intemporelles que nous permettent voyager à travers le temps. Tout cela fait qu'elle soit, en outre, une de les plus complexes et completes de toutes les expériences que l'homme puisse experimenter.

Jouissance Gastronomique et Sensualité: vu ce qui j'ai dit plus haut, rien d'ètonnant donc à ce que les expressions employées dans les deux milieux s'échangent: ainsi on parle de manger quelqu'un de baisers, caresser un vin avec la langue, savourer ou dévorer des yeux quelqu'un, embrasser un bonbon au chocolat ou être jolie à croquer. (ne pas oublier que certains animaux se dèvorent materiellement entre eux pendant la copulation -comment se sentiront-ils?-).
Ce qui est certain, c'est que la Jouissance Gastronomique et celle Sensuel sont intimement liées, peut-être qu'il soit consequence d'un élan primaire qui poursuis simplemente la perpetuation de la vie mais que dans l'être humain aie arrivé à un tel gré de complexité pour s'acommoder à son tour au gré de sophistication de son développement intellectuel.
En résumé, nous aimons la nourriture et dévorons l'être aimé.

D'autre part, et cela apparaît clairement à La Grand Bouffe, il y a des affinités électives pour s'asseoir à la table. On se partage meilleur -et on se jouit plus- avec ceux qu'ont une sensibilité semblable à la nôtre, parce que nous ne devons pas oublier que la capacité et l'intensité de la jouissance dépend autant de la sourprise et de la trouvaille que de l'experience et de la connaissance, mais surtout et avant tout du gré de sensibilité.

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La Banda Sonora













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Los Vídeos

La Grande Bouffe (Marco Ferreri, 1973)

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We are what we lost (Srdan Mitrovic)

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COMPLICIDADES

Me cabe el honor de subir hasta aquí la propuesta que a modo de lectura recomendada nos hace Elvira, en el que es su primer comentario en el blog y tras hacer un juicio de valor del mismo que me llena de orgullo y agradecimiento: pues que no habiendo leído al Príncipe de Lampedusa, empero sí sabiéndole autor de esa novela inolvidable que es El Gatopardo, traspolada tan amravillosamente al cine por Luchino Visconti, resulta que el estilo que ella encuentra en mis relatos sería, en mucho o en poco, semejante al esgrimido por este espléndido recreador de situaciones. Y para corroborarlo nos deja este relato sobre la mesita del Rincón del Comentario, para que así seamos nosotros mismos quienes juzguemos ese su tal aserto. Reconozco que soy incapaz de contemplarme con el suficiente distanciamiento como para confirmar o rebatir mis connotaciones estilísticas con tan aristocrático escritor, por eso traigo hasta aquí un fragmento del relato recomendado por Elvira, Lighea -por otros nombres: "la Sirena", o "El Profesor y la Sirena"- y el enlace para que se pueda leer, quien así lo desee, en si integridad (cosa que recomiendo vivamente, pues la prosa es exquisita y su lectura de lo más agradable, fácil e interesante).

He optado por dejar aquí dos pequeños fragmentos, uno del principio del relato, y otro del principio del nudo -o tema central- del mismo. Espero que sean de su agrado. Lo acompaño con una pintura de Frederick Leighton: The Fisherman and the Syren, creo que muy adecuada con lo que aquí se cuenta.

Lighea (fragmentos)

[...]
Como siempre he sido un animal de hábitos, me sentaba siempre a la misma mesita rinconera diseñada con todo mero para ofrecerle al cliente la mayor incomodidad posible. A mi izquierda, dos espectros de oficiales superiores jugaban “tric-trac” con dos larvas disfrazadas de consejeros del tribunal de justicia; los dados judiciales y los militares se deslizaban átonos, fuera del cubilete de cuero. A mi izquierda se sentaba también un señor de edad muy avanzada, liado en un abrigo viejo con cuello de astrakán despelachado. Leía sin tregua revistas extranjeras, fumaba puritos toscanos y escupía con frecuencia; de vez en cuando cerraba las revistas y parecía seguir en las volutas de humo algún recuerdo. Poco después retomaba la lectura, y escupía. Sus manos eran muy feas, nudosas, rojizas, con las uñas recortadas sin curva alguna y no siempre limpias. Pero una vez al encontrar en una de sus revistas una fotografía de una arcaica estatua griega –una de aquéllas que tienen los ojos muy lejos de la nariz y que sonríen de modo ambiguo–, me asombré al ver que acariciaba, con las yemas de sus dedos deformes, los contornos de la figura, con auténtica delicadeza. Sintiéndose sorprendido, refunfuñó algo, con rabia, y ordenó un segundo expréss.
[...]
“Mi aislamiento era casi absoluto, sólo interrumpido por las visitas del labriego que cada tres o cuatro días me llevaba las escasas provisiones. Nunca se quedaba más de cinco minutos, porque al verme tan exaltado y desaliñado, seguramente me consideraba como a un tipo al borde de una locura peligrosa. Y era verdad. El sol, la soledad, las noches que pasaba bajo el rodar de las estrellas, el silencio, la escasa alimentación y el estudio de argumentos remotos estaban a mi alrededor como un encantamiento que me predisponía al prodigio.

“Este se cumplió el cinco de agosto a las seis de la mañana. Me había despertado un poco antes y pronto abordé la barca. Con unos cuantos golpes de remo me alejé de las piedras de la playa y me detuve bajo una rota, cuya sombra me protegería del sol que ya se levantaba, henchido de hermosa furia y cambiando en oro y azul el candor del mar auroral. Mientras declamaba, sentí un brusco sacudimiento en el borde de la barca, atrás de mí, como si alguien se apoyara en él, para subir. Me volví rápidamente, y la vi. Tenía el terso rostro de una muchacha de 16 años, que emergía del mar, apoyando sus manos menudas en el maderamen de la barca. Aquella adolescente me sonreía, separando apenas sus labios pálidos, dejando entrever unos dientecitos agudos y blancos, caninos. No era una de esas sonrisas que se yen entre ustedes, abastardadas por una expresión de benevolencia accesoria, de ironía, de piedad, de crueldad o lo que fuere; aquella sonrisa sólo se expresaba a sí misma; es decir, con una bestial dicha de existir, casi una divina alegría. Su sonrisa fue el primer sortilegio que obró en mí, revelándome paraísos de serenidades olvidadas. De sus desordenados cabellos color de sol, el agua del mar escurría sobre sus ojos verdes, muy abiertos, y sobre las facciones de una pureza infantil.

“Nuestra sombría razón, siempre predispuesta, se planta delante del prodigio tratando de apoyarse en el recuerdo de fenómenos banales. Como cualquier otro, creí que estaba frente a una bañista Moviéndome con precaución, me incliné, para ayudarla a subir; pero ella, con vigor asombroso, emergió directamente del agua, me ciñó el cuello con sus brazos y, envolviéndome en un perfume nunca antes percibido, se deslizó hacia el fondo de la barca. Bajo la ingle, bajo los glúteos, su cuerpo era el de un pez, recubierto de menudísimas escamas azules, nacaradas, y terminaba en una cola bifurcada que golpeaba contra el fondo de la barca. Era una Sirena.
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