viernes, 23 de septiembre de 2011

Crucifixión e Ignominia










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Crucifixión
(A tantos Troy Davis)

Lo han vuelto a hacer,
han vuelto a hender mi carne,
con saña han remachado el clavo,
me han lanceado el costado
con impiedad,
coronado de espinas afiladas
amoladas con prejuicios
por jueces fariseos,
me han cargado con su cruz,
me han vejado con infundios,
con testimonios falsos
me han condenado,
¿O ha sido su orgullo
acorazado, impenetrable?
Sordos al clamor,
mudos a la demanda,
ciegos a la evidencia,
con látigos de silencio
y de noche eterna,
con gélidos flagelos
y legajos desalmados,
con fustas de animadversión
y despiadado encono,
han descarnado mis costillas
y me han arrojado al lodazal;
con hiel han mojado
mis cuarteados labios,
con vinagre han untado mis heridas
y con sal las han hurgado;
me han ungido la frente
con sus excrementos,
y lo han llamado justicia.


II
¿Puede el hombre erigirse en juez
de una vida que no le pertenece?
¿Puede el hombre enmendar a Dios?
¿A la Naturaleza? ¿Al Destino?
¿En nombre de qué instancia
aniquila universos?
¿Con qué derecho ejecuta
la negación de la vida?
¿Puede la norma absolver
las conciencias fratricidas?
¿Quién dictamina el Bien,
quién sanciona el Mal?
¿Qué eres tú que nada haces?
¿Cómplice, secuaz, compinche?
¿O solo alguien que sobrevive
en la miseria de un alma sumisa?
¿Se puede conciliar el sueño
bajo cielos putrefactos?
¿Se puede obviar el hedor?
¿Qué es el hombre que ajusticia
con impunidad soberbia
su misma razón de ser?
¿No es acaso un contrasentido?
¿Una paradoja cruel
del infierno que abomina?


III
Lo han vuelto a hacer:
ajusticiándome,
se han vuelto a ajusticiar
a sí mismos.
No hay salvación para el hombre,
ni Redentor
que lo devuelva al Paraíso
en el que nunca estuvo.
Por eso le sueñan,
por eso me resucitan,
una y otra vez,
arrepentidos de su crimen.
No, no es una bestia;
el hombre es Hombre:
el postrero ensayo fallido
de un Dios inexistente,
por más que los verdugos
enarbolen mi cruz ensangrentada
llamándola símbolo de Dios,
cuando no es más que emblema
de su impotencia.

¡Usurpadores!
No habléis por mí,
no os arroguéis legitimidad
en mi nombre.
El cielo que habéis creado
no es mi cielo, no puede ser el cielo.
Al cielo no se accede
talando el Árbol de la Vida.

Lo habéis vuelto a hacer...
Y no os dais cuenta.


IV
Protégelos, Señor, Dios Inexistente,
Padre y Madre de todas las cosas,
con un velo de consuelo,
ya que no de misericordia.
Perdónalos, pues, sabiendo lo que hacen,
están impelidos a mentirse
para sobrellevar su naturaleza.
Ten compasión de ellos,
y, ya que no la paz,
otórgales el olvido
para que puedan seguir construyendo
sus castillos en el aire
con conciencias purificadas.
Vuélvelos como niños,
protégelos con tu velo,
oscurece su clarividencia,
apaga su lucidez,
para que no mueran de vergüenza.
Condenados a su humanidad,
la seguirán ejerciendo
hasta que se inmolen
como bonzos inconscientes
o superen, por fin, su condición
de paradógica perplejidad.

Bájate ya de esa cruz,
Señor, Dios Inexistente,
hazla añicos,
y súbete triunfante
al Árbol de la Vida;
que sea tu símbolo
sangre exultante en las venas,
y no derramada
en mil heridas.
Muéstrate ante el hombre,
con rosas en las manos
y lirios en la boca;
deja el ojo en el ojo,
y el diente en el diente,
tiende los labios y besa,
tiende la piel y acaricia;
derrama tu corazón de ternura
sobre los rincones oscuros
de los verdugos,
anega sus desiertos,
ahoga sus gritos de odio.
Salva al hombre, Señor,
Dios Inexistente,
no derramando tu sangre
sino entregando tu alegría.



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