martes, 22 de noviembre de 2011

Raquel y Lea: poligamia, mandrágora y otra yerbas (1)






(14) Fue Rubén en tiempo de la siega de los trigos,
y halló mandrágoras en el campo,
y las trajo a Lea su madre; y dijo Raquel a Lea:
Te ruego que me des de las mandrágoras de tu hijo.
(15) Y ella respondió: ¿Es poco que hayas tomado mi marido,
sino que también te has de llevar las mandrágoras de mi hijo?
Y dijo Raquel: Pues dormirá contigo esta noche por las mandrágoras de tu hijo.
(16) Cuando, pues, Jacob volvía del campo a la tarde, salió Lea a él, y le dijo:
Llégate a mí, porque a la verdad te he alquilado por las mandrágoras de mi hijo.
Y durmió con ella aquella noche.
Génesis, 30, 14-16

Resulta chocante esa facilidad exhibida por las religiones monoteístas
-en realidad, por todas las religiones autoritarias y normativas-
para obviar ciertas actitudes de quienes protagonizan sus textos sagrados,
y, con el mismo empeño, demonizar comportamientos similares
en los dóciles y sumisos fieles sobre los que ejerce su poder moral:
el caso de la poligamia, el engaño o la conspiración, por no hablar
de la cultura de la guerra -promovida y ensalzada sin reparos-,
presentes en el Antiguo Testamento bíblico, son casos
significativamente ilustrativos de esta paradoja.
Pensamientos impensables. Héctor Amado.


Justificación

Revisando aquel archivador -hace cuatro posts aludido- reparé en una de las carpetas, una de color blanco con sutiles marcas de agua de un lívido tono violáceo que de forma radial irradiaban desde el centro hacia los extremos, que no era excesivamente voluminosa y resultaba extrañamente atrayente. Además de por lo inusual de su colorido me llamó la atención su portada: en el tercio superior, el título, Raquel y Lea: poligamia, mandrágora y otras yerbas, y, debajo de éste, un voluntarioso pero naïf dibujo representando una de esas raíces antropomórficas que la mentes imaginativas y dadas a la superstición creen ver en las formas ofuscadas, bulbosas y retorcidas, de los apéndices radiculares de esta planta tenida como mágica. Se podría decir que era la excepción a una compilación dedicada -como ya se dijo en la introducción al primer post dedicado a Susana- a las Mujeres Iconos; al menos, la celebridad de las dos mujeres de Jacob, no ha llegado a calar tan hondo en el inconsciente colectivo de las sociedades occidentales, y/o herederas de la tradición del Libro Sagrado, como lo han hecho otras mujeres bíblicas -las ya apuntadas, Judith, Salomé o Magdalena, por no hablar de María, claro-.
Me sumergí en la lectura de aquellas páginas con la intención de descubrir el motivo de su inclusión entre las más conocidas y reconocidas heroínas. Si bien todos sabemos que la Biblia es un pozo sin fondo de sabiduría hilvanada al hilo de mil y una historias, y que de su lectura atenta uno puede hallar referencias a casi cualquier manifestación de la cultura humana, como siempre, Héctor, me volvería a sorprender: volvería a sacar leche del botijo.
Junto a una cita bíblica del capítulo 30 del Génesis había un comentario al texto, referencias a la aparición de estas dos protagonistas -Raquel y Lea- en el Purgatorio de la Divina Comedia del Dante (incluidos los tercetos en que se mencionan), una relación iconográfica sobre el tema, un poema alusivo y una reseña de una obra musical que él -Héctor- creía apropiada para este relato; además, un apéndice sobre una de las especies vegetales más útiles, por un lado, y fantásticas, por otro: las solanáceas; familia a la que pertenecen algunas de las plantas más habituales en nuestras mesas -caso de la patata, la berenjena o el tomate- y, entre otras, esa trilogía imbricada en la hechicería y las tríacas más exclusivas -y tóxicas- como son: el beleño, la belladona y, la más evocadora de todas, la mandrágora. Cuanto menos, lo que se avanzaba no carecía de poder sugestivo.
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Dos entradas se dedicarán a exponer los escritos de Héctor sobre Raquel y Lea. Esta será su distribución y contenidos:

Post 1
Justificación
Comentario de Génesis, 29 y 30
Poema: Raquel y Lea (1)
Música: Il Diluvio Universale. Michelangelo Falvetti
Iconografía 1
Apéndice: Il Diluvio Universale. Reseña laudatoria.

Post 2
Raquel y Lea en el Purgatorio (una referencia a Dante)
La Trinidad Solanácea: Beleño, Belladona y Mandrágora
Poema: Raquel y Lea (2)
Música: Il Diluvio Universale. Michelangelo Falvetti
Iconografía 2

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COMENTARIO de GÉNESIS, 29 y 30

En estos capítulos del Génesis, de modo sucinto, se nos cuenta el periodo de la vida de Jacob que incluye su huida de la casa paterna -por escapar de su su hermano Esaú, al que ha engañado-, su llegada a Padam-aran (al oriente de Canaán), a casa de su tío Labán -hermano de Rebeca, su madre-, el encuentro con las hijas de éste, Raquel y Lea, su matrimonio con ellas, la relación con sus dos sirvientas, y la descendencia habida con todas ellas que dará lugar a las doce tribus de Israel.
Es una historia, cuando menos, curiosa y que da pábulo a muy variadas conclusiones:

Primero: Jacob, a pesar de caernos bien por su carácter afable y pacífico, ejerce de embustero y taimado oportunista, que no contento con conseguir, de modo harto simple, la primogenitura a cambio de un plato de lentejas, engaña a su anciano y ya ciego padre para hacerse con algo que pertenece por derecho de nacimiento a su hermano mayor; y su madre, Rebeca, que bebe los vientos por su hijo menor, no solo le deja hacer, sino que le avala, protege y aconseja.
Segundo: el pánfilo aprovechado de Jacob se deja engañar, a su vez, de forma harto dolosa, por su tío Labán que le cuela en el día de la boda a la menos agraciada Lea (aprovechando que en el rito ortodoxo judío la novia permanece todo el día de los esponsales con un velo tipo burka) en lugar de la agraciada Raquel, de quien en realidad está enamorado; incumpliéndose, así, el trato de trabajo concertado: siete años a cambio del bodorrio.
Tercero: inexplicablemente, Jacob, le pide cuentas, pero acepta el engaño, a Lea y trabajar otros siete años por conseguir casarse con aquella a quien ama (disfrutando mientras de los favores de su primera mujer claro).
Cuarto: Se está ofreciendo la coartada perfecta para legitimar la poligamia, pues tanto el oferente -Labán, el padre-, como el receptor -Jacob, el yerno-, consideran algo normal casarse con ambas hermanas y, con ambas, cohabitar.
Quinto: no contentos con la poligamia, se consiente y promueve la maternidad por poderes o delegación, utilizando a las sirvientas de ambas, Bilha y Zilpa, para conseguir hijos propios (como las criadas son de su propiedad, los hijos que ellas tengan, son hijos suyos, simplemente por delegación del derecho de cohabitación -cuanto menos, digno de un tratado de derecho matrimonial).
Sexto: ¿realmente la tradición judía es moralmente modélica para erigirse en referente y fundamento de nuestra ética social?. Sí, sí, ya sé que nuestra tradición es más cristiana que bíblica, pero se fundamenta en ésta, que es, además, Palabra Revelada, es decir, de inspiración divina. El dios Ya'veh, era un dios muy humano, muy implacablemente humano.
Septimo: muy edificante es la relación de envidia-celos-competencia entre las dos hermanas por conseguir los favores de Jacob, no dudando en entregar sus criadas al esposo para que "entre en ellas" y poder, así, gozar de las preferencias del esposo.
Octavo: la posición de Jacob no sale mucho mejor parada. De farsante y oportunista a tontaina conformista, garañón y semental, no importándole a quien tenga que montar (lo monta todo), hasta llegar, incluso, a dejarse alquilar por parte de su segunda esposa -esposa oficial y predilecta-, a cambio de unas mandrágoras (plantas que favorecen, presumiblemente, la fertilidad, y que quiere conseguir Raquel a toda costa, como se ve). Resolvamos que la dignidad, nobleza y honestidad de Jacob no es muy ejemplarizante que se diga (aunque pueda ser envidiada por la naturaleza del macho).
Noveno: ¿qué decir en cuanto al comportamiento del padre-suegro, Labán? ¿Qué valor tenía para aquellas gentes la palabra dada? ¿Tan seguro estaba de la lealtad de su sobrino como para colegir que, tras la jugada tramposa, éste disculparía el fraude con la misma facilidad con la que fue defraudado? ¿Tanta autoridad tenía un patriarca?, ¿autoridad ganada en base a una actitud tan honesta como la demostrada aquí?
y Diez: si no fuera todo un fenomenal conglomerado simbólico sería de locos pensar que con historias así se ha forjado la escala de valores en la que se basa nuestra cultura. Esta estructura simbólica se iniciaría con los propios nombres de los protagonistas, y se desarrolla en todos y cada uno de los conceptos vertidos en los diferentes items (versículos, frases). Pero coincidamos en que no es la mejor manera de expresar símbolos y transmitir enseñanzas que, se supone, pretenden ser vehículo de contenido actitudinal ético, pues la mayoría de las veces el mensaje que llega es el aparente, y no el transparente. Si la Biblia se leyera tal cual, sin la oportuna y necesaria exégesis -sobre todo el Antiguo Testamento-, nos encontraríamos ante un fantástico libro de aventuras y poesía en el que lo último que se buscaría es la ejemplaridad, el modelo ético y mucho menos la imagen de un Dios en nada distinto de cualquier otra teogonía, pero más exclusivista -al reivindicarse único.

Termino diciendo que de los doce hijos de Jacob, seis los tuvo con Lea, dos con Raquel, y los otros cuatro se los reparte Bilha -criada de Raquel- y Zilpa -criada de Lea. Que Judá -tribu a la que perteneció Jesús- fue el 4º hijo de Lea y que José -el 1º hijo de Raquel- sería el celebrado intérprete de sueños que salvaría a Egipto de las catástróficas plagas, desvelando las pesadillas del faraón.
Esta es la secuencia de la descendencia de Jacob:

Fuente: wikipedia

En cuanto al episodio que ha sido el origen de toda esta historia, esa cita correspondiente a los Versículos 14-16 del Capítulo 30 del Génesis, en que Raquel -la amante y enamorada Raquel- alquila los servicios genésicos/sexuales de su amante marido -el enamorado Jacob- por un ramito de mandrágoras... deja en un delicado lugar el amor del cual quieren ser estandarte. Si al menos se hubiesen ahorrado los episodios de envidia, inquina y celos, y el asunto no hubiera salido del ámbito familiar del buen compartir, asimilable a una de esas comunas de la revolución de las flores de los años sesenta... pero no, debían de ser humanos, demasiado humanos (que diría mi querido Friedrich).
Si atendemos al simbolismo (algo en lo que me detendré con más concisión en el capítulo titulado Raquel y Lea en el Purgatorio, del post siguiente), la cosa no sale mejor parada: ¿puede un símbolo de lo elevado y espiritual, rebajarse a negociar el alquiler del alma a la que pretende servir? ¿Por un fertilizante? Lo dejo en la interrogación para que cada cual se lo conteste como crea oportuno (de todas formas las claves de este simbolismo, repito, en el post siguiente).

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RAQUEL Y LEA (1)


Raquel

Vino a mí, pisando sombras,
con estrellas en el pelo,
media luna entre los labios
y por ojos dos luceros.

Como ángel de luz venía
procedente del desierto:
cautivador espejismo,
si no emanación de un sueño.

Era joven y era hermoso
-más atractivo que apuesto-,
cimbreante como un junco,
y como un ciprés, esbelto.

Con el sudor en su frente,
y la fatiga en sus miembros,
en la boca seca sed
y polvo en los pies maltrechos...

hasta el borde se llegó
del sellado abrevadero,
donde beben los rebaños
y todo el que está sediento.

Retirando, con sus manos,
de piedra el pesado sello,
con las bocas los dos dimos
en el húmedo venero:

a los labios agua fresca,
a las miradas deseo;
a los corazones gozo,
satisfacción a los cuerpos.

A pesar de que, incipientes,
aún no apuntaban mis senos,
un volcán en erupción
se agitaba ya mi pecho.

Que, si niña, ya mujer
me sentía yo por dentro,
para el amor, en sazón
por un feliz sortilegio;

por la forma de sentir
mi inmadurez desmintiendo,
pues, si capullo cerrado,
ya en las entrañas abierto.


Jacob

Hasta aquella me llegué
que apacienta los rebaños,
tras cruzar espacios yermos
con ya fatigados pasos.

Tenía encendido el rostro
por las llamas del ocaso:
flamígero serafín
apoyada en su cayado.

Me recibió con sonrisa
de niña llena de encanto
-mas la pasión en los ojos
de un corazón ya granado.

Emanaba tal frescura,
su porte era tan lozano,
tan hermosa era y tan dulce,
que disipó mi cansancio.

Preguntada por Labán
-tío al que andaba buscando-,
confesóse hija menor,
y prima mía por tanto.

Gratamente sorprendido
me acerqué al brocal sellado,
y retirando su sello
al cristal dimos los labios,

mientras que, con las miradas,
al deseo, también, pábulo
(calmando la sed del cuerpo
y la del alma excitando).

En mi mente ya una idea,
en mi corazón un pálpito:
aquella habría de ser
quien compartiera mi tálamo.


Labán

Hijas tengo, que no hijos,
para acrecentar mi hacienda,
bien las habré de casar
si no quiero que se pierda.

Démelas Dios buen marido,
que tenga recta conciencia
brazos fuertes, genio vivo
y fecunda sementera.

La mayor no es atractiva
mas tiene mirada tierna;
responsable y esforzada,
es más práctica que bella.

A la menor Dios la ha dado
una linda silueta,
un temperamento afable
e inteligencia despierta.

A las dos por igual quiero
las dos por igual me alegran:
Raquel por lo cariñoso,
por lo laborioso, Lea.

Bien las habré de casar
con hombres que bien defiendan
los bienes que, con esfuerzo,
acumulé en mi existencia.


El Acuerdo

Desde su llegada a Harán
treinta días han pasado,
y Jacob con sus parientes
estrecha vínculo y lazos.

Labán valora su entrega
y su afán en el trabajo,
en él ve para su hacienda
al capataz apropiado,

por ello le pide un día
que le fije su salario:
y Jacob, por todo sueldo,
le propone sabio pacto:

por desposar a Raquel
le habrá de servir siete años.
Pacto que acepta Labán
sin mal fingidos reparos.

Como un suspiro el periodo
transcurre, de lo acordado:
se celebran esponsales
de gran fuste, fiesta y fasto.

(Pero Labán, en secreto,
dispone un sagaz engaño:
protegida por el velo
a Lea le entrega en cambio).

A la mañana siguiente
-el casorio consumado-,
Jacob descubre la treta
y al suegro le hace los cargos.

El patriarca se exonera,
a la costumbre apelando:
los hijos se han de casar
en orden a edad y rango.

Y Jacob, entristecido,
más mohíno que engañado,
por el amor a Raquel,
resuelve hacer otro trato:

por desposar a quien ama
otros siete años de plazo,
enriqueciendo la hacienda,
sus tierras y sus rebaños.

(Labán, fingiendo que duda,
se está frotando las manos,
pues sus bienes guardará
llave con doble candado).

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ICONOGRAFÍA


Erwin Speckter (1806-1835)
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James Tissot (1836-1902)
.

Giacomo del Po (1654-1726)
.

Sebastiano Conca (1680-1764)
.

Jan Van Neck (1634-1714)
.

Hendrick Jans ter Brugghen (1588-1629)
.

Hendrick Terbrugghen (1588-1629)

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APÉNDICE


Il Diluvio Universale
de Michelangelo Falvetti

Pieza maestra del Barroco musical, recientemente recuperada, magníficamente recuperada -puntualizo-, por este conjunto músico vocal, La Cappella Mediterranea, dirigido por el argentino Leonardo García Alarcón, Il Diluvio Universale (1682) es un ejemplar único de taracea de sonidos mediterráneos incursos en la clásica instrumentación culta; el percusionista iraní Kyvan Chemirani es el encargado de aportar evocadores sonidos de Sicilia que más parecen los sonidos de Tierra Santa (no olvidar la presencia de los cruzados normandos del reino de Las Dos Sicilias en aquellas santas empresas). La justificación de estos aires sicilianos es que el compositor, Michelangelo Falvetti, fue natural de Messina, y para el tema se inspiró en las catástrofes naturales sufridas por dicha ciudad y en el dominio hispano durante gran parte de su historia (como parte del Reino de Aragón). Trasunto, pues, natural y político, símbolo sobre símbolo. Al tema bíblico que hoy nos concita aquí, creo, le va extraordinariamente bien esta composición como acompañamiento musical.

Aunque la totalidad de la obra tiene méritos suficientes para ser reseñada, elegiré tres momentos que son de mi especial predilección, dos de ellos son duettos (Noè y Rada): Dolce sposo Noè, con su atávico sonido de entrada y ese cumplimento de las cuerdas que desemboca en la flauta que dará paso a la voz... magnífico en la secuencia; el segundo, es el duetto siguiente a éste, Il Gran Dio di Pietà, pleno de emoción, sentimiento y expresividad (extraordinariamente interpretado por Fernando Guimaräes y Mariana Flores); en el tercero, La morte ingoio, se repite el esquema introductorio de Dolce Sposo Noè, y en ella La Naturaleza Humana (Caroline Weynants) se duele de su destino. Sin olvidar la soberbia E chi mi dà aita (gemela de la anterior Nubi funeste, en la que es el torrencial y funesto aguacero el que parece caernos encima evocado por las voces atropelladamente sincopadas) en la que uno se ve inmerso en un desgarrador y doliente coro de voces/almas sufriendo el mortal castigo (hasta sentirse azotado por las olas, luchar contra ellas, y quedar, al fin, sumergido en las aguas).
Es de resaltar que en esta composición Falvetti utiliza la Muerte como aliada del Ser Humano, y no como justiciera de sus desatinos, llegando a la representación bufa en la rítmica, graciosa y bailable tarantella Ho pur vinto (¿podrá alguien ser capaz de escucharla sin mover un pie? ¿un dedo? ¿los labios?).
Apritemi il varco a la Morte, Ahi che nel fin, tienen sutiles momentos líricos en los que se conjuga la voz con una feliz instrumentación. Tras el piadoso Placati Dio di bontá la alegría del Mio core festeggia tan acertadamente descriptivo. Y, finalizando, la escala cromática de las voces como un arco iris triunfal de un Ecco l'Iride paciera esperanzador, procesión de elementos dando gracias a los cielos aplacados. El Or se tra sacre olive final es una fanfarria entronizadora... del Ser Humano, salvado del Diluvio, cantado y ensalzado por el coro de ángeles, potencias divinas y los mismos humanos protagonistas.
Una fiesta sonora. Cuanto más se escucha más gusta, más destellos se descubren, más se goza.

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