sábado, 12 de noviembre de 2011

Susana: La Hija de los Lirios (2)





Surcan los poderosos mitos, las sugestivas leyendas, las fábulas aleccionadoras,
el océano del tiempo, con las velas henchidas y las proas incisivas,
hendiendo el transcurrir de las épocas, transportando
su valioso cargamento de significación
para enriquecer la cultura.


Post 2
Sobre el nombre de Susana. Simbología y psique.
Presentación, Representación y Alegoría. El modelo "Susana" y el modelo "Viejos".
Iconografía: obras comprendidas entre 1560 y 1600. 27 obras.
Música para Susana:
G.F. Haendel: Il Pianto di María; J.A. Hasse: Regina, Mater Misericordiae.

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Sobre el nombre de Susana. Simbología y psique.

De aquel Verbo original, potencia toda él, que se hizo acto en el nombrar, y, en el nombrar y por el nombrar, como si de una prodigiosa invocación se tratase, convirtiera ese acto en un acto de creación, surgirían todas las cosas. A medida que un nombre, el suyo propio, aquél que estaba contenido en el Verbo original -magma contenedor de todo lo que es-, era nombrado -"hágase la luz..."- la cosa aparecía, materializada como una emanación de su nombrar, y fue poblando el universo. Lo que no tiene nombre no es. Lo que aún no es solo podrá ser mediante el sortilegio contenido en el nombrarse. Es así que, quien hizo sujeto de la creación al Verbo, predicó la verdad absoluta que resuena en todas las cosas: soy lo que mi nombre contiene y emana; fuera de esto solo existe un artificioso calificar, como a quien se le van colocando ropajes y vestidos que adornan u ocultan el verdadero ser, el que su nombre revela. Pero esta verdad absoluta la ha ido olvidando el hombre con demasiada facilidad, imbuido en una complejidad -creada por él mismo- entretejida a la apariencia de las cosas, lejos del ser de las cosas mismas; complejidad que tiene la consistencia de una intrincada maraña donde es muy sencillo perderse, y donde, además, es difícil reconocer los verdaderos hilos que traman lo esencial de la vida.

Hoy día, en nuestra sociedad desarrollada, esbozamos una sonrisa -cuando no soltamos una carcajada-, ante esos nombres descriptivos que aún ciertas culturas se empeñan en preservar:Flor de loto, Mañana clara, La de los pies ligeros, El que brilla con nobleza, Fuerza bienhechora, Auxiliar de lo hombres, Hijo de la profecía..., olvidando que los nombres que portamos llevan esa significación en su seno, mas, ay, ignorantes de a lo que ello obliga. En nuestra cultura el nombre no es más que una mera etiqueta identificativa. Se elige el nombre por el gusto o por la tradición (y ésta, casi siempre ignorante de su ser debido), ya no por lo que implica, por lo que define. Aún hay culturas que sí lo hacen. Y hace mucho tiempo, antes de que el hombre se enmarañara, siempre lo hacía así: invocando una potencia en vías de convertirse en acto. ¿Qué es el bautismo, sino esa invocación? Pero ¿quién realmente es hoy consciente de ello -y aquí incluyo a los sacerdotes que lo realizan? En una época en la que todo se trivializa, ya que es la trivialidad misma la sustancia del consumo -su ser-, ese latir esencial, subyacente, nuclear, que he relatado en el primer párrafo, y que es el origen y la razón de ser propio de las cosas, se ha relegado a mera anécdota, a mero ruido de fondo. Así como vivimos sin ser conscientes de los latidos de nuestro corazón, la significación que late en la verdad de las cosas -es decir, en su nombre- pasa desapercibida a nuestra consciencia. Época en la que ya uno no está obligado por la conciencia natural del ser, sino por las leyes, normas, decretos y reglas que hacen posible la vida en una tal maraña de apariencias, no sentimos la necesidad de hacer acto la potencia a la que el nombre nos obliga. Desprovisto de sentido el sortilegio, privada de fundamento la invocación, el nombre -ya lo he dicho- no es ya más que una etiqueta, más próximo al número y a la síntesis abstracta de éste que es el código de barras. No, no nos cosificamos, antes bien, al contrario, perdemos la calidad de cosas, de entes creados -nombrados- para volver a diluirnos en la nada anterior al nombre: el magma de lo indeterminado, mera potencia, mera virtualidad, pero ahora, ya, sin posibilidad de recreación... a menos que el hombre sea capaz de, en un sentido, desandar el camino andado, deshacer la maraña, y volver a dejar la trama de lo esencial de la vida clara y diáfana.

Tras este prolegómeno, necesario para comprender el verdadero alcance de lo que sigue, paso a referirme al caso concreto que nos atañe: el nombre de Susana. La época en que el hecho sucediera (aproximadamente el siglo VII a. C., correspondiente al Imperio Neobabilónico en el que brillaba con luz propia el rey Nabucodonosor II) era aún un tiempo en el que los nombres portaban su carga significativa, y se empleaban con y por ella. Demasiado cercano aún el hálito de Dios, el eco de su voz resonando en el nombre de las cosas por él enunciado, se sabía del poder que el Verbo ejerce sobre las mentes y los corazones de los hombres y mujeres. Puras aún las conciencias -no enmarañadas aún en las apariencias de lo fútil- actuaba sobre ellas ese poder de la palabra, del nombre que nombra, con la trascendencia de un oráculo, con la entidad del vaticinio, con la evidencia de una ley divina. La conciencia, aún, era portadora de ese sentido de armonía del que emanó (pues ese nombrar implica armonía en el íntimo fraguar de letras y sílabas con el que se forman las palabras), y el nombre se imponía como un valor henchido de destino...

File:Nelumno nucifera open flower - botanic garden adelaide2.jpg File:Fotky květů (47).jpg

La Etimología

Susana es nombre de raíces egipcias (Sšn, sshnshn, sshn) y coptas (shoshen), y, en estas lenguas, su significado es "loto" y "flor de loto" (blanca, con ribetes róseos, flotando sobre el agua, como un regalo caído del cielo); en hebreo, en cambio, שושנה shoshana, significa "lirio" y, por ende, "flor de lirio" (de flotar sobre la superficie del agua, pasó a poblar las riberas, regalo que el agua ofreciera a la tierra; desapareciendo el ribete rosáceo y permaneciendo el blanco puro); la raíz hebrea del término aporta, además, otro matiz: el de "brillante, alegre o feliz", equiparando, en cierta medida, lo blanco y puro -lo que es capaz de flotar sobre las aguas y adornar las riberas de fuentes claras- con la alegría y la felicidad. Por si fuera poco, existe, además, otra importante y sugerente consideración etimológica-lingüística de carácter semiótico en hebreo/arameo que emparenta la raíz "lirio" y "feliz" con el número "seis" (seis pétalos en el caso del lirio -no así, en el del loto); por lo tanto el "seis" es nombre contaminado con la pureza de lo blanco, con el don de la alegría, y... ¿Es necesario embrocar a este doble significado el propio del número seis?
En la Qabala, el seis, es la sexta sefirah, es decir, Tiferet (Belleza, en hebreo), la vida armoniosa basada en la Verdad, el principio catalizador que permite transformar la potencia en acto. Matemáticamente, el seis, es el primer número perfecto. La estrella de David tiene seis puntas. El sexto signo astrológico es Virgo. La primigenia representación del número seis, su grafía (o glifo) originaria, fue un bucle, una recta y un círculo... Con estas analogías nos bastan.

The Sefirot in Jewish Kabbalah Virgo, the virgin or maiden
Simbología y psique

Susana, el hebreo nombre Shoshana, está cargado de simbología, rezuma simbología por los cuatro costados. Y todos sabemos del poder que los símbolos tienen sobre la psique. Poco importa si hubo una mujer real, llamada Susana, a la que acontecieron los hechos que se relatan en la historia bíblica. Poco importa si Teodoción, al recogerla del texto griego de la Septuaginta, creyera o no en su inspiración divina. De lo que sí estaba seguro era de su valor como símbolo, de su carácter edificante, más allá de la apariencia, más allá del contenido de justicia que innegablemente también posee (por ello, en su biblia, la colocó encabezando el Libro de Daniel). Él sabía de las claves que la historia encerraba, comenzando con el nombre de la protagonista, que para nada fue fortuito: la belleza, la pureza, representada por el lirio -que necesita de aguas puras, a su vez, para medrar-, su carácter casto y virginal -madre y potencia creadora-, su esencia armoniosa, revestida de verdad -contra la que atentará la mentira, el engaño por parte de quienes debieran ser su más enconados defensores, los viejos jueces-, y sí, la justicia, que siempre acude en socorro de la Verdad, que acabará por prevalecer (sí, sí, ya sé que una mueca irónica y descreída asoma al rostro de quien esto lea, pero, es así; al menos, con esa intención se construyó la Historia).
Los símbolos actúan en la psique humana como cargas de profundidad, con efectos retardados: la Conciencia Pura, (esa Inteligencia Universal, ya enunciada aquí en otro lugar, y en la que sé que creen algunos de los que esto leen... -¿o quizás muchos?), esa facultad del espíritu que comparte esencia con lo que es (¿necesito decir Verbo?) y que es su origen, reconoce instantáneamente el valor de los símbolos, su carga de significación; pero la consciencia actúa muchas veces de filtro, cuando no de obstáculo, para captar con igual inmediatez el mensaje de lo que se muestra simbolizado. La consciencia puede ser a veces miope, pero no es ciega, intuye lo que hay detrás de lo que observa, si es algo simbólico lo observado. Y, con el tiempo, ese símbolo irá desplegando, cual deflagración a cámara lenta, su carga explosiva, revelándonos cuanto quería decirnos, haciéndonos víctimas y sujetos de sus beneficios colaterales.
La Historia de Susana es una de esas historias preñadas de significación que estimulan, además, con facilidad su presentación iconográfica, y su representación -vale decir, escenografía- a lo largo de épocas distintas, que la adecuarán a sus necesidades o estilos-. Es tal la carga simbólica de este relato, tanta la complejidad que detenta, que su presentación y representación iconográficas no pocas veces llegan a convertirse en alegorías.

Presentación, Representación y Alegoría.
El modelo "Susana" y el modelo "Viejos".

3. esc. y pint. Representación simbólica de ideas abstractas por medio de figuras...

...nos dice el diccionario de la RAE acerca del término Alegoría. Pero, La Historia de Susana, ¿no quedamos que es el relato de un hecho, más o menos real, más o menos inspirado por Dios, pero, en todo caso, edificante, supuesta o fehacientemente acaecido a personajes -es decir, figuras?... Demos un pequeño rodeo, delimitemos el marco, aclaremos el paisaje.
Donald Ritchie emplea estos dos términos en su espléndido libro crítico sobre 100 años de Cine Japonés: Presentación frente a Representación, indicando con ello dos formas de llevar a cabo la expresión fílmica de un hecho; a él le pido prestado el empleo de su fórmula para desarrollar mi visión de la traslación iconográfica del relato bíblico de Susana.
Llamo Presentación al método que consiste en trasladar lo que se cuenta en un argumento -en todo o en parte, es decir, en secuencia de imágenes o en las imágenes más representativas- de modo fiel al relato, a lo explicitado en palabras, sin añadir ni sugerir más de lo que en la narración se dice. Representación, en cambio, sería presentar lo que se cuenta en el relato, pero hacerlo de un modo libre, en el que el artista que lo realiza complementa, adorna o añade, de su propia cosecha, algo que, sin estar presente en la narración, de algún modo, puede ser sugerido por ella. Así, todo lo que sea adecuar una determinada época a otra diferente, modificando escenario y dotándolo de significados añadidos, sería representar, y no presentar. A veces esta representación incluso puede indicar algo diferente a lo que se dice en el relato original, es decir, se aprovecha el hecho relatado, pero se cambian las actitudes de los implicados (en el caso que nos ocupa, serían aquellos cuadros en los que Susana se convierte en objeto erótico, dirigiendo una mirada pícara al observador, obviando a los viejos, o considerando al espectador como parte de ellos; o, yendo más lejos aún, en vez de rechazar a los viejos, recibiéndolos de buen grado -Allori); o incluso recreando irreverentemente una caricatura (Jordaens). La presentación se limitaría, pues, a servir de fiel espejo iconográfico de lo escrito y descrito, del significado de la palabra; la representación, sería más bien una traducción libre que en muchos casos cumpliría el dicterio: "tradutore, tradittore". Los cuadros que se exhiben en este estudio dan muestras de todo ello y podrían clasificarse en orden a esta fórmula: los hay que cumplen el canon presentador, y los hay que representan, a veces descaradamente, algo diferente al mensaje original.

El caso más flagrante, y probablemente uno de los más poderosos motivos de la reiterada reproducción a lo largo de las diferentes épocas de Susana y lo viejos o Susana en el baño, es el del voyeurismo implícito en la escena más comunmente representada de la Historia de Susana: la de Susana sorprendida en el baño por los viejos. Y aquí entraría de lleno el tercer término: el cuadro no representa solo una escena agradable de ver -el bello cuerpo más o menos desnudo de la bella, la maestría del pintor al reproducir la sensualidad del cuerpo desnudo de la mujer, el ordenar hábilmente a los protagonistas, la reproducción del ámbito, etc.-, sino que habla de una pulsión que todo ser humano tiene, una pulsión morbosa y no siempre patológica: ser testigo de un interdicto. Ese paradójico placer, casi siempre íntimo, que se siente -y avergüenza- al contemplar a alguien en la intimidad, al abrigo de su mirada, o incluso, mejor, siendo provocado por ella (de ahí esas reproducciones en las que Susana mira, a veces de forma cómplice, directamente al observador, haciéndole partícipe de la escena), es una emoción que no por causar perplejidad y, generalmente, público rechazo, deja de ser fuente de placer prohibido. Y como cada vez que uno contempla un cuadro, lo hace de forma enteramente íntima, puede sentir ese doble o triple placer sin tener que dar cuentas a nadie de ello -si es que uno de esos placeres es producto de algo atávico que más parezca pertenecer al mundo demoníaco que al celestial, más a los placeres clandestinos y enfermizos que al de la sana contemplación.
En alegoría de la infamia también puede constituirse, pues, la reproducción de la escena más escabrosa de la Historia de Susana; algo fácilmente comprobable en varios de los cuadros presentados aquí. ¿Causa el mismo morbo, pongamos por caso, esta escena tozudamente reiterada que el de la lapidación de los viejos jueces? La respuesta, en un 90% de los casos es negativa -hay gustos para todo, de ahí que deje un 10% sin asignar-.
La belleza del cuerpo femenino -más o menos felizmente representado-, de una mujer casta y pura además, que es chantajeada por la ignominia investida de indigna dignidad, y que resiste el envite, negándose a ceder (aunque se encubra tal decisión por el temor de Dios), por mucha autoridad que detente el agresor, y muy débil que sea la posición socio-cultural de la agredida; o bien, el asalto inmisericorde que la bella víctima ha de sufrir de los dos decrépitos representantes de nuestra parte demoníaca, son, ambos extremos, de una fuerza expresiva y sugestiva colosal de los que los pintores/artistas de todas las épocas han sabido sacar partido. Y si alguna vez se ha cedido a cambiar las tornas y colocar a Susana como ejecutora aprovechada de la lascivia de los viejos, ha sido extrapolándose a la Historia original, reelaborando, así, otra escena sin connotaciones, ya, con aquélla; es decir, siendo otra cosa: quizás un mero, si eficaz, objeto voyeurista.

Tras lo dicho, Susana se constituye, pues, en modelo de mujer digna, pura, leal, íntegra, a veces satisfecha de sí misma, hasta coqueta, pero que resiste la presión deshonesta, no ya del hombre como hombre machista, sino la del poder como objeto de intimidación; no ya solo víctima de la lucha de sexos, sino de la de clases. Pero, en los casos de reproducciones más libérrimas y alejadas del original, Susana también se erige en dominadora de la situación, y los viejos, entonces, en vez de dar rabia, asco o causar indignación, lo que inspiran es lástima -sí, bien, puede que, en algún caso, envidia, que de todo hay-.
Los viejos son, en cambio, modelo polivalente: por un lado, lo son de la abyección, por otro, de la conmiseración; por un lado enarbolan el estandarte de lo ridículo, por otro arrían la bandera de lo honesto; por un lado, en fin, representan el caso extremo de abuso de autoridad, por el otro el de debilidad lastimosa. De todo ello, también, se encontrará justa correspondencia en los variados ejemplos que aquí se adjuntan.

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ICONOGRAFÍA
Obras comprendidas entre 1560 y 1600. 27 obras.

28. Jacopo Empoli (1551-1640)
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29. Ludovico Carracci (1555-1619) (I)
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30. Ludovico Carracci (1555-1619) (II)
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31. Hendrick Goltzius (1558-1617)
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32. Annibale Carracci (1560-1609) (Follover of)
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33. Giuseppe Cesari "Cavaliere d'Arpino" (1568-1640)
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34. Guido Reni (1575-1642)
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35. Peter Paul Rubens (1577-1640) (I)
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36. Peter Paul Rubens (1577-1640) (II)
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37. Peter Paul Rubens (1577-1640) (III)
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38. Peter Paul Rubens (1577-1640) (IV)
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39. Ottavio Leoni (1578-1630)
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40. Domenico Zampieri Domenichino (1581-1641)
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41. Pieter Lastman (1583-1633)
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41-bis. Pieter Lastman (1583-1633)
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42. Massimo Stanzione (1585-1658) (I)
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43. Massimo Stanzione (1585-1658) (II)
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44. Sisto Badalocchio (1585-1647)
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45. Johann Koenig (1586-1642)
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46. Giovani Francesco Guerrieri (1589-1655)
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47. Guercino (1591-1666)
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48. Gerrit Van Honthorst (1592-1656)
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48-bis. Gerrit Van Honthorst (1592-1656)
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49. Artemisia Gentileschi (1593-1654) (I)
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50. Artemisia Gentileschi (1593-1654) (II)
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51. Jacob Jordaens (1593-1678) (I)
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52. Jacob Jordaens (1593-1678) (II)
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53. Jacob Jordaens (1593-1678) (III)
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54. Jacques Stella (1596-1657)
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55. Anton Van Dyck (1599-1641)
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55. Anton Van Dyck (1599-1641)
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Enlaces de Interés
(Hacer click en la imagen)

Historia de Susana en Grabados

Phillips Galle


Hans I Collaert

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Obras Complementarias


55-c. Peter Paul Rubens (1577-1640) (V)
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