sábado, 11 de febrero de 2012

Bathsheba: es bueno ser Rey (2)





¿Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos?
 ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, 
y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas.
Samuel II, Cap 12, 9


Estudio Iconográfico
Como sucedía en el caso de Susana y los Viejos, en la representación iconográfica de la historia bíblica concerniente a Bathsheba (Betsabé, en castellano), el tema reiterado se centra en lo más visual de la historia, aquel que concita mayor atracción, seducción o simple interés, ya sea productivo para su autor, como contemplativo para el espectador: el Baño de Betsabé contemplado por el Rey David. Es éste el momento con más carga significativa por lo que muestra, y, a la vez, el más agradecido y agradable de observar. Ya lo he dicho en alguna ocasión, la desnudez implícita en una historia más o menos morbosa siempre es motivo de delectación, de gozoso detenimiento, de evasiva ensoñación. No solo es ocasión para contemplar un bello cuerpo desnudo, unas formas sugestivas, una escena más o menos erótica -dependiendo de la intención y habilidad del autor- en el sentido sensual del término, sino que es, también, motivo para estimular la imaginación, para transmitir un mensaje que, dependiendo del sujeto que contempla, tendrá una interpretación individualizada, no ya genérica. Por mucho que el autor de la obra crea realizar un modelo con significación específica y ejemplar intención, la verdad es que la observación, percepción y elaboración significativa posterior es absolutamente particular, referida al carácter, formación, o ética del sujeto que observa. Así, en un determinado caso, se puede tener una intencionalidad ejemplarizante en la representación gráfica de un hecho, pero que, bien por el modo en que se realiza -las formas, si son sugerentes, por mucho que quieran representar al Mal o al demonio-, bien por el hecho en sí que representa -actitudes si punibles altamente gratificantes-, son percibidas por el observador de forma equívoca, quedándose, éste, más atraído por la belleza sensualmente reproducida, o por la sugestividad que de ella se deriva, que aleccionado por el mensaje que se quiere transmitir.

Esto sucede con Betsabé en el baño. Al decirnos, la misma historia bíblica, que era una mujer muy bella y que por eso el Rey David se enamoró (encaprichó) instantáneamente al verla -se sugiere que desnuda (estaba realizando el baño de purificación preceptiva tras el menstruo)-, los pintores o ilustradores encargados de representar la escena lo tienen fácil: el motivo principal de representación es, pues, una mujer bella, luego se plasmará una escena que rezume belleza, tanta como para encaprichar a un rey que tenía cuantas mujeres quería; pero, además - nos sigue diciendo la historia- el Rey, no contento con observarla (segundo motivo, una actitud voyeurista), pregunta por ella, e informado de que está casada, y con uno de sus capitanes que en ese momento se encuentra en batalla lejos de allí, no solo no se controla, sino que la reclama por medio de una carta, citándola en sus habitaciones (tercer motivo, que a veces interpreta el papel protagonista del Rey). Este tercer motivo es el que dota a la escena del morbo añadido. La belleza de Betsabé debe no solo ser arrebatadora sino lo suficientemente excepcional como para hacer obrar de forma inadecuada al Rey. La simple presencia de la carta en el cuadro, en la escena, hace subir la intensidad dramática vertiginosamente, y, en la conciencia del espectador, la carga erótica se multiplica por mil. En esa carta está el pasaporte para, por medio de la imaginación, revivir lo que vendrá después entre ese cuerpo -esa mujer- y el Rey, pero también entre ellos y el observador, pues el observador, al observar, recrea, revive lo que en la escena está representado.
Nos encontramos, pues, con: un cuerpo de mujer hermoso en situación visualmente atractiva -la desnudez de Betsabé en el baño-, el rey David ejerciendo de voyeur y la citación para disfrutar de ese cuerpo -la carta del Rey David. Con estos tres ingredientes el pintor monta la escena, y así a la bella la representará: sola o acompañada de asistentes, o incluso con el mismo rey David a su lado; ajena aún a la carta, absorta en su baño, mostrando el esplendor de sus formas; o bien, detectando la presencia del voyeur y realizando una maniobra de ocultamiento, bien suya , bien de sus asistentes; o bien leyendo la carta -y mostrando, o no, el cuerpo desnudo-; o bien, una vez leída la carta, la muestra preocupada, indiferente o incluso complacida; hay incluso obras en que se hace abstracción del baño y la desnudez y se nos muestra la escena con un David rijoso o seductor al lado de la bella que no muestra en todo caso la más mínima contrariedad.

En la exhaustiva exposición que en estas dos entregas se hace (19 reproducciones miniadas y 69 cuadros, 33 de los cuales en la 1ª entrega, y 36 en la segunda), nos encontramos con todas las variables antes enunciadas:

Ilustraciones Miniadas. Entre las 19 curiosas y bellísimas -unas más afortunadas que otras- reproducciones miniadas vemos, en una de ellas, cómo siguiendo un patrón muy caro a la estilística medieval se nos representa en una misma ilustración una secuencia de tres escenas explicando la historia: la contemplación de Betsabé por parte de David (arriba), David y Betsabé yaciendo juntos en la cama real y el Rey David recriminando a Urías que no quiera yacer con su mujer -para ocultar así su real fechoría- (abajo). En todas las demás representaciones el protagonismo absoluto es el esplendoroso cuerpo desnudo de Betsabé, sola, o acompañada por asistentes, dentro de un estanque, pileta o fuente, bien de medio cuerpo (1), bien sentada (3), bien ligeramente cubierta con velos que nada ocultan (4), bien de pie mostrando su bonitas curvas (15); correspondiéndole a David un papel secundario, lejano y meramente voyeurista; solo en cuatro de las 19 reproducciones aparece la carta, o el enviado con la citación.

Cuadros. Entre los 69 cuadros restantes vemos que:
- 3 casos en que no se representa a Betsabé en el baño: Adriaensz Backer nos presenta el encuentro de la bella con el Rey David, vestidos ambos y en un amoroso y casto abrazo; en la segunda reproducción de Tissot, Betsabé está vestida y tumbada boca a abajo sobre una alfombra, presumiblemente turbada por el adulterio; y Gustave-Adolf Mossa nos ofrece quizás una de las propuestas más originales recalcando las tintas en un Rey David rijoso y prepotente, una estilizada y dulce Betsabé vestida hasta el cuello, y, en el fondo, a través de una ventana, se ve al marido, el caballero Urías, mientras marcha al combate. Esta puede ser la representación en que el Rey David queda peor parado.
- En 10 ocasiones Betsabé aparece vestida o cubierta: Lucas Cranach (tanto el Viejo (3), como el Joven (1); Paolo Veronese (aunque aquí se muestre la rosada blancura del hombro derecho y el pie desnudo del mismo lado, sugiriéndonos que Betsabé se ha cubierto con una especie de túnica al verse sorprendida por el mismo Rey David); Peter Paul Rubens, que solo muestra sus pechos y piernas desnudos; Pieter de Grebber nos propone una Betsabé "entradita" en carnes y parcialmente cubierta por un tupido velo; Bronckhorst, igualmente, nos sugiere hombros, senos y media pierna derecha; en la 3ª reproducción de Rembrandt se nos presenta con un sayón de blanco lienzo que levanta púdicamente hasta la altura de los muslos; y la más curiosa, la segunda ofrecida de Cecchino del Salviati, en que aparece Betsabé en una secuencia de cuatro figuras: tres subiendo una escalera que la llevará a las habitaciones del Rey y la cuarta en la que aparece de forma borrosa, a través de la ventana, desnuda, en brazos del Rey; Jan Steen ofrece una Betsabé totalmente vestida en una de las propuestas y medio desnuda en la otra.
- En 20 ocasiones no aparece el Rey David en la escena: Jan van Scorel nos ofrece una escena misteriosa, en ella, junto a Betsabé, aparece una figura marmórea que más parece un espíritu o un fantasma que la figura del Rey (quizás represente a Urías, ya cadáver); Naldini nos sugiere al Rey mirando pero fuera del cuadro; Jacopo Zucchi lo que nos muestra es un gran baño público donde el voyeurismo se diluye; Cornelis van Haarlem nos sugiere, por el gesto y expresión de Betsabé, en sus dos propuestas, la noticia de la reclamación del rey, pero sin aparecer; en Pieter de Grebber el baño es en interior, no hay terraza palaciega, pues, sino una gran ventana por donde entra la luz y se supone que también la mirada indiscreta del Rey, pues hacia ella apunta la asistente que indica a Betsabé quién es el autor de la carta que está leyendo; parecido enfoque realiza Bronckhorst, con una Betsabé consternada tras leer la nota de su Rey; y Rembrandt... bueno lo de Rembrandt es caso aparte, en su primera propuesta se nos ofrece la visión más dramática de todas (à mon avis), la expresión de Betsabé nos hurta el disfrute de su cuerpo, nos transmite turbación contenida, casi dolor, hay resignación atribulada en ese semblante, y emociones en disputa, y sentimientos encontrados; en la 2ª de sus propuestas, como en el caso de sus obras sobre Susana y los Viejos, Betsabé nos mira directamente, y en su expresión ligeramente sonriente aún no hay preocupación, no ha recibido la misiva todavía; en la 3ª propuesta se nos remite, magistralmente, al simple momento del baño en una actitud muy popular, casi ordinaria, de andar por casa, de una mujer que se va a limpiar las bajeras; Govert Flink nos presenta un primer plano de Betsabé sentada, con la carta en sus manos, y una mirada perdida como sopesando las consecuencias que la reclamación del Rey pueda tener; en Jan Steen la presencia del Rey es a través de la carta, en una de ellas por cierto se deja a la imaginación del observador tanto el cuerpo de la bella como la historia en sí, pues lo más que se aprecia son los rostros y las manos de una Betsabé y una criada, más que vestidas completamente tapadas; también es la carta del Rey el único indicio de su presencia en la turbadoramente blanca blanquísima propuesta senibella de Willem Drost; curiosa la manera que Sebastiano Ricci tiene de sugerir la mirada del Rey, al interponer un lienzo -con el que pretende cubrir una de las asistentes el cuerpo desnudo de Betsabé- la zona por la que otra asistente aparece con la carta que aquél envía; Cézanne, en sus dos cuadros prescinde así mismo del Rey, solo en uno aparece una esquina del palacio como si con ella nos quisiera sugerir su presencia; la visión de Lovis Clorinth, como suele ser habitual, es provocadora, original, no solo no aparece el Rey, sino que en vez de carta es una flor lo que tiene en su mano, a parte de que él no ve la belleza convencional y canónica de Betsabé, presentándonos, en cambio, a una mujer ya madura que difícilmente, a la edad representada, podría darle tres hijos; Franz Von Stuck incide en la sensualidad de Betsabé saliendo del baño y avanzando hacia el espectador, que también es donde le espera una asistente para cubrirla, la reconocible silueta de Neptuno al fondo podría sugerir la omniscente de David; Howard David Johnson hace caso omiso de la historia, ni aparece David, ni hay asistentes, ni carta,... solo ofrece rotunda desnudez exhibicionista -más como una Cleopatra que como una Báetsabé; por último, el contemporáneo y joven pintor realista Gatherer sí nos ofrece una Bathsheba moderna, sensual sin idealización, que, sentada en su sillón de cuero, mira hacia el techo (desde donde es contemplada por el observador), en actitud ensoñadora, ensimismada, una vez leída la carta que aún tiene en la mano.
- 44 Representaciones canónicas: denomino representación canónica aquella que tiene los tres ingredientes básicos y reiterativos en la mayoría de las reproducciones: (1) Bathsheba en el baño, exhibiendo un grado mayor o menor de desnudez, (2) recibiendo la carta o al enviado del (3) Rey que aparece en escena, en segundo plano, mirando desde palacio. Las más de las veces el Rey es una figura borrosa, solo insinuada; otras, en cambio, es perfectamente reconocible por su atuendo regio e incluso en ademán sorprendido ante la desnudez de Betsabé. A veces el soberano es detectado por ésta o sus asistentes (lo más frecuente), y en ocasiones se trata de un sujeto pasivo; en estos casos, obviamente, la futura amante y esposa aparece ajena a su papel de objeto de observación (¿objeto pasivo o sujeto activo que se regocija en él?), y, por consecuente, aún no ha recibido la citación. Esta escena canónica es la más repetida y en ella se juega con la composición de estas tres variables, añadiendo más o menos asistentes, fámulos o extras, variando el ámbito, la arquitectura, el estilo, el atrezzo o las vestimentas (ya intentando reproducir las originales, ya a la moda contemporánea al artista), jugando con la luminosidad y los encuadres para ofrecer efectos y matices dramáticos diferentes, y un sin fin de detalles que solo una observación atenta y pormenorizada de cada obra podría elucidar y describir. Queden aquí los genéricos para poder desplazarse por todas las obras con una guía somera sobre qué observar y cómo hacerlo.
- Curiosidades. James Tissot nos ofrece un tratamiento original en sus dos obras: en una, ya apuntada, Betsabé está sola, tumbada sobre una alfombra, de espaldas, probablemente tras cometer adulterio en su primer encuentro con David; en la otra, el punto de vista del observador es, en este caso y contra el punto de vista esclusivamente utilizado, el de la terraza del palacio desde donde Rey David -quien se muestra en primer plano- contempla embelesado a Betsabé que, desnuda, aparece en una terraza inferior mientras realiza sus abluciones atendida por una asistente. Gustave Moreau es quien nos ofrece, quizás, la visión más onírica y simbólica. Francesco Hayez, como sucede en su Susana, tiene en su primer propuesta una solitaria Betsabé que interpela directamente al observador, ajena a un David que apenas se insinúa detrás de ella; y, en su segunda propuesta, la sensualidad bucólica y nonchalante de una Betsabé de armonioso cuerpo acompañada por dos asistentes de no menos atractivas formas. Gérôme plasma una imagen soberbia y evocadora, digna de las Mil y una Noches, y, así mismo, una de las más sensuales y preciosistas (la ofrecida aquí, en la cabecera, prescinde del margen izquierdo donde debería verse al Rey David mirando desde una terraza; pero que en aras a la mayor calidad de la imagen he creído preferible añadirla. Para ver el formato original, consultar el port-folio). A destacar en ésta de Gérôme cómo la espléndida anatomía de Betsabé  se exhibe sin pudor y provocadora indiferencia ante la mirada del Rey.
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Bathsheba se reivindica
¿Elegimos la vida que nos toca vivir? ¿Los cambios que en ella inopinadamente se presentan? Es más, ¿Elegimos realmente vivir? Cuando Urías, el hitita, el bravo capitán del ejército real, me tomó como esposa, ¿Qué más podía yo pedir? ¿Podía él sospechar siquiera lo que el destino nos tenía deparado a los dos? ¿No fue él, acaso, una pieza necesaria del destino para acercarme a aquél que habría de hacer de mí un icono, un modelo y una madre de una estirpe elegida? ¿No se debería ver en ello la mano del mismo Yahveh, nuestro dios, cuando, por medio de tan rocambolesca acción, se me hizo portadora de la sangre que habría de llevar el gran Salomón, y, por ende, acabaría llevando quien habría de morir en la Cruz? En todo este asunto hay no poca hipocresía, y yo he sido víctima de ella, víctima necesaria, gozosa, pero víctima. Estaba en los planes de Yahveh que yo cometiera adulterio, que ese adulterio se purificara por medio de la sangre ajena, y por medio del matrimonio que me uniría a mi Señor David, que lavaría así su afrenta y su apetito desmedido. En el plan de Yahveh -se me escapa la razón- entraba el elegirme a mí, y no a una mujer libre que no supusiera una acción malvada posterior como fue la que mi Señor David llevó a cabo para despejar el horizonte a su voluntad: la muerte de Urías, mi marido, su valiente y leal vasallo, su mejor guerrero. ¿Era el precio a pagar? ¿La factura que tanto mi Señor David, como yo, deberíamos abonar;  o que el mismo Urías habría de pagar para formar parte de la memoria de los hombres? La actitud de mi Señor para hacerse perdonar su pecado, ayunando y durmiendo en el suelo, intentando salvar la vida de nuestro hijo, y la posterior aceptación de su muerte como un hecho irremediable, como si quien hubiese muerto fuera alguien ajeno, o la misma actitud benevolente de Yahveh para con mi Señor, no castigándolo a él directamente sino utilizando a sus familiares y súbditos, ¿No son pruebas irrefutables que prueban la voluntad divina en todo esto? ¿Habría yo de negarme a la concupiscencia de mi Señor? ¿Hubiera podido? ¿Me hubiera sido permitido?

El caso es que las cosas sucedieron así, y sé que muchas conclusiones se pudieran sacar de aquel hecho. Algunas de ellas no nos dejarían en muy buen lugar a ninguno de los protagonistas principales (ni a mí por aceptar sin resistencia, ni a mi Señor David por ansiar el bien ajeno y realizar un mal para conseguir el bien propio, ni a mi dios Yahveh por no castigar al pecador directamente en vez de ensañarse con inocentes), quizás con la salvedad del buen Urías que prefirió dormir en el frío suelo antes que con su mujer por solidaridad con sus compañeros y lealtad a una ley no escrita, loable acción que de nada le valió, antes al contrario fue la causa de su perdición.
¿Se querría oír de mis labios señal de arrepentimiento? No se oirán. Cuando recibí aquella carta de mi Señor David, aquella citación envuelta en dulces palabras, para visitarlo en sus aposentos, ya sabía yo qué significaba. Conociendo a mi Señor y la fama de poderosa lujuria que tenía entre las mujeres de la corte, no pude evitar un escalofrío de íntimo placer recorrerme las entrañas (creo que mi fiel asistenta se dio cuenta de ello, de cómo se me erizaba el vello al leer aquellas palabras, por la sonrisa que descubrí en su cara cuando levanté la vista de la carta). ¿Podía negarme? ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo negarse a la llamada del más poderoso y a la vez el más atrayente de los hombres, capaz de ganar duras batallas y componer bellos salmos? Solo me agobiaba una cosa, que la petición de mi Señor no fuese más que un capricho pasajero, o que mi destino no fuera otro que ser una más de aquel multitudinario harén que residía en palacio. Eso es lo que me hizo dudar en un primer momento, pero me arriesgué: por un lado, no quise disgustar a mi Señor (ya sabía yo lo que eso suponía, el cómo las gastaba el Rey David cuando era contrariado); por otro, mi propia naturaleza de mujer se sentía tan halagada que difícil era renunciar; y, por fin, la intriga, el reto que suponía ver de lo que realmente era yo capaz... ¿Lo sería de conquistar el corazón de mi Rey? Quizás estas razones no parezcan suficientes para muchos, para otras culturas, u otras civilizaciones con diferentes referentes éticos, además de los aquí expresados. Pero yo digo que ninguna mujer en aquel momento hubiera actuado de forma diferente a como yo lo hice, en una sociedad como aquélla, la judía del periodo de los Reyes, que tenía un dios, mi dios Yahveh, con una naturaleza tan equívoca como la que continuamente manifestaba. Yo no fui objeto de chantaje, no se me estaba rebajando mi dignidad, sino, al contrario, el Señor más poderoso de la Tierra me pretendía, a la vista de todos, si bien con discreción. Para mí era un halago, un orgullo al que difícilmente podía renunciar, y no renuncié. Fui valiente, no sumisa -que también-, me arriesgué a no ser más que una aventura, y la aventura superó mis expectativas. Por mí el Rey cometió un aberrante, si indirecto, asesinato, ¿Cabe mayor orgullo? Que el hombre que te pretende te ame tanto como para contravenir la ley divina y sea capaz de poner en cuestión su honor y su fama por ti, eso ¿no es lo que desearía cualquier mujer con un mínimo, no ya de ambición, sino de autoestima?

Si fui hermosa, que lo fui, si lo fui tanto como para subyugar al todopoderoso Rey David, ¿Acaso no debo de estar agradecida por ello? ¿Debo de arrepentirme de mi buena estrella? ¿De ser una mujer capaz de conseguir lo máximo que una mujer podía conseguir en una sociedad como aquélla? ¿Acaso se cree que yo detentaba menos poder que mi Señor? Mi Señor David gobernaba sobre el corazón de los israelitas, y yo sobre el corazón de mi Señor, ¿Quién fue más poderoso? Mi bello cuerpo cumplió perfectamente su misión no menos que mi inteligencia: supe encandilar a mi Señor más allá del reclamo de un sexo placentero -que también-, haciéndome desear por mis actitudes, por mi cariño, por mi buen criterio. Mi Señor disponía de los más hermosos cuerpos para desahogar su desmedida pasión... ¿Eso no es un honor para mí?
Si me eligió como primera esposa y madre de sus hijos, uno de los cuales, el pequeño, Salomón, sería quien a la postre heredaría la primogenitura, y por tanto la dinastía ¿No se debería ello a mi buen hacer no solo en el lecho? ¿Y qué? ¿Se me va a tachar también de intrigante por causar la desgracia del bello Absalón y Adonías, legítimos y primeros aspirantes al título, hijos de otras de sus mujeres? Todo el mundo sabe -o debería saber- que el hermoso Absalón -melena de león, el más caro a los ojos de mi Señor- fue víctima de su ambición y afán de venganza (que nunca censuré, pues la afrenta a su hermana Tamar la mereció sobradamente -por cierto, este hecho, la violación de Tamar por parte de su hermanastro Amnón, es objeto de un bello poema escrito muchos siglos después por un gran poeta llamado Federico García Lorca -Thamar y Amnón- que un gran cantaor llamado Camarón haría bella canción; esto si me causa envidia, no haber sido yo la protagonista de tal poema y tal canción), y Adonías lo fue de su orgullo y vanidad.
Salomón, mi hijo, conquistó su derecho a la sucesión por su propia valía y así lo demostraría después, en el reinado más próspero que nunca conociera su pueblo "El hombre más sabio sobre la Tierra" lo considera el libro de los libros (I Reyes 3:12), no lo digo yo. ¿Se me ha de acusar de esto también? De su inteligencia, de su sabiduría, de eso sí se me puede acusar, y orgullosa me siento de ello. Lo mismo que me siento orgullosa de la descendencia a que dio lugar, si bien no he acabado nunca de entender lo de mi descendiente Jesús, llamado el Cristo. No acabo de entender que tuviera que morir de manera tan horrorosa. Pero esto... es ya otra cuestión que se sale del motivo que nos interesa ahora.
Me reivindico, sí. Me reivindico como mujer: con un cuerpo esplendoroso y una no menos excelente, por aguda, inteligencia (¿Oigo voces expresar que vanidosa? ¿Además? A la vista están los hechos). ¿Qué hice mal? Algo haría, pero nada de lo que se me achaca. Razones, creo, he dado aquí que lo demuestran.

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ICONOGRAFÍA
(Bathsheba 2 - desde 1610 hasta la actualidad)


David and Bathsheba - Anónimo Florentino S. XVII
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Bathesheba - Simone Pignoni (1611-1698)
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Bathsheba recibe la carta del Rey David - Bernardino Mei (1612-1676)
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Bathsheba - Jacob van Loo (1614-1670)
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Bathsheba con la carta del Rey David - Govert Flink (1615-1690)
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Bathsheba recibiendo la carta del Rey David - Jan Steen (1626-1679)
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Bathsheba - Jan Steen (1626-1679)
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Bathsheba - Willem Drost (1633-1659)
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Bathsheba - Luca Giordano (1634-1705)
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Bathsheba - Giuseppe Bartolomeo Chiari (1654-1727)
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Bathsheba - Francesco Solimena (1657-1747)
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Bathsheba recibe la carta del Rey David - Sebastiano Ricci (1659-1734)
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Bathsheba - Sebastiano Ricci (1659-1734)
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Bathsheba - Nikolaas Verkolje (1673-1746)
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Bathsheba - Friedrich Heinrich (s XVII-XVIII)
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Bathsheba - Jean François de Troy (1679-1752)
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Bathsehba en el baño - Giambattista Pittoni (1687-1767)
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Bathsheba - Anónimo (Siglo XVIII)
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Bathsheba - Michel Honoré Bounieu (1740-1814)
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Bathsheba - Francesco Hayez (1791-1881)
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Bathsheba - Francesco Hayez (1791-881)
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Bathsheba at her bath - Karl Bryullov (1799-1852)
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Bethsabée - Jean-Léon Gérôme (1824-1904)
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Bathsheba - Gustave Moreau (1826-1898)
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Bethsabée - Henri Fantin-Latour (1836-1904)
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El Rey David contemplando a Bathsheba - James Tissot (1836-1902)
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Bathsheba - James Tissot (1836-1902)
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Bethsabée - Paul Cézanne (1839-1906) (1)
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Bethsabée - Paul Cézanne (1839-1906) (2)
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La Toilette - Frédéric Bazille (1841-1870)
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Bathsheba - Lovis Corinth (1858-1925)
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Bathsheba at her bath - Franz von Stuck (1863-1928)
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Bethsabée et le Roy David - Gustave-Adolf Mossa (1883-1971)
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Howard David Johnson (1945-  )
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Bathsheba - Stuart Luke Gatherer (1972-  )

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BANDA SONORA
Para Bathsheba 2



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