miércoles, 28 de marzo de 2012

Historias de Sueño y Plata (1)




Me propongo contar una serie de historias que surgen de las fuentes más profundas, de las más profundas grutas de los abismos más recónditos que se hallan, al abrigo de las miradas, en la parte más ignota de la Cara Oculta de la Luna. Por ello mismo sé que cuento de antemano con el escepticismo como la más segura actitud de aquél que, distraído, despistado, o benévolamente interesado, pasee sus ojos por este espacio. 
¿Que cómo han llegado a mi conocimiento estas fabulosas e improbables historias? Muy sencillo: me fueron contadas, en sueños tenidos en noches de luna nueva, por los Duendes de Plata. ¿Qué? No, seguro que no soy el único a quien se las han contado, pero dado lo improbable de una positiva recepción por parte de una sociedad demasiado escéptica y descreída, es más que comprensible el silencio. Solamente, de vez en vez, alguien, a quien los Duendes de Plata relataran sus Historias de la Luna, se ha atrevido a transmitirlas, y aun así lo han hecho de una forma poco reconocible, digamos que "edulcorada", disfrazada con el atuendo de la poesía... o de la locura. Y, por supuesto, sin citar las fuentes. Quedaron así, las dichas Historias de la Luna, privadas de su posible cuestionamiento, de un más que probable rechazo en la cuerda, previsible, y científica opinión de la utilitarista Humanidad. 
¿Que por qué yo me atrevo a sostener lo que parece imposible, y, además, haciéndolo pasar por verídico, cuando tantas pruebas hay de la inhospitalaria naturaleza de nuestro satélite, y su más que segura ausencia de cualquier manifestación vital? Eso, amigos míos --mis muy queridos amigos, que estos escritos seguís-- lo habréis de determinar vosotros, una vez leído --agradezco de antemano la paciencia y el crédito-- el contenido de estas improbables, fantásticas e increíbles Historias, que unos probables, fantásticos y veraces seres --que a sí mismos se denominan Duendes de Plata-- me contaron durante los sueños tenidos en noches de luna nueva. Estas argentinas entidades, para realizar sus confidencias, eligen la nocturnidad más tenebrosa pues sin la luz plateada del faro de la noche se vuelven invisibles, lo que aprovechan para descolgarse por invisibles hilos desde la invisible luna hasta nuestros ilustrados sueños, y aquí, en el prodigioso espacio onírico, ya sin temor a ser delatados, contar a nuestro yo menos escéptico y más visionario todas esos relatos que dicen estar remansados en las grutas más profundas de los más profundos abismos que se abren en los rincones más recónditos de la Cara Oculta de su mundo (nuestro satélite), allí donde jamás penetra la reveladora luz del sol y donde las muy preciadas historias de Sueño y Plata se guardan más seguras que si lo estuvieran en cofres de regio guayacán cargados de cadenas de acero bajo cien candados de titanio.



Historia Una
De la Existencia de los Duendes de Plata

Gozan los Duendes de Plata de la facultad del polimorfismo; es decir: mutan su forma a voluntad de quien los sueña, de quien los ve. Podréis oír referirse a ellos como seres sin rostro, solo de luz, o de plata bruñida; pero habrá quien os diga que sus facciones son suaves y risueñas, o quien sostenga que tienen la mirada pícara y el brillo en los ojos de aquellos a los que les es dado contemplar la intimidad más voluptuosa de los cuerpos abrazados; algunos, incluso, podrán detallar hasta la exhaustividad pormenores de sus pestañas, de sus párpados, de sus tersas mejillas o sus finos labios,... cada uno los verá con la forma que su propia imaginación los revele, pero todos estarán de acuerdo en una cosa: su naturaleza plateada. Es común, así mismo, proveerlos de alas; pequeñas alas como las de los querubines, echas de plata y de luz blanca (pero no de esa blancura presente en la nieve, tampoco la de la clara cocida del huevo, sino la blancura pecosa del éter encendido, la del sol tamizado por la noche y reflejado en la materia oscura de los astros inertes); hay quien, imbuido de clasicismo y propenso a las mitologías, les coloca esas alitas en los pies, dotando a su naturaleza la imagen del Hermes griego o el Mercurio romano, lo que no es nada gratuito y sí muy oportuno, pues al igual que estos dioses improbables, los Duendes de Plata son mensajeros divinos, reveladores de secretos ocultos, intérpretes (o incluso sugeridores) de sueños, augurios y profecías; mas lo común es que estos pequeños apéndices símbolos de lo que vuela --como la imaginación-- estén colocados en su sitio: en la espalda, allí donde los omóplatos se engarzan al tronco por medio de una doble bisagra, que da lugar, también, a los brazos. Al resto del cuerpo suele prestarse menor atención, pero podría aventurar que lo común es verlos de forma antropomórfica, ni demasiado gruesos, ni delgados en exceso, y, aunque de talla indefinida, se tiende a sentirlos reducidos de tamaño (no de otra forma, por otra parte, podrían acceder a ciertos rincones de las zonas más inaccesibles de la Luna --ésas que, precisamente, albergan los Archivos donde se guardan las Historias de Sueño y Plata, amén de otros muchos documentos referentes a la Historia del Universo Posible, incluidos los Anales Especulativos y el Indice de Utopías. Pero de esto ya se hablará en la siguiente historia).

Si a sí mismos se llaman duendes se debe a su carácter travieso y juguetón, también a que les gusta verse como geniecillos portadores de lo maravilloso, otrosí a que ni ellos conocen su verdadera estirpe, siendo, su ascendencia, numinosa e imprecisa, atávica y misteriosa. Son imposibles de observar a simple vista, ni con la ayuda de los más potentes telescopios, pues se mimetizan perfectamente con el reflejo lunar, y al no proyectar sombra su inconsistente incorporeidad no puede delatarlos. Como se deducirá fácilmente, su presencia solo es detectable --ya lo he dicho o sugerido-- por el tercer ojo, ese  que se abre mientras soñamos (dormidos o despiertos), y siempre, eso sí, al amparo de la noche. Es posible que durante el día ellos duerman, y, ¡quién sabe!, quizá sus sueños sean nuestras realidades; este particular a mí nunca me lo han revelado (como siempre en estos casos, su respuesta es una evasiva sonrisa que desarma la cascada de preguntas a que se les sometería con la más leve respuesta, por muy ambigua que ésta fuese), y yo, discreto y cortés como soy, no les he insistido. 
Por cierto, hablo en plural porque es obvio que son varios, acaso muchos; su número es indefinido, no llegando a determinar si son los mismos quienes se aparecen a todos los que los sueñan/ven --demostrando así una especie de ubicuidad que les iría muy bien con su naturaleza fantástica-- o diferentes quienes se presentan a cada individuo. De todas formas lo de su cantidad es un detalle apenas importante (salvo para los estadísticos y aficionados al ábaco), pues lo verdaderamente determinante es lo que son --que lo son-- y lo que cuentan. Lo que son, ya lo voy diciendo; lo que cuentan ya se irá descubriendo. Sigamos. El por qué de la alusión al noble metal en su apelativo es una perogrullada o tautología que merece, no obstante, ser matizada. De los muchos calificativos que a lo largo del tiempo el ser humano ha vertido sobre el satélite que nos acompaña desde casi los orígenes del universo, el del símil entre su luz --y sobre todo el de su reflejo en una superficie líquida-- y el brillo de la plata es, posiblemente, el más repetido, el más utilizado, el más trivial. Pero no por común pierde su validez y su valor como imagen; lo mismo que asociar al sol con el oro tampoco pierde el suyo, por más que sea el lugar más trillado de su asociación con las cosas que el ser humano maneja. Antes he dado tres pinceladas con respecto al especial color blanco de las alas de estos duendes plateados, y es en esas pinceladas donde se halla el matiz distintivo de la analogía argentina: ese blanco impuro, delator del relieve de la superficie del astro apagado, es el que lo hace estar asociado a la plata, pues la plata también se empaña en su brillante reflejo (¡y hasta lo hace simultáneamente!: brillo blanco intenso e impureza de cráter y relieve abrupto). Los Duendes de Plata participan de esta constitución, de esta apariencia, incluso de este carácter: brillante y moteado, bruñido y tiznado. Siendo precisamente esa imperfección, esas manchas asociadas a la luminosidad, las que dotan a la Luna (y por ende, a sus Duendes), de la atracción y el misterio que le son propios y que tantos ríos de tinta han hecho correr.

Ellos son, los Duendes de Plata, los heraldos de la Luna y de sus secretos, de sus misterios y de sus historias; ésas donde, como veremos, es posible indagar y hasta hallar la respuesta a tantas preguntas que aquí, en la Tierra, se formulan; al fin y al cabo (según revelación confidencialísima de uno de esos Duendes, en un aparte onírico especialmente íntimo y sincero) todas esas Historias de Sueño y Plata nacen en el corazón y el alma de los hombres, y su trama está tejida con los deseos insatisfechos de éstos, sus sueños no cumplidos y sus proyectos eternamente aplazados. Ya lo he dicho.
Sin los Duendes de Plata, las historias... quedarían allí arriba, archivadas, remansadas, quizá apelotonadas, y, probablemente, perdidas;  pues son, también, ellos quienes se encargan de su ordenamiento y registro (según me han confesado, no sin dejar un ostensible sesgo orgulloso bordado a  su confidencia). Quizá sea bueno aclarar que no es que haya diferentes categorías de Duendes de Plata: unos archiveros y otros heraldos, en la Luna no suceden las cosas así. El mayor pecado del ser humano siempre ha sido mirar todo desde su propio punto de vista, juzgarlo todo con su juicio, situarlo todo respecto a sus propias referencias, considerar la Realidad y la Vida solo desde su propia experiencia. En cambio, casi nada de lo que ocurre allí arriba tiene una analogía con lo que aquí abajo conocemos. Y es, posiblemente, el lenguaje existente en el código onírico el único que podría dar cuenta, ya que no hacer más comprensible, de cómo son allí arriba las cosas. Los Duendes de Plata se distribuyen sus funciones de una manera a la vez voluntaria y debida (a pesar de la aparente contradicción, me han asegurado que no existe ninguna para ellos); y no solo eso, sino que, invariablemente, siempre hay un mismo número de archiveros que de heraldos. No reciben órdenes, no siguen ningún planning diario, ni mensual, ni eónico. Simplemente "saben" qué deben de hacer, así como cuándo, dónde y quién debe de hacerlo. Sí, se me olvidaba: se desplazan a mayor velocidad de lo que lo hace la luz, incluso a mayor velocidad que el pensamiento: uno, cuando los piensa es porque ya están ahí. En esta ubicuidad, rayana en la simultaneidad, puede ser donde se encuentre la respuesta a un sistema y método para el ser humano imposibles, no solo de llevar a la práctica sino de concebir, siquiera.
Solo me queda decir de estos geniecillos seleníticos --por si a alguien se le ocurre barruntarlo-- que no se les puede convocar a voluntad; no señor: ellos acuden a nuestros sueños (esas noches de Luna Nueva --preferente, pero no exclusivamente) cuando lo estiman oportuno, o por mero capricho, o a sugerencia de más altas estancias... Paciencia, que todo se andará, y encontrará su pertinente acomodo lo que ahora, en esta primera historia, pueda quedar confuso o insuficientemente explicitado.


Historia Dos
 De los Archivos donde se guardan las Historias de la Luna, 
también conocidas como Historias de Sueño y Plata.

Me describen los Duendes de Plata, entre grandes aspavientos y muecas de todo tipo, el arduo y peligroso itinerario que se debe de seguir para acceder al recóndito lugar donde se hallan los Archivos Colmenares Centrales de la Luna, lugar en que se registran, ordenan y guardan, entre otros diversos fondos, las Historias de Sueño y Plata.
Primero, se ha de acceder a la Cara Oculta del satélite, por lo que hay que adentrarse en una zona de sombra. Esta zona, salvo en las regiones más cercanas a las fronteras de la Cara Visible, es tan negra como el espacio infinito. Si no fuera por la estrellas, allí no podrían penetrar ni orientarse ni aún los más audaces pensamientos. Parece ser que incluso los mismos Duendes de Plata no pueden evitar un ligero escalofrío al transitar por este espacio tan lleno de angustiosa ausencia e infausta premonición.
Hay que alejarse, pues, de la frontera que limita la zona de penumbra y seguir el recorrido que señala en el cielo sin luz la senda de Orión, en dirección Rigel hacia Betelgeuse; es decir: hacia el Norte del Planisferio. Si uno, al cruzar este desolado lugar, oye ruidos extraños, sonidos amenazadores, silencios pasmosos o ahogados alaridos que nunca se dieron, no ha de hacerlos caso: ha de continuar como si nada, concentrado en el camino inexistente, sin salirse de él. Cuando estemos en la vertical de Alnilam (la Al Nizam árabe, el hilo de perlas) la gigante azul del cinturón de Orión (no tiene pérdida pues es la estrella central y más brillante de las tres que lo forman), habremos de andar con cuidado, pues allí mismo, en el centro de la Cara Oculta, se encuentra el borde aterrazado del gran cráter Daedalus.

Descenderemos por él con cuidado, ya que, aunque la ausencia de gravedad (que se añade a la ausencia de todo lo demás, salvo la congoja) no permitiría a priori una caída fatal, la oscuridad total nos puede hacer caer donde no deberíamos (me refiero, por ejemplo, a la Hendidura del Averno de Nuncajamás, o al Foso Sinfondo, o al más terrible Cenagal Delanada del que es imposible volver ya que su inconcebible lodo seco tiene la facultad de borrar, del modo más absoluto, incluso la memoria de la existencia de quien en él cae). La misma intuición, sino una especie de atracción magnética apenas perceptible, o la suave inclinación del ingrávido terreno, nos llevaría, una vez en el fondo del cráter, hacia su centro, donde se levantan, buscando el cielo, tres cónicas montañas cuyas cumbres, curiosamente, apuntan hacia las Tres MaríasAlnitak, Mintaka y, la ya nombrada, Alnilam, estrellas de las denominadas azules que juntas forman el cinturón de Orión; es por eso que este triple macizo recibe el nada imaginativo nombre de Espejo del Cinturón. En la base en que las tres unen sus faldas formando una raíz común se haya una grieta, tan vieja como los sueños de los hombres, que se abre a un pavoroso abismo del que sube un atípico viento gélido incapaz de alborotar la superficie polvorienta del regolito lunar. Por él deberemos descender, con ayuda de nuestra entereza y blindada disposición de ánimo, hacia profundidades nunca imaginadas.
Posiblemente, en el azaroso viaje hacia el interior de la luna nos asaltará, fragoroso, el más absoluto y ominoso silencio, ése donde duerme el fantástico sonido de la explosión primigenia. Buscaremos, siempre descendiendo y escoltados por la ausencia de temor, el frescor imperceptible de las fuentes más profundas, donde, remansadas, unas aguas que no son como las nuestras, que no mojan ni disuelven pero sí disgregan y descomponen, rodean una gran estructura semejante a una globular colmena de abejas. En ella, tantas celdas disformes como manifestaciones vitales, hay. Allí, una caterva de atareados Duendes de Plata, ejerciendo de Archivadores, registran, ordenan, y archivan miles y miles de sueños y esperanzas, millones de mundos posibles, trillones de Paraísos, innumerables infiernos inciertos,... que constantemente les llegan procedentes de la Tierra. Incluso se registran cosas tan insignificantes como sonrisas heladas, guiños gratuitos, gestos heroicos inservibles, gestas solitarias y vergonzosas, pecadillos de poca monta capaces de descabalgar a grandes caballeros sin montura, hasta nanas cantadas por mujeres estériles a hijos inexistentes,... tantas y tantas cosas se archivan allí que sería tarea imposible dar cuenta de todas...

Pero la sección que más nos interesa, aquella que se conserva como platino en paño, la dedicada a Las Historias de Sueño y Plata, ocupa una zona muy especial que tiene en su haber el ser la más hermosa de todo el Archivo: sus celdas están labradas con una plata blanca que solo allí se encuentra (no, no es el mitril que el genial Tolkien nombrara en su celebérrimo Señor de los Anillos), se trata de una plata tan pura que parece formada de la inmaterial idea misma del concepto plata; una plata que no necesita ser ni más ni menos dura que cualquier otra plata, ni más o menos brillante, ni más o menos dócil a la filigrana del buril; no lo necesita porque su naturaleza es la de las joyas imposibles, aquellas que sueñan los poderosos y eternos Dioses Improbables, dotadas pues de la incorruptibilidad de la inexistencia. De este raro y valioso mineral están formadas las celdas donde se guardan estos nada ordinarios relatos, formando así un todo coherente con la excepcionalidad de aquello que contienen.
De aquí salen las historias que nos son contadas, en sueños, las noches de luna nueva, por los heraldos Duendes de Plata. Y al contarlas a quienes no son sus protagonistas cumplen una función esencial para el ordenamiento y congruencia del universo. Hay, en ese su contar, la intención de una Verdad Revelada: la Unidad de la Inteligencia, el Todo en lo Uno, la inconsistencia de las apariencias con que se muestra lo que es disgregado en múltiples partes. Pues estas Historias de Sueño y Plata están tejidas con el hilo común con que se tejen todas las historias que nunca se realizan; todas las que imaginan, sueñan y anhelan todos los seres que fueron, son y serán: el mismo hilo, el mismo tejido, la misma inteligencia, expresándose desde la multiplicidad de la apariencia; historias que son y conforman el infinito núcleo puro de Lo Posible, aquél gracias al cual, en un ínfimo instante, tan ínfimo que no pudo pertenecer siquiera al cómputo del tiempo, mediante un acto de Voluntad Inmanente, se originara lo que conocemos como Realidad Total, suma y sumum de todos los universos posibles, magma exuberante de todo lo existente: la Potencia en tránsito sempiterno hacia el Acto.

Este Archivo existe, está localizado en el lugar referido, mas sus fondos son transmitidos, como he reseñado, sólo a quien se interesa por su existencia, a quien busca incesantemente respuestas a las eternas preguntas, a quien, como yo, no se conforma con una vida --legítima, por otra parte-- lanzada a la inercia de la satisfacción de unas necesidades meramente materiales y emocionales, a quien mira y ve: Duendes de Plata, Archivos Lunares, Historias de Sueño y Plata...


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