lunes, 2 de mayo de 2016

Pigmalión






...el arte hasta tal punto escondido queda en el arte suyo.
(Pigmalión. Las Metamorfosis. Ovidio)


Este post es una actualización del ya editado el 21 de Marzo de 2012;
hace, pues, más de cuatro años. En la presente ocasión se ha ampliado la Galería
—que se añade al final— con todas las imágenes encontradas en la red.
Además, se ha restaurado la banda sonora (desaparecida la original)
y se ha añadido la versión fílmica que sobre el tema (Pygmalion)
realizara Leslie Howard, en 1938.
Los textos no se han tocado; siendo los mismos que se "subieron" entonces:
 tanto las citas de Ovidio, como la dramatización propia.

Preámbulo 
Para un curioso amante de las rigurosas biografías, es decir: aquellas en que todo lo que se dice es, supuestamente, la verdad (es decir las elaboradas por sabuesos no solo del esplendor, sino, y sobre todo, de los rincones oscuros de los demás --donde tantas veces se esconde el secreto del fogonazo--, y por tanto alejadas de esas mal llamadas veraces biografías autorizadas), un libro como Las Metamorfosis, de Publio Ovidio Nasón, le parecerá un ejercicio fútil o una pérdida de tiempo, ya que en él se establecen biografías de personajes ficticios (mitológicos para ser precisos); pero no de unos personajes cualquiera, sino de aquellos que conforman el entramado mitológico de la conciencia colectiva de un pueblo (en realidad de dos: el griego y el romano, heredero de aquél en sus mitos). Por tanto, Las Metamorfosis constituirían, para aquel susodicho curioso, algo así como una doble farsa: la elaboración de una genealogía probable (ya erigida en normativa u ortodoxa) de alguien inexistente; es decir: el colmo de la falta de rigor. 

En cambio para un amante de lo mágico; es decir, del sentido oculto que transpira toda realidad --y que solo él puede, en tantos y tantos momentos, intentar dar explicación a lo inexplicable--, las mitologías son algo así como las alforjas donde toda cultura guarda sus más íntimas y queridas perplejidades; sus explicaciones de lo inefable. Para éste, por contraposición a aquél riguroso perseguidor de la verdad (a la que nunca dará alcance, sino es por satisfacer su vanidad), la magna obra genealógica del escritor y poeta sulmonesi es un pozo del tesoro donde hallar las múltiples sugerencias a lo inexplicable que la misma cultura a la que pertenece ha imaginado. Es por tanto un venero inagotable donde han acudido a beber esos muñidores de lo irreal, ignoto o inefable, que son los poetas (los únicos con capacidad para decir con palabras inteligibles lo ininteligible).
El mismo Platón, que tanto cuestionaba o criticaba a los poetas, dramaturgos o pintores --es decir, seres que se dedican a crear o recrear ficciones--, por alejarse de la realidad de las ideas, no dejó de reconocer y demostrar su devoción por los dioses (¿acaso de modo prudente y preventivo, al modo con que un gallego que sin creer en la meigas concluye admitiendo su existencia?).

Por fin, para quien, equidistante entre uno y otro caso (el riguroso amante de la imposible verdad, y el amante de lo mágico posible), solo se sumerge en las vidas de los demás por su interés morboso, sea real o ficticio, o por su capacidad para hacerle pasar un buen rato (como lo haría una película cinematográfica), la obrita en cuestión le parecerá entretenida pues en ella ocurre de todo a multitud de protagonistas: un espléndido abanico de emociones y actitudes que desarrollarán un completo mapa de la psique humana (sugiriendo, incluso, una explicación para esas que suelen ser consideradas inexplicables --a fin de cuentas: ¿no era este el sentido primordial del mito?). En ella nada parece imposible, y los dioses, los titanes, los gigantes, las ninfas, y todos los demás seres extraordinarios que pueblan el imaginario de aquel gran pueblo que fue el griego (abrazado y asumido sin remilgos por ese otro gran pueblo que fue el romano), incluidos los semidioses que alcanzaran la inmortalidad bien por méritos propios, bien por ser híbridos de dioses y mortales, todos, encuentran plausibles --si mágicas-- justificaciones a su genealogía y  a su metamorfosis (Dafne transmutada en lauro por escapar de los excesiva y peligrosamente amantes brazos de Apolo; Narciso mutando su ahogado fin en olorosa y ribereña flor; Midas siendo contradictoria víctima de su aurífero deseo; Acis escapando a la muerte --que le procura un celoso Polifemo endosándole una roca encima-- en forma de río, etcétera); y allí donde se está hablando de una increíble y maravillosa ficción, al rato, nos atrapa y nos conduce por la senda de lo probable a lomos de un reflejo de verdad que encuentra su destino, y su asilo, en nuestro corazón. 

De este venero extraigo hoy, aquí, uno de los mitos más queridos y --para el neófito-- turbadores del acerbo de cuantos intentan explicar las abstrusas relaciones que establece el arte como representación de la realidad, con la realidad más inasible de las emociones. Es un mito que contiene un doble objetivo, un doble protagonista encarnado en el mismo ser, en él confluye el interés del hombre en general con el del artista en particular: Pigmalión. Y esta doble vertiente, este doble sentido, es lo que le hace ser eficaz en un doble espectro que raras veces va unido: el del hombre común --el espectador-- y el del artista --el creador. Ambos, en su cualidad de hombres, se pueden sentir identificados con la leyenda que transmite este misógino escultor (que la mitología hace Rey de Chipre); pero además, en ella, el artista encontrará una clara alusión a su esencia creativa: el hombre como demiurgo capaz de materializar sus sueños, pero que, no obstante, necesitará de la intervención divina para dar un paso más allá y traer al más acá la vida que haga posible que esa materialización se vuelva tibia y acariciadora, participe, en fin, de la misma naturaleza que la de su creador. El sueño hecho realidad de la manera más palpable.
La forma en que voy a exponerlo no sé si ha sido decidida por mí o por el propio espíritu de la historia; o por el alma de sus personajes o, quizá, animado por la voz del mismo Ovidio, que como un sutil e imperecedero eco cruzara tiempo y espacio para ser, así, ocasión y estímulo de la creatividad ajena, y no solo motivo de cita. ¿Qué más elevado destino para un artista que mira más allá de su propio ombligo?
Con ustedes: Pigmalión.
.

Jean Leon Gerôme

PIGMALIÓN

Que soy un rey ni lo confirmo ni lo desmiento, en nada atañe esencialmente o modifica el curso de mi historia; si acaso dotará a esta clase, la de los soberanos, tradicionalmente dedicada a gobernar valiéndose de su autoridad o la delegada en sus validos, de la subalterna cualidad del artesano, y por ello, quizá, más cercana al sentir de todo tipo de gentes. Ya sé que a varios magnos monarcas, a lo largo del tiempo (con especial hincapié en aquella época Oscura, denominada Edad Media), les ha dado por escribir anales, pensamientos y todo tipo de reflexiones; hasta hubo alguno que fue poeta --creo entender desde esta especie de limbo en que me encuentro--... pero, ¿escultor?, sería el primero. Bueno, acepto serlo (¿y por qué no?). Seré rey y cincelador. Seré el primero entre los hombres y el primero entre los artistas --pues en mi época el escultor lo era, por encima del trágico, del aedo o del músico. Que soy misógino por mor de un desafortunado encuentro con la cara oscura de la mujer, representada en esas coetáneas y paisanas mías, las Propétides, a quienes Venus castigara su impiedad condenando la hermosura de sus cuerpos al público disfrute, como dice magistral y poéticamente Ovidio...
"Atrevido se habían, aun así, las obscenas Propétides a negar
que Venus fuera diosa, merced a lo cual, por la ira de su divinidad,
sus cuerpos, junto con su hermosura, cuentan que ellas fueron las primeras en hacer públicos,
y cuando su pudor cedió y la sangre de su rostro se endureció,
en rígida piedra, con poca distinción, se las convirtió."

es algo que sí puedo confirmar. Y no solo porque lo diga Ovidio, sino porque repugnaba a mi natural sensibilidad tener por compañera a alguien capaz de tales iniquidades. [Otra vez el poeta sulmanesi...]

"A las cuales, porque Pigmalión las había visto pasando su vida a través
de esa culpa, ofendido por los vicios que numerosos a la mente
femínea la naturaleza dio, célibe de esposa 
vivía y de una consorte de su lecho por largo tiempo carecía.

Pero qué duro se hace, para esa misma sensibilidad, el celibato, cuando lo que nos pide es cumplido desarrollo, cuando nos exige exuberante florecimiento de sensaciones, que como capullos de rosal de un mismo tallo pujan numerosos. Tormento era mi soledad en el lecho, tormento mi piel huérfana de caricias y exiliada de pieles húmedas, tormento mis ensoñaciones que, aun a mi pesar y consciente determinación, me acosaban continuamente: ojos bellos, capullo reventón la boca, senos firmes, caderas voluptuosas, nalgas prominentes, piernas esbeltas, juncos los brazos, mas... pura la mirada, franco el gesto, limpio el ademán si cariñoso y tierno. ¿Dónde encontrar algo así en la realidad? Yo no quería arriesgarme, la sola idea del fracaso me era insoportable, el imaginar siquiera un periodo de prueba con una mujer que revelara algún rasgo de aquéllas que yo execraba, impías a Venus, me resultaba tan doloroso, que al final --mi nobleza y esmerada educación regia me sirven de gran ayuda-- resisto la tentación, y continúo fiel a mi celibato... Pero también sintiendo ensoñaciones cada vez más poderosas, más reales. Hasta que al fin, tras un sueño asaz turbador, derramado en la nada de las sábanas huecas de presencia soñada, me surge la idea. Una idea salvífica, al menos espero que me resulte consoladora. Me decido, dadas las dotes que los dioses me dieron para modelar figuras, a esculpir el cuerpo deseado, ese soñado, ensoñado y adorado. Mas no lo haré en fría piedra --como el pedernal en que acabaron mis odiadas Propétides-- sino que mi habilidad y mi sensibilidad se volcarán sobre un material más noble, más valioso, más... puro: será en marfil...

"Entre tanto, níveo, con arte felizmente milagroso,
esculpió un marfil, y una forma le dio con la que ninguna mujer
nacer puede, y de su obra concibió el amor."
.
Jean Leon Gêrome

De un enorme colmillo de enorme bestia colmilluda de la Libia me serví para llevar a cabo mi obra. A cada esquirla, a cada lima, a cada pulimento que daba a cada curva, surgía ante mis ojos el producto de mis sueños y mis anhelos, ellos guiaban mi mano, más que mi habilidad; más que mi técnica, mi deseo; más que el producto de la reflexión y el cálculo de proporciones, el pálpito de mi corazón y el ansia con que manejaban el buril las yemas de mis dedos. Poco a poco fue brotando de la noble materia la más noble figura: ebúrnea, hermosísima como ninguna mujer de carne y hueso (no se equivocó lo más mínimo el poeta latino). Y mi deseo, mi amor volcado en sueños, en ausencias, en vacíos, se fue llenando, vertiéndose en aquella figura del color de la crema, del color de la pálida piel... ay, demasiado pálida. Mis manos acariciaban las duras formas que mi corazón reblandecía. Y un día me sorprendí besando aquellos labios turgentes, acariciando con dedos gozosos aquellos senos perfectos, o sus muslos bien torneados,... y el deseo fue tanto, el amor tan loco y tan vívido, que acabé tendiéndola en mi lecho para que velara mis sueños y recibiera mis atenciones: su piel de marfil entibiándose con mi piel de hombre anhelante, amante de un delirio [qué bien lo describe el ilustre Ovidio...]

"De una verdadera virgen es su faz, a la que vivir creerías,
y si no lo impide el respeto, que quería moverse:
el arte hasta tal punto escondido queda en el arte suyo. Admira y apura
en su pecho Pigmalión del simulado cuerpo unos fuegos.
Muchas veces las manos a su obra allega, tanteando si sea
cuerpo o aquello marfil, y todavía que marfil es no confiesa.
Los labios le besa y que se le devuelve cree y le habla y la sostiene
y está persuadido de que sus dedos se asientan en esos miembros por ellos tocados,
y tiene miedo de que, oprimidos no le venga lividez a sus miembros,
y ora ternuras le dedica,..."

Y no me conformo con gozarla en sueños o ensoñado, o delirando, su perfectas formas, sino que ascendiéndola en su rango de real naturaleza, y personificando su mudo ser marfileño, la visto con suntuosos ropajes, mantos, gasas, velos, que ora encubren, ora sugieren, ora realzan, la suavidad de sus bellas formas, y la hago regalos que a cualquier adolescente pura alegrarían (y no los caros ungüentos, no las más disparatadas joyas, no las bebidas licorosas que enturbian la mente de las Propétides): sencillas pedrerías que han sido talladas durante eones por las sabias manos de la naturaleza, y que en los lechos de los ríos cantan al paso de las corrientes crecidas de primavera, o conchas que recojo yo mismo en paseos por la playa (mientras en ella pienso: que ella conmigo camina recogiéndolas y se las ofrezco, y me contesta, discreta, con una sonrisa), y florecillas campestres, e incluso alguna avecilla de bello canto...
Mas, además de éstos sencillos presentes, no dejo de, tímidamente, colocarle alguna gema en los dedos que ella mira con sus ojos cóncavos, o algún colgante o collar de fino y labrado oro, al que se engastan perlas que los comerciantes fenicios traen del lejano Oriente. Nada para ella es mucho, todo para mí se me hace poco... [y sigue el bardo...]

...ora gratos a las niñas,
presentes le lleva a ella de conchas, y torneadas piedrecillas
y pequeñas aves y flores de mil colores,
y lirios y pintadas pelotas y, de su árbol caídas,
lágrimas de las Helíades1; orna también con vestidos su cuerpo:
da a sus dedos gemas, da largos colgantes a su cuello;
en su oreja ligeras perlas, cordoncillos de su pecho cuelgan:
todo decoroso es; ni desnuda menos hermosa parece.
La coloca a ella en unas sábanas de concha de Sidón2 teñidas,
y la llama compañera de su lecho, y su cuello,
reclinado, en plumas mullidas, como si de sentirlas hubiera, recuesta.

Jean Raoux

¿Y qué, si llegado el día de la ofrenda a Venus, que en mi reino --caso de ser yo el Rey-- es el más sagrado del calendario, yo su intercesión invoco? ¿Y qué si le pido a la diosa del amor, que mi amor premie? ¿Y qué si no atreviéndome a pedir infunda vida en mi obra de marfil, le sugiera me provea una como ella? ¿Pues qué? ¿Es que acaso, puestos en la tesitura de mi ya inocultable delirio de amor, no puedo enmendar mi misoginia y decida unir mi vida, por amor renacida a otra dimensión, a una mujer, no ya como aquellas arteras Propétides denostadas, sino como la virgen dulce y perfecta que mi anhelo ha dictado a mis manos? Ah, si hubierais visto como yo vi a la misma diosa --¿o fue tal vez producto del mismo delirio?-- aparecer y sonreírme, y hacerme un gesto de asentimiento con aquella cara de belleza arrebatadora, que me pareció ya suficiente premio el haber podido contemplar --siquiera fuera en sueños de razón arrebatada--; cómo los signos todos, en aquella ofrenda, parecían sonreírme y avalar mi petición... [y Ovidio continúa dorando su pluma...]

"El festivo día de Venus, de toda Chipre el más celebrado
había llegado, y recubiertos sus curvos cuernos de oro,
habían caído golpeadas en su nívea cerviz las novillas,
y los inciensos humaban, cuando, tras cumplir él su ofrenda, ante las aras
se detuvo y tímidamente: "Si, dioses, dar todo podéis,
que sea la esposa mía deseo" --sin atreverse a "la Virgen 
de marfil" decir-- Pigmalión, "semejante", dijo, "a la de marfil".
Sintió cómo ella misma asistía, Venus áurea, a sus fiestas,
los votos aquellos qué querían, y, en augurio de su amiga divinidad,
la llama tres veces se acreció y su punta por los aires trujo.

Cuando, acabadas las fiestas, y arrobado por la aparición de la diosa, regresé en busca de mi amada de marfil, y la abracé enardecido por la experiencia vivida, y la besé... ¿Qué creeríais que sucedió? ¡Oh, dioses del Olimpo, musas del Parnaso, Apolo que doras con tus rayos la mente de los hombres, y les das la luz del conocimiento! Oh, tú, mi romana Afrodita, Venus nacarada, hija de la espuma, la más bella de las bellas,... Al posar mis labios sobre los suyos, la dureza del bien labrado marfil había desaparecido, su temperatura entibiado, su textura mudado en el flexible labio ahora henchido de mucosa y humor vital. Su color crema tomar el matiz levemente rosáceo de la piel regada por la venas, su carne ya no imaginada sino mullida molla de mujer --marfil quintaesenciado--, por momentos, ante mi beso, transmutarse toda, y caer amoldándose en mis brazos como una diosa durmiente que volviera del sueño en que se soñara marfil y recuperara su naturaleza de conductos y tegumentos, y ojos de color, y brillo inusitados, y aliento tibio, y latir de venas bajo mis dedos, sentí. La diosa, mi diosa, Venus Verticordia3, se apiadó de mí, he hizo de mi sueño una realidad... [y concluye el insigne Nasón...]

"Cuando volvió, los remedos busca él de su niña
y echándose en su diván le besó en los labios: que estaba templada le pareció;
le allega la boca de nuevo, con sus manos también los pechos le toca.
Tocado se ablanda el marfil y depuesto su rigor
en él se asientan sus dedos y cede, como la del Himeto4 al sol,
se reblandece la cera y manejada con el pulgar se torna
en muchas figuras y por su propio uso se hace usable.
Mientras está suspendido y en duda se alegra y engañarse teme,
de nuevo su amante y de nuevo con la mano, sus votos vuelve a tocar;
un cuerpo era: laten tentadas con el pulgar las venas.
Entonces en verdad el Pafio, plenísimas, concibió el héroe
palabras con la que a Venus diera las gracias, y sobre esa boca
finalmente no falsa su boca puso, y, por él dados, esos besos la virgen
sintió y enrojeció y su tímida luz hacia las luces
levantando, a la vez, con el cielo, vio a su amante.
A la boda que ella había hecho, asiste la diosa, y ya cerrados
los cuernos lunares en su pleno círculo nueve veces,
ella a Pafos dio a luz, de la cual tiene la isla el nombre.

Anne-Louis Girodet de Roussy-Trioson 
.
¿Cómo no agradecer a Venus su divina intercesión? ¿Cómo no creer que si virtuoso y piadoso los dioses no te han de conceder tu merecida recompensa? Yo solo puedo decir que me sentí como un nuevo demiurgo, un creador por una vez, que modelando sus deseos lo hizo con tal fervor y confianza, y amor, y entrega de sí, y todo ello, ofrendado a quien lo propiciaba con tan sincero sentimiento, que el destino fue torcido por la voluntad de los dioses, sí, pero a instancias de mis deseos puros e inmarcesibles. 

Al fin, aquí doy por terminada esta crónica reseñada y aureolada por tan ilustre poeta, que si un día fue exiliado de su patria por el Emperador de Roma, no lo fue por defecto de amor, antes bien al contrario, por muy bien amar la naturaleza de los hombres --y, por supuesto, amar bien a las mujeres--, lo que le trajo el inconveniente de la envidia y los celos, siempre como adustos buitres esperando su oportunidad. 
Yo viví con Galatea --que así la llamé--, feliz como nunca imaginé se pudiera vivir con mujer alguna. Aunque, de vez en vez, ella se quedaba mirando al horizonte y parecía volver a adquirir la consistencia del marfil, pues ni veía, ni oía, a quien a ella se dirigía. En esos momentos en sus ojos destellaba un brillo especial, un brillo casi inquietante, como el de una luciérnaga en el fondo tenebroso de un abismo. Nunca supe qué se le pasaba por la cabeza en aquellos momentos --si es que algo le pasaba por ella--, pues a mis preguntas, cuando volvía en sí, contestaba con un gesto indescriptible que no sabría siquiera aventurar: parecía una sonrisa, pero también una leve mueca; en ella podía haber ironía, pero también comprensión... Sí, quizá se apiadase de mí: yo, Pigmalión el regalado. A veces llegué a pensar que en aquella mirada absorta, en aquellos momentos de ensimismamiento marfileño, reconocía yo algo muy familiar, algo parecido a una perplejidad anhelante que a veces, antes de esculpir aquella figura, me asaltaba en sueños. De hecho Pafos, nuestro hijo, era la viva imagen de mi deseo satisfecho, y cuando lo miraba, la angustia que a todo mortal le produce la muerte desaparecía inmediatamente, diluida en aquellos ojos por los que yo mismo creía mirar...
Si fui rey o no lo fui, si fui escultor o no lo fui, es lo de menos; lo importante, lo que subyace en esta historia legendaria, es..., es... bueno, ya saben a lo que me refiero, lo están pensando ahora mismo.

1Helíades: en la Mitología griega, hijas de Helios, el dios del sol, y de la oceánide Climene. Según las fuentes fueron tres, cinco o siete. A la muerte de Faetón, su hermano, al desbocarse los caballos del carro de su padre, ellas lloraron durante cuatro meses, sus lágrimas fueron convertidas en ámbar, y a ellas, los dioses las transformaron en álamos.
2Concha de Sidón: la perteneciente a un género de molusco gasterópodo presente en la Cuenca Mediterránea, utilizada en la antigua Grecia para teñir de púrpura los tejidos. Muy apreciada por su alta cotización (10.000 denarios la libra de conchas).
3Venus Verticordia: transformadora de corazones. La protectora contra el vicio, que se celebraba el 1 de Abril.
4Himeto: Monte situado al sur de Grecia, en el cual, según la leyenda, habitaban unas abejas que hacían la miel más rica y la cera más suave de todo el país.


Franz von Stuck
.
-o-o-
.
Serie de Edward Burne Jones sobre Pigmalion


   
El Corazón desea - La Mano se contiene - La Divinidad inflama - El Alma consigue
.
-o-o-o-

Pygmalion
(film de 1938)

Preciosa recreación libérrima del mito de Pigmalión, obra del dramaturgo irlandés George Bernard Shaw. Versión, esta que aquí se ofrece, previa a la célebre My Fair Lady (George Cuckor, 1964); con un convincente Rex Harrison y una espléndida Audrey Hepburn).
Leslie Howard (quien se haría archifamoso, un año después, por su papel de caballero sudista en la mítica Lo que el viento se llevó) interpretaría al profesor Henry Higgins; una desconocida Wndy Hiller daría réplica a la vendedora de flores deslenguada Eliza Doolittle; y el mismo Howard, asistido por Anthony Asquith, la dirigirían.
Esta original versión no gozaría de la misma fama que su legendaria secuela musical, pero no por ello carece de encanto y, sobre todo, de fidelidad al original dramatúrgico (el guión estuvo a cargo del mismísimo Bernard Shaw).


.
-o-o-

GALERÍA

PIGMALIÓN Y GALATEA

DIBUJOS Y GRABADOS

Pygmalion and Galatea (childs), French Painter
.
 Pygmalion and Galatea, 16th century, italian
.
 Pygmalion and Galatea, 19th Century, french
.
 Pygmalion and Galatea_Antoine Dennel
.
 Pygmalion and Galatea (Etching) - Léon Davent, After Francesco Primaticcio
.
 Pygmalion and Galatea, Engraving 19th century
.

PINTURA

Pygmalion and Galatea, Ilustración miniada
.
 Pygmalion and Galatea, Anton Wilhelm Tischbein, 1786-1800
.
 Pygmalion and Galatea - Agnolo Bronzino and probably Jacopo Pontormo, ca 1530
.
 Pygmalion and Galatea - Neapolitan School
.
Pygmalion and Galatea - 18th century, Germany
.
 Pygmalion and Galatea - François Boucher
.
 Pygmalion and Galatea - François Lemoyne
.
 Pygmalion and Galatea - Henry Howard (after)
.
 Pygmalion and Galatea - Jean Baptiste Regnault
.
 Pygmalion and Galatea - Jacques Stella
.
 Pygmalion and Galatea - Louis Jean François Lagrenée
.
Pygmalion and Galatea - Louis Lagrenee
.
 Pygmalion and Galatea - Matthäus Terwesten
.
 Pygmalion and Galatea - Laurent Pecheux (Pescheux), 1729-1821
.
 Pygmalion and Galatea - Victor Louis Hugue
.
 Pygmalion and Galatea - Louis Gauffier
.
 Pygmalion and Galatea - Jean Jacques Lagrene, 1774
.
Pygmalion and Galatea - Godfried Schalcken
.
Pygmalion and Galatea - Lasarasu
.
 Pygmalion and Galatea - Jean Leon Gerome
.
 Pygmalion and Galatea - Konstantin Makovsky (Russian, 1839-1915)
.
Pygmalion and Galatea - Hetrnst Normand
.
 Pygmalion and Galatea - Giulio Bargellini. 1896_
.
Pygmalion_Paul Delvaux
.
Pygmalion and Galatea - Isamu Noguchi (Photograph)
.

ESCULTURA

Auguste Rodin 

.
.

...

Etienne Maurice Falconet

.
.
.
.
.
.
.
.
.

Sculpture based on painting by Jean Léon Gérôme - Hearst Castle

.
...
-o-o-o-