lunes, 23 de abril de 2012

Variaciones sobre la Mentira (1)




Variación:
3. f. Mús. Cada una de las imitaciones melódicas de un mismo tema.
Mentira:
4. tr. desus. Falsificar algo.
DRAE

Vivimos en un mundo de mentira
el de verdad se nos escabulle entre las concesiones, 
las renuncias y los miedos.
Verdades dolorosas. Héctor Amado

Introducción
Si he elegido la tercera y cuarta acepción, respectivamente, recogidas en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua para definir los términos variación y  mentira, es para expresar con ellas la intencionalidad de los siguientes posts. Otros significados hay para el concepto variación, muchos engloba la palabra mentira; todos estarán implícitos, en mayor o menor medida, más o menos oportunamente, en lo que se tratará, pues el meollo, la molla o el fundamento de sus textos versarán sobre  ese busilis alrededor del cual gira la propia sustancia del ser humano: la mentira como razón de su ser.
Y si he elegido esa cuarta acepción, con toda la idea y la intencionalidad ha sido: pues es el ser humano el gran (por no decir, único) falsificador de la Naturaleza, valga decir de la Vida. No pudiendo arrogarnos la facultad de penetrar en otros seres, y, por lo tanto, siéndonos imposible acceder a su conciencia de la existencia, habremos de considerarnos los únicos falsificadores, los únicos seres con capacidad para la mentira. 
Esta mentira está mucho más presente en nuestras vidas de lo que pensamos, ya que el mismo pensar es en sí una especie de falsificación  de la realidad. Las diversas creencias, las diferentes teorías, las múltiples religiones, los sistemas filosóficos, sociales, políticos o económicos, no son sino variaciones de esa mentira inherente al ser humano, necesaria e imprescindible (¿o no?) para hacer posible su viabilidad social (en la que se funda su éxito evolutivo), y hasta es posible que lo sea --imprescindible-- para su mismo éxito como individuo.

Variaciones, en tanto en cuanto se tratará de la mentira consustancial al ser humano desde las diversas perspectivas, desde las diversas manifestaciones, desde los diversos modos o tipos con que esa mentira se sustancia en el vida del hombre. Grandes mentiras y mentiras pequeñas; mentiras primordiales y mentiras consecuentes; mentiras bellas y feas mentiras; mentiras necesarias y mentiras superfluas; mentiras verdaderas y verdaderas mentiras... De casi todo ello se hablará, y, en la medida de lo posible, como siempre, se ilustrará: con imágenes, con música, con secuencias; como soporte y refuerzo de los textos.
No es menos mentira un ensayo filosófico que un relato fantástico; no menos La Crítica de la Razón Pura, que Las Mil y Una Noches. Ambas surgen de la poderosa imaginación del intelecto humano con vocación de ser antídotos contra el tedio, pero también por irremediable impulso creativo de una mente que se hurta a la impresión de no ser más que sierva de la necesidad. El hombre miente y se miente para sobrevivir: su intelecto no está ahí para ser utilizado a modo de foco para hallar la Verdad, sino para blandir la mentira con éxito, un éxito que le permita vivir sin el temor constante al vértigo del acabamiento. 
El lenguaje es su segunda mentira (tras el intelecto), es la manera artificiosa y convencional que el hombre tiene de traducir la imagen mental que cada individuo posee de las cosas (no la cosa en sí, sino la percepción particular que cada cual, en un momento dado, tiene de ellas) en una imagen ideal de todas ellas. Esto, que pueda chocar a muchos precisamente porque ya, con el uso, damos por hecho un determinado significado y valor de los conceptos, no solo no debería causar perplejidad sino que es el cimiento sobre el que se ha erigido el edificio de la Humanidad
¿Puede el ser humano hacer otra cosa? ¿Puede no mentir, no mentirse? Mi mentira verdadera me induce a pensar que solo en aquellos casos de conocimiento inmanente, no reflexivo, llamémosle "místico", sería posible tal cosa. En todos los demás casos, cuanto más intervenga el intelecto, cuanto más la razón, más nos alejaremos de la Verdad --en caso de que haya algo que pueda tenerse por tal--.
Todo esto no son más que enunciados. Y enunciados abstrusos, lo sé. Por eso, consciente de mis limitaciones, y más consciente aún de los bellos edificios erigidos por quienes me han precedido, me apoyaré en textos ajenos para revestir del purpurado manto de la autoritas mi especulaciones... 


La Molla
Un texto en especial, enormemente didáctico, inagotable, sugestivo, dotado de la múltiple y rara cualidad que aúna profundidad intelectual, lucidez, honestidad y belleza. Se trata de:
Sobre Verdad y Mentira en Sentido Extramoral
opúsculo, menor en extensión pero mayor en su claridad y sencillez expositiva, escrito por Friedrich Wilhelm Nietzsche, y publicado tras su muerte (1903). En él se expresan algunas de las líneas básicas de su pensamiento, ése que corre como un reguero de pólvora en el último tercio del siglo XIX y cuyo resplandor, lejos de ser efímero, provocó una reacción en cadena de múltiples y soberbios fogonazos que alumbraron todo el pensamiento del siglo XX, y que aún perduran. Toda vez arrumbado ese vulgar y torpe intento de utilización por un movimiento enraizado en la barbarie y la ignorancia (me refiero, obviamente al torticero, sesgado y equívoco uso que los nazis hicieran de sus sorprendentes intuiciones), el pensamiento de Nietzsche puede volar como él quería: libre de lastres y querencias; libérrimo y audaz, más allá de lo anarco, más acá de lo místico, fuera de lo convencional, dentro de lo humano --de lo demasiado humano--. Él aunó el rigor del filólogo, la curiosidad del filósofo y la pasión del poeta, el resultado: un universo de luz: ya de sol de mediodía, ya de rutilar de estrellas; ya de ocaso que amanece, ya de alba anochecida.
Como declaración de intenciones, yo diría con uno de sus mejores críticos, Gilles Deleuze:
"Aquellos que leen a Nietzsche sin reírse y sin reírse mucho, sin reírse a menudo, y a veces a carcajadas, es como si no lo leyeran."
Con ello se quiere decir: que el hombre que filosofaba a martillazos también era el hombre que reía, que reía al aceptar la vida tal cual es, sin ponerla reparos (un hombre que toda su vida estuvo acosado por el dolor y las limitaciones físicas, y que no solo no generó frustración ni resentimiento sino que fue capaz de rezumar el más irreductible optimismo). Y tanto la aceptaba, tal era su risueña aceptación, que concluyó con la teoría más esperanzadora y más revolucionaria que el hombre jamás enunciara: ¿Ah, sí. Esto era la vida? Pues otra vez. La teoría del Eterno Retorno, necesitaba un hombre a su medida, un hombre con valor, con coraje, un hombre que se aceptase a sí mismo en el vértigo de la finitud infinita; y para ello, Nietzsche, imaginó, pergeñó y enunció una segunda teoría que diese carta de naturaleza a ese hombre: El Superhombre, que nada tiene que ver con super-poderes, pero sí con la tercera teoría que fuera puente entre estas dos: la de la Voluntad de Poder, una voluntad esencial, no mezquina, que va más allá de la simple capacidad volitiva, siendo, constituyéndose, la verdadera razón de la existencia, aquella sobre la que el alma cabalga para tender hacia el horizonte de lo posible.

El Plan
En la serie de entradas que siguen (un mínimo de cinco) desglosaré el opúsculo citado (en cuatro entregas el Primero de los dos capítulos de los que consta, y la quinta con el Segundo), que irá acompañado de diferentes contenidos, todos ellos referentes a la caleidoscópica mentira que como verdad va recreando el ser humano en la vida; así: textos: relatos, poemas, artículos; pintura: Franz von Stuck; música: Richard Wagner: Der Ring des Nibelungen (tetralogía) + Parsifal .

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Sobre Verdad y Mentira en Sentido Extramoral (1)
(Friedrich W. Nietzsche)

I
En algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables  y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras un par de respiraciones de la naturaleza, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer. --Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente, cuán lamentable y sombrío, cuán estéril y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo  eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se acabe todo para él, no habrá sucedido nada. Porque no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero si pudiéramos entendernos con un mosquito, llegaríamos a saber, que también él navega por el aire con ese mismo pathos y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza tan despreciable e insignificante que, con un mínimo soplo de aquel poder del conocimiento, no se hinche inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de cuadra quiere tener sus admiradores, el más orgulloso de los hombres, el filósofo, quiere que desde todas partes, los ojos del universo tengan telescópicamente puesta su mirada sobre sus acciones y pensamientos.

Es remarcable, que tal estado lo produzca el intelecto, él que, precisamente, sólo ha sido añadido como un recurso a los seres más desdichados, delicados y efímeros, para conservarlos un minuto en la existencia; de la cual, por el contrario, sin ese añadido, tendrían toda clase de motivos para huir tan rápidamente como el hijo de Lessing. Ese orgullo ligado al conocimiento y a la sensación, niebla cegadora colocada sobre los ojos y sobre los sentidos de los hombres, los engaña acerca del valor de la existencia, pues lleva en él la más aduladora valoración sobre el conocimiento mismo. Su efecto más general es el engaño —aunque también los efectos más particulares llevan consigo algo del mismo carácter.

El intelecto, como un medio para la conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas primordiales en la ficción, pues ésta es el medio por el cual se conservan los individuos débiles y poco robustos, como aquellos a los que les ha sido negado, servirse, en la lucha por la existencia, de cuernos o de la afilada dentadura de los animales carniceros. Este arte de la ficción alcanza su máxima expresión en el hombre: aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la hipocresía, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, el teatro ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante ante la llama de la vanidad es hasta tal punto la regla y la ley, que apenas hay nada más inconcebible que el hecho de que haya podido surgir entre los hombres un impulso sincero y puro hacia la verdad. Se encuentran profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños, sus miradas se limitan a deslizarse sobre la superficie de las cosas y percibir formas, sus sensaciones no conducen en ningún caso a la verdad, sino que se contentan con recibir estímulos y, por así decirlo, jugar un juego de tanteo sobre el dorso de las cosas. Además, durante toda la vida, el hombre se deja engañar por la noche en el sueño, sin que su sentimiento moral haya tratado nunca de impedirlo; mientras que parece que ha habido hombres que, a fuerza de voluntad, han conseguido eliminar los ronquidos. En realidad ¿qué sabe de sí mismo el hombre? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque sólo fuese una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso sobre su propio cuerpo, de forma que, al margen de las circunvoluciones de sus intestinos, del rápido flujo de su circulación sanguínea, de las complejas vibraciones de sus fibras, quede recluido y encerrado en una conciencia orgullosa y embaucadora? Ella ha tirado la llave, y ¡ay de la funesta curiosidad que pudiese mirar, por una vez, hacia fuera y hacia abajo, a través de una hendidura del cuarto de la conciencia  y vislumbrase entonces que el ser humano descansa sobre la crueldad, la codicia, la insaciabilidad, el asesinato, en la indiferencia de su ignorancia y, por así decirlo, pendiente en sus sueños sobre el lomo de un tigre! ¿De dónde procede en el mundo entero, en esta constelación, el impulso hacia la verdad?

En la medida en que el individuo quiera conservarse frente a otros individuos, en un estado natural de las cosas, tendrá que utilizar el intelecto, casi siempre, tan sólo para la ficción. Pero, puesto que el hombre, tanto por necesidad como por aburrimiento, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz, y conforme a éste, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande  bellum  omnium contra omnes . Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese enigmático impulso hacia la verdad. Porque en este momento se fija lo que desde entonces debe ser verdad, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida  y obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de la verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad  y mentira. El mentiroso utiliza las
legislaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, yo soy rico cuando la designación correcta para su estado sería justamente pobre. Abusa de las convenciones consolidadas efectuando cambios arbitrarios e incluso inversiones de los nombres. Si hace esto de manera interesada  y conllevando perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él y, por ese motivo, le expulsará de su seno. Por eso los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados por engaños. En el fondo, en esta fase tampoco detestan el fraude, sino las consecuencias graves, odiosas, de ciertos tipos de fraude. El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida, es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan tener efectos perjudiciales y destructivos. Y además, ¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?.

(continuará)

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GALERÍA
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Franz von Stuck
(1863-1928)
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Alegorías
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Frühling (1) con marco
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Frühling (1)
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Frühling (2)
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Sinnlichkeit (Sensualidad) (1)
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Sinnlichkeit (Sensualidad) (2)
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Sinnlichkeit (Sensualidad) (3)
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Die Sünde (el Pecado) (1)
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Die Sünde (el Pecado) (2) con marco
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Die Sünde (el Pecado) (2)
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Die Sünde (el Pecado) (3)
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El Guerrero
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Die Liebesschavkel
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Wilde Jagd
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Der Krieg
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La Inocencia
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Primavera
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Monna Vana
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Cinderella (Cenicienta)
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Amor
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Viento y ola
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