miércoles, 9 de mayo de 2012

Gustave Moreau y otros Simbolismos (1)




El mundo es un objeto simbólico.
Salustio

Pasaban dos zapatos por el valle,
la tierra los oía temblando
Blanco. J.E. Cirlot

¿Símbolos?
¿Para qué iba a necesitar símbolos el hombre?
Le basta con abrir los ojos --abrirlos bien--
para contemplar una realidad fantástica:
su fabulosa e impredecible naturaleza,
su carácter de permanente demiurgo,
la fantasía que él mismo atesora
y la que, sin duda, él mismo es.
El ser humano no es más que un símbolo,
la Idea visible y condensada, de Lo Que Es.
Pensamientos impensables. Héctor Amado


Introducción
En 1886 Jean Moréas publicó su manifiesto simbolista. En él defendía una perspectiva estética ante la vida que surgía como reacción a un realismo y un naturalismo que privaba al hombre de esperanza... y de verdad. No, no es que Flaubert o Zola no tuvieran su razón de ser (ellos, al fin, solo reaccionaron ante un romanticismo que ya rayaba en lo grotesco); es que la realidad había vuelto a mostrar que los presupuestos de los hombres pertenecen, por muy realistas que quieran ser, al reino de la probabilidad (y las más de las veces de la fantasía). El fantasma del romanticismo que éstos combatieran se volvería a encarnar, no de la misma forma, pero sí con mucho de su fondo: la emoción, el color, un idealismo que en este caso va más allá (y no más acá), intentando ver lo que se esconde del otro lado del alma (y no ya del corazón). Si el romanticismo buscaba expresar el alma del corazón, el simbolismo hará lo propio con el corazón del alma. Así sentenciaría Moréas

"En este arte, las escenas de la naturaleza, las acciones de los seres humanos, todos los fenómenos concretos no se manifestarían por sí mismos, sino en las apariencias sensibles destinadas a representar sus afinidades esotéricas con las Ideas primordiales."

Y con ello abriría la puerta a una sensibilidad subjetiva a la búsqueda de la Ideas Primordiales emanadas en las cosas. Es un arte eminentemente subjetivo por tanto, no ya objetivo como en el naturalismo o el realismo. En él -el simbolismo-- está el germen de surrealismo posterior (con quien, de hecho coquetearía, influenciándose mutuamente hasta mediados del siglo XX). Y es un arte que, además, siempre ha estado ahí, impregnando en mayor o menor medida todos los estilos previos, dándoles materia y soporte, como un fino hilo de oro más o menos presente en el entramado de la historia --y de la Historia del arte--. Lo que caracteriza al Simbolismo como expresión singular en el determinado momento en que se revela como tal es la concentración y el ensimismamiento en sus premisas y en su doctrina; ya que, como diría Walter Andrae,

"El que se asombre de que un símbolo formal pueda no solo permanecer vivo durante milenios, sino también retornar a la vida después de una interrupción de miles de años, debería recordar que el poder del mundo espiritual, del que forma parte el símbolo, es eterno."
...

No pretendiendo un objetivo erudito --erudición que no poseo-- ni en exceso especializado --porque no es el cometido de este espacio--, solo deseo poner en antecedentes los próximos posts dedicados a Gustave Moreau (1826-1898) y al movimiento del que fuera heraldo, en su faceta pictórica.
Hay cuanto menos dos vertientes diferenciadas en su estilo; vertientes determinadas por su influencia del romanticismo academista y de Théodore Chassériau --éste, a su vez alumno de Ingres y Delacroix, algo que se notaría en la obra de Moreau-- por un lado; y , por otro, una evolución más personalista, tras un segundo viaje a Italia (1857-59), que marcaría los casi treinta años de segunda etapa, en la que el color prevalece sobre la forma, y las figuras pierden volumen y detalle para ganar en sugerencia y sutilidad (e incluso, en algunas obras postreras, con incursiones en lo abstracto).
En su obra, el cuerpo masculino y el femenino, a veces, llegan a solaparse, a acercarse hasta la ambigüedad de lo andrógino; pero la delicadeza, en última instancia, y un imperceptible tratamiento de las formas sinuosas propias del Eterno Femenino logran el efecto de una milagrosa sensualidad a medio camino --ambigüedad otra vez-- entre lo espiritual y lo voluptuoso, entre lo alegórico y lo carnal, entre la femme fatale mais pas beaucoup (más de diez versiones idealizadas de Salomé o Dalila lo atestiguan) y la dame de mon plaisir (encarnada en varias damas del unicornio, y heroínas sublimadas, desprovistas de su carga meramente erótica, para cobrar la encantadora, la trascendente, la simbólica: l'Eternel Feminin). En sus cuadros más simbolistas: el color en explosión de primarios con tal exuberancia que matiza los blancos ebúrneos de los desnudos, prestándoles la condición de un sugerido arco iris surgiendo del prisma sensual de la carne difuminada, apenas contenida en límites imprecisos.

Acompañando la Galería pictórica transcribiré, junto a obra propia, algunos ejemplos de simbolismo literario, preferentemente de ese gran desconocido de nuestra literatura que es Juan Eduardo Cirlot (1916-1973). Figura señera y señora de nuestro margen, de nuestro acervo más auténtico y personal, más quijotesco. Voz propia y singular donde las haya, con una vasta y ecléctica obra, esteta de esencia plural, crítico de arte agudísimo, poeta inmenso e inagotable, conquistador de regiones ignotas e inhóspitas (mais pas de tous). Hombre de escritura difícil, a menudo inquietante, siempre alejada de obviedades y lugares comunes, arqueólogo de símbolos, pintor de ideas y pensamientos, forense de ectoplasmas literarios. Es, Cirlot, el hombre oculto, el Diógenes vagabundo con farol donde arde el fuego de dioses olvidados... Es, también, el hombre enamorado de una ficción (El Señor de la Guerra, film de Franklin J. Schaffner, realizado en 1965), de la protagonista de esa ficción (Rosemary Forsyth), de su ficticio personaje, tan real y anhelado para un corazón extraño y extrañado (Bronwyn --"lo que llamo Bronwyn es el centro del lugar que dentro de la muerte se prepara para resucitar... es lo que renace eternamente"), hasta el punto de recrear una nueva estética en su obra, de ser un punto de inflexión en la misma, y a quien dedicaría un ciclo poético (Bronwyn I-VIII, y N, X, Y, Z). El hombre que escribiría un Diccionario de Símbolos, simbolista tardío en la irrealidad trasudada de aquella Europa de postguerra de los años cincuenta. Laberinto y hombre, y abismado centauro, y aun lene hilo de una Ariadna que se asomaba a sus ojos buscando al imbécil de Teseo, del que abjuró. Fuego, fuego fatuo del Espíritu que busca tesoros escondidos, y encuentra gemas que pocos ven como tales (siquiera cuentas de vidrio o plástico gris, impenetrables), y con ellas alimenta su llama que en vida se derrama, y en fragor mudo que nada cuenta contándolo todo.

-o-

Sueño (dios me perdone) que soy pensamiento que cree habitar la mente de Juan Eduardo Cirlot

Esconde la apariencia más de lo que muestra. No lo esconde, más bien permanece oculto a nuestra vista, lo disfraza. Cegados por la apariencia de las formas groseras que gritan, no vemos sino lo grosero que se hace oír. Nuestro mirar permanece deslumbrado por lo que no deslumbra: apenas claridad velada de otra realidad, esta sí, deslumbrante. Entienden ojos que no ven pero que saben. Vislumbran regiones invisibles, iluminadas por colores que se sienten, sin ver. Ojos blandos como una emoción; un sentimiento aullador los contempla. La riqueza del color no sometido, fluyendo por lienzos-mundo como ríos hacia un mar de sentido profundo. La premonición es un lazarillo inquieto que da palos de ciego y pinta realidades increíbles (por eso son hermosas). De la mano de un pálpito caminamos, niños desolados, en las tinieblas... hasta que damos con un océano de color que ondea sobre el viento. El pálpito se abraza a las olas y persiste en dejarse arrastrar hacia su polícromo e inefable fondo, allí donde moran las sirenas de cuerpos flamígeros y levantan sus palacios de lapislázuli los sueños de la luna. ¡Cuántas veces soñamos que somos otro, siendo el mismo, ya cansado de serlo: tullido y sordo el corazón, vuelto crucero de marga; ciega y muda el alma, venida a vidriera de alabastro!

Escala el ansia por paredes de hielo candente y denso, grisura poliédrica; trepa por grises chimeneas viscosas hacia una cima que no ve, donde le espera un cielo presentido de cálido y suave plumón tintado de azules amarillentos y verdes rojizos. Uñas de plata y hastío se aferran a lo indecible para izar mi gravidez nonata. El miedo me lastra; pende, como un colgajo inútil a un viejo sin esperanza, entre mis piernas aún hercúleas para nada. Subo, arco iris de colores imposibles buscando el sol que me refracte: busco la cima profunda que habita el sueño, y envío el ansia hacia lo alto de lo insondable, donde los colores reflejan las curvas inmarcesibles de la voluptuosidad soñada, siempre soñada (aun en el cuerpo que se acaricia y se goza: se escapa el sueño a la yema y al labio. La voluptuosidad tiene la naturaleza de lo inasible, detenta vocación escapista).

En la lujuria del color y la forma, y del sonido que se retuerce o sincopa, respira un latido que anuncia lo eterno. Lo busco porque lo intuyo mientras cabalgo famélicos y umbrosos atardeceres, mientras deambulo perdido, cargado pesadamente con mi estupidez. Es mi estulticia del color desvaído de las fachadas asoladas, repintadas por cansinos días a brochazos de soles consternados.
¡Asombro! La boca cerrada: no frecuento el aspaviento; mi pasmo es de constelaciones silenciosas, de temblor imperceptible, de bocanada yóguica y suspiro cauto.
Accedo a la galerna de sospechas y disfraces delatados, desarbolan la idiotez que me gobierna con espuelas de nailon trasnochado y riendas de obsoleto escay. Son mis herraduras uñas laqueadas, mis coces collejas de vilano: con ellas azoto el viento cargado de mostaza y hoyo los senderos de papel de plata que llevan a los cielos presentidos de papel de estraza azul.

Pienso que me pienso sin pensarme, que no soy más que pensamiento desleído en la impotencia del pensar. Pienso que sueño que pienso, sin soñar. Pienso y escribo, escribiendo sin pensar.
El color me salva, con sus espumantes olas atiborradas de sirenas; con sus agudas flechas de impresiones ponzoñosas: lánguidos martirologios de sensaciones agobiantes, turbadoras. El color me salva tragándome hacia su fondo de trasfondo significativo, de emoción inabarcable: ¡las sirenas!, ¡las sirenas, allí van!, ¡cabalgando los delfines a horcajadas, invitando a las sonrisas excitadas y a los juegos prohibidos, por mortales! Un ansia infinito me piensa, o sueña que me piensa, y se encarna en mi carencia. Menos que marioneta, más que nada; quizá muñeco de sordidez estupefacta. Un pensamiento, que es muchos, me golpea, y me patea con su gris inconsistencia, grave como una ballena varada en una playa de cristal soplado con labios escariados. Un pensamiento, que no es ni uno, porque no es, me lacera el alma que no tengo, me alancea, Longinos inane, el costado donde guardo el hálito esquivo, hundiéndose hasta mis pulmones donde lo respiro, lanza y lancero inexistentes, y desde donde peregrinará por el cuerpo que me acoge y al que contaminará de vacuidad ansiosa.

Me piensa --o sueña-- un pensamiento que no sé de dónde procede, aunque lo presumo. Me piensa --o sueña-- y yo lo sé, y es este saber el que me condena, y es este saber por el que quiero encaramarme hacia la salvación. Hacia el color con que pintar mi cielo hecho de presentimiento y palabras porosas. Hacia la forma con que dar forma a mi sensación y a mis caricias sin piel y a mis miradas sin ojos y a mis besos sin labios, mas con pasión. Hacia la música con que construir mi universo sonoro de palacios tonales y florestas pentatónicas y océanos dodecafónicos. Hacia una consistencia huidiza e incesante que me ubique más allá del espacio y del tiempo, más allá del pensamiento y del sentimiento, más allá de todo lo existente, y más acá de la carne y el estremecimiento.
Al fin, el pensamiento se hace no más que bosquejo, trazo a mano alzada, croquis de mi ser que en el Ser se agota: raya sin geometría, ajena al volumen, pletórica de posibilidad, sólo ademán, sólo amago, sólo eco. Sólo.

-o-

TEXTOS AMIGOS

Juan Eduardo Cirlot
(1916-1973)
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Cosmogonía
(1969)

Nace la carne informe y el azar
espera

de pronto
los astros son sollozos y la luz
despedaza su boca lentamente

lo discontinuo graba y al pasar
el horizonte excava el hundimiento
...

un perfil de tiniebla se levanta
en las orillas negras
en las verdes orillas
de un cuerpo terminado de cortar

nacen los grandes muslos y la nube
nacen los senos rojos las antorchas
las rocas los océanos

los amontonamientos resucitan
y reptan lentamente hacia los truenos
bajo la densa muerte de los grises
rayados lo divino
...

Son los dedos que surgen en los soles
son los vientos que nacen de las manos

son los halos que viven de las cimas
son las simas que lloran están vivas
y miran con mis ojos desde un fondo

mas allá de lo humano son las pétreas
cavilaciones y los vidrios
y las tormentas rosa del tormento
y los años del círculo del tiempo
emergiendo
...

en la muerte es la vida lo que espera
asomando sus dientes
traspasando la tierra abandonada
con sus monstruos de cera y ecuaciones
...

el goce es un dolor de lo espantoso
vienen brazos sangrientos y azulados
azules transparentes sólo brazos
...

son tiempos superpuestos corazón
cerrándose y abriéndose
infinidades negras a potencias
eternas elevadas
virgen
¿qué significas sola?

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GALERÍA

Gustave Moreau
(1826-1898)
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El Eterno Femenino
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Diosa de las Rocas
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Cleopatra
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Desdémona
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Galatea
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Galatea (2)
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Leda (1)
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Leda (2)
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Júpiter y Sémele (2)
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Júpiter y Sémele (1)
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Mesalina
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Perseo y Andrómeda
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Perseo y Andrómeda
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Andrómeda
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Jasón y Medea
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Júpiter y Europa
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Europa
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Autumn (Deyanira)
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El nacimiento de Venus
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Eva
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Betsabé
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Sansón y Dalila
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Dalila (2)
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Dalila
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Doncella Sulamita
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La balada
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La esposa de la Noche
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La Toilette
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Mujer bañándose
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Le lion amoureux (1)
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Le lion amoureux (2)
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