domingo, 10 de junio de 2012

RELATOS DE VERANO: Cuerpo y Espíritu (2)




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Emanuel Swedenborg: De lo Divino

...La primera vez que Anselmo Bermúdez de la Gándara oyó hablar in extenso y con propiedad del admirado, por agudo, prolífico y multidisciplinar científico, a la vez que polémico y cuestionado visionario, Emanuel Swedenborg, fue en uno de tantos corrillos formados ex-cátedra cuando en el aula se tocaba algún tema dado a la controversia y quedaban en el aire las dudas sin resolver como polvo en suspensión. Su nombre había surgido durante el desarrollo de una clase cuyo tema era la Ontología en el Cristianismo: Ortodoxia y Heterodoxia; en la cual alguien preguntaba por la influencia de los "fronterizos" al misticismo heterodoxo en el corpus ontológico cristiano. Ante las reservas del catedrático para admitir que como tal -místico- pudiera calificarse al visionario sueco, uno de los alumnos lo defendió con toda la convicción y el vigor que su delgada voz y falta de dominio del idioma le permitieron. El profesor cortó en seco cualquier intento de polémica reconduciendo el asunto por los cauces metódicos previstos y previsibles ("acotemos, acotemos y ciñámonos a lo útil", reconvenía el magister). A Anselmo no se le escapó ni el sonoro y foráneo nombre del maldito hiperbóreo, ni la defensa que de él hizo aquel enigmático nuevo compañero de acento extranjero (quien se había incorporado al curso una vez empezado). El defensor, ya en los pasillos y sin el profesor delante, aleccionó a quien quiso escucharlo -y no fueron pocos, animados por las renuencias mostradas por la autoridad competenteacerca de aquel hombre extraordinario que un siglo antes había conmocionado los fundamentos de la teología cristiana oficial. En derredor de él se formó un grupo ávido por conocer más detalles de cómo un práctico hombre de ciencia acabaría reconvertido en teólogo sui generis, tras una experiencia paulotarsiana en la que el mismo "Señor" le enviaría a renovar la Buena Nueva de su doctrina. En no pocas ocasiones estos conciliábulos entre alumnos -nutridos ocasionalmente por los adjuntos de cátedra más activos y comprometidos- aportaban mayor claridad y enriquecimiento que las lecciones magistrales, liberados como estaban, allí en los intersticios de las graves aulas, de límites impuestos por el tiempo, el credo o la autoritas.
...El alumno valedor, que casualmente también era sueco, de Upsala, se encontraba estudiando en Salamanca por problemas de salud, además de por elección (buscaba el contacto directo con el ámbito y la cultura que habían producido ese fenómeno singular que fue la mística española, tan sincréticamente cargada de influencias de las vías contemplativas de las otras dos religiones del Libro: el sufismo árabe y el kabalismo sefardita). Probablemente, si su interés hubiera sido el arte, la elección se habría decantado por Italia, pero en cuanto a sincretismo religioso y ascesis... la tierra que diera un Juan de la Cruz, un Ibn Arabí, un Maimónides, un Abentofail, una Teresa de Jesús, un Mosé ben Sem Tob, o un Miguel de Molinos, ofrecía mucho más interés. El caso es que una rara variedad de tuberculosis, más benigna que la que a finales de aquel siglo XIX cosechaba gran cantidad de espíritus melancólicos para la causa de Àtropos (la mayor de las Moiras), había recomendado un clima más meridional que el imperante en Londres, donde estaba asentada su familia junto al padre, diplomático de carrera.  No obstante el atenuante grado de insidia del padecimiento, su apariencia pregonaba una salud malograda. Se presentaba como Philip Magnusson, y en verdad poseía un semblante enfermizo: tenía una piel no ya blanca sino casi translúcida que dejaba transparentar nítidamente venas, coyunturas y tegumentos, los miembros eran finos y lánguidos, sin tono muscular, los hombros caídos, la espalda cargada, el pecho hundido, y en su rostro los ojos aparecían al fondo de unas profundas órbitas como áscuas incandescentes, mas con luz tan lejana que parecía provenir de profundísimas regiones infernales. Se decía de él, medio en broma medio en serio, que estaba sufriendo un lento pero imparable proceso de transusbstanciación, convirtiéndose en ectoplasma, o mera emanación espiritual,vamos. Huelga decir que tan extraño personaje desde el primer momento cautivó a nuestro protagonista (que de inmediato lo tomó bajo su custodia, erigiéndose en su verdadero protector), deviniendo uno de los amigos más influyentes de su etapa universitaria, y quien le introdujera en los secretos y misterios del universo swedenborgiano, más allá de los lugares comunes. Por supuesto, Anselmo se cuidó muy mucho de dar pábulo a esta naciente afición, habida cuenta de que el influyente filósofo visionario no gozaba de excesiva consideración entre los círculos académicos teológicos (aún, aún, en los científicos, pero incluso dado el caso, y con ser muchos los motivos para hablar de él -sus inventos, intuiciones, y demostraciones en varios campos-, de nombrarse, se hacía de pasada y distraídamente).
...A partir de ese momento, el Indómito Bermúdez leería con fruición las obras que, bajo cuerda, le pasaba su espiritualizado amigo. Así pudo asombrarse al reconocer en aquellos textos una resonancia de su más íntimo sentir, explicitada en una visión y un discurso soberbiamente construido que cuestionaba verdades hasta entonces incuestionables, y donde, por ejemplo, se ponía en entredicho el magisterio oficial de la Iglesia sobre el Juicio Final (no por celebrar al final de los tiempos, sino ya celebrado en un tiempo sin tiempo anterior), la Santísima Trinidad (como consunción indisoluble, ubicuo e indivisible de lo Uno, no ya circunscrito o limitado a tres únicas manifestaciones, sino derramado en todo y en todos, y personificado a voluntad en cualquier instancia angélica), la entidad verdadera de Cielo e Infierno (estados del alma, topografías de la voluntad de sus moradores, y no lugares exteriores al espíritu), la naturaleza de ángeles, demonios y espíritus (no otra cosa que los mismos hombres, ya muertos, por nacer o en transición, cuya naturaleza es antropológica y libremente adquirida)... y así una interminable lista de re-interpretaciones, convenientemente argumentadas y razonadas, del canon bíblico que Swedenborg realizó -según él- a instancias del mismo Señor (Uno, Principio, Dios), y bajo inspiración susurrada por los ángeles, en sucesivos y continuados trances viajeros que le transportaban a otra realidad, que él mismo aducía como la auténtica (¿otra dimensión solo percibida por las almas bienaventuradas?).

...Uno tras otro los ocho volúmenes del Arcana Coelestia, en latín, tal como los escribiera Swedenborg, fueron devorados por Anselmo, y comentados oportunamente con Philip en largas sesiones de exposición y debate. Sesiones que tendrían continuidad incluso en las dos temporadas veraniegas que pasaron juntos, pues Anselmo se lo llevaba con él a la casa de campo que la familia poseía en la Sierrra de Francia salmantina, lo cual era motivo para que la delicada salud de Philip se lo agradeciera sobremanera. Era aquélla una finca de recreo tipo villa romana, cuya vivienda estaba provista de patio interior con fuente en medio y un peristilo en derredor por el que se accedía a las diversas estancias y habitaciones. Entre sus muros, además, se hallaba una bien surtida biblioteca que les serviría de útil fondo de consulta, pues entre sus archivos se encontraban las obras completas de Platón y Aristóteles, las Enéadas de Plotino, las inconclusas Opus Tertium y las Quaestiones Parisienses de Meister Eckhart, la Summa del de Aquino, las Confesiones del de Hipona, y un largo etcétera que les sería muy valioso a la hora de cotejar puntos de vista y similitudes conceptuales con las de Swedenborg. El aire puro de la sierra y el frescor del bosque coadyuvaban no poco con aquel arcádico clima de inspirados diálogos y fecundos silencios compartidos en medio de una naturaleza que sentían con una deífica intensidad, de puro panteísta, spinoziana.

El Opus swedenborgiano
...De entre las múltiples aportaciones de Swedenborg a la ontología cristiana, sería la de la correspondencia, ya presente en el Corpus Hermeticum griego, la que más atrajo la atención de ambos jóvenes. Según ésta, y para resumir, el mundo exterior, el de las apariencias, no es sino una emanación del mundo interior, el del espíritu, emanado a su vez directamente del Principio Creador. "Lo de arriba, igual a lo de abajo", pasa así a un "Lo de afuera, igual a lo de adentro". El mundo material aparente corresponde así a un mundo espiritual interior del que es grosera manifestación. Y este sistema de correspondencias no se detiene ahí sino que se expresa y manifiesta en todos los órdenes, tanto en vida, como en la muerte, como en la región de los espíritus (muertos que aún no han elegido su opción angélica o demoníaca: que será con la que se identifiquen y que corresponde con su actitud en esta vida, su interior espiritual). Esta opcionalidad o capacidad para elegir, el libre albedrío, Swedenborg lo da por hecho, pero no como una potencia (capacidad) del entendimiento, sino como emanación de la voluntad. Voluntad y entendimiento serían, pues, los dos polos que determinan al ser humano; la voluntad aboca a la acción, el entendimiento a la contemplación. Swedenborg antepone la voluntad/acción al entendimiento/contemplación, como más elevada, más cercana al Principio Rector/Fundador (Señor, Dios); en esto se acerca a la perspectiva budista de la vía del medio, antes que a la ascética monacal o eremítica de renunciación. La vida ascética --para él-- es una opción legítima pero egoísta. Según Swedenborg, el Señor valora más una vida moderada y morigerada, sin extremismos, enteramente libre, y, en esa libertad no encadenada, optativa de la caridad, de la compasión, del amor, de la entrega por medio de la acción a los demás. Para Swedenborg, la fe no lo es todo, no es, siquiera, suficiente, sin el compromiso, sin la acción. Solo un alma activa y que lleve esa actividad al límite de sus posibilidades es un alma en sintonía con su Creador (con el Principio, el Uno, el Señor). Éste, por otra parte no es una entidad que esté fuera del hombre, sino que es en su interior, en su núcleo más interno, su manifestación. Desde esta perspectiva, ángeles, demonios y espíritus, al derivar del hombre, son también parte del Principio, del Uno, del Señor. Todo está en el hombre, porque el hombre es un cielo, nos dirá el de Estocolmo; pero, al mismo tiempo, el hombre porta un infierno en potencia, es un demonio en potencia, sólo depende de su opción: si elige en esta vida ser ángel o ser demonio, su destino será un cielo o un infierno. Como lugar intermedio, como reino de la duda y la indecisión, como estancia de cuarentena, el nivel (esfera, reino) de los espíritus: todos los hombres, al morir, van a él, y el periodo de tiempo que en él permanecen es aleatorio (depende de ellos). Después, una vez elegida su meta, su identificación, su esencia (que, repito, coincide con lo que han sentido en su interior en esta vida y manifestado exteriormente), integrarán las filas de los ángeles o la de los demonios, incluso pueden permanecer en estado de espíritus durante el tiempo que quieran. En esta cosmovisión, los niños, todos, van al cielo; también los paganos, no cristianos, pueden optar a ello, El Señor (Uno, Principio, Dios) no hace distingos, todos los hombres y mujeres son iguales.
...La vida bienaventurada no sería pues un estar contemplativo en presencia de Dios (el Señor, lo Uno, el Principio), sino una elección por lo angélico, en la tensión entre el ser angélico y el demoníaco que se sustancia en el equilibrio subsecuente donde se despliega lo que llamamos vida. La contemplación extática de Dios (la sobrevenida a los justos tras el Juicio Final, según el canon oficial) no sería para Swedenborg sino un estado de nadidad que nada diría de la bienaventuranza divina. Para Swedenborg, el mundo no tiene final (lo que equivale a una cercanía con las tesis que remiten al eterno retorno), sino que es un perpetuo cambio, una perpetua elección, en la que el Principio se expresa como la búsqueda de la perfección en todas las manifestaciones posibles; y esta perfección no es sino la mera existencia (todo cuanto existe, por el mero y único hecho de existir es perfecto en sí mismo). Puro panteísmo spinozista. No hay premios para los justos, no hay castigos para los pecadores, es más, no hay justos ni pecadores: hay criaturas angélicas y demoníacas, que libremente eligen ser lo que son, y que les viene dado por ese impulso -surgido del Principio- de buscar la perfección en la manifestación única y distinta. Así cuando un hombre/mujer muere, buscará tomar la apariencia que le corresponde (ángel o demonio, o espíritu indeciso), tomando el camino de un cielo o el de un infierno. Hay varios cielos y varios infiernos en el cosmos swedenborgiano (como anteriormente, de forma más canónica, concebiría el del Dante en su Divina Comedia), dependiendo de la pureza o categoría angélica/demoníaca que se posea, y en ellos existen casas, jardines, fuentes, ciudades y bosques tal y como lo conocemos en este mundo, pero son más hermosos o más terroríficos que los que aquí vemos. Los espíritus, ángeles y demonios (desprovistos de su categoría moral, únicamente manifestando su carácter y atributos), pueden inmiscuirse a veces en este mundo para influir en uno u otro sentido en la vida de los hombres y mujeres. Todo es una constante disputa, una tensión entre los dos polos: lo seráfico y lo satánico. Nada es, a priori, preferible, todo tiene el mismo derecho a la existencia. Para un espíritu demoníaco lo preferible es ser demonio, para uno angélico la opción no puede ser otra que la de constituirse en ángel y morar entre los suyos...
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...La amistad con Philip trajo al alma y la vida de Anselmo un patente acercamiento a Lo Divino que colmó de gozo su espíritu contemplativo y místico. Mas Anselmo no sólo sentía en su interior (en su espíritu original y único, por seguir la correspondencia swdenborgiana) el latido de lo divino, o no sólo en su manifestación intelectiva. Su voluntad, su pasión, su tendencia a la acción, al mismo tiempo que se ensanchaba su parcela contemplativa, hacía florecer y fructificar su condición más física, su materialismo más sensorial, su pulsión más sensual, su búsqueda del otro, que parecía abonarse, paradójicamente, con este crecimiento espiritual... Lejos de sentirse perplejo o confundido, lo experimentaba con el placer con que un investigador descubre algo no previsto en el proceso de investigación, pero que colma su curiosidad con expectativas renovadas. Mas esta dualidad también traería su fricción en la relación con Philip.

(continuará)

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GALERÍA

William Etty
(1787-1849)

Teocracias y Mitologías... al desnudo

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