viernes, 1 de junio de 2012

Jean-Léon Gérôme - Revelaciones y Encantamientos (2)





Dormir...  ¡tal vez soñar!
Hamlet: Acto III, Escena  1ª. 
W. Shakespeare

Nace, el estremecimiento de la carne,
con trémulo temblor de labios, del asombro
por el hallazgo prodigioso del otro 
penetrado ya en el alma de uno.
Embeleso: pasmo de sentirse habitado.
Florecimiento. Héctor Amado
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De la infancia de Héctor Amado (2)
...Aquella habitación interior, sin ventanas, siempre oscura, sin más ventilación que la permitida por una puerta siempre a medio cerrar -o a medio abrir-, impedida en su libre giro por la crecida madera o el descuadrado marco, con la humedad escalando unas paredes, pintadas -sólo Dios sabría cuándo- de un impreciso y desvaído azul celeste, que aparecían así, en su tercio inferior, desconchadas y como aquejadas de una especie de insidiosa lepra mural, era, para la tierna sensibilidad de Héctor, la representación de un calabozo, de una sombría caverna, amén de una excelente incubadora que induciría en su lábil organismo (huesos, cartílagos, tendones y tegumentos), de forma prematura e indeleble, una molesta tendencia al artritismo; también, probablemente, induciría en su alma una avidez por la luz y los espacios abiertos nunca mitigada.
...El anterior párrafo que bien pudiera pertenecer al arranque de un relato de terror, o cuanto menos, de misterio, no es sino la descripción de un escenario real pervivido en el corazón y la memoria de nuestro amigo, que, ha modo de una casa deshabitada, con el tiempo se va poblando de polvo y desidia, de telas de araña y abúlico silencio. En realidad, el dormitorio infantil de Héctor no fue, sino ocasionalmente, tan terrorífico como se ha presentado; o pudiera ser que en un mismo párrafo se hayan agolpado todas las sombras juntas, debilitadas por la lejanía las correspondientes luces (pues toda sombra le debe su ser a una luz).
...Aquella habitación, cuyo único mobiliario eran dos camas (una a cada lado de la puerta a medio cerrar que comunicaba con un pasillo-distribuidor, éste a medias iluminado por la difusa claridad procedente de la sala de estar-comedor, provista a su vez de una puerta acristalada de doble hoja que se abría a un pequeño corral por donde penetraba, sin demasiado entusiasmo, la luz del día), sería testigo de sus nacientes sensaciones y sus primeras y confusas emociones. Allí, sin él ser consciente de ello, se fraguaría en gran medida la dubitativa estructura de su carácter, y su posterior inmunidad ante la oscuridad. Esta habitación fue testigo y banco de pruebas de sus primeros miedos, miedos que lo vacunarían definitivamente contra las tinieblas. Noches pasadas en blanco, con la luz encendida, ante el pavor de las imágenes que su mente elaboraba tras el visionado de aquellas primigenias Historias para no dormir en blanco y negro; pero también, miedos más cercanos, más reales, más oscuros y aterradores...  miedos surgidos de la confabulación de circunstancias y hechos que acosaban su sensibilidad desubicada, miedos sembrados por sórdidas realidades y germinados en sueños amenazadores de los que era imposible escapar. Si tenemos presente que, en la infancia, sueño y realidad están tan confusamente unidos que lo que se vive y se sueña comparte semejante certidumbre, nos haremos una idea de cómo viviera Héctor sus primeros años de vida.
...Fue una situación de la que sólo se podría salir: o derrotado, desquiciados los nervios y desarbolada la personalidad, bien por inadaptación o por una domesticación castrante de la propia naturaleza; o victorioso, fortalecido el carácter por un estoicismo avant la lettre, transmutada la original fragilidad en fluidez inasible, una suerte de maleabilidad o ductilidad que lo permitiera adecuarse a las circunstancias sin perder el pálpito de su fuero interno, y, además, en el proceso, resultar el alma pertrechada de absolutas certezas, aun inconscientes, veladas para la mayoría, flotando en medio de un inmenso mar de dudas (aunque de eso sólo sería consciente mucho más tarde). Está de más precisar cual sería el aliviadero que tomara Héctor.

...Dado que habitó aquella casa (sobre la que se volverá más de una vez) hasta cumplir los doce años, obvio es reseñar que aquella habitación también fue testigo de su despertar al sexo. Pero lo fue de una manera natural, no reconociblemente sensual ni significativa, sino como mera curiosidad. Al fin y al cabo es la forma como la mayoría de los niños se inician en el descubrimiento de esta singularidad de su naturaleza sexuada. La ensoñación vendrá después, ya en la pubertad, con el descubrimiento del yo-separado y del otro-complementario. Incluso con el yo como sujeto (masculino o femenino) frente al mundo (sujeto de signo sexual complementario).
...De niño (y en esto Héctor fue, dentro de lo que cabe, bastante normal) el descubrimiento viene como resultado de un proceso amplio y gradual que se inicia, con la misma bocanada de aire, al nacer (o incluso antes, ya en el vientre de la madre: escuchando los latidos de aquélla que le da la vida, sus ruidos intestinales, las turbulencias de su respiración, su timpánica voz mediatizada por las entrañas...). El niño se sorprende ante aquello que es susceptible de estimularlo, de causar en él una sensación: ya sea acústica, visual, olfativa, gustativa o táctil. Y, de entre todas las sensaciones, aquellas que oscilan entre los polos opuestos que gobiernan el placer y el displacer son las que  más atraen su atención. Buscará unas, rechazará las otras. La sensibilidad de Héctor, su exacerbada sensibilidad, para ser precisos, comenzó a expresarse, también sensualmente, muy temprano. Ello justificaría que años después, un Héctor ya maduro, se revelara como un fino gourmet, un melómano de amplio espectro y un ferviente adorador de la belleza en todas sus formas -incluida la que para él encarnaba el summum de toda belleza: la mujer.
Sus primeras experiencias táctiles de descubrimiento con el sexo opuesto lo serían, de forma fortuita e inocente, con una primita que convivió con ellos durante un año. Él apenas tenía seis o siete años, ella cuatro más. Él fue un conejillo de indias que jugaba con su cuerpo y que se dejaba jugar. Nada profundo de todas formas, apenas escarceos de un reconocerse los cuerpos diferentes, sin buscar especialmente la satisfacción, sin jadear o jalear placer, sólo juego y sensualidad táctil (que sin el componente imaginativo y emocional, y mucho menos pasional o amoroso, es tanto como aludir a cualquier otro juego de reconocimiento del medio físico propio). No obstante, algo había en aquello que ya le causaba un somero estado de turbación, aunque no supiera definirlo ni delimitarlo, y mucho menos identificarlo; algo que no tenía que ver con el interdicto -que ignoraba-, ni con la picardía -de la que carecía-. Era una especie de sensación difusa de estar haciendo algo distinto: que le gustaba y, a la vez, le turbaba. No sabía decir por qué, pero era un hecho.
...La vergüenza no comenzaría sino algún tiempo después, y coincidió con la superación de la segunda de las dos enfermedades que pudieron haber acabado con su vida. Como si los procesos en los que la vida es cuestionada, con su carga de precariedad e insatisfacción, propiciaran, por reacción, un florecimiento de las sensaciones vitalistas opuestas. Comenzó así a sentir qué cosa era el placer, y no de forma vaga, sino con una intensidad proporcional, no sólo a su sensibilidad, sino al grado de su fragilidad traducida en limitación física, frustración emocional y dolor ubícuo.

...Contaba nueve años cuando se enamoró por primera vez. Y lo hizo perdidamente, como tantos niños,... de su maestra. En aquel tiempo, Héctor acudía a un colegio privado (de aquéllos que la vox pópuli tildaba "de pago", y que, por otra parte, eran los que ofrecían una cierta garantía de calidad en su metodología; ya que los colegios públicos, como tales, no existían, sino como cooperativas gremiales de enseñanza: Los ferroviarios, Las graduadas,... siendo centros donde únicamente se impartía enseñanza infantil y, a lo sumo, básica, de voluntariosa pero dudosa garantía en aras a una posterior continuidad formativa académica y universitaria). Desde que iniciara su escolarización había tenido siempre la misma maestra, hasta que aquel año, al cambiar de curso, otra substituyó a la de toda la vida. Se trataba de una bella mujer, morena y sensual (a él se lo parecía y mucho), que resaltaba su anatomía siempre con camisas camiseras, faldas ceñidas de tubo hasta la rodilla y zapatos con tacón. El momento culminante de aquel enamoramiento fue un hecho cargado de ingenuidad e inocencia, que le revelaría a partir de entonces ciertas características menos amables de la verdadera entidad del amor: el encubrimiento y la vergüenza. El hecho también descubriría en él una cualidad temperamental que antes no sintiera y que le acompañaría de por vida (aunque los años lo mitigaran en gran medida), me refiero a la timidez.
...Gloria -que ese era su nombre- había pedido al 3º curso de primaria, como deberes para casa a entregar al día siguiente, realizar una redacción. El tema era: La Maestra. Y en ella se invitaba a los educandos a expresar sus impresiones sobre la encargada, durante aquel año, de formar sus inquietas e ingenuas mentes (una subrepticia y, en ocasiones, taimada forma de evaluación acerca del grado de aceptación/reprobación muy útil para quien tiene la responsabilidad de manejar un grupo humano). Héctor, con ese arrebato y fervor del que descubre en sí, por primera vez, una fuerte emoción pugnando por manifestarse, vio la ocasión propicia para desahogar ese inusitado sentimiento, vertiendo en sencillas, bellas, claras y tópicas palabras recién aprendidas ese run-run que le hacían las tripas y le inundaba el rostro de rubor cada vez que aquellos enormes ojos marrones de Gloria se encontraban con los no más pequeños verdes suyos. Finalizaba la romántica glosa con el consabido "si fuera mayor, me casaría con ella". Aquella noche sus sueños fueron agitados, por exaltados. A la mañana siguiente se despertó con la sensación de una resaca. Quiero decir, que fue consciente de la embriaguez bajo la cual había escrito lo que había escrito la tarde anterior, e invadido de una vergüenza que lo abochornó, y sin tiempo para realizar una redacción nueva, se dedicó a tachar las frases más comprometidas, por lo que las dos páginas manuscritas más parecían crucigrama que redacción. Así se lo entregó a la maestra (y al hacerlo, lo haría mirando hacia el suelo, sin atreverse a mirar aquellos ojos idolatrados). La muy puñetera de Gloria hizo sangre: le apremió, no sin disimulado regocijo, a que enmendara aquellos tachones revelando su contenido. Nunca había sentido Héctor una vergüenza de tal calibre. La palabra tortura empezó a cobrar un sentido reconocible para él. Fue castigado sin recreo por negarse a desvelar lo tachado. Años después aún recordaba aquella expresión entre risueña y maliciosa que su torturadora le endosaba cada vez que le preguntaba:
--¿Me lo vas a decir? --y ante la negativa del cada vez más abochornado Héctor, encastillado en su cada vez más enorme y almenada vergüenza, ella se volvía y se alejaba a la mesa contoneándose con delectación.
Nunca se lo reveló. Pese a las horas extras de estudio y los recreos en clase. Pero eso a ella le fue suficiente para confirmar la naturaleza de lo que allí debía haber consignado. Al final, victoriosa, le levantó los castigos. Para entonces, él, ya sabía lo que era el desamor: el suyo. Perdió la inocencia y descubrió la sensualidad cargada de emoción, de significación amorosa, de ardor. Ya era flecha disparada en pos de un blanco: la mujer.

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GALERÍA

Jean-Léon Gérôme
(1824-1904)
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La Mujer al desnudo
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Bathers by the Edge of a River
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Harem Pool
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The slave for sale
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The Slave Market
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La Grande Piscine du Bursa
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Baigneuses
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A Bath , Woman bathing her feet (Harem Pol)
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Bathing scene
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Le marabout in the harem bath
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Moorish Bath o Turkish Bath  (1)
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Moorish Bath o Turkish Bath  (2)
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Moorish Bath o Turkish Bath (3)
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Moorish Bath o Turkish Bath (4)
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Nude
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Nude woman
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Harem at the terrace
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Anacreon, Bacchus et l'Amour
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El Juicio de Friné
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The Slave Market In Rome
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Purchase of a slave
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Grecian Interior
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Socrates Seeking Alcibiades in The  House of Aspasia
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Young Greeks Attending a Cook Fight
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King Candaules
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Caesar and Cleopatra
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Selling Slaves in Rome
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Greek Slave
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Jeune Fille Nude
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Venus Rising (The Star)
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Une Idylle, Daphnis et Chloe
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