martes, 31 de julio de 2012

La decepción




El prosélito
...Lo que nunca perdona el prosélito es sufrir una decepción con el maestro, guía, modelo, héroe, o sea cual fuere la figura idolatrada. Si esto sucede (y sucede casi siempre), el más incondicional admirador se trocará el más furibundo adversario, se transformará en el más acérrimo enemigo. El prosélito, el acólito, el seguidor extremadamente entusiasta, el discípulo enfermizamente entregado, por definición, necesita el puntal firme, la seguridad y confianza en sí mismo de la que carece y que reconoce --o coloca-- en aquél que a sus ojos suple esas carencias. Infinitamente indulgente consigo mismo, con sus propias faltas, defectos y errores, no admite, en cambio, la más mínima mancha en el ídolo inmaculado que le sirve de fulcro vital. El carácter de esa decepción (su motivo, su causa), por otra parte, puede ser tan diverso como las debilidades más acusadas de los prosélitos: aquéllas que les hacen sentir inermes, inseguros, perdidos o abandonados; es decir, las que constituyen su mayor carencia, y a las que convierten en su peor pecado. Los prosélitos, por otra parte, no suelen entender --ni desean ni necesitan entender-- a su figura idolatrada, les basta con creer en ellos, en tener fe en la imagen que de ellos se hacen. Si tuvieran la capacidad para endenderlos no serían prosélitos sino alumnos o discípulos críticos y con criterio (tampoco necesitarían buscar fuera lo que sin duda intentarían hallar dentro de sí), y nunca se sentirían decepcionados de él, al menos no más de lo que lo puedan estar de sí mismos en sus horas más terribles. No atendiendo a razones, no subyugados por la categoría humana (o sobre-humana) de aquel a quien admiran, sino por su figura representativa (la que ellos necesitan tener de él, la misma que van inflando cada vez más en su coleto), los prosélitos son incapaces de aceptar la falla, la tara, el defecto, en quien se necesita inconcebiblemente impoluto, intachablemente impecable; y, de este modo, si la mancha aparece (a su entender), si el defecto o la tara se desvelan, mostrándose así el maestro tan humano como el que más, al prosélito le sobreviene la decepción y vuelven sobre el antes idolatrado toda la ira que contra ellos mismos no pueden volcar --pues con ellos mismos, ya se ha dicho, la indulgencia y el perdón son generosamente administrados.
...Judas traiciona a Jesús no por las treinta monedas, sino porque Jesús, haciendo gala de un amor que él --Judas-- es incapaz de poseer, está dispuesto a morir, a sacrificarse, a padecer los más horrorosos sufrimientos por aquello en lo que cree (la redención del género humano), en vez de erigirse en cabecilla, líder y azote revolucionario capaz de cambiar el mundo con su ultraterreno poder. Eso es lo que no perdona Judas, y si acaba colgándose no es por remordimientos sino por exceso de orgullo, porque es incapaz de vivir con la lacra que, a su miope y sesgado entender, supone haber creído en alguien hasta el punto de divinizarlo y que al final le ha decepcionado. El prosélito, pues, es un traidor en potencia que el tiempo en la mayoría de las casos acaba por revelar. Y esto lo sabe el "maestro, guía, modelo o figura idolatrada", si realmente lo es: solo los farsantes pueden llamarse a engaño, los que necesitan y requieren al adulador tanto como éstos a él. Jesús sabía que Judas le traicionaría porque reconoció en él al prosélito, al débil que necesitaba la fortaleza de otro para tener un proyecto, para conseguir lo que él solo no podría. Jesús se sirvió de él, por otra parte, para llevar a cabo sus planes: ser delatado para iniciar su pasión.
...César, en cambio, no se sorprendió de sus asesinos, pero sí del más honesto de ellos: Bruto. Es una excepción. Bruto no traicionó a César porque lo decepcionara, sino porque, honesto él mismo más que todos sus cómplices, fue el único que actuó para salvar a la República. En este caso, el ciego fue César que no fue capaz de detectar su propia deriva hacia el absolutismo; cegado también por su propia soberbia, que le impidió ver el descontento entre los senadores más honestos y fieles a la República, entre ellos su ahijado Bruto.
...No pocas caídas de grandes hombres se deben a prosélitos decepcionados. Gandhi sería un ejemplo de esto: su asesino había sido un extremadamente entusiasta seguidor suyo, hindú, decepcionado por la capacidad inequívoca de compasión y justicia del Mahatma, compasión y justicia que le llevarían a defender a los (enemigos) musulmanes de sus propios correligionarios hindúes, y, a la postre, a firmar su sentencia de muerte a manos de aquéllos que más lo idolatraban y menos le entendían, aquéllos que nunca le perdonaron el haber puesto al descubierto su cara más atroz, la que querían esconder y soterrar, pero que se reveló con nitidez y virulencia cuando el momento histórico, forjado por la fuerza de este solo hombre, les fue propicio.
...El prosélito nunca perdona haber creído equivocadamente. Por su propia seguridad no se lo puede permitir. El prosélito es un jugador de ventaja, un oportunista; siempre se le encontrará a favor de la corriente: ni puede, ni quiere, ni sabe nadar o sortear la corriente adversa, y cuando su maestro duda, o es vencido por esta corriente, el prosélito lo abandonará, e incluso tirará piedras contra él para hundirlo, intentando así hacer desaparecer toda huella de su anterior debilidad (haber creído en él).
...Tú que tienes el coraje, la fuerza y la virtud; tú que posees la confianza en ti mismo y la determinación; tú que has decidido hacer de tu vida una insobornable apuesta por la integridad y la plenitud; tú que a pesar tuyo te eriges en faro porque te conviertes en antorcha de tu propio fuego; guárdate de los aduladores, de los incondicionales entusiastas, de los prosélitos, pues ellos serán tu perdición.


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