lunes, 20 de agosto de 2012

El Abismo Salvador - GALERÍA: Delphin Enjolras (1)





El Abismo Salvador
...En el anterior post (Los Salvadores de Abismos) dejamos bosquejado un escenario paradójico: el ser humano, con la ganancia de su consciencia, adquiría, al mismo tiempo, la conciencia del abismo que su individualidad supone. Abismo que --allí decíamos-- tiene una doble e inquietante expresión: el abismo que le separa del mundo, de los demás seres (especialmente de sus congéneres), y el propio abismo que a sus pies se abre, producto de la percepción del desgajamiento original que hace posible que a sí mismo se perciba como ente irremediable e irreparablemente separado de lo que intuye es el Espíritu Universal: un Creador derramado en lo creado (de cuya derrama el ser humano se siente parte), un Ser Único, lo Uno, que en un momento indeterminado (por vaya usted a saber que peregrinas razones) explota dando lugar a la infinita y diversa sustancia del todo. Es pues --deducíamos-- esta consciencia herida, desgarrada --por la noción de vacío que su individuación supone--, la que hace posible que el ser humano se perciba como parte de la (¿indivisible?) unidad de lo Uno, pero cuya conciencia individual --su perfil, sus límites, su demarcación--, por contra, parece privarle del disfrute de esa unidad intuida. Pues bien, tras constatar estos abismales extremos, en el último párrafo del post extraigo, aparentemente de la chistera, una noción sorprendentemente nueva y más amable de abismo, una naturaleza de su verdadera entidad que lejos de presentar la máscara horrorosa del vacío exhibe el rostro de una revelación esperanzada: el abismo, siendo indeterminado (quizá infinito), siendo causa de un irreprimible pavor (porque se desconoce de él todo, como es de rigor en todo abismo que se precie de su nombre), es (puede ser), además, una fuente generatriz que actúa (puede actuar) de adhesivo, de catalizador, de enzima que facilite la reacción (¿espiritual?) necesaria que permita que la individuación acceda al ámbito de la Unidad, de lo Uno. En esta prodigiosa concepción del abismo se enmarca el sentido y significación del Arte, pero no sólo, también del arrobamiento, de la pasión sublime, de toda creatividad, de todo dinamismo renovador. 

...El Abismo Salvador es contemplado así como impulso y combustible de la Vida, materia oscura de la que brota toda materia luminosa que el ser humano ha exhibido en toda su historia (obras artísticas, estructuras intelectuales, concepciones sociales, sueños logrados e incumplidos,...). Tiene la apariencia del horror, infunde pavor y aversión, precisamente porque obliga al individuo a dejar de serlo, le obliga a soltar las amarras de la singularidad para flotar a la deriva (de la creatividad, que es reencuentro, fusión, re-unión). El Abismo Salvador se percibe como abismo si sólo, y sólo si, se contempla desde una irrenunciable singularidad celosa de ser parte. Todo creador, contrariamente a lo que se suele creer, o suponer, cuando crea no está haciendo un ejercicio de individualidad o egocentrismo, sino de dilución en lo que es, en lo posible, en lo Uno, de donde todo surge; porque allí no podría acceder siendo parte desgajada, sino renunciando a sus límites propios para poder diluirse en el Todo de que forma parte (de donde vuelve con la obra de arte, con el pensamiento lúcido, con la actitud ejemplar). Esto es algo que no se suele tener en cuenta, pero que yo estimo de la máxima importancia; es más, sólo así se puede entender que la obra de arte, la palabra transformadora o la acción determinante, cuyos objetivos son la belleza (gratuita; el arte por el arte, sin fin lucrativo) o la utilidad y el progreso social puedan ser posibles.

...Para que esta creencia se dé --de que el abismo es, al mismo tiempo, senda bienaventurada, océano de creatividad, fuente de vida; y no pavoroso vacío poblado de pesadilla y horror--, es necesario que exista algo que permita percibirlo de esta forma. Ese algo podríamos concebirlo como una simple condición de perspectiva, o como una prodigiosa lente que penetre la apariencia y revele lo que hay detrás, una especie de talismán, en fin, con el que transfigurar el horror en oportunidad dichosa; ese talismán, se adquiera como se adquiera, no es otra cosa que la fe. Pero no una fe ciega, no una entrega o dación incondicional, no una razonada concesión a lo irracional cuando la razón nos falla; nada religioso, en resumidas cuentas (¿o sí?), sino una creencia intuitiva, fuerte e infaliblemente intuitiva, en que ese abismo, esa discontinuidad, que nos resulta en un primer momento terrible y temible, no es otra cosa que nuestra solución de continuidad con el Todo, no es sino el intersticio existente entre cada forma individual en que lo Uno se expresa (a modo de las células que componen un complejo organismo biológico), no es sino la garantía fronteriza de nuestra propia existencia como parte de un organismo superior al que pertenecemos (y que nos contiene). Mas este organismo es tan complejo y de tal desconocida estructura (tanto más, que infinitamente más complejo que un organismo superior conocido) que a lo máximo que podemos llegar para acercarnos a su comprensión es a voluntariosas analogías con nuestras propias y rudimentarias referencias (particulares, defectuosas, limitadas). Lo más cercano a esta supuesta estructura superior (el Todo que conforma lo Uno) sería una alucinante conformación fractal no lineal, no exclusiva, sino integradora, en la cual nosotros, los individuos, seríamos a un mismo tiempo (¡fabulosamente!) contenedores de todo, sin límites, sin discontinuidades, sin desgarramientos: un sin fin, en el que nuestra conformación humana no sería sino una fase de un proceso infinito, en constante desarrollo y evolución.
¿Dónde está pues el fallo? ¿Por qué la conciencia del abismo? ¿Por qué el temor a la muerte --que no es sino un mismo e idéntico temor, por más que se lo considere el abismo definitivo? La respuesta a estas preguntas quizá fuese: porque nos falta esa perspectiva, porque en esta fase de nuestro proceso (del proceso vital), la consciencia (la conciencia de sí) parcial, inmadura o distraída no alcanza a penetrar las apariencias (a divisar más allá del momento presente). Acaso la iluminación de los perfectos no sea más que eso: la conciencia consciente traspasando la singularidad y yendo más allá de las apariencias hasta la verdadera realidad en la que se esconde (se fundamenta) el secreto de la existencia.

...Región concreta y ámbito indeterminado, espacio intersticial y magma intemporal, el Abismo Salvador podría asociarse a un reino de luz y posibilidad ubicado al otro lado de una región sumida en las tinieblas. Si de abismo hablamos, la caída en él si es desapercibida (si nos falta la perspectiva --la fe-- en lo que supone de oportunidad y ocasión luminosa) lo será a un pozo de pesadilla (como si esa conciencia desapercibida se quedara atorada en la región tenebrosa) donde reine el horror, la desesperación, la desvitalización; pero si se posee esa perspectiva --esa fe-- tras pasar por las tinieblas, del otro lado, aparecerá la luz, uno se topará con el reino de la bienaventuranza donde todo es posible. La confianza es la nave en la que surcar el horror y la pesadilla de las tinieblas del abismo aparente: tras ser azotados, quizá, por galernas y tifones, por crespos oleajes, acosados por sobrecogedoras imágenes de monstruos terroríficos, la marinera nave de la confianza nos asegurará que al final nos espera la bonanza, la calma enardecida de una polinésica región poblada de mil posibilidades a cual más deseable y sugerente.
Ahora bien, este abismo, esta concepción especulativa e intuitiva de lo que hay detrás de su pavorosa apariencia, no es para timoratos, ni para conformistas, ni tampoco para diletantes; sino para aquéllos, espíritus aventureros, amantes de la búsqueda y el hallazgo, apasionados de lo desconocido, de lo oculto, de lo mágico (existente también en lo ya aparentemente conocido); para los nunca suficientemente satisfechos curiosos, para los ambiciosos de sí mismos y de la vida; para aquéllos que conciben las discontinuidades con los otros no como simas insalvables, o amenazas, sino como prodigiosas ocasiones, u oportunidades, para salvar la distancia que separa haciendo del abismo fantástica región de tránsito, infalible y maravillosa solución adherente, razón del corazón palpitando un infinito de razones, todas conducentes a la fusión, a la re-unión, al encuentro con el otro donde el yo se aloja y se replica.

...Es El Abismo Salvador un abismo transfigurado, no susceptible de una caída sino propicio para el vuelo. Otra vez, las alas deberán estar formadas con plumas de confianza; aleve el alma, entonces, podrá sobrevolar el horror (virtual) que el abismo semeja, dando confianza, por ende, a quien nuestro alma se llegue, con aquél que se fusione, con el que se reúna. Es la orgía de la Unidad desde la diferencia, es la parte bailando el ditirambo del todo, es la fiesta del Uno reflejado en la secuencia de números hasta el infinito, pues una parte consciente de su todo es una y la misma cosa que el Uno de donde procede. Un abismo iluminado ya no es un abismo sino un paisaje. Para el alma iluminada el abismo no es tal sino una frontera como cualquier otra, una frontera sin aduana (quien asegura lo contrario miente, por interés), una frontera necesaria pero no suficiente, una delimitación imaginaria que divide uniendo a las partes; es: El Abismo Salvador.
¿Y por qué salvador? ¿De qué salva? Habiendo dicho todo lo que antecede, fácil es deducirlo: es salvador porque en él, en su limítrofe sustancia abismal, se halla el habitat de lo posible. Todo lo que las cosas un día fueron, son o pueden ser salen de ahí, de su inmarcesible posibilidad. Frontera, sí, pero frontera con la ubícua entidad de un estado, no de un lugar geográfico. Materia oscura, magma primordial (y definitivo), sí, pero no vacío, sino plenitud. Todo cuanto son el mundo, Dios o la individualidad consistente de mi yo salen de ahí... ¿cómo no asustar? ¿cómo no sentir vértigo? ¿cómo no verse abrumados por tamaña concepción? El abismo salva porque si no fuese por él ni el ser humano, ni nada, existiría, porque si fuéramos capaces de concebir una esencia de lo humano sin posibilidad de cambio, transformación o evolución, estaríamos concibiendo otra cosa más parecida a una estatua, pero una estatua suspendida (ahora sí) en un vacío estéril. El abismo salva porque nos da sentido, nos da posibilidad, nos abre, aunque nos asuste, a unos horizontes ilimitados, infinitos, de los que esta apariencia humana no es sino una ínfima expresión. Parece como si hablara del ser humano (y de cada cosa, en general) como si fuera no más que una temporal vestimenta de una entidad (alma, espíritu; alma viajera en el espíritu infinito) superior, más amplia y extravasada de su concreta circunstancia, y si lo describo o intuyo de esta manera es porque creo que pueda ser así.
Nuestra vida, ésta que conocemos, no es sino una fase contingente de un proceso eterno (al menos, ilimitado), y es este ámbito vertiginoso que conforma la informe eternidad repleta de lo posible lo que constituye El Abismo Salvador. Nos salva de nuestra limitación, de nuestro mayor temor, de nuestro miedo pánico, de lo que creemos irremediable: el acabamiento y la disolución de la individualidad, del yo. ¡Pobres ingenuos!

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GALERÍA

Delphin Enjolras
(1857-1945)

1. Les Nus

La Grande Odalisque
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Jeune Femme Alanguie (Danae)
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La Belle Odalisque
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Odalisque
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Après le Bain
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Le Boudoir
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La Siesta
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La Toilette
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Nu à sa Coiffeuse
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Nu Étendu au Bouquet de Roses
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Le Boudoir
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La Belle Fleur
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Le Collier de Perles
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Nu sur le Divan
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Nude by Firelight
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Odalisque aux Fleurs
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Nu à la peau d'ours
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Les Jeunes Chats
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Le Kimono Japonais
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The Muse of Autumn
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La Lecture
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La Belle Arôme
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