jueves, 18 de octubre de 2012

El Proyecto (III) - GALERÍA: Futurismo 3. Gino Severini





EL PROYECTO
(III)

La Fundación Singleton
Unos ojos cansados, mas aún vivos, miran a través de los enormes ventanales hacia el skyline más reconocible de Chicago. La masa azul, horizontal y tranquila del Lago Michigan, que se extiende a la derecha, contrasta con la erizada ciudad que se levanta en el centro-izquierda. Erizo de cuadrangulares púas multicolores de hormigón, acero y vidrio, cuyas tres referencias de Oeste a Este, según el panorama que desde su privilegiada atalaya se le ofrece, son: la siempre vigilante y omnipresente silueta negra de la inconfundible y retranqueada Tower Sears, con sus agujas blancas hendiendo el cielo como un inmenso y sofisticado enchufe que conectara a la urbe con el infinito; el más achatado y mondrianesco cubo rojo del CNA Center; y el blanco pilar cubista del Aon Center. En primer plano, la apacible y ordenada masa boscosa del Parque Grant termina de encuadrar un marco que no por revisitado deja de ofrecer cada mañana, a esos ojos cansados mas aún vivos, como si de un alimento ilustrado se tratase, su margen de esperanza y curiosidad.

La Fundación Singleton ocupaba un singular edificio situado al Sur del Grant Park. Él lo mandó construir, hacía ya más de treinta años, siguiendo un bucólico impulso de su corazón y otro más pragmático y calculado de su mente. El gabinete de Mies van der Rohe se encargó de plasmar sus ideas en estructura. Lo habían conseguido relativamente bien. Él, James Earl Singleton, estaba satisfecho con el resultado. La Fundación que llevaba su nombre no podía enclavarse en cualquier lugar, y, menos, ser un edificio anodino. Lo que allí dentro se cocía no podía someterse a la ley de la vulgaridad. Los lugares dedicados a acoger y desarrollar cometidos singulares deben de guardar una relación de significado con lo que albergan, sobre todo siendo, como son los lugares a los que me refiero, obra de seres humanos (las casas de Dios, las de las Ciencias, las de los Gobiernos, los museos y centros de arte,... todas estas construcciones intentan dar cuenta e identidad propia, con sus estructuras, al contenido que cobijan y del que son pregoneras). Sin estridencias pero con excelencia (y, sobre todo, belleza), el Edificio Singleton exhibía su arquitectura modernista, de suaves líneas y materias nobles, en una zona relativamente tranquila del centro de la Second City.

Qué había inducido a un escocés a ubicar su centro de operaciones en una ciudad tan poco escocesa como Chicago es un misterio que quizá se logre descubrir a lo largo del relato, pero no será mi intención andar detrás de esta respuesta, ya que no creo sea de interés (no, al menos, para el relato). Lo que sí es cierto es que una de las razones era su privilegiada situación como centro de negocios, comercial y cultural, en los Estados Unidos, país donde había logrado hacer fortuna. Amante más del agua dulce que de la salada, no dejaba de sentir la atracción de las grandes masas de agua. Podría haber elegido New York, o quizá San Francisco, pero se decidió por Chicago. Quizá otra de las razones (y no quiero decir que más o menos determinante que la anterior, de signo más materialista) era que consideraba esta urbe más espiritual que las antes citadas (por más que una lleve el nombre de un santo y la otra reúna la mayor aglomeración urbana de almas del planeta). Es curioso, porque se suele considerar a Chicago como un centro eminentemente comercial e industrial; pero él, James Earl Singleton consideraba, en cambio, que estaba dotada de un mayor espiritualismo en el ambiente. Sus razones tendría para considerarlo así.


A punto de cumplir los veinticinco años de labor filantrópica, la Fundación Singleton estaba íntimamente ligada a la voluntad y el sentir de su creador. Su objetivo primordial era la provisión de fondos para estudios de las diversas facetas del saber humano encaminadas a desarrollar y enriquecer su evolución hacia un horizonte de un mayor progreso, espiritualidad y armonía. Era, pues, una institución que se dedicaba a sondear el mercado del saber para encontrar posibilidades no suficientemente atendidas de forma oficial. Una especie de institución Nobel que no sólo se dedicaba a premiar las realizaciones o las personas más meritorias, sino, más cercana y útilmente, a becar estudios en forma de proyectos que sin la necesaria financiación nunca podrían mostrar su viabilidad o desarrollar su potencial. A diferencia de la citada Fundación Nobel o los muchos premios, más o menos sectoriales, y programas de becas de las distintas administraciones oficiales, en la Fundación Singleton, sin dejar de lado los proyectos utilitaristas, se buscaba cubrir esa difusa frontera entre lo útil y lo especulativo, entre lo que la ciencia cobija y aquello a lo que tangencial alude sin atreverse a salir del ámbito de lo empírico, entre lo sujeto al contrastado método científico y al intuido trasfondo existencial que lo da soporte y, a la vez, lo cuestiona. Se podría decir que el objetivo de la Fundación Singleton era dar voz y pábulo a los audaces que se atreven con lo improbable pero en donde, no obstante, brilla el destello de lo posible. De todas formas, su intención filantrópica estaba alejada tanto de la mera charlatanería como de la alucinación padecida por ciertos individuos especialmente dotados para la superchería huera. Si ponía el foco --y alumbraba-- sobre aquellos proyectos más cuestionables o cuestionados por la ciencia oficial, no susceptibles por tanto de entrar en los canales establecidos para promocionar programas de investigación, lo hacía exigiendo rigor y competencia.

Los fondos con que desarrollaba su labor la Fundación Singleton procedían de las elevadas ganancias obtenidas por su creador en una ya compleja red de productos financieros, comerciales e industriales: Fondos de Inversiones Riesgo, Preferentes y de Futuros, Capitales de Inversión en Letras del Tesoro en países donde era posible obtener ganancias simplemente con información privilegiada, Mercado de Diamantes y Patrón Oro, Petróleo, Energías Renovables, Materias Primas de Primera Necesidad, y un sin fin extraordinariamente tupido de intereses. Una parte de estas ganancias (un porcentaje no declarado del total, pero que, en todo caso, permitía una muy generosa contribución al desarrollo de los ambiciosos programas de Fundación) era la que nutría la generosa caja de la institución creada por este mecenas escocés afincado en Chicago. Cómo se compagina una actitud filantrópica con otra de depredador económico, es uno más de los misterios que no estoy en condiciones de desvelar. Quizá cuando más adelante se aborde la figura de este extraño personaje descubramos algo de ese cómo, o de ese porqué. De momento quedémonos con los datos de la Fundación y su circunstancia.

Como ya se ha adelantado, la Fundación desarrollaba su labor filantrópica por medio de dos programas: uno asistencial, de soporte continuo, mediante un programa de becas ad hoc; y el otro lo constituían exclusivamente los Premios a la Excelencia FS. El Programa de Becas incluía la dotación mensual de una cantidad más que suficiente para subvenir las necesidades vitales y laborales durante dos años; un a modo de sueldo de investigación y desarrollo; cada cuatrimestre se debía evaluar el grado de cumplimiento por medio del pertinente informe; al final del año, además del informe correspondiente, se realizaba una exposición ante un tribunal de veedores (en número de tres, normalmente personas relevantes del mundo académico), quienes determinaban el grado de realización y adecuación a lo proyectado; al final del segundo año se presentaban los resultados en una memoria que era cotejada por otro tribunal que determinaría qué destino darlo: la publicación, el mercado o el archivo. Todo, absolutamente todo, llegaba a conocimiento de James Earl Singleton (de dónde sacara tiempo para tan variopintas ocupaciones, es aún otro misterio más. Sí he de decir que se contaban de él cosas muy curiosas, aunque todas ellas producto de la especulación y la fantasía, ya que, en realidad, certeza ninguna).
Cuatro eran las áreas en que se dividían los programas de financiación: 1) Ciencias Puras y Aplicadas; 2) Paraciencias; 3) Desarrollo Espiritual; y 4) Búsqueda de la Belleza. La Manifestación Artística.
Los Premios a la Excelencia FS se concedían anualmente, y constaban de un prestigioso Diploma y la asignación de una atractiva suma que nada tenía que envidiar a la otorgada por los Nobel. Como rezaba el título de entrega, este premio recaía sobre
"Una persona viva que haya hecho una contribución excepcional conducente a afirmar la dimensión espiritual de la vida, ya sea a través de una idea, un descubrimiento, o de alguna acción concreta."
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Pero bajo esta apariencia de respetable formalidad, de desinteresado altruismo, algo se ocultaba, algo habitaba allí emboscado. Algo que nadie conocía salvo el creador de la Fundación. Y para conocer lo que sólo él conocía, necesario es introducirse en su vida y su circunstancia...


James Earl Singleton (I)
Nació en el seno de una de esas nobles familias de la Highlands escocesas que durante siglos mantuvieron un pulso por conservar la identidad y controlar el poder, tanto con romanos como con la invasora nobleza inglesa. Su Clan decíase portar en las venas sangre del mismísimo Robert de Bruce, claro que también defendía poseer un porcentaje jacobita de la misma (emparentado, pues, con los Estuardo). Nada de esto, pese a ser admitido, podía ser probado; mas en consideración a las virtudes caballerescas que se suele adjudicar a la aristocracia, explicitadas en la expresión "nobleza obliga", se daba por bueno el pregón. El emblema de la familia se sustanciaba en la personal trama y color del tartán, donde el azul celeste enseñoreaba sobre el verde brezo y el rojo grosella que una blanca cruz de San Andrés atravesaba al sesgo. En atención a tan privilegiado origen nada extraño era, por tanto, que el niño James Earl estuviera abocado a crecer con la altivez propia de su tierra y de su casta. Mas al niño James Earl le adornaba, además, otra cualidad a la que no sé si sería adecuado adjudicarla el calificativo de virtud. Cualidad que nada tenía que ver con su ascendencia, ni tan siquiera, en una primera aproximación, con el carácter agreste y altanero de una tierra dura, pero bella, que en las arcanas eras de las glaciaciones permaneció cubierta por el hielo. Esa cualidad se manifestaba en una extraordinaria sensibilidad para la abstracción y la ensoñación. A James Earl era frecuente verlo absorto, sentado en uno de aquellos picachos basálticos tan familiares a las Tierras Altas: mirando las laderas abruptas o el inhóspito páramo; o el intenso azul, casi negro, de aquellos lagos glaciares donde, se decía, monstruosas formas draconianas moraban; o los cielos sempiternamente aborrascados por donde, de vez en vez, se colaba un celeste límpido como ninguno. De aquellos ensimismamientos (visiones las llamaba) volvía como un cazador de una fructífera jornada de caza: pletórico de ideas y satisfacción, el morral cargado de piezas cobradas.

Sé que hay quien piensa que esa tendencia a ver fantasmas, a la que son tan aficionados los habitantes de las Highlands (costumbre que, por cierto, está igualmente extendida en las vecinas Tierras Bajas, las Lowlands) hasta el punto de que no hay castillo ni fortaleza que se precie que no posea su colección de entrañables moradores de otro tiempo y todos los tiempos, es un rasgo del carácter imprimido por una difícil orografía, especialmente proclive a aislar a los audaces moradores que se aventuran en su ámbito, empujándoles a realizar con la imaginación una recreación de seres a los que echan en falta. Quizá haya algo de verdad en eso; quizá la impronta del hielo también tuviera algo que añadir, o la extremada latitud Septentrional que en contubernio con la altura crea una especie de condición singular para el desarrollo de una no menos singular sensibilidad. Frente a estas especulaciones James Earl podía esgrimir su propia experiencia visionaria.
Una experiencia que, para horror de su familia, parecía apartarlo de los altos designios a los que estaba llamado por alcurnia, pues el joven visionario scottish estaba decidido a dirigir el foco de su vida muy alejado de allí donde se pretendía: los grandes negocios o la alta política (algún miembro del clan Singleton siempre había ocupado asiento en los sucesivos parlamentos, tanto en el de Escocia como en el Británico); aun aun, los más díscolos o extravagantes orientaban sus pasos a las más altas instancias del clero. Pero James Earl no deseaba nada de eso, con estupor sus padres escucharon de su boca la intención irrenunciable de su pretensión de dedicarse a la Ciencia, y más concretamente a las Matemáticas, la Física o la Astronomía. ¡Un Singleton aplicado a la burguesa y esforzada labor de la investigación, o, aún peor, de la enseñanza! Fue lo más parecido a una convulsión telúrica, a un terremoto familiar de majestuosas (como correspondía al rango) proporciones. Al fin y al cabo, hay que tener en cuenta que James Earl era el primogénito, el destinado a heredar título y posición; lábaro visible, pues, del Clan. Se le hizo saber oportuna y taxativamente de lo imposible de su pretensión. James Earl se resistió, como corresponde a un carácter indomable y consciente de sí. Pero la amenaza con dejarlo al pairo de sus propias posibilidades y, quizá, la voz de una sangre acostumbrada a luchar, negociar y sobrevivir --es decir, vencer--, le recomendaron aliarse con socios poderosos: la prudencia y la astucia. Accedió a seguir los deseos familiares, para convertirse en un Singleton comme il faut, y partió para Londres a estudiar en la prestigiosa LSE (London School of Economis and Political Science), donde se graduó. Por fuera, aparentemente, seguía perteneciendo al  exclusivo redil nobiliario, pero, en su interior, otra corriente fluía, callada pero caudalosa, que lo conduciría a la realización de un ambicioso proyecto.

(Continuará)

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Gino Severini
1883-1966


Autorretrato
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Printemps à Montmartre (1909)
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The Boulevard (1910-11)
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Le Chat Noir (1911)
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The Haunting Dancer (1911)
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Lancers
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Memories of Travel (1911)
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The Nord-South
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Paesaggio Toscano (equivalente plastico di un paesaggio) (1912)
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Jeroglifico dinámico del Bal Tabarin (1912)
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Ballerina Azul (1912)
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Dancer in Pigalle (1912)
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Danseuses parmi les tables (1912)
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Dinamisme of a Dancer 
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Danseuses (1912-13)
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Ritmo Plastico del 14 Iuglio
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Rythme d'une danseuse en bleu (1913)
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La Danse de l'Ours (1913)
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The Bear Dance at the Moulin Rouge (1913)
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Sea = Dancer (1914)
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Simultaniety of Centrifugal and Centripedal Grupes (womans a window) (1914)
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Ballerina Bow Sea 
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Dancers
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Festival in Montmartre
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The Hospital train (1913)
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Forma di una danzatrice nella luce (1913)
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Tango Argentino (1913)
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Tango Argentino (1913)
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Danseuse en la Lumière (étude de mouvement) (1913)
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Danseuse et Tzigane (1913)
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Argentine Tango (1913)
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Ballerina (1913)
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Expansión Espherique de la Lumière centripete (1913)
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Expansión esférica (1913)
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Expansión de la Lumière (Centrifuge) (1913)
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Danse de l'Ours (1913-14)
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Danseuse (1913-14)
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Danseuse (Ballerina+mare) (1913-14)
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Danseuse en la Lumière (1913-14)
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Danse de l'ours=Barque à voile+Vase de fleurs (1914)
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Danse de l'Ours=Barque à Voile (1914)
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Danseuse (1914)
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Tren de la Cruz Roja (1915)
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Armored train in action (1915)
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Danseuse (1915)
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Danseuse Articulée (1915)
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Danseuse (1915)
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Bailarina española en el Tabarin (1915)
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Danseuse (1915)
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Danseuse No 5 (1915-16)
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Danzatrice+Mare+Vela=Mazzo (1914)
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Danseuse=Hélice=Mar (1915)
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Ritratto de Madame M.S. 
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Femme à la plante verte (1917)
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Cubo-Expresionismo y Cubismo Sintético


Stil Life (1916)
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Still Life: Centrifugal expansion of colors (1916)
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Still Life with a Marsala bottle (1917)
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The Accordion Player (1919)
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On the Beach (1948)
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Danseur (1950)
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Le Printemps (1952)
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Ballerine (1954)
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Still Life (1955)
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Still Life with Violin (1964)
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Les Musiciens (1955)
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Le Concert (1955)
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Les Arlequins (1954)
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El Pam-Pam at the Monico (1959)
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Arlecchino (1965)
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APÉNDICE MUSICAL



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