sábado, 22 de diciembre de 2012

El Polifemo de Góngora: La Belleza del Genio (II)





...pisando la dudosa luz del día.
Luis de Góngora.
.
Estilo para deidades
os dio el cielo en tanto extremo
cual se ve en el Polifemo
y muestran las  Soledades:
voz grave, dulces verdades
y tan entendida musa
que contra lo que se usa
(porque se usa el ignorar)
vos no queréis excusar
el saber que no se excusa.
(En defensa del Polifemo y las Soledades de Luis de Góngora.
Diego Gómez de Sandoval y Rojas, Conde de Villamediana)
.

PRÍNCIPE de la LUZ y PRÍNCIPE de las TINIEBLAS
Claridad y Oscuridad en la poesía de Góngora


Con estos términos lo tildó aquel erudito conservador, y eminente historiógrafo, Marcelino Menéndez Pelayo (tan diametralmente opuesto en tantas cosas a aquel otro Marcelino Menéndez, no menos eminente y mucho menos conservador, que llevó por segundo apellido el de Pidal). Y lo tildó con estos términos tan llevado por la inercia de su pensamiento conservador como por su erudición sesgada. Al fin y al cabo no hizo sino situarse del lado del bando de los cortesanos castellanos que se opusieron desde un primer momento a este nuevo estilo preconizado por la más imaginativa mente andaluza del más insigne cordobés que ha dado la poesía. Es decir, Don Marcelino se postuló al lado de Quevedo o Lope, pero también de Jauregui, el conde de Salinas o el príncipe de Esquilache. Cuestionando, por tanto, el signo de los tiempos e intentando poner puertas a un campo preñado de futuro. A los diez años de la muerte de Don Luis (1627), quien más quien menos adoptaba no pocas características de su estilo, y aquellos que lo combatieron más ferozmente (caso del de Villegas o del Fénix de vaya usted a saber qué ingenios -reconocido el dramatúrgico, por supuesto) acabarían por reflejar en sus textos todo tipo de tropos, endiablada sintaxis y acercamiento a lo grecolatino que Don Luis aquilatara en sus poemas mayores, aunque no sólo en ellos.

.....Es esta oscuridad que tantos le achacaron, y que indujera a Don Marcelino -el cántabro- a tildarlo de Príncipe de las Tinieblas, la de esas bellas nebulosas que en la inmensidad del espacio ocultan constelaciones de estrellas, una oscuridad buscada ("no para muchos"), una oscuridad ficticia, engañosa, mero velo de Isis, cuya naturaleza hay que buscarla en lo que Baltasar Gracián denominó, con deslumbrante propiedad, agudeza de ingenio. La agudeza sería ese velo, precisamente, ese tamiz cuyo través permite contemplar nuevos universos plagados de luces increíbles. Se tacha a Góngora de culterano (de estilo culto, sobre-erudito), y se inviste a Quevedo de conceptista, cuando ya se ha demostrado hasta la saciedad que Don Luis fue tanto lo uno como lo otro: ornamental y alambicado, sí, pero metafísico e ingenioso en las ideas con que sus palabras pintan la realidad poética. Tanto en el Polifemo, como, sobre todo, en las Soledades (la estructura compositiva de la silva lo permite aún mejor que la octava real, aunque el resultado final sea, aparentemente, menos depurado) Góngora no se limita a dislocar el idioma sembrándolo de latinismos y oropeles retóricos, nada de eso. Lo que hace Don Luis es acercar la sintaxis hispana a la latina y griega (que lo permite su laxo canon) y ganar con ello en expresividad y matiz en el claroscuro, en el énfasis, en la emoción. Además, este dislocamiento, le abre espacios donde antes no existían para la utilización de novedosas fórmulas sintácticas, perífrasis y metáforas audaces; con ello consigue efectos innovadores, agudezas insospechadas que una vez desentrañadas, desveladas por mor del entendimiento, se convierten en mundos fulgurantes. Y es así que la mal conceptuada oscuridad gongorina esconde, para quien se atreve (quizá no muchos) a traspasarla, luces más hermosas que las habitualmente soportadas.

.....Ya lo dice la máxima autoridad gongorina, Dámaso Alonso, y lo reconocen así otras no menos autorizadas voces (entre ellas: el insigne hispanista Robert Jammes, Antonio Carreira o José María Micó, por citar a los más ilustres de diversas épocas): el estilo alambicado y difícil que tanto se cuestiona al Cisne del Betis (apelativo que le dedicaría Lope, precisamente) lo empleó desde sus más tiernos inicios, de cuando seguía, superándola, la traza de Garcilaso o Petrarca. Lo que ocurre es que a partir de 1612 (su primer poema data de 1580, cuando el poeta contaba diecinueve años, y fue una loa a Os Luisiadas, de Camoens), con ocasión de su huida de la Corte madrileña (cansado y decepcionado de tanto trapicheo y vanidad) y su retiro a la finca familiar cordobesa, dedicado enteramente a las musas, sin otras distracciones que los naipes que gustaba frecuentar desde sus tiempos de estudiante en Salamanca, sus reuniones con los íntimos y sus largos paseos por las riberas del Guadalquivir, que su estilo se condensó más y más, se destiló de tal forma que quintaesenció todo el barroco en dos enormes poemas, que serían a la vez epítome de lo que fue y era, y anuncio de lo que sería: El Polifemo y las Soledades. A partir de aquí toda su poesía posterior seguiría esa estela, tanto sus sonetos como sus romances o letrillas, o ese otro monumento a la octava real que es el Panegírico al Duque de Lerma. En esos dos años y pico (1612-1614), imbuidos completamente en la labor compositiva, Luis de Góngora abandonaría la soleada claridad de un cielo conocido para, saliendo de la órbita del sol que a todos calienta, surcar la oscuridad del espacio sideral que a pocos les es dado contemplar, pero que guarda maravillas sin número. Ya lo dijo el propio Don Luis (cita que encabeza el primer post de esta serie): Deseo hacer algo, no para muchos.

.....En 1610 Góngora era el poeta por excelencia, el súmmum lírico nacional. Dotado de un ingenio extraordinariamente vivo, cáustico y mordaz, pero elegante, es el prototipo de talento innato, en este caso poético. Su facilidad para lo más complejo, su exquisitez para elevarse sobre el común, su originalidad aun en lo manido, hicieron que pronto ocupara el lugar más señero del panorama lírico nacional, tanto en Sevilla como en Madrid o Valencia. Eran tiempos en que un poeta, y más si su procedencia era noble (aunque modesta), no publicaba su obra, no la realizaba con afán económico, sino que era más bien una dedicación producto de la educación recibida, en la que se mostraba el genio por sobre la función social que se desempeñara. Una época en que un Luis Carrillo de Sotomayor, por ejemplo, cuatralbo de la flota andaluza, alternaba espada y mando en el puente de las galeras, con la más dócil y menos cruenta pluma en el escritorio. Así, Don Luis le daba al verso mientras debía estudiar latines en Salamanca (que los estudió, y el griego, por supuesto, pero más enfocado en los grandes poetas que en los próceres en leyes), o juntaba armoniosa, bella y admirablemente palabras imposibles mientras ejercía de racionero en la catedral de Córdoba. Los poemas que Don Luis escribiera en su vida llegarían a los cenáculos literarios en manuscritos copiados que circulaban de mano en mano (siguiendo eso sí, caminos ya establecidos). Jamás publicó en vida nada de su obra, y cuando al fin se decidió (acuciado por deudas y amigos que se lo demandaban) a reunir toda su producción y darla a la imprenta, murió antes de verla editada. Esta compilación sería lo que se conoce como Manuscrito Chacón, edición de Antonio Chacón, señor de Polvaranca, dirigido al Conde Duque de Olivares.

.....Así pues, hasta 1610-12 Góngora fue un Príncipe de la Luz. A partir de esta fecha, con el Polifemo y las Soledades, esa luz se ocultó (a decir de algunos) en un cofre sin cerradura labrado con complejos arabescos y, hasta cierto punto, nuevos y extraños ornatos (extraños a la lengua entonces de uso común). Para gozar de la contemplación de los tesoros allí contenidos era necesario traspasar la filigrana, penetrar la plata, el oro y la gemas tras los cuales se escondía el brillo de una luz (que se demostraría) incomparable. Hasta 1610-12 Góngora irradió genialidad reconocible, comprensible, si mechada de ocasionales destellos deslumbradores que, no obstante, no impedían la contemplación de perfiles reconocibles; hasta entonces su poesía era perfectamente comprensible para el común de los mortales que por entonces gustaban de leer poesía y se solazaban en su composición. Pero lo cierto es que siempre (y esto lo demostró, con paciencia de investigador irreductible, Dámaso Alonso) mecharía, aquí y allá, expresiones singulares e imaginación en el uso del tropo, incluso comenzando a dislocar el orden común de las oraciones que el español como ninguna lengua permite. Lo que ocurre es que hasta esa fecha, estos rasgos peculiares del estilo gongorino estaban como raleados, diseminados por los poemas, como diamantes de color entre el cuarzo cristalizado. Lo que ocurrió cuando Góngora se concentró exclusivamente en la creación poética, dedicando todo el tiempo y el esfuerzo a crear poesía, fue que no le cupo otra opción que, ante el caudal de creatividad que las musas ponían a su disposición, y dado su auto exigente carácter, alzar su estro creativo sobre lo todo hecho, llevar a la lengua española allá donde nunca estuvo: al lado del latín y del griego, lenguas seculares de lo poético por antonomasia. Don Luis no pretendió otra cosa que ennoblecer su lengua, sacándola del ámbito romance de lengua secundaria, mera evolución semántica de las lenguas madres, y a fe mía que lo logró.

.....Si la poesía es el arte que intenta explicar lo inexplicable, acceder a lo ignoto o desentrañar el misterio con que la vida se nos manifiesta, no puede de ningún modo reducirse a lo comprensible sin más. A lo inexplicable, lo ignoto y lo misterioso no se llega fácilmente, no es posible vislumbrarlo con la misma insuficiente luz que nos induce a considerarlo inexplicable, ignoto o misterioso, sino que, necesariamente, ha de precisar un sobre esfuerzo, una acrobacia deslumbradora del entendimiento que nos sugiera lo que de otra forma, de manera sencilla y ordinaria, es imposible conocer. La poesía debe de ser el lenguaje de la emoción intelectual, el destello que alumbre los rincones oscuros del alma; debe de ser un látigo fulgurante que al restallar ante nuestros ojos (u oídos) ilumine acasos imposibles, haciéndolos posibles certidumbres (o al menos centellas consoladoras que apacigüen nuestro espíritu). Lo que no sea esto, no será más que más o menos agradable melodía de palabras, pero no será poesía. Luis de Góngora, en un primer momento de su radiante transcurrir lírico, dotó de la más pura luz solar su poética, para después, superada esa fase (imposible ofrecer ya más por esa vía, a esa explotada y limitada luz), encerrar en cofres maravillosos, de extraña y sugerente factura, la luz más prístina e intensa de todas, no ya solar, sino la misma luz del entendimiento de la que toman la suya todos los firmamentos posibles, la luz que ilumina conciencias y abre nuevos espacios (éstos sí) habitualmente inmersos en la oscuridad más absoluta.
.....De todas formas, si a nosotros, individuos del siglo XXI nos parece aún más incomprensible y chocante la más elevada poesía gongorina, es porque las claves significativas (que flotaban en el ambiente literario y poseían las más agudas inteligencias de entonces) se han modificado, o perdido, hasta tal punto, que nos puede resultar tan compleja la lectura de estos poemas como un jeroglífico egipcio, o una escritura cuneiforme. No tenemos sino que recobrar, rescatar, desentrañar, esas claves (que en muchas ocasiones son culturales más que meramente eruditas), como hizo Dámaso Alonso, y algunos otros después que él (siguiendo a los primeros exégetas contemporáneos del poeta cordobés antes que Dámaso, por supuesto), para zambullirnos en el Polifemo como si lo hiciésemos en un océano estrellado.
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Nota aclaratoria
.....Por muy ambicioso que resulte este empeño de glosar la maravilla absoluta que es El Polifemo gongorino, no pretende en ningún caso erudiciones que no le pertenecen, pues ni éste es el sitio adecuado para tal fin, ni yo ostento la erudición precisa. Para ello, para ese estudio pormenorizado y adecuadamente anotado de la Fabula de Polifemo y Galatea, de Luis de Góngora, ya hay prestigiosas ediciones, entre las que recomiendo: la obligada, por exhaustiva y acertada, de Dámaso Alonso (su condición de excelente poeta, sumándose a la no menos capaz filólogo, no es ajena a este éxito crítico); la del hispanista Robert Jammes, quien reclama para sí el orgullo de endeudado alumno del anterior, y quien alumbraría algunos rincones no suficientemente iluminados por Dámaso, aportando, además, su perspectiva crítica a la luz de la Agudeza de Baltasar Gracián; los varios artículos y anotaciones que Antonio Carreira ha realizado en la antologías dedicadas al insigne poeta cordobés; y la más reciente de José María Micó, quien se ha atrevido, desde la inquisitiva posición del filólogo investigador, a revisar y revisitar lo hecho por los anteriores a la luz de los nuevos descubrimientos realizados en el campo gongorino. De todos ellos me reclamo yo deudor, a ellos se deberá acudir si se quiere una mayor precisión o genealogías de cuanto aquí se dirá -que no es ni más ni menos que una respetuosa glosa de un admirador, lector, de Don Luis, y de sus epígonos. Será, pues, ésta, una mirada de lector curioso y atento, que ha gozado -y mucho- aventurándose en las procelosas aguas gongorinas de los poemas mayores, allí donde es posible encontrar Arcadias que no figuran en ningún mapa que no sea la cartografía intangible y abstracta del alma.

-o-o-



FÁBULA de POLIFEMO y GALATEA

Parte 1
Estrofas I-XXII

En que tras una cumplida y elogiosa dedicatoria al ilustrado Manuel Alonso de Guzmán y Silva, Conde de Niebla, heredero de la casa ducal de Medina Sidonia, el poeta da comienzo al relato de la Fábula situando el escenario de ésta en el orbe conocido: Sicilia; para después realizar, consecutivamente, las semblanzas del cíclope Polifemo y de la nereida Galatea.

1
Estas que me dictó rimas sonoras,
culta sí, aunque bucólica Talía,
¡oh excelso conde!, en las purpúreas horas
que es rosas la alba y rosicler el día,
ahora que de luz tu niebla doras,
escucha, al son de la zampoña mía,
si ya los muros no te ven, de Huelva,
peinar el viento, fatigar la selva.

2

Templado pula en la maestra mano
el generoso pájaro su pluma,
o tan mudo en la alcándara, que en vano
aun desmentir al cascabel presuma;
tascando haga el freno de oro, cano,
del caballo andaluz la ociosa espuma;
gima el lebrel en el cordón de seda,
y al cuerno, al fin, la cítara suceda.

3

Treguas al ejercicio sean robusto,
ocio atento, silencio dulce en cuanto
debajo escuchas de dosel augusto,
del músico jayán el fiero canto.
Alterna con las musas hoy el gusto;
que si la mía puede ofrecer tanto
clarín (y de la Fama no segundo),
tu nombre oirán los términos del mundo.

Comienza el poeta su composición con una dedicatoria a quien pretende mecenas: el erudito aristócrata onubense Conde de Niebla; en ella, en su primera estrofa, el poeta reconoce estar asistido en la lírica empresa por las siempre generosas musas (aquí personalizadas en la considerada musa de la comedia y la poesía bucólica y pastoril:Talía, que si pastoril no por ello menos culta: "culta sí"); y asistido, precisa, en esa hora en que ellas, abandonando las riberas del Helicón, se llegan hasta los mortales laureados por Apolo: el alba (y cómo lo dice Don Luis, que parece poner ante nuestros ojos el amanecer de un arcádico ámbito); la misma hora en que el conde suele comenzar su jornada cinegética, dorando con el esplendor de su aristocrática estirpe tanto las nieblas atlánticas que cubren montes y bosques como el título que ostenta (maravilloso juego de palabras que estalla en nuestra imaginación como un fuego de artificio: "dorar la niebla"). Y todo ello al son de la zampoña, instrumento de pastores y aldeanos (él mismo, el poeta, quien tañía instrumentos de cuerda con soltura, se reclama del mismo pastoril ambiente, allá, en su finca de Córdoba, aunque, así mismo, reclama, por analogía con su musa, para sí la misma naturaleza culta que aquélla). Para mayor concreción y seguridad de que la solicitud llegue a su destino, Don Luis la envía ("escucha") hacia cualquiera de las dos modalidades de caza a que los nobles solían regalarse: la cetrería y la caza mayor ("peinar el viento, fatigar la selva").
En la segunda estrofa se describe espléndidamente a los intérpretes secundarios en los quehaceres de la montería: los halcones, el caballo, los lebreles, para al fin solicitarle que trueque el cuerno -de caza- por la cítara -de la poesía.
Es la primera parte de la tercera estrofa una sinfonía de adjetivos ("robusto, atento, dulce, augusto", y los contenidos en el expresivo quiasma de la hipálage en que al cíclope se califica de "músico jayán" y al producto melódico de su garganta de "fiero canto" -cuando lo que corresponde es la fiereza al jayán, y al músico el canto). Finaliza esta tercera estrofa, en su segunda parte, pidiendo al conde alterne en ese día su gusto por la caza con el que también atesora por la poesía (en cierto modo, lo dice Don Luis, sugiriendo al conde trueque su cometido como perseguidor de fieras, con el de fauno persiguiendo ninfas-musas, por esos mismos bosques), ya que (aquí una dosis de orgullo y autoestima) si tan alto lugar ha alcanzado su fama como poeta ("de la Fama no segundo"), le augura por ese motivo a él, al Conde de Niebla, prédica universal e imperecedera ("tu nombre oirán los términos del mundo").
...

4
Donde espumoso el mar sicilïano
el pie argenta de plata al Lilibeo
(bóveda o de las fraguas de Vulcano,
o tumba de los huesos de Tifeo),
pálidas señas cenizoso un llano
-cuando no del sacrílego deseo-
del duro oficio da. Allí una alta roca
mordaza es a una gruta de su boca.

5
Guarnición tosca de este escollo duro
troncos robustos son, a cuya greña
menos luz debe, menos aire puro
la caverna profunda, que a la peña;
caliginoso lecho, el seno obscuro
ser de la negra noche nos lo enseña
infame turba de nocturnas aves,
gimiendo tristes y volando graves.

6
De este, pues, formidable de la tierra
bostezo, el melancólico vacío
a Polifemo, horror de aquella sierra,
bárbara choza es, albergue umbrío
y redil espacioso donde encierra
cuanto las cumbres ásperas cabrío,
de los montes, esconde: copia bella
que un silbo junta y un peñasco sella.

Descripción del escenario. Situación del mismo en la isla donde moran esta estirpe de cíclopes (y donde la mitología coloca puertas al Hades, o sitúan bien la fragua, bien la morada del pavoroso Tifón, bajo el Etna, donde los primeros gigantes o el dios cojitranco Hefestos, con sus batientes y poderosos golpes, hacen retumbar la superficie de aquellas tierras). El Lilibeo, culta sinécdoque, es uno de los tres cabos, vértices del triángulo geométrico en que se sustancia el perfil de la isla, también llamada por este motivo, Trinacria (término que utilizará el poeta más adelante). El cenizoso llano da señas del producto metalúrgico fabril que las chimeneas del Etna (fragua) arroja, o del ominoso resoplar del pavoroso gigante que osó levantarse contra Zeus y por el que sería confinado bajo el volcán.
 Pues es allí donde se encuentra el cubil de Polifemo, en una atalaya rocosa cuya enmarañada maleza esconde la entrada a una gruta tan profunda y tan sombría que sólo es posible concebirla poblada de "infame turba de nocturnas aves" (soberbia construcción paranomásica aliterativa "tur-tur", que ilustra de forma magistral la oscura imagen que se pretende sugerir), "gimiendo tristes y volando graves" (magnífico y perfecto verso bimembre, tan usual en el poeta cordobés, donde los fonemas "tr" y "gr" abundan en la impresión aterradora que se quiere transmitir).
La tercera estrofa comienza con una metáfora pasmosa "bostezo de la tierra", para definir la morada de Polifemo, en la que no sólo vive él, sino que le sirve de aprisco para su ganado (otra bella sinécdoque: "cabrío" por rebaño de cabras y/o ovejas), "...copia bella// que un silbo junta y un peñasco sella" (otro verso bimembre cuasi-perfecto): silbo del jayán al que obedecen dóciles las bestias para recogerse en la cueva cuya puerta es un peñasco.
...

7
Un monte era de miembros eminente
este que -de Neptuno hijo fiero-,
de un ojo ilustra el orbe de su frente,
émulo casi del mayor lucero:
cíclope a quien el pino más valiente
bastón le obedecía tan ligero,
y al grave peso junco tan delgado,
que un día era bastón y otro cayado.

8
Negro el cabello, imitador undoso
de las obscuras aguas del Leteo,
al viento que le peina proceloso
vuela sin orden, pende sin aseo;
un torrente es su barba impetüoso
que -adusto hijo de este Pirineo-
su pecho inunda -o tarde o mal o en vano-
surcada aún de los dedos de su mano.
.
9
No la Trinacria en sus montañas, fiera
armó de crüeldad, calzó de viento,
que redima feroz, salve ligera
su piel manchada de colores ciento;
pellico es ya la que en los bosques era
mortal horror al que con paso lento
los bueyes a su albergue reducía,
pisando la dudosa luz de día.

Descripción de la monstruosa fisonomía del cíclope en la que se incluye su ascendencia olímpica ("de Neptuno hijo fiero") y los dos rasgos más característicos: su tamaño colosal (tan grande como un monte grande) y su único ojo tan grande como el astro más luminoso del cielo (presumiblemente, el poeta se referiría a Venus, pues es el astro más brillante a simple vista, y a quien se denominaba ya entonces "el lucero del alba"; pues es improbable que el símil quisiera realizarlo Góngora con la estrella más brillante del firmamento (con luz propia), ya que dependería, en este caso, del hemisferio desde el cual se contemplara el cielo: Sirio, en el hemisferio Sur, o Arturo, en el hemisferio Norte). Para subrayar su enorme tamaño el poeta precisa que "el pino más valiente" (de más porte y preeminencia) no parecería sino un flexible junco bajo el peso de Polifemo, que tan pronto le serviría al coloso de bastón (con que triscar las peñas) o cayado, con el cual pastorear.
Su cabello es fosco y mal cuidado (tan obscuro como las aguas del río del olvido que sirve de frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y tan olvidado en el cuido que no lo peina más que el viento). No menos anárquica y montaraz es la barba que inunda el pecho del cíclope como un torrente impetuoso de forma raleada (genial ese: "o tarde o mal o en vano"), cuyo único peine son los dedos de su tosca mano.
¿Y qué puede vestir el fenomenal cuerpo de este ser? Sólo la piel de la más terrible y grande fiera que puebla montes y selvas de aquellos predios (Trinacria, es decir, Sicilia)). Una fiera cruel y veloz (otra vez la perfección bimembre -"armó de crüeldad, calzó de viento"- sino métrica, sí sintáctica). Es presumible que la fiera aludida sea un leopardo, o felino semejante, por lo moteado de su capa ("su piel manchada de colores ciento"), o bien una alimaña mitológica -como el mismo Polifemo- a la que de nada serviría toda su veloz ferocidad ante tan formidable enemigo, quien con paso lento (señal de seguridad y confianza en sí mismo) recogía los bueyes para retornarlos a la guarida a horas crepusculares (la sublime genialidad del cordobés una vez más, en ese fantástico verso que no he dudado en colocar encabezando el post: "pisando la dudosa luz del día". Expresión que repetirá en variantes no menos geniales en otros poemas -como sucede en las Soledades: "entre espinas crepúsculos pisando", dirá allí).
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10
Cercado es (cuanto más capaz, más lleno)
de la fruta, el zurrón, casi abortada,
que el tardo otoño deja al blando seno
de la piadosa hierba, encomendada;
la serba, a quien le da rugas el heno,
la pera de quien fue cuna dorada
la rubia paja, y -pálida tutora-
la niega avara, y pródiga la dora.

11
Erizo es el zurrón, de la castaña
y (entre el membrillo o verde o datilado)
de la manzana hipócrita, que engaña
a lo pálido no, a lo arrebolado,
y, de la encina (honor de la montaña,
que pabellón al siglo fue dorado)
el tributo, alimento, aunque grosero,
del mejor mundo, del candor primero.

12
Cera y cáñamo unió (que no debiera)
cien cañas, cuyo bárbaro rüído,
de más ecos que unió cáñamo y cera
albogues, duramente es repetido.
La selva se confunde, el mar se altera,
rompe Tritón su caracol torcido,
sordo huye el bajel a vela y remo.
¡tal la música es de Polifemo!

Ahora el poeta pasa a describir las pertenencias que el jayán lleva consigo: el enorme zurrón y la horrísona siringa. De filigrana pura puede considerarse la descripción del contenido que atiborraba el morral -que seguramente era de cuero y lana- de Polifemo. Y en esta filigrana esconde Góngora alguna de sus más herméticas y complejas agudezas. Tan pronto tilda a la pastoril mochila de cercado (contenedor de la fruta que el otoño brinda: serba, pera), como la achaca ser erizo (por analogía al pericarpio de la castaña) donde la castaña muda su cáscara leñosa por la abultada -por lo llena- de piel; o donde la fruta es abortada (quizá por lo lleno de la bolsa, pero también por lo recogida antes de tiempo, es decir, fruta inverniza que ha de madurar entre paja --convertida así en "tutora" de la fruta) o la manzana es hipócrita (quizá por su papel engañoso en la caída de Adán y Eva, o quizá por ese cambio de color cuando se muerde o se corta; o donde la bellota es tributo, aunque grosero,// del mejor mundo, del candor primero, por alusión a que en el Paraíso, los entonces seres inocentes, comían libremente de estos frutos.
La siringa, proporcional en tamaño a su tañedor, está compuesta por cien cañas unidas por cáñamo y cera, cuyo bárbaro ruido, al sonarla Polifemo, producía más ecos que el originado por otros tantos albogues (cañas pastoriles) tañidos simultáneamente. ¡Y qué decir de la música que con un tal instrumento produce Polifemo! Es tal que tanto selvas como mares confunde y altera, haciendo quebrar la caracola que Tritón sopla, o haciendo huir -más le hubiera valido a Ulises- a vela y remo el sordo bajel (¿alusión al episodio de las sirenas en que el artero aqueo mandó tapar los oídos a su tripulación mientras él, atado al mástil de la nave, podía escuchar el bello y fatídico canto de las nereidas?).



13
Ninfa, de Doris hija la más bella,
adora, que vió el reino de la espuma.
Galatea es su nombre, y dulce en ella
el terno Venus de sus gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
lucientes ojos de su blanca pluma:
si roca de cristal no es de Neptuno,
pavón de Venus es, cisne de Juno.
.
14
Purpúreas rosas sobre Galatea
la Alba entre lilios cándidos deshoja:
duda el Amor cuál más su color sea,
o púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es, Eritrea,
émula vana. El Ciego Dios se enoja
y condenado su esplendor, la deja
prender en oro al nácar de su oreja.
..
15
Invidia de las ninfas y cuidado
de cuantas honra el mar, deidades era;
pompa del marinero niño alado
que sin fanal conduce su venera;
Verde el cabello, el pecho no escamado,
ronco sí, escucha a Glauco la ribera
inducir a pisar la hierba ingrata,
en carro de cristal, campos de plata.

Cambio de registro. De la oscuridad y lo monstruoso a la luz y lo cristalino. De lo ominoso a lo numinoso. De la bestia a la Bella. 
Comienza en la décimo tercera estrofa la descripción de Galatea, hija, la más bella, de la oceánide Doris, madre a su vez de todas las nereidas, engendradas con Nereo. Bella entre las bellas, pues. Difícil empresa para Góngora corresponder a esta sublimación de la belleza ¿Se arredrará el poeta? De ningún modo. No sé si por la ayuda de Talía o de todas las musas conjuntamente, pero Don Luis no sólo está a la altura de tan alto reto, sino que lo resuelve con soltura, gracia, donaire y más que sobrada suficiencia. Esta primera estrofa, de entrada, flota en todo el poema como lo haría una supernova en el firmamento (bella entre las bellas, y esta estrofa lo es entre otras igualmente bellas).
Ese "adora", que descoloca en una primera lectura, es como el ojo de Polifemo que estuviese ahí, observando la descripción (recomendaría traer a la memoria la representación de Gustave Moreau sobre Galatea, para comprender lo que quiere sugerir). Polifemo la adora, sí, y se cuela aquí para denotar, para investir, a Galatea de carácter divino, pues seguidamente se le dotará -metafóricamente- de naturaleza animal (cisne, pavón) y mineral (roca), cumpliéndose así en su ser la fusión ontológica (Muller, Jammes) de los tres reinos; solo faltaría, en esta estrofa, el vegetal (se la asociará posteriormente a la azucenas, por lo que no en la misma estrofa, pero a lo largo del poema adquiere ese completo ser ontológico, abarcando todos los posibles -de los conocidos).
En su belleza, Galatea, reúne la suma de las gracias que concurren en el terno de Venus, y al tiempo, por paranomasia y alusión, en las Tres Gracias. Es, pues, Venus y, además, tan rebosante de belleza que incluye la de las Cárites (Aglaya, Eufrósine y Talía), es decir: no sólo Belleza -física-, sino, también jubilosa y festiva.
El colmo de la sugerencia y agudeza se produce, no obstante en el segundo cuarteto de la estrofa. Refiriéndose a sus ojos (una y otra luminosa estrella) como lucientes órganos inscritos en la blanca pluma que semeja su piel. ¿Por qué pluma? ¿Por qué ojos en la pluma blanca? La solución en el último verso de la estrofa, tras ser llevados soberbiamente en volandas --cual gozosos surfistas-- sobre la roca de cristal  a la que también compara el poeta la prístina blancura de la piel de Galatea (una blancura de espumosa ola oceánica, eminente como luminoso monte de agua pujando hacia la luz del sol). En este último verso del cuarteto se aclara el segundo antes aludido: ¡¡¡ pavón de Venus es, cisne de Juno !!! De un plumazo --valga la expresión-- Góngora trastoca el ave símbolo de Juno (pavón), con el ave símbolo de Venus (cisne), por mor de colocar los "ojos" que aquél lleva en la cola, sobre el níveo plumaje del elegante ánsar. Así se muestran los ojos de Galatea irradiando desde su blanca piel, que tan pronto es de pluma como de cristal de roca.
Pero no acaba aquí la cosa, en la segunda estrofa de la descripción de la nereida (la número XIV). La blancura de la piel de Galatea no es irreal, tampoco la del mármol o la nieve. Nada de eso. Sobre esa pureza inmaculada --de cándido lilio-- derrama el alba su rosicler, y lo hace de modo tan seductor que hasta duda el Amor cuál más su color sea,// o púrpura nevada, o nieve roja (¡¡¡!!!), otra vez el quiasma, otra vez la hipálage superlativa dotando a las palabras de una fuerza expresiva extraordinariamente bella.
Ahora la piel no es espuma, ni pluma, ni nieve, ni lilio,... ahora es valiosa joya, más preciada que la más preciada perla, la Eritrea, que en vano intentaría emularla: nácar pues su piel, más satinada que la más refinada sustancia defensiva de la preciosa ostra.
Tal era su belleza, se nos dice en la tercera estrofa descriptiva, para concluir, que las demás deidades del mar la envidiaban. Y pompa (fasto, orgullo) de cupido que conduce la venera de Venus (sin fanal porque va vendado, y no lo necesitaría). Tal, que induce al tritón Glauco (sinécdoque de todos los tritones, enamorados de Galatea) a querer, en carro de olas, pisar las hierba ingrata en pos de la ninfa... 
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16
Marino joven, las cerúleas sienes,
del más tierno coral ciñe Palemo,
rico de cuantos la agua engendra bienes,
del faro odioso al promontorio extremo;
mas en la gracia igual, si en los desdenes
perdonado algo más que Polifemo,
de la que, aún no le oyó, y, calzada plumas,
tantas flores pisó como él espumas.

17
Huye la ninfa bella; y el marino
amante nadador, ser bien quisiera, 
ya que no áspid a su pie divino,
dorado pomo a su veloz carera;
mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino
la fuga suspender podrá ligera
que el desdén solicita? ¡Oh, cuanto yerra
delfín que sigue en agua corza en tierra!

La pasión del hijo del océano es tal que, ceñida su cerúlea frente del más tierno y rico coral que encontrarse pueda en aquellos confines costeros de Sicilia (por parecer a los ojos de Galatea aún más galano y atractivo), ha de soportar el ignorado desdén de quien ni tan siquiera le ha escuchado, pues que su ámbito, pese a ser nereida, es la tierra, donde pisará tantas flores como aquel espumas. 
La bella huye de las olas cuando a ellas acude para bañarse, saliendo a tierra, donde el amante nadador ya quisiera ser áspid a su pie divino o dorado pomo a su veloz carrera (alusión a las fábulas de Eurídice y Atalanta), para alcanzar y detener a la ninfa. Cosa vana e imposible, pues los enamorados tritones (Glauco, Palemo), por su condición, son delfines que no pueden perseguir a la corza Galatea en la tierra firme.
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18
Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
copa es de Baco, huerto de Pomona;
tanto de frutas ésta la enriquece
cuanto aquél de racimos la corona.
En carro que estival trillo parece,
a sus campañas Ceres no perdona,
de cuyas siempre fértiles espigas
las provincias de Europa son hormigas.

19
A Pales su viciosa cumbre debe
lo que a Ceres, y  aún más, su vega llana;
pues si en la una granos de oro llueve,
copos nieva en la otra mil de lana.
De cuantos siegan oro, esquilan nieve,
o en pipas guardan la exprimida grana,
bien sea religión, bien amor sea,
deidad, aunque sin templo, es Galatea.

20
Sin aras no; que el margen donde para
del espumoso mar su pie ligero,
al labrador de sus primicias ara,
de sus esquilmos es al ganadero:
de la copia -a la tierra, poco avara-
el cuerno vierte el hortelano, entero,
sobre la mimbre que tejió prolija,
si artificiosa no, su honesta hija.

A partir de la estrofa 18 y hasta la 20 tiene lugar una especie de entreacto, en el que se glosan las riquezas de esta tierra bendecida por los dioses (nueva Arcadia -Sicilia). Tan pronto copa de Baco (es decir, rica en vides), como huerto de Pomona (feraz en todo tipo de hortalizas y frutas). Oculta y ofrece, en tanto en cuanto los bulbos y raíces proliferan bajo tierra, y los brotes aéreos y frutas ofrendan sus frutos a la mano que los pretende. Y no solo huerto y viña, sino también rica en cereal, pues que Ceres no perdona la fecunda cosecha, tanta que de sus cosechas las provincias de Europa se alimentan como hormigas. Pero no acaban aquí sus riquezas, que sus cumbres deben a Pales (dios de los pastores) tanto como a Ceres las llanuras (vega llana), ya que... si en la una granos de oro llueve,// copos nieva en la otra mil de lana (¡¡¡!!!); granos de oro las semillas de ceral, copos de nieve los borregos: ¿Se puede decir más bello?. Mas... de cuantos siegan oro, esquilan nieve (¡¡¡!!!), o en cuantos elaboran vino, bien sea por amor, o por religión, Galatea es comparable a una deidad, aunque no tenga un templo dedicado a su culto...
...pero no sin aras, pues que las márgenes donde el mar engarza sus orlas, lo son, donde los campesinos y ganaderos ofrendan sus primicias, como si de una cornucopia rebosante de riquezas se tratase vertida en cestas de mimbre tejidas por sus hijas (de los oferentes).
...

21
Arde la juventud, y los arados
peinan las tierras que surcaron antes,
mal conducidos, cuando no arrastrados
de tardos bueyes, cual su dueño errantes;
sin pastor que los silbe, los ganados
los crujidos ignoran resonantes
de las ondas, si, en vez de pastor pobre,
el céfiro no silba, o cruje el robre.

22
Mudo la noche el can, el día, dormido,
de cerro en cerro y sombra en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero balido,
nocturno el lobo de las sombras nace.
Cébase, y fiero, deja humedecido
en sangre de una la que la otra pace,
¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño
el silencio del can siga, y el sueño!

Tal es la conmoción que en los hombres (pastores, campesinos) causa la belleza de Galatea que los tiene como abobados, ensimismados y como hechizados de amor: la juventud arde, y los arados apenas hienden (peinan) la tierra que surcaban antes en profundidad, mal conducidos (por labradores abstraídos), cuando no arrastrados de tardos bueyes (que a pesar de todo, conocedores de su función, avanzan contra la voluntad distraída y errante de sus enamorados guías); sin pastor que los silbe, ajenos al sonido del oleaje que emboba a quien los debiera conducir, y sólo guiados por el ocasional silbo del viento o el crujido del roble (semejantes al silbo del pastor o el chasquido de su látigo).
Hasta los leales perros, mudos en la noche, dormidos durante el día, sufren el abandono de sus amos, la mente y el corazón fuera de sí, en pos de la ninfa bella. Tan es así que el lobo aprovecha la ocasión, naciendo de las sombras y cebándose en las sueltas ovejas, con cuya sangre humedecerá el hueco dejado por la hierba anteriormente mordisqueada. Por todo lo cual, se encarece al Amor que revoque tal estado de cosas (sus propios silbos), y que devuelva a los enamorados la cordura, durmiendo en el corazón del pastor (silenciando su ardor), tal cual apacible sueño de can.


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GALERÍA

Náyades, Dríades, Hamadríades y otras Ninfas

Nymph at a Fountain - Lucas Kranach (1518)
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Nymph at a Fountain - Lucas Kranach (1534)
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Nymph at the sacredFountain - Lucas Kranach the Elder (1530-34)
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La Ninfa della Primavera - Lucas Cranach te elder (1537)
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Diana resting or Nymph at the Fountain - Lucas Cranach (1537)
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Hylas anf the Nymphs - Francesco Furini (1600-03)
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Nymphs at the Fountain of Love - Jacob Jordaens (1630)
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Diana and the Nymphs - Peter Paul Rubens (1638-40)
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Sleeping Nymph - Jan van Bonkhorst (1645)
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Actaea the Nymph of the Shore - Frederic Leighton (1853)
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The Nymph of the River - Frederic Leighton (1853)
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Water Nymph - Otto Lingner (1856)
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Nymph - Luis Ricardo Falero (1878)
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Nymphs and Satyrs - William Adolphe Bouguereau (1873)
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The Nymphaeum - W. A. Bouguerau (1878)
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The Lost Pleiad - Willia-Adolphe Bouguereau
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A Dryad - W. A. Bouguereau (1904)
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The Naiads - Gioacchino Pagliei (1881)
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Naïades - Gioacchino Pagliei (1882)
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A Woodland Nymph - Philip calderon (1883)
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Moon Nymph - Luis Ricardo Falero (1883)
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The Pleiads - Elihu Vedder (1884)
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Nymphe - Luis Ricardo Falero
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A Hamadryad - J. W. Waterhouse (1893)
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A Naiad - J.W. Waterhouse (1893)
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Hylas and the Nymphs - J. W. Waterhouse (1896)
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Nymphs discovering the Head of Orpheus - John William Waterhouse (1900)
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Nymph at the Source - Jean Baptiste Corot
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Love Nymph - Anders Zorn (c 1900)
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Love Nymph - Anders Zorn (c 1900)
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La Nymph du Ruisseau - Edward John Poynter   (1836-1919)
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The Nymph Bathing Play - Edward John Poynter (1836-1919)
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Hylas and the Nymphs - Henrietta rae (1909)
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The Nymph - Herbert James Draper (1908)
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The Kelpie - Herbert James Draper (1913)
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Spirit of the Fountain - Herbert James Draper (s/f)
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Nymphs - Ignace-Henri-Jean Fantin-Latour (1836-1904)
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Nymph with Flowers - Jules Lefevbre (1836-1911)
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Clytie (Water Nymph) - Louis Welden Hawkins (1849-1910)
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Nymph in the Forest - Charles-Aimable Lenoir (1860-1926)
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Nymph at the Fountain - Guillaume Seignac (1870-1924)
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The Nymph - John Collier (1923)
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Naiad - Oksana Zhelisko (contemporary)
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