sábado, 12 de enero de 2013

Reflexiones de un deslumbrado (III)




La metafísica -caja para contener el infinito- siempre me hace pensar
en aquella definición de caja que oí en la boca de un crío.
-¿Sabes lo que es una caja? -le pregunté, ya no recuerdo porqué.
-Sí lo sé, señor -me respondió-, es una cosa para guardar cosas.
Diarios. Fernando Pessoa

Al igual que el panteísta se siente onda, astro y flor,
yo me siento varios seres. Siento que vivo vidas ajenas,
en mí, incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres,
incompletamente, individualizado en una suma de no-yoes
que se sintetizan en un yo simulado.
Diarios. Fernando Pessoa


SIETE
.....Medra el deslumbrado entre miopes, tuertos, ciegos y vendados inconscientes de serlo. Se cruza con ellos, los reconoce, podría hasta indicar a qué tipo pertenece cada uno. Cuando se cruza, cosa harto inusual y difícil, con otro deslumbrado, inmediata y mutuamente se reconocen. Pero el deslumbrado que no elige la ascesis física, que no se aísla, que no se recluye en su burbuja de infinito, es decir, aquel que sigue viviendo inmerso en el mundo, pasa desapercibido para todos; incluso éstos, los todos miopes, tuertos, ciegos y vendados que en el mundo son, suelen pensar de él que se trata de un alma cándida, un simple, un enajenado, un pobre loco, o, a lo sumo, un alucinado que dice que ve y siente cosas peregrinas y extrañas al común: es capaz de percibir colores en la música, o formas en sus notas, capaz de sentir el tacto de las palabras, el abrazo de las miradas, capaz de extraer imágenes de los olores, capaz de ver en los sonidos melodías ilustradas del tiempo, capaz de dialogar con las cosas inanimadas, capaz de invocar la presencia de seres fantásticos, capaz de dar carta de naturaleza y autenticidad a los entes mitológicos... un ser, en fin, al que se mira con compasión o perplejidad, pero también, no pocas veces, con animadversión. Y es que ese ser deslumbrado parece ser más feliz y despreocupado que los demás, quienes se toman la vida en serio. Efectivamente, el ser deslumbrado parece vivir, si no ajeno a los problemas que a todos aquejan, al menos distanciado de ellos, de forma que a él llegasen amortiguados; o bien parece, al contrario, preocuparse paradójicamente por cosas fútiles, cosas que para el resto de los mortales pasan desapercibidas, o bien no son dignas de su atención. El deslumbrado es una gota de aceite en un estanque.

.....El deslumbrado bienaventurado se diferencia del deslumbrado nihilista irredento (Reflexiones de un Deslumbrado II, CINCO) en que éste es incapaz de superar el estado de ceguera producida por el fulgor de su lúcida conciencia; es un ser que camina a tientas. Desprovisto de la capacidad para ejercer la voluntad risueña, se queda lastrado en la gravedad de sus propias contradicciones, imposibilitado para el vuelo liberador, para la risa triunfante, permanecerá cegado por el exceso de luz, maldiciendo su lucidez que lo aboga a una frustración perpetua: anclado al borde de la Tierra Prometida abjurará de su lucidez, e, incluso, de que la liberación sea posible. Su conclusión será: "el ser humano es el ser más desdichado del universo, pues le ha sido otorgada la conciencia de lo infinito y él mismo es un ser efímero, sometido al dolor, el sufrimiento y la muerte; más le valiera no haber jamás existido." Le ha faltado la risa, le ha faltado, quizá también, embriagarse de belleza hasta salvar la dualidad que la niega en lo feo. Le ha faltado: ¡fe en sí mismo, voluntad de ser, desprendimiento! El nihilista irredento necesita la ebriedad de los sentidos (y del alma), una especie de embotamiento del yo que le haga olvidarse de sí mismo, para poderse soportar, para poder soportar la existencia. La lucidez actúa en él como un poderoso tóxico, que ha de contrarrestar con tóxicos de un poder semejante (el nihilista irredento sería la encarnación más ajustada de la mosca contra el cristal de Pessoa).

.....No se compadece el deslumbrado de quien no lo está. De quien permanece ciego o no quiere ver. Ser un deslumbrado -ya lo he dicho- implica grandes riesgos, y no es el menor quedarse a medio camino en ese tránsito a la luz. El proceso de deslumbramiento es largo, a veces arduo, en ocasiones descorazonador y frustrante. Uno ha de realizar un ejercicio constante de confianza en sí mismo. La vida, el entorno, el "todo lo demás" que lo esculpe, batirá contra él haciéndolo zozobrar, empeñado en desviarlo del camino, como si existiesen fuerzas ocultas, celosas de la ceguera del ser humano, dispuestas a disuadir de la luz a quien intente alcanzarla. Puede ser el eterno conflicto maniqueo entre los dos polos, entre las dos caras de una misma moneda, entre el Bien y el Mal. Entiéndaseme, nada más lejos de mi intención que dar un carácter moral a esta reflexión: no lo persigo. Sólo intento establecer una analogía para intentar explicar esta contumaz oposición que el deslumbrado ha encontrado durante todo su proceso de deslumbramiento. Algo no quiere que el ser humano alcance su iluminación, algo se opone a ello, y no siempre se trata de una fuerza exterior. El mayor enemigo del deslumbrado se encuentra agazapado en su interior. Es un enemigo taimado, artero, astuto. Para conseguir sus propósitos obstaculizadores toma diversas manifestaciones (facultades) que normalmente pueblan su conciencia social de rebaño: la responsabilidad, la tradición, la convención, la imitación; o bien sus zonas críticas de individuación: el temor a la soledad, el vértigo ante la empresa sin garantías de éxito o, llanamente, la pereza. Contra todas estas apariencias, con que el enemigo interior se reviste, ha de luchar el deslumbrado para ser coherente con quien es, con quien quiere ser, con quien siente que es impelido a ser.
No, no es un camino de rosas. El deslumbrado no es un ser esencialmente bienaventurado, ha de alcanzar ese  estado -si al fin lo logra- a base de un proceso costoso, plagado de obstáculos y cantos de sirena, que deberá salvar no sin sacrificios, no sin sufrimiento, no sin renuncias.
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Psyche and Amour (1889) -  The Abduction of Psyche (1895) - Love and Psyche (1899)

OCHO
.....Es, el deslumbrado, un eterno enamorado de la existencia. Su facilidad para el enamoramiento no le viene dada por su ligereza de cascos, antes bien, suele ser muy exigente a la hora de repartir sus caricias, a la hora de hacer expresa su elección. Lo que sucede es que el deslumbramiento conlleva una apertura hacia el amor en todas sus formas. Porque, ¿qué es, en resumidas cuentas, el amor? Una fuerte emoción -a veces violenta- que tiende a unir a los individuos recreando en sus almas el estado de fusión previa a la individuación. Esta unión persigue, en primera instancia, la satisfacción y el placer consecuente con la interacción entre los implicados (quienes se sienten atraídos entre sí), pero también pretende unir las almas en una especie de sintonía no necesariamente recíproca (uno puede amar sin esperar que lo amen, sería el amor altruista -si es que ello es posible, como más adelante se cuestionará) que las haga experimentar la sensación de una fusión. Podemos discutir a cerca de los matices, pero no creo que disintamos en lo esencial del objetivo: amor es unión, unión de un ser con otro, de la que se espera obtener un determinado grado de bienestar (placer, satisfacción, gozo, deleite o dicha). Fusión que, en ocasiones, más allá de la singular y placentera experiencia de pérdida en el/los otro/s, propicia -de modo encubierto o no- la creación de un nuevo ser producto del efímero estremecimiento de entrega; nuevo ser en el que se ve (y, sobre todo, se siente) la perpetuación de lo propio, convertido así en seguro de perdurabilidad diferida, remedo de lo eterno capaz de salvar la certeza con que se experimenta (se pre-siente, o se teme) lo definitivo del acabamiento. El amor, en todos los casos, es un estado mediante el cual el individuo salva su sentimiento de individualidad para alcanzar otro de fusión capaz de trascender el sentimiento de desgarradura, de desgajamiento del tronco común.

.....Hay quien reduce el objetivo digno de su amor a unos cuantos destinatarios: la/el amada/o, los padres, los hijos, los amigos (muy amigos), la mascota; es lo más habitual. Hay quienes abren ese abanico y allí incluyen ideas abstractas (la patria, su club de fútbol, su dios). Algunos pocos más derraman ese amor a un grupo más o menos amplio de congéneres, incluso a casi todos los congéneres (quienes aman así, no obstante, si son enteramente, y sin reservas, sinceros con su sentir, necesariamente están camino de la luz). Y los hay, como el deslumbrado bienaventurado, que aman indiscriminadamente cualquier manifestación vital: amada/o, familiares, amigos, conocidos, congéneres,... pero también todas las demás cosas (materiales o inmateriales) que pueblan el mundo. Pero no lo hacen de ningún modo como esos santones hindúes que detienen su marcha porque son incapaces de pisar una hormiga, o se tapan la boca con un velo por no tragar accidentalmente un insecto (aunque si lo hace, y es consciente de ello, el deslumbrado no dejará de sentir una cierta sensación de culpabilidad, y probablemente dedicará algo parecido a una oración de disculpa al alma de la víctima para hacer patente su condolencia), nada de eso: su actitud no es compasiva ni de sumisión, sino absolutamente comprensiva y de afirmación. Lo más chocante sea quizá que el deslumbrado, como he dicho, también ama las cosas aparentemente inanimadas (un río, una planta, una roca, el viento, un rayo de luna), pues que todas ellas no dejan de ser manifestaciones de Lo Posible, y, como tales, las considera y siente dignas de veneración y de amor. El deslumbrado ama toda manifestación de la existencia, pues es su unión con el todo, lo que el deslumbramiento le ha revelado y proporcionado. 

.....Por definición, el deslumbrado bienaventurado es un eterno enamorado de todo cuanto siente parte de sí mismo, que no otra cosa es sino todo lo que es, y del cual él mismo se considera parte. El deslumbrado bienaventurado es el ser plenamente consciente de su pertenencia a todo lo que es, y quien, salvado el espejismo inherente a su individuación (su sensación de desgarradura, de aislamiento, de soledad), se siente uno con todo. Amante entregado, pues, al abrazo del todo. Amante en constante estremecimiento ante los siempre renovados estímulos con que Lo Posible recrea y refunda el todo inmarcesible al que él, rendido enamorado, abraza con plácida voluptuosidad y sosegada pasión. 
El deslumbrado bienaventurado es aquel ser que ha recuperado la conciencia de que todo -incluido él mismo- no es sino lo Uno jugando a ser vario, lo Uno enamorado de su infinita posibilidad, lo Uno convertido en acto de amor paradójico que de forma incesante engendra en sí mismo infinitas manifestaciones, atomizando su unidad en un Todo continuamente creciente. El deslumbrado bienaventurado, por el hecho de serlo, no puede ser otra cosa que un perpetuo enamorado, puesto que en su conciencia deslumbrada ha descubierto la belleza que hay en todo, lo relativo de su desgarradura (su sentimiento de ser desgajado) y la suprema alegría (la risa liberadora) que tal conciencia le proporciona.
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The Return of Spring (1886) - Elegy (1899)

NUEVE
.....¿Cómo vive el deslumbrado la contradicción que supone el dolor, el sufrimiento y la muerte presentes en el mundo, con su estado de perpetuo enamoramiento? ¿Cómo se puede concebir la belleza allí donde no parece sino existir la más horrible fealdad? ¿Cómo es posible conciliar lo que parece, no ya irreconciliable, pero excluyente? Sólo es posible mediante un acto de sublime generosidad. Generosidad con la propia naturaleza humana, ya que la conciencia de dolor, sufrimiento o muerte no sabemos cómo se viven en otros reinos ajenos al nuestro de seres humanos.
Se suele decir que la naturaleza no es cruel, que simplemente "es". Y es verdad. Será el hombre, desde su singular perspectiva, quien adjudique categorías morales a los fenómenos que, en esencia, no las tienen. El dolor, el sufrimiento y la muerte son fenómenos naturales que se expresan de forma diferente según el rango de sensibilidad de quien los padece. Todos los seres vivos orgánicos (de los inorgánicos cabe la duda) padecen en mayor o menor medida los efectos del dolor y el sufrimiento, en cambio la muerte los iguala a todos. Son hechos consustanciales a las propiedades de su ser. Cuando el dolor, el sufrimiento o la muerte acaecen de forma natural, es decir, no inducida por una inteligencia interesada en causarlos, se experimentan de distinta forma a cuando son gratuitos, fruto de la veleidad maliciosamente inteligente que goza, además (o es indiferente), provocándolos. Qué duda cabe que quien está en condiciones de ejercer una tal aviesa orientación intencionada al dolor, el sufrimiento y la muerte, ese es el género humano. Es esta orientación e intencionalidad la que fundamenta el concepto de Mal. El Mal es quien promueve el dolor y el sufrimiento, y, aunque no siempre, muy a menudo la muerte. El ser humano se ha visto impelido a crear el concepto de Mal, de lo maligno, la figura del ángel caído empeñado en hacer lo contrario de lo que allí, en el reino del Bien (de Dios), es propio.

.....Lo maligno es privativo del género humano, y si en la expresión y manifestación de lo maligno intervienen los otros reinos (sean materiales como inmateriales) lo serán como herramientas que el maligno utiliza para sus nefastos fines. Esta concepción es tan simplista como eficaz para la cohesión social. Pero condena al ser humano a ser víctima de sus limitaciones y sus miedos. Se crea así un estado de cosas en que la existencia del ser humano a menudo aparece como palestra en la que se desarrolla el conflicto entre el Bien y el Mal. Todas las culturas lo han escenificado y desarrollado en sus teogonías, forma parte de su leyes morales, determina sus normas de conducta. Mas no por ello deja de ser un convencionalismo. Convención que algunos, en todos los tiempos, tratan de trascender. Lo que sirve de ley general para los más (cohesión social), no tiene por qué constituirse en ley absoluta. De hecho, esos algunos que en todas las épocas han sido (deslumbrados, iluminados, trascendidos, perfectos), demuestran la falacia que subyace en el fondo de este maniqueísmo interesado. Quienes trascienden la realidad convencional fundada en el sentido moral, e integran los fenómenos que en la existencia acaecen sin adjudicarles una valoración ética, quienes se hallan más allá del Bien y del Mal (moralmente considerado), son los lúcidos deslumbrados, aquellos que han superado el estadio de ciega dependencia a las medidas coercitivas que actúan de diques de contención ante las limitaciones y los miedos. Sólo quien acepta íntegramente su naturaleza, y lo hace aceptando, además, la naturaleza de todo cuanto es; sólo quien es capaz de vivir sin miedo al dolor, al sufrimiento o a la muerte; sólo quien dice sí a los noes con que en su vida tropieza; sólo quien supera la fase de ceguera sobrevenida a una conciencia eterna encerrada en la efímera materia; sólo ese, el deslumbrado, será semejante a los dioses... porque ése habrá adquirido la conciencia de pertenencia a lo divino, y, por tanto, será uno con lo Uno.

.....El deslumbrado considera el mal tan necesario como el bien, o, más concretamente, el deslumbrado, mediante su lucidez, desnuda de conceptos morales la existencia: no más Mal ni Bien, sólo hechos, sólo acaeceres, sólo manifestaciones de Lo Posible, que en el juego de la existencia interaccionan para lograr que Lo Posible pueda seguir su curso imparable y eterno en pos del Ser. El deslumbrado integra lo feo que el Mal implica como un bien necesario. No lo promoverá conscientemente -el Mal, lo feo- pues el deslumbrado se encuentra más a gusto en un ámbito de luz que en uno de tinieblas, pero lo aceptará cuando sobrevenga.
Muchos han sido quienes, en el arte, han transitado por la vía que conduce al embellecimiento de lo feo, de hallar lo bello entre los pliegues de lo considerado feo, de extraer la belleza oculta en la fealdad. A veces, a quienes tal aventura emprendieron, se los comenzó considerando decadentes, para acabar, con el tiempo, sancionándolos como visionarios: efectivamente, tras la apariencia de lo feo siempre, siempre, hay una esencia de lo bello, sólo se necesitan ojos para verla.
En el sufrimiento, en el dolor, contra lo que pueda parecer, hay belleza. Hay belleza en el ser que, padeciéndolos, no es víctima de su pesadumbre, no sucumbe a su poder coactivo, sino que se alza sobre ellos, los sobrepuja y los convierte en lanzaderas... hacia la luz, hacia el deslumbramiento. ¿Lo peor de todo? Que el dolor, que el sufrimiento y que el temor a la muerte condicionen la vida luminosa que al ser humano le es propia por derecho de conciencia. Todo esto el deslumbrado lo sabe, y por eso reflexiona en voz alta sobre ello... O, quizá, acaso el deslumbrado no sea más que un fingidor (como el poeta pessoano) que simula haber traspasado el cristal que lo separaba de la luz y no haga más que reflexionar acerca de las deslumbradoras quimeras que pueblan su imaginación.

Biblis (1884)
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Ilustración de cabecera: Nymphs and Satyr (1873)

Todas las ilustraciones son  de:
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 William Adolphe Bouguerau 
(1825- 1905)


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