lunes, 18 de febrero de 2013

Eric Delvaux en el Corazón de las Tinieblas (I)




Sin embargo, para que podáis comprender el efecto
 que todo aquello me produjo es necesario que sepáis
cómo fui a dar allá, qué es lo que vi y cómo tuve que remontar
el río hasta llegar al sitio donde encontré a aquel pobre tipo. 
Era en el último punto navegable, la meta de mi expedición.  
[...]
Se había convertido en un lugar de tinieblas. Había en él especialmente 
un río, un caudaloso gran río, que uno podía ver en el mapa, como una inmensa 
serpiente enroscada con la cabeza en el mar, el cuerpo ondulante a lo largo 
de una amplia región y la cola perdida en las profundidades del territorio
El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad


I
.....Cuesta creer que dos continentes, ahora separados por diez mil kilómetros de océano, un día, apenas unos millones de años atrás, no fueran sino la misma masa continental. Una de las consecuencias más curiosas de este hecho -a parte del preciso encaje del perfil oriental de América del Sur en el occidental de África, como groseras piezas de un inmenso puzzle- es cómo, a pesar de esta deriva milenariamente secular, lo que en su momento fue un único y desmesurado cauce de agua dulce, al desgajarse el supercontinente en las diversas masas continentales, también subsistió, mas ya dividido: la gran cuenca del Amazonas en el cono sur de América y la del río Congo en el África ecuatorial. Ambas constituyen los más extensos humedales del planeta conformadas por una intrincada red de innumerables afluentes, unos caudalosos, otros más discretos, todos engrosando el caudal común, permeando un denso paisaje selvático plagado de vida y misterio. Cuando ya el hombre se ha paseado por la Luna, llegado a Marte, espiado los planetas más lejanos de nuestro Sistema Solar, tales Júpiter o Saturno, aún permanecen ignotas zonas recónditas de estas inextricables cuencas. Incluso hoy día son descubiertas nuevas especies de esquivos animales, plantas de naturaleza equívoca e increíble, reliquias orgánicas de un pasado remoto que se resisten a desaparecer, agazapadas allí, en lo más profundo del corazón de las tinieblas. Algunos, muy pocos, fueron los que se sumergieron en su umbrío e impenetrable espacio --un espacio enclavado fuera del tiempo, pero en el que se halla contenido todo el tiempo del planeta. Aún fueron menos los que, de aquellos pocos, volvieron a la civilización para contar lo que allí vieron. Eric Delvaux fue uno de ellos. Es pronto para precisar si nuestro ya conocido aventurero belga corresponde al grupo de los pocos que allí se sumergieran, o si pertenece al exiguo de los que regresaran para contarlo. Todo se andará, y, en resumidas cuentas, quizá nunca estaremos seguros de la conclusión, pues ¿cuándo se puede decir que el que regresa de un azaroso viaje --si es que regresa-- es el mismo que aquél que partiera?

.....Ya conocemos de Eric Delvaux su ascendencia, parte de su genealogía, parte, también, si somera, de su aventurera vida: sus avatares de juventud, su remanso mediterráneo, su felicidad sobrevenida al hallazgo de una enigmática figura femenina, el desastre y la desesperación por la fatal pérdida del paraíso, su negación de la sangre de su sangre -culpable, según él, de su desdicha... Sabemos que volvió la espalda al infausto futuro heredado de su reciente e intensa experiencia vital, para volver a embarcarse en una aventura desmesurada --si se compara la pequeñez de un hombre con la inmensidad en la que, como es el caso, decidió perderse. ¿Qué buscaba? ¿Qué quería encontrar? ¿De qué huyó verdaderamente? ¿Por qué cambió la quietud del ensimismamiento, propia de la aventura interior --el clima benigno, los paisajes abiertos y evocadores, preñados de lirismo, saturados de historia y cultura-- por esta otra arriesgada y peligrosa experiencia exterior, donde los elementos, frecuentemente amenazadores, condicionan de modo fundamental la existencia? Se puede pensar que tal actitud, tal disposición a desafiar al destino, es una consecuencia lógica del que huye de sí mismo, del dolor insoportable, del pensamiento en callejón sin salida: someterse a condiciones extremas donde lo que prevalece y prima es la subsistencia minuto a minuto, sin tiempo para pensar en otra cosa que no sea cómo mantenerse vivo a cada instante. Es decir, Eric Delvaux se remitió, en último extremo, a su instinto ya que no podía hacerlo ni a su razón ni a sus sentimientos. Fresca aún, en sus ojos y en su alma, la imagen de aquellos dioses olímpicos y el incomparable escenario donde se enmarcaban sus peripecias e influencia, acometió la que él esperaba su aventura decisiva, la última, pues no esperaba regresar. Según él, no tenía a dónde regresar ni para qué regresar. Así sentía, al menos, en su fuero interno cuando en una pequeña chalupa a motor remontó, solo, el gran río desde Banana, pequeña ciudad portuaria enclavada en el extremo oriental del ancho estuario. Atrás intentaría dejar el dolor, adelante esperaba encontrar motivos para seguir viviendo.

.....Entre estos motivos había uno, una simple excusa, que haría de macguffin o hilo conductor de la expedición. Ya dijimos en su lugar que el conglomerado de empresas que formaba la Import-Export Delvaux Corporation basaban el grueso de su negocio en las materias primas y manufacturas de alto valor, artículos de lujo en suma, lo mismo maderas que metales preciosos o gemas, manifestaciones artísticas que labores artesanales exclusivas realizadas por culturas más exclusivas aún. Así: oro, plata, platino, marfil, esmeraldas, zafiros, rubíes, ébano, lapislázuli, ámbar gris, madreperla o el más raro y escaso coral; y exquisitas obras de arte con ellos realizadas por artistas anónimos que poseían el genio incorrupto del puro don de la naturaleza. Si bien no se despreciaba, de modo tangencial, cuanta oferta de negocio surgiera en la búsqueda y hallazgo de estas maravillas. Así, el caucho, el té de altura o el cacao también formaban parte de la cartera que el conglomerado gestionaba.
Pues bien, parece ser que existía una leyenda que hablaba de un raro mineral semejante al diamante, pero de una más perfecta estructura, de una mayor pureza,, capaz de rayar a aquél, y de irisar la luz de forma aún más onírica e irreal. Este mineral, como el oro del Rhin, parecía hallarse en el fondo del gran río, en algún lugar entre las Puertas del Infierno, cerca de Kongolo --cuando el cauce del Congo Superior es denominado Lualaba-, y las Cataratas de Boyoma --también conocidas como cataratas Stanley--, que bañan con su espuma las riberas de Kisangani. La leyenda también aseguraba que el tesoro mineral estaba custodiado por un ser de otro mundo (si bien, según las descripciones dadas por los lugareños, que referían a quienes aseguraban haberlo visto de forma fugaz --ya que era milagrosamente  esquivo--, podría tratarse de un ser de este mundo pero de otra época: quizá algún gran saurio que de forma harto misteriosa y sorprendente hubiera conseguido pervivir en la asechanza constante de su improbable existencia). Tal ser pudiera tratarse del ya famoso Mokèlé-Mbèmbé, misteriosa criatura de la que muchos hablaban pero que nadie había visto directamente, aunque de ella se contaba que era capaz de matar a los más grandes cocodrilos y a los más imponentes elefantes que se aventuraban hasta el borde del agua; cualquier muerte lo suficientemente extraordinaria, y no justificada por la habitual voracidad de la jungla, le era atribuida.
Eric Delvaux sería uno más de los que emprenderían la empresa de localizar el extraño mineral y, de paso, intentar averiguar qué de cierto había sobre aquella fantástica leyenda del monstruo mesozoico.

.....Nuestro protagonista se embarcaba con la certeza de que dicha gema era, muy posiblemente, la conocida como Lonsdaleita, de la que ya entonces se sabía su naturaleza extraterrestre. ¿Cómo había llegado a la tierra? La respuesta sólo podía ser una: por medio de meteoritos que impactaron con la atmósfera, a resultas de lo cual -fricción, compresión, altas temperaturas-, en connivencia con las especiales condiciones que posee todo cuerpo estelar errante, modificaran las propiedades del carbono en ellos contenidos. El tesoro mineral ubicado en el fondo del Río Congo, en caso de existir, no se trataría, pues, de otra cosa que un meteorito conteniendo Lonsdaleita, al menos eso es lo que se esperaba. Las muestras disponibles hasta la fecha -y que eran las que certificaban la realidad de su existencia- procedían de engastes en objetos y máscaras de uso, aparentemente, mántico, en ceremoniales mágicos de las tribus indígenas -todas de etnias pigmeas- que moraban en aquella zona; apenas eran fragmentos de escasos quilates, toscamente tallados, pero de una naturaleza extraordinaria. Con ellos se comprobarían sus inusuales propiedades tanto cristalográficas como refractivas. De disposición molecular hexagonal, en su translúcida trama parecía habitar la luz de forma aún más misteriosa que en el diamante. El más leve resplandor, la más escasa luminosidad, era suficiente para causar en su núcleo una reverberación luminosa que se multiplicaba prodigiosamente en sus mil facetas, potenciando el efecto lumínico hasta niveles increíbles. Y no sólo eso, la naturaleza de su irisada luz transgredía el espectro visible conocido: no ya siete colores, sino catorce, veinte, o más según la fuente de la luz que lo nutriera. Era tal su poder refractivo que incluso en una noche estrellada parecía condensar en sí el rutilante resplandor de las estrellas. No era de extrañar que aquellas gentes, en sus rituales, la utilizaran con algún efecto taumatúrgico, una especie de talismán por medio del cual conectarse con el más allá... Desde el punto de vista económico, definitivamente, se trataba de un mineral que dejaría en mantillas el valor del diamante. Se trataba de un super-mineral, de una super-gema de valor incalculable que merecía la pena, al menos, ser investigada por su posibilidad comercial.


II
.....En lo que respecta a la fluida superficie por la que navegaba, Eric tardaría en hacerse a la idea de haber abandonado el océano para adentrarse en un curso fluvial; salvo por la dulcedumbre pastosa del ambiente y la distinta coloración del agua. Los más de cinco kilómetros que separan ambas orillas del estuario contribuían a esta sensación de inmensidad continuada. Parecíale que la ribera opuesta a aquella por la que él remontaba el río semejaba un verde horizonte lejano, que igual podía ser ribera que perfil de isla; en medio: la inmensidad del África ecuatorial licuándose hacia el mar. Se dice, y es verdad, que el Congo es el único río que cruza por dos veces el ecuador: una vez en dirección norte, y otra, tras describir una amplia curva, en dirección sur; este itinerario aparentemente errático fue el que confundió al tenaz doctor Livingstone en su afán por hallar las fuentes del Nilo.
La primera etapa terminaba en Boma, a setenta kilómetros corriente arriba de la atlántica ciudad portuaria de Banana. En este trayecto, realizado sin acontecimientos reseñables en un cuaderno de bitácora, iría Eric aclimatándose a un ambiente bastante distinto al de altamar. Quizá no supiera decir porqué pero tenía la impresión de que el río, que le hablaba con una lengua distinta al oleaje marino, le susurraba recuerdos de su presencia allí años antes; también sentía como si lo previniera acerca de lo que le esperaría en esta ocasión, cauce arriba, si continuaba en su empeño, si perseveraba en su objetivo. No era más que una especie de ronroneo en su estómago, que sin llegar a manifestarse como desazón no dejaba de causarle una ligera inquietud: el río parecía conminarlo a no seguir, aunque bien pudiera ser que esa sensación no tuviera otro motivo que la angustia que produce en el ánimo del que se aventura en lo desconocido cuando éste, además, comporta lo amenazador.

Una vez en Boma --la gran ciudad comercial de la época colonial belga--, arreglaría los asuntos logísticos de la expedición en la sede de la Corporación, posteriormente se desplazaría por carretera, bordeando la reserva de Luki, hasta Matadi donde debía tomar el ferrocarril para poder salvar los innavegables escalones de las Cataratas Livingstone: una sucesión de rápidos y caídas que a lo largo de trescientos cincuenta kilómetros salvan un desnivel de casi trescientos metros. Para hacerse una idea ajustada de lo que pareciera poco desnivel para tanta distancia, hay que precisar que el caudal del río en ese lugar alcanza los 40.000 metros cúbicos por segundo, y que las riberas se estrechan hasta alcanzar no más de trescientos metros en la zona más estrecha, siendo de ochocientos metros la media de todo el escabroso tramo; la energía generada por tal masa de agua precipitándose aceleradamente hacia el mar dejaría en mantillas a la obtenida en la presa de Assuan. Todo este recorrido, podría decirse, aún estaba inserto en la civilización, pues incluso la carretera que bordeaba la exuberancia selvática de Luki tenía una relativa densidad de tráfico (nada que ver, no obstante, con la que alcanzaría en épocas pasadas, cuando Boma concentraba todo el comercio procedente del interior del corazón de las tinieblas, y la carretera -entonces de tierra- era un constante ir y venir de mercancías y mercaderes). El transitable y abierto trayecto pues, escoltado por la densa selva, parecía transcurrir ajeno a las presencias ominosas que, a un lado y otro, se presentían observando agazapadas entre las verdes sombras. La más atrevida de las prudencias aconsejaba de cualquier forma no salirse de la carretera; el riesgo de ser engullido por la jungla era, más que cierto, seguro. Allí todo parecía ser objeto de un infatigable proceso de digestión: la selva se digería a sí misma sin cesar y sin ninguna piedad; allí la ética perdía su sentido, engullida también por las sombras, para someterse al imperio del ordenado caos vitalista de la ley natural; allí el ser humano no era sino un ser tan desvalido como cualquier otro, y los que habían podido sobrevivir en aquel ambiente, los que se habían convertido en moradores de las tinieblas, tenían de humano poco más que cualquier otro animal; allí los dioses de los hombres -si es que pudieran así ser calificados- eran dioses de lo oscuro, de lo invisible y aterrador; allí la ausencia presentida era la más incontestable de las presencias. Todas estas impresiones le saltaban a uno cuando transcurría por aquella carretera si se dejaba penetrar por el aliento que exhalaba la inmensidad verde.

En Matadi Eric se reunió con el que debía ser, en adelante, su guía y asistente. Se trataba de un indígena hasta cierto punto occidentalizado, uno de aquellos pigmeos que tan mala fama tuvieran tiempo atrás --apenas cien años antes-- cuando se iniciara la colonización y los primeros exploradores blancos tomaran contacto con ellos. Ahora, Hasani --que tal era su nombre--, había trocado el arco y las flechas por el timón y la brújula. Se trataba de un espécimen de la etnia Asua --procedente de la parte más oriental de la cuenca-- asimilada a una de las facciones Twa que se asentaban en el curso alto del río, en la zona conocida como las Puertas del Infierno (un estrecho cañón de más de 100 kilómetros por el que el río corre a presión, siendo por tanto en este tramo, obviamente, innavegable). Muy posiblemente algo de mezcla bantú corría por su sangre ya que su tamaño era superior al común de los pigmeos. Sobrepasaba el metro y medio de estatura, era de complexión atlética y poseía el rostro propio de la etnia, es decir: en un óvalo redondeado, la frente amplia y los ojos grandes y asustadizos que parecen proyectar cuando miran todo el misterio de su región de origen. Extraordinariamente hábil y capaz, llevaba realizando labores de guía y prospección para la Corporación desde hacía ya diez años, cuando se unió a Eric Delvaux. Sería --eso le dijo Maurice Deaenne, el Director Comercial de la empresa en Boma-- su ángel de la guarda en la inminente aventura; algo que constataría nuestro protagonista día a día, a medida que se adentrara más y más en la imprevisible jungla. De momento le serviría para moverse sin dificultades hasta más allá de Kinshasa, donde retomarían la corriente del río para ascender por él y abandonar definitivamente cualquier contacto con la ya bastante diluida civilización occidental. Salvo por los puntos de aprovisionamiento que cada cien kilómetros aproximadamente se distribuían a lo largo del río hasta Mbandaka, primero --a 700 km--, y Kisangani, después --a casi 2000 kilómetros de la capital--, la única presencia humana que se encontrarían en el trayecto eran los dispersos asentamientos, poco menos que aldeas compuestas por unas cuantas chozas de irreductibles pigmeos, en los escasos claros que aquella intrincada masa forestal permitía. Pasarían, eso sí, por ya abandonadas estaciones de atraque que antaño sirvieran para embarcar el caucho y el marfil arrebatados a la selva; construcciones ahora destartaladas que el apetito voraz y vengativo de la fronda ecuatorial se había encargado de digerir convenientemente
La chalupa a bordo de la cual penetrarían en aquel mundo de verde oscuridad, extraño y hostil, era un bote a motor, tipo lanchón, de ocho metros de eslora, con cabina y un exiguo camarote. En esta embarcación, a comienzos de primavera, Eric Delvaux y Hasani partieron río arriba, siguiendo aquella inmensa arteria que los llevaría al mismísimo Corazón de las Tinieblas, en pos de un destino impreciso y un objetivo más impreciso aún.

(Continuará)

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GALERÍA

EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

Henri Rousseau "El Aduanero"
(1844-1910)

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Femme se promenant dans une fôret exotique, 1905
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On the Forest Edge, 1886
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Rnedez-vous in the Forest,
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Woman with an Umbrella In an Exotic Landscape, 
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View of the Bois de Boulogne
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Surprise!, 1891
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Éclaireurs attaqués par un Tigre, 1904
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Combat on a Tiger and a Buffalo, 1909
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Fight between a Tiger and a Buffalo, 1909
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Jungle with Lion, 1910
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Le Lion ayant Faim se jette sur l'Antilope, 1905
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The Sleeping Gypsy, 1897
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The Dream, 1910
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The Waterfall, 1910
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Horse attacked by a Jaguar, 1910
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Tropical Forest with Apes nad Snake, 1910
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The Tropics, 1910
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Apes int The Orange Grove, 1910
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Negro attacked by a Jaguar, 1
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Paisaje exótico. Lucha entre un gorila y un indio
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Paisaje exótico. Lucha entre un gorila y un indio (detail)
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Exotic Landscape II, 1909
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Joyeux Farçeurs, 1906
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Eve and the Serpent, 1907
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La Encantadora de Serpientes, 
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Serpent Charmer, 1907 
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Mauvaise Surprise, 1901
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The Repast of the Lion, 1907
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The Hunter, 1900-07
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Exotic Landscape, 1910
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Exotic Landscape, 1908
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Landscpae with Monkeys
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Two Monkeys in the Jungle, 1909
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Jungle with Tiger and Hunters, 1907
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Mandrill in the Jungle, 1909
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Les Flamants, 1907
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Rousseau Jungle par Louis Rosemond
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The Boat in Storm,
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Traumgarten (reverse)
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La Guerre, 1894
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