sábado, 16 de febrero de 2013

Grândola Vila Morena





Quiere poco: tendrás todo.
Quiere nada: serás libre.
El mismo amor que tengan 
por nosotros, nos oprime.
Odas de Ricardo Reis. Fernando Pessoa


Pequeño homenaje a un gran pueblo
(Portugal en el corazón)

.....Hay himnos e himnos, lemas y estandartes. Muchos dejan tras de sí un rojo reguero de rebeldía: es la sangre de los mártires necesaria para regar todo cambio revolucionario. Eso nos enseña, al menos, hasta la saciedad, la historia. Pero hay otros en los que el rastro no es tal sino estela, como la de un cometa, luminosa. Es el caso que hoy me ocupa en este rendido y entrañable homenaje a un pueblo, por mí, admirado y tantas veces, por tantos, subestimado.
Yo me crié en una  población --oficialmente villa, como Madrid-- castellana, que otrora fuera mercado de Europa, villa franca de la extremadura del Norte (aquella que de Soria a León sirviera de fronteriza tierra de nadie entre la España musulmana y la cristiana durante varios siglos) y que al andar imparable de los tiempos llegaría a ser decisivo nudo ferroviario entre en Norte, el Sur, el Este y el Oeste. Por allí el tren no sólo comunicaba Madrid, o Barcelona (vía Ariza) con el Norte y con Galicia, sino, de modo más ambicioso, también Francia con Portugal --y viceversa.

.....Fama tenían aquellos expresos que procedentes de Fuentes de Oñoro, y tras cruzar tierras salmantinas o zamoranas, arribaban a Medina con su cargamento de portugueses. Fama tenían, y no buena, pues aquellas gentes --humildes en su mayor parte--, eran gentes abocadas a los flujos migratorios, y en sus desplazamientos, que no duraban menos de un día de veinticuatro horas (si su destino era París; bastante más si debían continuar aún hacia el Este), en el reducido departamento del vagón, debían hacer vida: allí desayunaban, se aseaban, comían, merendaban, cenaban,... Por lo que cuando no había más remedio que coger aquellos expresos (habitualmente tratábamos de evitarlos), preferible era quedarse en los pasillos que penetrar en uno de aquellos departamentos donde imperaba un indescifrable y denso olor formado por una abigarrada mezcolanza de comida preparada, sudor y pies descalzos. Recuerdo vivamente, a pesar de mi corta edad, que entonces, para un españolito, aun de la España pobre y mesetaria, el portugués era sinónimo de alguien con escaso cuidado en el aseo, huraño en el trato (simplemente procuraban aislarse) y desconsiderado con los demás.

.....Recuerdo (entonces vivido con cierta sensación de asco, aunque a mí, de niño, me daba asco mi propia comida) cómo aquellas gentes que debían hacer del vagón del tren su hogar durante un largo día, sacaban sus cazuelas y recipientes de cristal con guisos que comían directamente, con cubiertos o con los dedos, sus botellas de vino y sus hogazas de pan. El departamento se llenaba entonces de todo tipo de efluvios (en mi memoria guardo más vívidamente, sobre todos, el pestajo a escabeche --conservante natural). Como ya he dicho, eran gentes humildes, vestían, no obstante, como nosotros: con panas y telas bastas; en las mujeres abundaban los vestidos de faldas plisadas y arrugadas, en negro y marrón oscuro, sobre refajos y combinaciones, mientras sus cabezas indefectiblemente estaban tocadas con pañuelos que las hacía parecer aún más recatadas, más pobres y más viejas.

.....Yo pensaba en aquel tiempo que los portugueses eran un pueblo retrasado, esquinado, apartado en el extremo de la península y que su desdichada miseria se debía a no haber aceptado integrarse en un mismo estado con España (la gran España, la heredera de las glorias imperiales). Al fin y al cabo, durante un corto periodo de tiempo lo estuvo, con Felipe II; y aun antes, en tiempos del luso Viriato, azote y freno de Roma, cuando la región lusitana incluía tierras salmantinas y zamoranas; es curioso cómo para el éxito no tenemos escrúpulos para apropiarnos brazos foráneos.
Al correr del tiempo fui variando aquella primigenia y falseada impresión infantil. Cuando aquí padecíamos el final de la dictadura melliza a la del país vecino (donde un eternizado Salazar, entonces ya muerto, le había enmendado la plana a Franco, en cuestión de longevidad del régimen), ocurrió algo fantástico: una revolución incruenta en las que los militares se unieron al pueblo para acabar con el régimen salazarista (superviviente durante cuatro años a su creador) y traer la democracia. Será bueno recordar que tan sólo un año antes, Pinochet acabaría de modo feroz y cruel con la democracia chilena; que en ese mismo año, en Grecia, otro golpe militar instauraría la tristemente famosa Dictadura de los Coroneles; o que apenas dos años después, sobrevendría la no menos feroz y cruenta Dictadura Militar argentina. Dictaduras todas ellas favorecidas por lo que se llamó Guerra Fría, o entente entre los dos bloques de poder en el mundo (el bloque comunista, representado por la URSS y, en menor medida, China;  y el capitalista, que englobaba las democracias occidentales y sus parapetos dictatoriales, de corte autoritario y fascista).

.....Coincidiendo con el inicio de la primavera --¿hay mejor augurio?--, el 25 de Abril de 1974, en Portugal, florecieron los claveles, y lo hicieron en los cañones de los fusiles, en los de las atroces bocas de los tanques, en las pupilas de los soldados y en el corazón de las gentes, a la señal de Grândola Vila Morena, de José "Zeca" Afonso. Fue un júbilo general. Hubo momentos de zozobra, sí, unas horas de duda, pero el rebrote fue imparable. Yo, como tantos, fui un testigo mudo lleno de envidia (aún no barruntábamos aquí la que se nos estaba preparando a un año vista, en nuestro propio país). Me recuerdo escuchando la radio (más fiable que la televisión --siempre lo ha sido, si se tiene la precaución de elegir la emisora adecuada) como si se tratase de un acontecimiento decisivo para nosotros (en cierta medida, lo sería). Los comunistas llevaron sobre sus espaldas --su organización era la mejor estructurada, como pasaría aquí--, la mayor parte de la organización de la sublevación pacífica, tanto de los militares como del pueblo. Algunos generales, declarados comunistas, fueron decisivos.

.....¿Qué es lo que pasó? Que se confabularon los astros y las almas del gran pueblo luso (ese día se borró de un plumazo todo prejuicio preexistente de mi infancia). Aquel fue uno de esos acontecimientos en que el ser humano está a la altura de su conciencia; no muchos jalonan su historia: la revolución francesa, con ser la más decisiva de todas, está plagada de sombras y regada con demasiada sangre. Aquella, sin embargo fue una revolución, no de guante blanco, sino llevada a cabo con flores: ¿Existe mejor imagen, mejor alegoría?

.....Años después, ya con nuestra democracia balbuciendo y yo en la universidad, descubriría a Fernando Pessoa y a Camoens, el fado, el oporto y el bacalhau à Zé do Pipo; portugal me estaba ganando en todos los terrenos. Faltaba la prueba de fuego, la decisiva: mi visita a aquella tierra (¿ha habido alguna vez un vecino que ignorase hasta tal punto al otro como España a Portugal?). Esa prueba vino veinte años después de aquella revolución, y no sólo corroboró lo que ya en mi ánimo era un hecho, sino que rebasó todas mis expectativas: encontré un pueblo más culto, educado y sensible que el mío, al que yo había considerado desde mi niñez de nobleza y cultura superior. Tuve que reconocer mi error y abjurar ya definitivamente de mis infundados prejuicios. Después aún vendrían: José Saramago, Manoel de Oliveira, Madredeus, Cesaria Evora (caboverdiana, pero tan portuguesa), Rodrigo Leao, Teresa Salgueiro,... Y también, en un sentido más profesional y lúdico: los Port Vintage, los Dao, Sandeman, Fonseca,... Tesoros de nuestro vecino que valoro como un tasador de glorias, y degusto como un enjuto Pantagruel.

.....Y ahora, cuando afuera más arrecia la tormenta, cuando caen chuzos de punta y los desaprensivos se resguardan en su clubs privados y selectos, cuando el pueblo vuelve a sufrir las veleidades y las injurias de los poderosos sin escrúpulos, cuando vemos a pueblos tan paradigmáticos como (¡Por Dios, el griego!, cuna de culturas) el portugués, nuestro pacífico pueblo vecino, que reconquistó su libertad con flores, cómo está siendo constreñido con espinosa zarza rebautizada austeridad, y vemos cómo, en el zenit de su ingenio y rebeldía, en la sede que debe de recoger su voz, el parlamento, ante el discurso de su Primer Ministro, vendido a las élites político económicas de Bruselas, es capaz de realizar la mejor metáfora que en señal de protesta pudiera hacer: pueblo que se levanta, y, como el coro de una tragedia griega, entona el himno que anunció su libertad, el Grândola Vila Morena, para sacudir las conciencias... Eso es carácter, carácter de un pueblo.

.....Mi alma, al menos, ha sufrido la sacudida haciéndome evocar tantas cosas que me ha empujado, por fin, a dedicarle, a este admirado pueblo portugués, el homenaje que les debía desde mi infancia, cuando fui injusto con ellos, y más tarde cuando me brindaron tantos momentos de íntima felicidad y sana envidia. Helo aquí, este es: el Grândola Vila Morena, himno de los himnos de la poderosa --y pacífica-- voluntad del hombre; uno de los escasos que en la historia no han dejado tras de sí un rastro de sangre, sino una estela de claveles. Gracias, Portugal.

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Grândola Vila Morena
José Afonso

Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade
Dentro de ti, ó cidade
O povo é quem mais ordena
Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada esquina um amigo
Em cada rosto igualdade
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada rosto igualdade
O povo é quem mais ordena
À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade
Jurei ter por companheira
Grândola a tua vontade
Grândola a tua vontade
Jurei ter por companheira
À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade
Grândola, villa morena
Tierra de fraternidad
El pueblo es quien más ordena
Dentro de ti, oh ciudad
Dentro de ti, oh ciudad
El pueblo es quien más ordena
Tierra de fraternidad
Grândola, villa morena
En cada esquina, un amigo
En cada rostro, igualdad
Grândola, villa morena
Tierra de fraternidad
Tierra de fraternidad
Grândola villa morena
En cada rostro, igualdad
El pueblo es quien más ordena
A la sombra de una encina
De la que ya no sabía su edad
Juré tener por compañera
Grândola, tu voluntad
Grândola, tu voluntad
Juré tener por compañera
A la sombra de una encina
De la que ya no sabía su edad
-o-

Ni rey ni ley, ni paz ni guerra,
Define con perfil y ser 
Este fulgor bazo de la tierra 
Que es Portugal enstristecido--
[...]
El Portugal, hoy es neblina... 
¡Es la Hora!
Mensagem. Fernando Pessoa



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