domingo, 3 de febrero de 2013

La Bacante (IV)





¡Cámaras de los curetes y sagrados recintos cretenses en que Zeus nació; 
cuevas en que los coribantes de tres cascos me inventaron este arco con su piel bien tensa,
y mezclaron a las fiestas báquicas el sostenido dulce soplo de las flautas frigias,
y pusieron en manos de la madre Rea lo que llevaría el compás para el canto de las bacantes! 
Las Bacantes. Eurípides

VI
Naxos
.....Se dice (pero en voz baja) que el Mar Egeo es un trasunto del planisferio celeste, donde las estrellas del firmamento tendrían especular correspondencia con las innumerables islas que salpican este privilegiado rincón del Mediterráneo. Visto así, el archipiélago de las Cícladas constituiría la constelación central, y, en ella, la isla de Naxos ocuparía el mismo centro geográfico, por tanto, de este marino universo. Escoltada al Norte por Patmos, Icaria y Mykonos; al Sur por Astipalea, Íos y Santorini; al este por Patmos, Kalymnos y Kos; y al Oeste por Paros, Sérifos y Milo; nada tiene de extraño la hegemonía que siempre detentó sobre sus islas satélites. Ser el centro de algo siempre imprime carácter, serlo de un universo caído al mar añade al carácter algún otro más arcano y fabuloso privilegio. Nos cuenta la mitología (que es la verdadera historia de esta bendita parte de la Tierra) que fue aquí donde recaló el  desagradecido Teseo a la vuelta de su aventura homicida que dejaría huérfano al laberinto que Dédalo erigiría en Creta, su inaccesible centro regado con la sangre del desdichado Minotauro. Que aquí, con nocturnidad y alevoso engaño, abandonó a su benefactora Ariadna, sin cuyo ingenio y ayuda nunca hubiera podido salir con bien de la cruenta empresa.

.....Pero también nos sigue contando, ahora de forma más compasiva, que, al día siguiente de su abandono, los piadosos dioses hicieron que un errabundo Dionisos, como ella víctima de la afrenta, allí la encontrara suspirando. Y que allí, revirtiendo sus suspiros, se desposara con ella. Este es el origen del culto a Dionisos que en la isla se celebra desde tiempos inmemoriales. En época de vendimia, procesiones de bacantes y ménades, y faunos y ninfas de los bosques acompañan a Baco en un festivo cortejo por las empinadas laderas del monte Zas hasta llegar a su cumbre, en cuya atalaya celebran una interminable bacanalia de varios días con sus noches, dados al baile y al éxtasis irracional provocado por los rayos del sol transformados en dorado mosto fermentado y aromatizado con balsámicas resinas. Allí el gozo y el desenfreno, allí la conciencia alterada, allí los dioses en la tierra, allí el universo, ebrio, se diluye y lo mortal pierde el sentido; allí la inmortalidad danza al ritmo frenético que imprimen las musicales bacantes; allí se posterga lo cotidiano para vivir en la excepción; allí se abre la mente y se alcanza el conocimiento alumbrado por el fuego de lo eterno impreso en cada instante; allí el dios más risueño, el más despreocupado, el más gozoso, da su sangre en copas de oro y plata, en cráteras de marfil y bronce, a los labios ávidos de olvido. Allí por fin, en Naxos, vive la Eternidad.

.....Ambos sabían, por intuirlo no por premeditarlo, que sería allí. A medida que el barco los acercaba, sintieron los dos cómo en su interior el diapasón del tiempo que se cumple inexorable vibraba con una fuerza casi telúrica. El terremoto interior no era sino el anuncio de una próxima erupción... Maduros para la ocasión, fue el término que se dejó en el aire en el capítulo anterior, titulado Interludio. Efectivamente lo estaban. Lo estaban como un fruto que exhala su intenso perfume, como el capullo que revienta y se abre, como la piña que, granada, ofrece sus semillas. A punto, que diría en lenguaje coloquial un perezoso retórico. Ya habían recalado en otras islas del inacabable archipiélago, en ellas se empaparon de sol, y luz, y quietud, y leyenda. En ellas la presión fue en aumento, a cada latido, a cada gesto, a cada mirada, a cada ocasión postergada, a cada tímida negación de lo inevitable. Con todo este preludio hinchado de contención y de deseo si no sordo, al menos mudo, no estaban sino tensando el arco que los habría de disparar aún más lejos. Cuando la erupción, al fin, tuviera lugar era de prever una gran explosión, una monumental liberación de escorias hacia el firmamento, y de lava candente derramándose por los bordes de sus almas, proyectándose en sus entrañas, bañando su ansia contenida, insaciable por pospuesta, de satisfacción inagotable.

.....Lo que no sabían era el cómo. Tampoco querían que sucediera de forma vulgar. Dos seres como ellos, de naturaleza tan singular y misteriosa, no podían malgastar su ocasión en salvas de desahogo procaz y vacuo, de estremecimiento efímero e inconsecuente. Ambos, sin comunicárselo, sin hablar de ello, cada uno a su manera, cada uno desde su perspectiva, intuían algo excepcional. No debía ser de otro modo. Y nada mejor para generar lo excepcional que abandonarse a las fuerzas con las que conecta ese sentido del alma que entra en acción cuando el cuerpo pasa a un segundo plano, herramienta necesaria más no esencial. En la admiración recíproca de sus cuerpos alimentaban el deseo que la materia suscita; en la intuición con que se interpenetraban, en la emoción con que se intuían, en el sentir con que se abandonaban sus almas, avivaban el deseo por fundirse en un mismo espíritu. Les faltaba el detonante, el cauce, el catalizador, y Naxos actuaría como tal. Lo que allí les esperaba, lo que allí debía cumplirse, lo que los dioses (abuelos de todos los hombres) tenían programado para ellos.

.....Al segundo día de su llegada contemplaban, Alejandro y Sofía, una más de las increíbles puestas del sol que allí se ofrecen. Pero en ésta se iba a anunciar el momento esperado. En el instante en que el carro de Apolo doblaba la línea del horizonte, justo antes de desaparecer su resplandor, un rayo verde destelló durante una fracción de segundo. Fue suficiente. Sus ojos se encontraron. Sus almas se hablaron mientras sus bocas callaban. La erupción estaba a punto de comenzar. Aquella misma noche, noche de prodigios, subieron por las laderas del monte Zas. A medida que subían un sonido de flautas lejanas comenzó a acercarse, el chocar de los címbalos, el rasgueo de las cítaras se sumaron al modulado silbo del viento en las labradas cañas; voces que parecían surgir de ningún sitio cantaban una melodía bella y envolvente... En un momento se vieron envueltos por una turbamulta de irreales danzantes cuyos desnudos cuerpos brillaban a la luz de la luna. Se unieron a la comitiva, enlazándose uno y otra a los bailarines salidos de la noche y el tiempo sin tiempo. Al poco, sudorosos pero no cansados, llegaron a una zona descubierta enmarcada por viejas y retorcidas encinas. Era curioso, durante todo el camino bebieron sin cesar de las copas ofrecidas por bacantes y sátiros, pero no alcanzaban el estado de embriaguez embotado, sino que gozaban de una estimulante ebriedad de los sentidos en el cual parecían exacerbarse aún más cuanto más bebían, y danzaban, y cantaban unas canciones que nunca antes hubieran cantado. Era como si los sentidos del cuerpo se hubiesen  fusionado con los del alma, formando, así, una especie de enorme radar sensorial en que todo lo sentían con multiplicada intensidad: el zéfiro nocturno, la luz de las estrellas, las plateadas miradas, los roces danzarines, el vino en el paladar, el aroma de los cuerpos excitados, todo, todo, lo percibían aumentado, intenso, increíblemente gozoso.

.....En un determinado momento la música cesó, bacantes, sátiros y ménades detuvieron su danza y su canto. Hicieron un amplio corro en el centro de la atalaya, lo alfombraron de mullida grama, e invitaron a la pareja a ocuparlo. Ellos así lo hicieron. Se colocaron frente a frente, mirándose. Sabían qué hacer y cómo hacerlo; sabían, prodigiosamente, lo que se esperaba de ellos; sabían, porque así se lo dijeron -sin palabras- aquellos seres, que toda aquella ceremonia era en su honor. Sus dos cuerpos, esplendorosos, rutilantes de sudor y guiños de astros, privados de veladuras y disfraces, tan desnudos como su alma, comenzaron la gran danza del amor al compás de ansias milenarias. Sintieron cómo el deseo de todos los seres que los rodeaban, quienes comenzaron a susurrar canciones embriagantes, se sumaba a su propio deseo logrando, así, que un fabuloso deseo provocara la mayor erupción de sensaciones que nunca seres humanos o inmortales antes experimentara. Los orgasmos, y aún los más excepcionales, de los hombre y mujeres no serían sino leves escalofríos comparados con lo que Alejandro y Sofía, acumuladores de ansia infinita, sintieron sin descanso durante toda la noche. Alejandro sentía en sí mismo el sentir de otro ser, sentía en sí mismo el sentir masculino sumado al femenino, y parecía percibir en Sofía no ya sólo todo el poder fecundo de la tierra, sino también el eterno del cielo. Reconocía en aquellos ojos tantas veces insondables, en los que se había abismado, otros ojos que una memoria distinta a la suya, en su mente, le evocaba. Eran ojos habitados por océanos poblados de seres fantásticos, de dioses olvidados, que ahora encontraban cauce a una existencia nunca del todo desaparecida. Ojos en  los que también percibió, aunque de forma borrosa, la imagen reflejada de un hombre inerme flotando en el mar...

(continuará)
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GALERÍA

Bacantes en la Escultura 2
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Augustine-Jean Moreau-Vauthier (1892)
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Augustine-Jean Moreau-Vauthier (1892)
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Reclinning Bacchante - Pierre-Antoine Tassaert (1727-88)
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Recumben Bacchante (detail) - Lorenzo Bartolini(1834)
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Recumbent Bacchante (detail) - Lorenzo Bartolini(1834)
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Bacchante sitting on a Rock - Ferdinand Faivre.
Bacchante au repos - Lorenzo Bartolini (1845)


Bacchante au repos - Lorenzo Bartolini (1845)
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Bacchante au repos - Lorenzo Bartolini (1845)
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Bacchante portant un Satyr Jeune sur l'Epaule Droit - Jean Joseph Foucou
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Bacchante dancing - Luigi Bienaimé (1795-1878)
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Reclining Bacchante - Luigi Bienaimé (1795-1878)
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Reclining Bacchante - Luigi Bienaimé (1795-1878)
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Bacchante Supported by Bacchus and Faun - Claude Michel Clodion (1795) 
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Bacchante Supported by Bacchus and Faun - Claude Michel Clodion (1795) 
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Bacchante et Faune - Clodion
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Pair of Bachic Figures with Child - Clodion
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Satyr and Bacchante - Clodion (1775)
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Satyr and Bacchante (three views) - Clodion (1775)
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Satyr and Nimph (Bacchante) - Claude Michel Clodion
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Bacchus and a Nymph (Bacchante) with Child and Grapes - Clodion
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Bacchante and Satyr with Young faun - Clodion
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Satyr Crowning a Bacchante - Clodion
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Deux Satyres dançant avec une Bacchante - Clodion
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Dancing Bacchante - Claude Michel Clodion (1785)
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Two dancing Bacchantes and a Putto - Clodion
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Satyr and Bacchante - Clodion
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Baccahnte holding a Tambourine with Two Childrens - Augustin Pajou
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Baccahnte holding a Tambourine with Two Childrens - Augustin Pajou
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Bacchante and infant Faun - Frederick William McMonnies (1893-94)
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Bacchante and infant Faun - Frederick William McMonnies (1893-94)
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Bacchante and infant Faun - Frederick William McMonnies (1893-94)
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