viernes, 15 de marzo de 2013

Ficciones dudosas - GALERÍA: Egon Schiele






I
.....Mientras permanecía en la oscuridad, allí, arrumbado en un rincón, no podía quitarse de encima aquellos ojos fijos, mirándole, llenos de vida e interés, de promesas e inconsciencia. Eran unos ojos grandes, azules, verdes o marrones (no recordaba bien), inmensamente abiertos. Los descubrió mientras representaba uno de aquellos papeles con que habitualmente intentaba recabar la atención de los espectadores congregados ante el escenario. Se tiende a creer que es el público el que permanece embelesado ante las evoluciones de unos audaces e histriónicos seres empeñados en entretener a quienes desean ser entretenidos, y se olvida fácilmente que la atención suele ser recíproca.  Los focos no pueden evitar que desde el escenario se otee, o se intente atisbar, al menos, las primeras filas donde unas caras están evaluando, de forma instantánea, ese denodado intento por parte del figurante por interesar, o, mejor, por subyugar la atención ya predispuesta a ser sorprendida. Por eso cuando se descubre, desde allí arriba, que el espectador bosteza, o mira distraído hacia uno y otro lado, o, lo peor de todo, permanece con los ojos cerrados  --quizá la cabeza ligeramente ladeada--, algo parecido a una pesada losa de granito se deja sentir con todo su aplastante peso. Pero, en cambio, si uno descubre que los ojos están fijos, si la boca abierta, si el ademán detenido y si la atención suspendida... entonces el júbilo es total: es señal que la representación es convincente, que se está alcanzando el objetivo deseado: transmitir la historia con veracidad, con verosimilitud, sembrando en los neuronales surcos del espectador la semilla de lo posible,

.....Aquellos ojos enormes, interesados, captando como una cámara de cine cuanto acontecía ante ellos en aquella humilde función de barrio, representaban la disposición del espectador ideal, del espectador entregado, del espectador ganado para la causa. Y eso suponía tanto como dar por satisfecha el ansia de gloria de todo histrión. Pero había algo más: aquellos ojos hablaban, y hablaban tan claro y tan fuerte que él no pudo dejar de escucharlos. Incluso por poco aquella letanía de intensidad bellamente ocular le hace perder el hilo de su papel. Tal era el grado de nitidez con que aquellos ojos se expresaban. Le salvó la profesionalidad, y esa cierta sensación que siempre le acompañaba de que una entidad por encima de su voluntad guiaba sus movimientos. Es lo que tenía ser un verdadero profesional: ese que nace no solo con la convicción, sino con la naturaleza abocada al papel que ha de interpretar en su vida. Lo que no entendía era esa sensación de impotencia, ese permanecer allí relegado en un rincón, por muy tapizado de seda que éste estuviere. Le habría gustado, una vez acabada la obra, salir de las bambalinas e ir tras aquellos ojos, y preguntarles qué habían sentido cuando así lo miraban. Oh, qué sensación de felicidad le embargaba cuando se imaginaba a sí mismo haciéndolo: corriendo tras ella --pues era una chica, una chica muy joven, quizá una niña-- hasta adelantarla, plantarse ante su cara y preguntarle: "¿Qué has sentido? ¿Qué sentías mientras esos tus bellísimos y enormes ojos me miraban sin pestañear, gritando palabras inaudibles?". Y se imaginaba mirándola fijamente, tan fijamente como ella antes le miró, intentando escudriñar su alma, e intentando, así mismo, corresponder con su mirada ensimismada el interés por ella demostrado, como diciendo: "Mira, tú también has captado mi atención, me has subyugado, me has embelesado; tu atención se ha adueñado de la mía, aquí estoy para compartir contigo tus sensaciones". Oh, sí, eso le habría dicho, y habría esperado su respuesta... ¡quien sabe! quizá hasta hubiera obtenido un tímido, pero sentido, beso; un leve roce nada más, de sus frescos y lozanos labios.

.....Mas la realidad era bien otra. No sabía dónde estarían ahora aquellos ojos, ni si otro sujeto pudiera ser, en ese momento, destinatario de una mirada como la que a él le dedicaran. Esto no dejaba de ser mortificante. Aunque no pudiera arrogarse ningún derecho sobre los espectadores, le resultaba difícil admitir que aquella mirada tuviera otro destinatario que no fuera él mismo. Pero no podía hacer nada para evitarlo: se sentía totalmente inerme, radicalmente impedido, fatalmente impotente. Sólo podía pensar en aquellos ojos, especular acerca de ellos, abrigarse con ellos para no sentir esa sensación de frío y abandono que le sobrevenía cuando no actuaba, cuando no disfrutaba de ese gloriso momento en que el telón subía --las cortinas se corrían-- y él aparecía encarnando al héroe irreductible, valeroso, triunfador. A pesar de tener ya tan asumido su sempiterno rol de invicto, intentaba forzar su debilidad en los momentos precisos para mantener el alma en vilo de las puras e inocentes conciencias; y lo lograba: no pocas veces, mirando de reojo, mientras fingía caer ante los golpes del malvado de turno, había descubierto lágrimas deslizándose por aquellas tersas e inmaculadas mejillas. ¡Ah!, qué placer experimentaba al tornar aquellas lágrimas de desconsuelo en fervorosos gestos de exaltación, cuando de la aparente --y fingida-- debilidad se rehacía y lograba doblegar el mal antes imperante. La sensación de triunfo, entonces, era inenarrable, sobre todo al confundirse con los gritos de júbilo que jaleaban su creíble interpretación.
En realidad nunca antes había sentido esa necesidad de salir detrás de uno de aquellos espectadores para interrogarlo, para compartir el cómo, para saber el por qué, para confirmar tantas cábalas nunca antes satisfechas. Y es posible que en aquella ocasión sucediera porque nunca antes se había sentido él tan subyugado por una mirada de quien se consideraba el sujeto paciente, y no el agente.

.....¿Qué había en aquellos ojos, en aquella cara, en el corazón destinatario de aquellas percepciones visuales, en el alma pura que se entregaba de aquella manera a la contemplación? Él no sabría decirlo, pero el caso es que sentía por primera vez la ansiedad y el desasosiego que le causaba la impotencia de sentirse paralizado y no poder averiguarlo. No lo entendía, pero era una realidad ante la cual de nada valía lamentarse. Sentía (¡Sentía tantas cosas!) que el motivo de su parálisis debía ser parte de su naturaleza, una especie de imposibilidad congénita para tender hacia lo que atraía poderosamente su atención. No le cabía otra explicación. Probablemente hubiera nacido con alguna tara física o psíquica que él no acertaba a comprender. Lo cierto es que los hechos eran contumaces, y, por más que lo intentó, no logró realizar el más mínimo movimiento. Todo era aterciopelada y sedosa oscuridad alrededor cuando no actuaba; nada desagradable, pero sí frustrante. ¡Ah, cielos!, cómo deseaba correr hacia la luz en pos de aquellos ojos azules, verdes o marrones (¿o quizá fueran grisáceos o negros?), para plantarse ante ellos y decirles: "Bien, ojos, aquí me tenéis; quizá queráis compartir conmigo vuestros sentimientos; quizá pueda transmitiros aún más emociones de las que habéis experimentado con mi interpretación. Oh, bellos ojos, traducirme la mirada en sentimiento, expresarme con gestos o palabras o caricias aquello que sentisteis; o, mejor aún, mirarme ahora, aquí abajo, sin la máscara del héroe, para que yo contemple la verdad que hay en ellos, y pueda leer tu corazón en su brillo inmaculado". Y puede ser que ella le mirara, primero, extrañada y sorprendida por verlo ahí abajo, pero, luego, tras esbozar una sonrisa, quizá fijara en él sus bellos y grandes ojos con mayor intensidad y emoción aún que cuando lo hiciera en el escueto y artificioso marco del guiñol, y... ¡quien sabe! Quizá le plantara en sus sonrosados labios de lacada madera de tilo un casto beso.


II
.....Cuando despertaba, aún de madrugada, cuando las tinieblas todavía eran dueñas de las calles, permanecía por un tiempo en ese duermevela en que los sentidos y la lucidez adquieren su máximo estado de sensibilidad y penetración. Son esos instantes en que el inconsciente cruza el umbral de la consciencia e invade la realidad, y donde la consciencia parece surgir, aún desdibujada, entre la niebla del sueño como un Ra que accediera, aún de noche, con su barca en el día por venir. Pues bien, durante esos momentos, una vez arribado a la playa del despertar, estaba decidido a dejarlo todo, sentía, con una certidumbre meridiana, la inutilidad de empeñarse en un callejón ya sin salida. Trazaba planes, barajaba alternativas, aventuraba proyectos,... Pero a medida que el día disipaba las sombras, también deshacía en jirones las certidumbres antes experimentadas entre las sábanas. El redondo plafón del techo, emergiendo gradualmente de la oscuridad, le devolvía poco a poco, de forma irremediable, al ámbito de lo necesario. Allí estaba, redondo, tozudamente el mismo pese a los diversos cambios de domicilio (siempre, invariablemente, en el dormitorio: el redondo plafón en el techo observando sus sueños y sus despertares), como un ojo hinchado y prominente, sin vida (porque siempre daba la sensación de carecer de vitalidad), como el ojo de un dios gemométricamente vulgar señalándole con su presencia la inevitable futilidad de sus reflexiones contaminadas de sueños. 

.....Ya con el día inundando la habitación aún intentaba resistirse, ensayaba tímidamente alguna salida, alguna opción verosímil acaso menos audaz que las pergeñadas en el duermevela, pero todo era inútil: siempre se acababa estrellando contra la superficie convexa del plafón y rebotando contra la aplastada rugosidad del gotelé. Entonces echaba mano de la pura imaginación, de las más evasivas elucubraciones: se reinventaba a sí mismo de nuevo, otro día más; se fingía recién nacido, recién sobrevenido a la vida; alma renacida del sueño, limpia y despojada de pasado, de cargas y de agobios. Poco importaba que a él acudieran imágenes de una vida ya vivida, las consideraba producto de la evocación de otro ser que ya no era él. Al final, el sol le hacía incómoda la permanencia en la cama y lo tiraba fuera de ella... y por un momento, mientras realizaba la monótona repetición de la misma liturgia de movimientos día tras día, volvía a sentir la dentellada del desaliento --los afilados colmillos desgarrando su voluntad dubitativa. Pero lo superaba rápido: recurría para ello a su cuerpo, a sus sensaciones más instintivas, menos reflexivas; se animalizaba durante unos instantes, hasta llevarse el agua fría a la cara y el torso, y penetraba ya, decididamente, en la realidad del nuevo día que, con un poco de suerte, le reportaría alguna pequeña sorpresa que lo hiciera distinto, otro, de aquellos de los que pretendía huir en la lúcida duermevela de la madrugada.

.....Decididamente el subconsciente, ese que somos cuando soñamos, siempre va a contracorriente de la vida postergada, de la vida no vivida. La frustración es una camisa de fuerza de la que sólo en el ámbito onírico es posible zafarse... y bendito del que puede, aprovechando la lucidez del duermevela (tierra de nadie donde deambula lo posible y lo imposible), liberarse de las cadenas de la necesidad para ser completamente el que es. Cuando esto no ocurre, el ser humano no deja de parecer un títere manejado por hilos invisibles que a la vez que le permiten el movimiento lo maniatan. Pero cuando, aprovechando la nocturnidad, uno es capaz de seguir el pálpito, la intuición, la llamada del que grita desde lo más profundo de nuestro oceánico ser, entonces una nueva oportunidad se abre, y, entonces, ésta sí, goza de la categoría de una vida por vivir, de un alma renacida, de una nueva ocasión para, zafándose de los hilos que dirigen, emprender un nuevo camino que será, a un tiempo, forja del nuevo ser: del ser que se es. Mas... cuánto valor es preciso para ello, cuánta intrepidez, cuánto desprecio a la comodidad y cuánta confianza en las fuerzas propias. 



III
.....Sucedió en ese momento de luz ambigua y confusa, irreal, que precede al alba. Contemplaba a mi lado un muñeco inane, todo desaliñado trapo y desolación. Semejaba un guiñapo de esos que en los pueblos gustan hacer objetivo de todas las iras, blanco de todas las frustraciones, espantajo en quien descargar todas las decepciones. Polichinela disforme e inquietante. Por momentos creí ver en él señales de organicidad, incluso creí percibir en la desordenada piltrafa correspondiente a su pecho ciertos rítmicos movimientos semejantes a los de la respiración. Pero lo más probable es que no fuera más que una ilusión, pues sabía, que ello era imposible: los muñecos no respiran, ni sienten, ni, mucho menos, piensan. Luego aquello no podía estar respirando. Colegí que eran suposiciones mías, mera alucinación onírica producto del tránsito del sueño a la vigilia (¡ese innato afán mío, en gran medida alucinatorio, por dotar de ánima a lo inanimado!). Después caí en la cuenta, a medida que la mañana corría lentamente los grisáceos visillos de tinieblas, de que aquello que observaba era una imagen harto familiar: descubrí, con horror, que el muñeco que creía ver, y que me transmitía un incómodo sentimiento mezcla de lástima y desagrado, era  en realidad mi imagen reflejada en el espejo de la vida.

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GALERÍA

Egon Schiele
1890-1918

SELECCIÓN 1: La Línea Fundamental (1)
De lo Implicito y lo Explícito en los Cuerpos


Kneeling Youn Man, 1908
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Mother and Child, 1908
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Reclinning Female Nude, 1908
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Reclining Woman with Red Blouse, 1908
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The Artist Sister Melanie, 1908
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Danae, 1909
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Gerti Schiele, 1909
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Standing Girl in a Plaid Garment
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Woman with Black Hat, 1909
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Arthur Roessler, 1910
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Seated Female Nude with Extendd Right Arm, 1910
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Female Nude, 1910
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Female Nude, 1910
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Female Nude, 1910
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Girl in Green Pinafore, 1910
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Male Nude, 1910
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Seated Blonde Girl , 1910
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Portrait of a Man with a Floopy Hat, 1910
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Portrait of Eduard Kosmack with raised Left Hand, 1910
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Portrait of Karl Zakovsek, 1910
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Portrait of the Painter Max Oppenheimer, 1910
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Reclining Semi Nude with Red Hat, 1910
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Seated Male Nude, 1910
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Seated Young Girl, 1910
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Dead Girl, 1910
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Squatting Female Nude, 1910
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Self-Portrait Nude, 1910
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Self-Portrait with Arm twisting above Head, 1910
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Self-Portrait Kneeling, 1910
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Self-Portrait with Hands on Chest, 1910
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Standing Male Nude, Back View, 1910
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Woman with Homunculus, 1910
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The Scornfull Woman, 1910
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Girl in Black, 1911
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Girl in Blue Dress, 1911
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Moa, 1911
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Seated Girl facing Front, 1911
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Three Girls, 1911
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Two Girls, 1911
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Two Girls on a Fringed Blanket, 1911
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Standing Nude, 1911
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Black Haired Standing Girl, 1911
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Liegender Akt, 1911
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Nude Female Reclining, 1910-1911
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Zwei Sich Umarmende Frauen, 1911
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Pair of Lovers, 1911
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Black haired girl with high skirt, 1911
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Sitzende Frau im Rock, 1911
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Self-Portrait with Chinese Lantern Fruits, 1912
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Agony, 1912
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Conversion, 1812
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Female Torso Squatting, 1912
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Reclining Woman with Blonde Hair, 1912
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Self-Potrait, 1912
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Two Females Nudes, One reclining, One Kneeling, 1912
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Woman's Back, 1912
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Two Friends, 1912
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Upright Standing Woman, 1912
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Winter Trees, 1912
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Woman with Blue Stockings, 1912
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Man und Frau, 1912
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Boy in a Sailor Swift, 1912
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Fighter, 1913
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Amity, 1913
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Man und Frau, 1913
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Seated Woman, 1913
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Liebespaar, 1913
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Nudes of Woman and Man reclining joined, 1913
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Nude Draped in Yellow, 1913
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Standing Woman in red, 1913
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Mother and Daughter, 1913
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The Holy Family, 1913
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The Truth was Reveled, 1913
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Wally with a Red Blouse, 1913
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Reclining Woman with Ochre Blankett, 1913
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Woman in a Black Stockings, 1913
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Lying Woman with Red Trousers and Female Nude, 1913
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Portrait of Friederick Marie Beer, 1914
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Young Woman with Green Stockings, 1914
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Standing Woman Nude with Red Stockings, 1914
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Nu Couché, 1914
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Reclining Woman with Blonde Hair, 1914
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Seated Woman with Her Left Han in Her Hair, 1914
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Jeune Viennoise Nue, 1914
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Self portrait in a jerkin with right elbow raised, 1914

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Mother and Child, 1914
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Portrait of a Woman with Blue and Green Scarf, 1914
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Self- Portrait, 1914
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Lovers, Man and Woman, 1914
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Self-Portrait as St Sebastien (Poster), 1914
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Self-Portrait in Lavender and Dark Suit Standing, 1914
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Sitting Woman, 1914
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The Green Stocking, 1914
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Sit­zen­der wei­blicher Akt, 1914
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Standing Male Nude with a red Loincloth, 1914
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Woman Undressing, 1914
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Young Mother, 1914
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Death and Maiden, 1915
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Double Self Portrait, 1915
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Edith Schiele Seated, 1915
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Kneeling Female Nude, 1915
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Kniende mit hinunter gebeugtem Kopf, 1915
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Levitation, 1915
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Portrait Edith Schiele, the Artist's Wife, 1915
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Seated Couple, Egon and Edith Schiele, 1915
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Two Young Girls, 1914
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Pair of Woman Embracing, 1915
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Pair of Woman Embracing, 1915
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Two Girls lying Entwined, 1915
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Woman Nude with Red Shoes, 1915
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Woman with Greyhound, Edith Schiele, 1916
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Female Nude Lying on the Her Stomach, 1917
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Liebesakt. studie, 1915
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Four Trees, 1917
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Four trees, 1917
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Female Nude, 1917
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Kniender Half Act of II, 1917
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Semi Nude Woman Kneeling, 1917
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Standing Female Nude, 1917
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Kneeling Girl Propped on Her Elbows, 1917
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Liegende Frau mit grünen Hausschuhen, 1917
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Woman Nude with Green Turban
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Reclining Female Nude, 1917
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Reclining Woman with Green Stockings (Adele Arms), 1917
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Seated Woman in Violet Stockings, 1917
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Seated Woman with Bent Knee, 1917
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Woman Semi Nude Kneeling, 1917
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Seated Women Nude with Black Stockings, 1917
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The Artist Sister in Law in a Stripped Dress, 1917
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Squating Male Act, Self-Portrait, 1917
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The Embrace, 1917
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Lonf Haired Nude, Bent over Forward, jierk view, 1918
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Madame Sohn, 1918
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Semi.Nude Back View, 1918
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Reclining Nude, 1918
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Liegender Akt, 1918
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Seated Woman with Green Stockinfs, 1918
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The Artist's Wife Seated, 1918
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The Family, 1918
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