martes, 23 de abril de 2013

Ondina (I). La Llamada del Nilo - GALERÍA: F. A. Bridgman






Nada es lo que parece; y tras esa nada el hombre imagina, especula, fundamenta,
erige sus creencias, construye sus certidumbres; pero a pesar de ello, o, más bien,
por ello, nada le impide llevar sus especulaciones tan lejos como estime conveniente
o crea necesario para justificar su existencia y dotarla de un sentido consolador.
Ficciones y aficiones. Héctor Amado


Preliminar
(A modo de nota o aviso)
.....Hay quien cree que para un ser humano el destino ya está escrito desde el mismo momento de la fecundación, quien sostiene que el libre albedrío no existe y que la vida está gobernada por la fatalidad (entendiendo por fatalidad una compleja relación de ignotas leyes a las que se estaría sometido sin remedio). Pero hay quien, enarbolando un antropocentrismo radical y excesivamente optimista, defiende que la conciencia del ser humano es el salvoconducto para transitar por la vida ejerciendo una libertad soberana. Creo que, como pasa a menudo con las posiciones extremas, es en una zona aproximada al justo medio, entre una y otra consideración, donde podemos acercarnos a una realidad que nos supera. Que el ser humano está sometido a fuerzas que desconoce y no controla es una evidencia que no necesita probarse; pero también es posible concebir un margen de maniobra en la elección del ser humano a la hora de adoptar una actitud ante su vida y los hechos que la determinan, por muy azarosos o providenciales que éstos sean. Así, a la voluntad se la dota de sentido (ante el sinsentido en que incurriría en ausencia de libertad) y a los anhelos, deseos e ilusiones se les confiere carta de naturaleza, visos de posibilidad. Visto de esta equilibrada manera, el destino del hombre estaría condicionado a medias por lo que él no controla ni gobierna, y a medias sería libre de elegir, sobre esos condicionamientos necesarios, la orientación de su acción (o su ausencia de acción). Libertad condicionada, pues, mas no condicional. Lo que determina la actitud consciente y voluntaria ante la vida, por descontado, además de las necesidades más básicas (o una vez ya cubiertas éstas), lo constituyen los deseos, los anhelos y las ilusiones. La ilusión tiene su morada en la imaginación (por más que surja alentada por un bien material); el deseo tiene diversificadas las raíces, pero es ante todo un movimiento de la voluntad ligado a la satisfacción material; el anhelo, en cambio, no es que se sitúe en un espacio equidistante entre los dos anteriores, es que, a mi modo de entender, tiene diferente procedencia, que no es otra que el alma. Los anhelos y los deseos complejos, aquellos no sometidos a la mera satisfacción de una necesidad básica --y, en menor medida, las ilusiones, pues éstas son producto de una acción más reflexiva-- surgen, en no pocas ocasiones, de lo más profundo del corazón humano; tan profunda e insondable es su procedencia que, con frecuencia, somos incapaces de hallar el origen claro y real de tal o cual deseo complejo o anhelo experimentado: sólo somos conscientes de lo imperativo de su mandato. Lo más habitual, no obstante, es que los deseos y anhelos afloren revestidos con un más o menos hermoso ropaje que nos oculta su filiación (muchos se escandalizarían si lograran desnudarlo para contemplar nítidamente dónde tiene su venero ese anhelo que se presenta tan bellamente vestido).

.....Perteneciendo los anhelos, pues, al ámbito más íntimo y secreto del alma y corazón humanos, no creo errar si equiparo el valor de un anhelo desvelado al que posee una revelación. Me explico: se utiliza el tecnicismo positivar para referirse al revelado de un negativo fotográfico, es decir, al proceso mediante el cual a la imagen captada por el objetivo de una cámara e impresa en una película fotosensible en forma de negativo (especie de marca gráfica invertida en la cual los claros aparecen como oscuros y viceversa) se le restituyen los valores cromáticos reales; por otro lado, revelar, tiene la acepción de hacer evidente algo que previamente se presentaba oscuro, oculto o secreto. En ambos casos se comparte el sentido de hacer patente, visible, manifiesto, lo que antes de ese proceso no lo era. Pues bien, es en este doble sentido donde hay que enmarcar el valor revelador implícito en conocer los anhelos y deseos que latían secretamente en Sofía, y que determinarían su destino, un destino que no era sino instrumento de otro destino que la superaba. Será así, por tanto, el tema de este relato, un ejercicio de positivación y, al tiempo, otro de descubrimiento.
La Sofía a la que nos referimos, claro está, no es otra que la misma que, de apellido Amantidis, ya conocemos por su anterior aparición en el relato La Bacante, que no ha mucho ocupara su espacio en este blog. De hecho, el citado relato concluía con ella, Sofía, alejándose del escenario en que se desarrollara la acción que allí se narra; un alejamiento que no obstante portaba la entrañable promesa de un horizonte abierto, de un destino en ciernes. Ése es, pues, el horizonte hacia el cual, aquí, en esta nueva narración, tenderemos; ése el destino hacia el cual orientaremos nuestra atención. Otro viaje pues, mas... ¿Qué es la vida sino un constante viaje?; y más metafórica y fatalmente: ¿Qué es la vida sino un viaje hacia la muerte, que es, a su vez, ocasión de otra nueva vida?. Travesía que será, por otra parte, una revelación. Revelación, por un lado, de algo subyacente a lo ya conocido; y revelación, fundamentalmente, de lo aún por conocer, de lo que, al hilo de lo revelado, se nos irá revelando a su vez; y todo ello para constituirse en Destino. 



I
La llamada del Nilo
.....En el epílogo del relato La Bacante dejamos a nuestra heroína despidiéndose de los abuelos del malogrado Alejandro y llevándose en su seno el germen de un secreto (acaso obra de la impronta de los dioses, decíamos allí). No se nos esconde que la imaginamos fecundada por aquel desgraciado joven postrado y casi completamente paralizado. E imaginaremos bien. Sofía lo supo desde aquella misma noche en que invocara a los dioses y realizara el arcano rito órfico de exaltación de la vida y el enaltecimiento de la fertilidad. Supo, de forma clarividente, que aquella noche se estuvieron poniendo en juego fuerzas inmensas que habitualmente permanecen ocultas. Sintió como sus cuerpos eran poseídos, guiados, conducidos a éxtasis sobrehumanos que no podían tener otro resultado que la condensación de vitalidad que comporta la generación de una nueva vida. Se podría decir que Sofía percibió de forma clara y jubilosa, en sus entrañas, la unión de aquellas células germinales que hacen posible un nuevo ser. No quiso compartirlo con los abuelos, pues era algo que los sobrepasaba, que no les incumbía. Los dioses habían propiciado aquel prodigio, y a los dioses sería consagrado el fruto de su acción.

.....Se dice, se considera, que los fetos reciben influencias no sólo de la madre que los cobija sino del entorno que hasta ellos llega amortiguado. Pero quedémonos con el influjo más directo y coherente, el que ejerce la madre: sus costumbres, sus hábitos alimenticios, e incluso sus emociones y pensamientos. Esta relación cada vez parece más obvia, y es la culpable, por ejemplo, de las fobias y filias heredadas. No podría ser de otro modo. Mientras el nuevo ser permanece siendo uno con el organismo matriz, compartiendo células, metabolismo y circunstancias, nada ha de extrañar que se compartan los movimientos del alma. Pero, ¿Y al revés? Nunca se ha considerado lo que el ser en gestación pueda influir en la madre que lo está facilitando la vida. Si consideramos que el nuevo germen posee singularidad, es decir, alma propia --aunque aún no desarrollada, no madurada, no hominizada--, difícil será no admitir que la influencia pueda ser mutua. ¿Puede un alma, considerada inmadura, comunicar sus sentimientos al alma en la cual está subsumida? ¿Puede ese alma inmadura sentir anhelos y transmitirlos al ser que le sostiene y nutre el ser? Parece aventurado tan siquiera plantearlo, pero pensemos si eso no sería posible. El caso es que Sofía, tras abandonar Naxos con la certeza de llevar en sus entrañas una nueva y prodigiosa criatura, sintió un gran anhelo (un antojo, se diría popularmente), un deseo irreprimible de dirigir sus pasos hacia Alejandría. Un mandato insoslayable le indicaba, como la aguja de una brújula que tercamente apunta al Norte, hacia aquel lugar de África donde el gran Padre de la cultura egipcia accede al mar formando uno de los deltas más extensos del mundo.

.....Y allí la encontramos un tiempo después, en el ecuador de su periodo de gravidez, instalada en el barrio  griego de la ciudad que fundara Alejandro Magno en el siglo IV a.C. Este barrio, que coincide con la parte antigua y más noble de Alejandría, se trata de una hermosa zona residencial tradicionalmente ocupada, hasta el primer tercio del siglo XX, por una selecta clase de ricos griegos, y, que ahora, en el tiempo que nos ocupa, se había convertido en la zona de preferencia para occidentales que deseaban residir durante un tiempo en aquella cuna del saber. Estudiantes, artistas, bohemios, o simples y verdaderos viajeros --que no turistas-- eran los residentes habituales de una serie de encantadoras villas antiguas; además de, obviamente, ciertas familias autóctonas antaño ennoblecidas y hogaño viviendo de unas rentas cada vez más exiguas --lo que no les privaba de seguir ejerciendo su nobleza de forma distinguida y orgullosa (alguno, incluso, se reclamaba descendiente directo de persistentes e inextinguidas ramas ptolemáicas). Aquí decidió Sofía esperar el natal acontecimiento. Pero su espera no sería pasiva, dedicada exclusivamente a sentir pasar el tiempo mientras era testigo de los cambios que en su ser se iban produciendo a medida que el feto crecía, nada de eso. La cercanía de su casa a la famosa Biblioteca y al no menos importante Serapeo, verdaderos centros de identidad de Alejandría (uno, dedicado al saber; el otro, a lo sagrado), no fue casual. Sofía había elegido intencionadamente aquella villa de situación privilegiada (en relación a los dos lugares mencionados). Hasta allí se dejaba sentir la salobre brisa marítima de la mañana, y hasta allí llegaba el cálido céfiro, ligeramente húmedo, procedente del Lago Mareotis, a la caída de la tarde. Pero, sobre todo, allí Sofía podía "conectar" con un espíritu que, sin saber cómo, sentía que la reclamaba, o... que reclamaba al ser que portaba.

.....No es fácil explicar la situación de nuestra heroína en cuanto a lo soberano de su libre albedrío. No es que se sintiera en absoluto rehén de fuerzas ocultas, no era siquiera supersticiosa; no más, en todo caso, que cualquiera con unas creencias similares a las suyas. En sus venas corría la más pura sangre jónica, y ya sabemos qué y cómo expresó este pueblo su interpretación del mundo. Pueblo orientado al mar, a ese mar interior, privado, paradisíaco, que es el Mar Mediterráneo, haría de él escenario de Lo Posible, tanto de lo real como de lo imaginario: en él colocaría la palestra de su cotidiano vivir, el marco donde desplegar el producto de sus dichas y sus desdichas; pero, también, en él concebiría ese otro mundo imaginario --tan real, tan verídico en su íntimo sentir-- donde morarían los dioses, esos seres que daban coherencia a una existencia cojitranca, en tantas ocasiones inexplicable, contradictoria con una conciencia capaz de traspasar los límites de la materia y acceder a regiones ignotas, abstractas, suprasensoriales: el reino del espíritu. Sofía sabía lo trascendental de su estado. Y cuando digo que lo sabía no me refiero a que tuviera un conocimiento claro y preciso de su circunstancia; me refiero, antes bien, que intuía de forma instintiva, e indubitable, qué era lo que había sucedido, qué era lo que estaba sucediendo y qué se esperaba de ella para lo que habría de suceder. Por tanto podría considerarse que si bien la futura madre parecía estar cautiva de una situación sobrevenida (de unas fuerzas que la sobrepujaban), ella misma lo había elegido, ella misma dio un paso tras otro hasta llegar a la situación en la que se hallaba. So pena que imagináramos que sus pasos, que su elección, ya hubiera estado determinada por esas fuerzas, por esa desconocida e invisible voluntad, que la hubiera utilizado como un marioneta; y eso, eso, es difícil de admitir. Concluyamos pues que Sofía seguía el impulso imperativo de un anhelo profundo, muy profundo, que nació con la asunción de su trabajo como cuidadora de Alejandro, y que la induciría a extraer de aquel ser, aparentemente estéril, la quintaesencia de la vida que en él, si de manera débil, latía, y que ahora, en forma de llama sagrada, portaba en sus entrañas como una sacerdotisa de Isis.

.....Sincronizado su espíritu con el punto geográfico que ocupaba, como un diminuto rubí lo está en el sutil mecanismo de un orgánico reloj, Sofía, mientras el embarazo avanzaba, se dedicó a diseccionar ese impulso que gobernaba su vida. Era consciente de que su presencia en Alejandría, en aquel barrio griego que fuera centro de la clámide dibujada con harina por el Gran Alejandro cuando delimitó los términos de la naciente ciudad, no era gratuita. Estaba allí por algo, y, a pesar de que su espíritu, en gran parte, se aquietara cuando tomó posesión de aquella preciosa villa ubicada en el centro neurálgico de la Alejandría fundacional, seguía sintiendo un run-run íntimo, que asociaba a los incipientes latidos de aquel nuevo corazón que en su interior comenzaba a formarse. Como si fuera una zahorí salió en busca del venero cuyo fluir provocaba ese run-run que ella sentía con claridad. Rabdomante intuitiva orientó sus pesquisas hacia la Biblioteca, pero fue al pasar al lado de las ruinas del Serapeo, cuando notó que el run-run se mitigaba hasta casi desaparecer. Allí estaba pues, lo que buscaba. Los meses que mediaron hasta el momento de dar a luz, los pasaría indagando acerca de qué pudiera significar aquella señal. Contactó con un grupo que en la vecina Universidad se dedicaba al estudio e investigación de la Alejandría clásica. Le interesaba con preferencia todo lo concerniente al templo dedicado al nuevo dios que Ptolomeo Soter tuvo el acierto de crear. Un dios sincrético que pusiera en relación y concordancia las creencias griegas y egipcias, capaz de aunar esfuerzos y legitimar una dinastía macedonia que Alejandro Magno, a petición de los mismo egipcios, instaurara.


(continuará)

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GALERÍA

Frederick Arthur Bridgman
1847-1928

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Abu Simbel, 1874
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Scene de Halage sur le Nile, 1875
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Cleopatra on the Terraces of Philae
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Procession of the Bull Apis, 1879
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Procession of the Bull Apis, 1879
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Procession in Honour of Isis
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The Pharao's Army Engulfed by teh Red Sea, 1900
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The Diversion of An Asirian King
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Cleopatra's Barge
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Funeral of a Mummy
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Bab-el Nasr, El Cairo, 1874
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Landscape of Nubia, 1874
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After the Bain
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The Bathing Beauties, 1872
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Summer Evening
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Sur la Terrace
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La Jeune Mauresque
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The Favorite, 1882
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Zora, 1886
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Young Girl at Tlemcen, Algeria, 1887
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Harem Boart
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Afternoon in Algiers, 
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The Harem
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Odalisque
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Odalisque and Servant
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Odalisque
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The Bathing Cove, 1890
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The Bathing Cove, 1890
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On The Terrace, Algiers
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At the Fountain (d. u.)
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Shady Street
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Blacksmith Shop at Tangiers
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Near the Kasbah, 1881
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Fountain of Borkadem, 1896
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A Coast Trail
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A Scene in Morocco
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Armenian Woman in Colorful Costume
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Almeh flirting with An Armenian Policeman
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Before the Palace
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Outside the Mosque
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Outside the Mosque
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Cafe at Biskra, Algeria, 1884
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Courtyard, El Biar
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The Card Players
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In a Village, El Biar, 1889
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In the Courtyard
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The Seamstress
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The Orange Seller
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The Orange Seller
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A Street in Algeria
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The First Steeps, 1878
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In the Harem
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Interior
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The Game of Chance, 1885
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In the Souk (En el Zoco)
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L'Indolence
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Queen of the Brigands
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Idle Moments, An Arab Courtyard
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Learning the Qu'ram
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Cheval à la Fontaine
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Aicha, Woman of the Kabilian Mountains, 1875
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Aicha, A Woman of Morocco
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Rêverie
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La Jeune Mauresque
North African Market, 1923
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In the Coast of Kabylia
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An Arab Campment
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An Arab Village
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Crossing an Oasis with the Atlas Mountains in the Distance
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At the Water's Edgge
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The Barber
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Riding Through an Oasis
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The Falcon Hunt
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In the Souk
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In the Garden at Mustapha, 1897-99
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In the Garden at Mustapha
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By the City Gate
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Interior of An Arab Palace
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The Nubian Storyteller in Harem
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The Old Cafe Near Algiers
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The Orange Seller, 1920
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The Reading Lesson, 1880
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The Rug Merchant
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The Siesta, 1878
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Women at the Cemetery, Algiers
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An Interesting Game
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An Street in Algeria
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The Messenger
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Market Place in North Africa
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River Landscape with Deer
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Dolce Far Niente
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