lunes, 2 de septiembre de 2013

Refracciones (III) - GALERÍA: Max Ernst (3)





Refracciones (III)

.....Ecuación que acoge múltiples incógnitas: la vida mía... --piensa, colige, mientras refracta su pensar haciéndolo pasar a través de su sentir. Y aun a pesar de que no se le dieron mal las matemáticas, en este campo tampoco brilló su talento. Ardua se le hace la resolución de su ecuación vital. Se aplica, se esfuerza (ahí le vemos, en escorzo, abalanzado sobre el papel, cavilando, realizando operaciones --la lengua asomando por la comisura de los labios-- sin ningún resultado satisfactorio). Y entre sus vanos intentos, le asalta una pregunta que martillea repetidamente su consciencia: ¿Puede la contemplación de la propia mediocridad ser causa de impotencia existencial? Y deducimos: ¿No habría que buscar aquí el origen del bloqueo vital en que lo vemos atorado? Lo cierto es que debe de ser decepcionante poseer un refinado y extremadamente sensible canal de recepción para lo sublime y elevado, para lo genial, y, en cambio, no disponer más que uno de emisión sumamente limitado, infinitamente más limitado, al menos, que el de recepción. Lo debe de ser, sí: poseer una antena capaz de recoger información precisa de las más lejanas estrellas y, por contra, no poder emitir más que apenas audibles susurros, por más voluntariosos que éstos pretendan ser. Observadle, con la mirada abismada en la lejanía, perdida en los límites de sí mismo, esa mirada cada vez más comprometida, en la que el único ojo capaz de discernir letras de tamaño razonable y, por tanto, de adentrarse en sus amados paraísos textuales, en sus universos de papel --o plasma--, va perdiendo su potencia, se va enturbiando, va claudicando. Él piensa que este hecho no es sino consecuencia di-lógica de su proceso de salida: se va bajando el telón, se van apagando las luces, se cruza el umbral, se cierra la puerta a la espalda y se penetra en el silencio, en el bullicioso silencio de fuera

.....La incontestable sabiduría de los cuerpos. La sabiduría que sabe sin saberlo. La vida arrojada a su frenesí de posibilidad: límites disueltos en la ausencia de prejuicios, en la realidad que no nombra. Nombrar es acotar, es definir, es marcar fronteras, levantar empalizadas en torno a las cosas que no son sino fluir incesante. Nombra el ser humano para empequeñecer lo que es al tamaño de su limitación. Y al nombrar, crea: crea las cosas, e inventa, para dotarse de autoridad, a un Dios, y le hace pasar por la Palabra misma, fuente y origen de todo su nombrar, y también de todo su sentir, que no siente sino nombrando, aludiendo a cosas, emociones y pensamientos que no son sino palabras trenzadas al ser que aluden, pero que en modo alguno abarcan. Recrea el ser humano la existencia para hacerla asumible por él, justificable, comprensible (vano intento, pues se pasará toda su vida intentando comprender utilizando la perspectiva errónea de una visión --intelectiva-- miope). No son abarcables las cosas sólo desde la óptica circunscrita de una razón que funda fronteras y marca límites, si bien sólo así le es posible a esta artera facultad, analizar la realidad, pensarla y asumirla (sin acabar de comprenderla). Las cosas, los fenómenos, los impulsos de la vida que se propagan incesantemente en todas direcciones y durante todo el tiempo, azarosamente perfunden los cuerpos, los infunden directrices sin otro fin ni sentido que no sea propagarse, expandir la posibilidad más allá del momento ya de ser culminado, hasta completar los infinitos círculos, las eternas circunferencias en que se resuelve la existencia. Vano es buscar el origen, vano, el final: no existen y, al mismo tiempo, ocupan cada punto del transcurrir. Algo que al ser humano le resulta de difícil comprensión, cuando intenta comprender en base a un razonamiento lineal, tridimensional o dimensional siquiera. Por eso acierta cuando intuye, cuando sueña, y yerra cuando intenta justificar y explicar sus acciones. No se puede fotografiar el aire, la brisa, ni aún el impulso del huracán, sólo sus consecuencias, pero no su ser: ese impulso que mueve y se mueve, que es puro dinamismo imparable. Al hacerlo, al intentar obtener una foto fija de lo que es puro movimiento, una de dos: o falseamos el ser del movimiento, aquietándolo; o no obtenemos sino una imagen borrosa e imprecisa que sólo a base de --y en base a-- intuición podremos captar. 

.....Se engaña cuando piensa, se engaña cuando siente, se engaña cuando actúa. ¿Cómo no sentirse decepcionado? ¿Cómo no creerse un falsario, un impostor? Y no se engaña porque piense lo que no debe de pensar, porque sienta lo que no debiera sentir, porque actúe de una forma inconveniente o impostada; sino que se engaña porque sabe que nunca podrá pensar, sentir ni actuar de forma adecuada al ser que barrunta que es. Cuando piensa, debe de elegir, de entre la multitud de pensamientos que se agolpan en su mente y piden audiencia, sólo uno --a lo sumo dos-- a un tiempo, que, en el momento de ser elegidos se ramifican a su vez en multitud de pensamientos sucedáneos del original, pero que en sí mismos reclaman originalidad (con derecho); siendo así que debe de ir eligiendo constantemente, y no siempre de forma consciente, la secuencia y coherencia de sus pensamientos (que al fin y al cabo no son sino una especie de ruido de fondo que el Ser realiza en su perpetuo movimiento) en busca de un fin, tampoco siempre claro. Cuando siente, lo hace de forma tan difusa e inexplicable, tan poco cierta o proporcionada al objeto de su sentir, tan rebosante de misterio, que le resulta imposible sostener con certeza que su sentimiento es debido a tal o cual causa, y no está contaminado de ocultos impulsos. Cuando actúa, salvo si es por hambre (e incluso) o por una necesidad básica perentoria (incluida la catabólica), nunca está seguro de hacerlo conforme a su voluntad, es más, muchas veces se sorprende ejecutando algo que, en el fondo de sí mismo, siendo sincero con su querer, aborrece. Es así que se engaña cuando piensa, cuando siente y cuando actúa; y lo malo de este engañarse es que él lo sabe, es plenamente consciente de esta cascada de engaños con la que se precipita irremediablemente por pendiente de la vida.

.....La sabiduría de los cuerpos, la torpeza del intelecto. Oriente y Occidente. Sol Levante y Sol Poniente. ¿Es casualidad esta analogía? Noche y día, estaciones, eclípticas, giros y más giros, ciclos, todo ciclos que se repiten sin repetirse, siempre los mismos, nunca idénticos a sí mismos; cada punto en su nada se arroja alocada(o cuerda)mente en pos de ser algo, y siéndolo no para hasta convertirse en otra cosa, siendo así que nunca llega a ser más que el Ser en caída libre hacia el ser que es: idéntico a sí mismo (soy el que soy), conformado por un todo de infinitas partes tan distintas entre sí como idénticas en su conjunto. No pueden las palabras (tan condicionadas por los límites de su código), nunca podrán, dar cuenta de lo, por definición, inefable. La Palabra es Dios, y por tanto, producto del hombre que es quien la articula (y la escribe) para inventar su nombre (Dios = hombre-pez que se muerde la cola). El Ser incluye al hombre, pues éste es parte del todo que aquél es; pero el hombre no puede incluir a todo el Ser, aunque sí participe de su naturaleza, de su esencia: hay inconmensurables partes del Ser que el ser humano nunca alcanzará a comprender, y esto lo sabe por la misma perplejidad, por el mismo aturdimiento, por la misma confusión en la que vive. Si así fuese, si el ser humano alcanzase a comprender, estaría salvado (de su ignorancia) y nada le inquietaría, viviría en un perpetuo, en un eterno, Paraíso. En los cuerpos hay esa sabiduría: los cuerpos saben --sin saberlo-- que son, que son sin límites, sin fronteras: miríadas de yoes componiendo el cuerpo que es, resonando más o menos acompasados, sin preguntarse por su origen ni por su destino, sólo siendo, siendo sin parar, sin finalidad, sólo por ser: bendición de la auténtica ignorancia que se confunde (en ese su ser circular) con la más elevada sabiduría: la del ser que no necesita saber para ser.

.....¿Es el intelecto una tara? ¿Es el pensamiento un defecto de fábrica? ¿Un experimento, una prueba?, ¿de quién, por qué, para qué?. El intelecto nos aporta, entre sus muchas (¿taradas?) facultades el concepto de belleza, sólo por eso nos parecería justificado. Por otra parte, hacemos al intelecto, como sede que es de las emociones (siempre ligadas a la Palabra) --por más que líricamente las ubiquemos en el órgano cordial, para establecer una distinción con los fríos productos de la razón--, culpable del amor, algo por lo que también nos resultaría justificable. Otrosí, es el intelecto sede de los miedos, de las angustias, del padecer por lo que aún no ha sucedido o por lo que nunca sucederá; esto ya no nos parece tan justificable, aunque parece un precio que estamos dispuestos a pagar para obtener los anteriores beneficios. Pero es, por último, el intelecto, sede palaciega de la duda: gracias al intelecto, dudamos de todo, y de lo que no dudamos es porque nos conviene no dudar, no porque tengamos una certeza absoluta de su certeza sino porque así podemos decidirnos a actuar en vez de permanecer bloqueados, aquejados de indecisión. El intelecto, pues, nos impulsa, nos gratifica, pero también nos lastra, nos penaliza. Hay quien ve en esto, precisamente, la razón de ser del intelecto, la culminación que se supone es la hominización respecto a la evolución de las especies: quien coloca aquí el núcleo del libre albedrío, de la libertad. Pero ¿es que se puede elegir la vida, una vez ésta se ha manifestado en un cuerpo, forjándolo? La vida, la existencia, impone su dinámica sin contar con la voluntad del hombre: el libre albedrío es una quimera, un concepto vacío de sentido práctico, sólo existente en el ámbito falsario de la Palabra. 

.....¿Con qué derecho nos vanagloriamos de la posesión del intelecto?, ¿Y por qué tildamos esta facultad como la más alta instancia de la evolución, la cúspide de la perfección orgánica, el culmen de la realización existencial, bajo cuyo gobierno todo debe razonablemente funcionar? ¿Sólo porque nos creemos el único ser en alcanzar el estado de consciencia que el intelecto parece proporcionar? ¿No sería, antes al contrario, una falla, ya que a tal estado de consciencia debemos todos nuestros males: el conocimiento de la mutabilidad de las cosas, el del dolor, el de la pérdida, el de la muerte,...? Una consciencia, de este modo, cojitranca, sólo consciente a medias de la inmarcesibilidad del Ser ¿no es un error, antes que un acierto?  En todo caso, ¿Por qué no considerar la humanización una realización más en el devenir del Ser, y no su cénit, ya que lo circular carece de ello? Y yendo más lejos aún: ¿podemos, mediante la Palabra (cercada por sus propios límites), situar nuestra ubicación en ese mismo Ser? ¿No es más sabio el proceder de los cuerpos que nada preguntan, que nada cuestionan, que nada analizan? Es lo preceptivo del ser humano, se dirá, utilizar el intelecto, pues es esta facultad la que le ha proporcionado el éxito evolutivo, su imperio sobre el planeta (de momento).
.....Pero, es ese mismo intelecto el que es capaz, en ciertos individuos --generalmente tachados de egoístas, cuando no de locos peligrosos--, de cuestionar su propia capacidad. ¿Hay un intelecto individual y otro comunitario? ¿Funciona de distinta manera en cada individuo? ¿Por qué todas los vías por trascender la existencia (misticismos de toda laya, incluidos los iluminados budistas, los yoguis o los viajeros psicotrópicos), que, si exitosa como especie, está ligada al dolor y a la muerte, persiguen la senda de la renuncia del yo? ¿De dónde le viene la mala fama al yo? ¿Está justificada, o es el resultado de un mecanismo de defensa social? ¿Es que el intelecto no es el mismo en uno que en un millón? Pues si uno está condenado, lo están todos; y si uno se salva, todos serán salvos con él.

.....Si con el intelecto nos es otorgado, al lado del sentimiento de amor, el del odio; si por él somos capaces de ternura y también lo somos de tortura; si gracias a él podemos imaginar un Paraíso, y a un tiempo no dejamos de, con él, generar infiernos, ¿cómo confiar en que esta facultad --la más elevada y sutil, a decir de tantos-- es un paso adelante, un logro, un éxito, en el devenir de la existencia y no un estrepitoso fracaso? Pareciera que el intelecto es un intento --frustrado-- por dotarse de auto-conciencia el Ser mientras va siendo; el error, de haberlo, habría que buscarlo en el carácter del particular ser sobre el que ha recaído un tal experimento: un ser que, por su propia dinámica social, ha necesitado generar una excrecencia condicionante para alcanzar el éxito (relativo) de que hoy goza como especie: la moral, una ética de comportamiento que limita y socava la autonomía de cada individuo por el bien común de la sociedad. Mas esta moral, fundadora del sentido de Bien  y Mal, ahonda y abunda en el problema existencial del ser humano: intentando, además, resolver la cuestión del destino, y aplacar o mitigar el miedo al acabamiento, ha exhibido de manera atroz su impotencia para dar una respuesta adecuada a este problema: en el ser moral del hombre se encuentran las mayores contradicciones, la mayor prueba de su impotencia ante su soberbio intento de comprender al ser. El intelecto, su más poderosa herramienta --según él--, se ha revelado su mayor fiasco. Aun el más torpe cuerpo es capaz de ser de una manera más auténtica, más coherente, más veraz.

.....La sabiduría de los cuerpos, sin tener que padecer la tortuosa y refinada, sutil, ignorancia del intelecto, es quien se halla más cerca del Ser, de su movimiento, de su impulso, de su razón de ser (que poco tiene que ver con la razón humana, ya que el Ser no necesita razonarse para ser). Mas ¿Dónde colocar los sentimientos, las emociones, estos productos pasionales causantes de la refracción del pensamiento en nuestro amigo? Atendiendo a lo dicho hasta aquí, y ciñéndonos a la línea argumental expuesta, podríamos sostener que precisamente estas emociones y sentimientos, sólo parcialmente relacionados, controlados o sujetos con/por/a la acción del intelecto (aunque, en cierto modo, ligadas a él, como pertenecientes al mismo paquete de contenido), son, ¡mira por dónde!, la válvula de seguridad del Ser, una especie de auditoria inmanente, gracias a la cual el intelecto puede ser cuestionado, pues emociones y sentimientos tienden puentes con lo desconocido, con lo inconsciente, con el Ser que el intelecto no capta, como por ejemplo lo que acaece en los cuerpos al abrigo de la vigilancia y la intervenciòn del intelecto (sin ir más lejos, las múltiples funciones tendentes a mantener el difícil y complejo equilibrio de la vida, donde son necesarias, y se dan, miles de reacciones físico-químicas. Así, las que tienen lugar durante la digestión de una comida, al respirar, o caminar, o enviar sangre desde el corazón a través de arterias o venas hasta su destino en los diferentes tejidos; en fin, todas las funciones corporales de las que el intelecto sólo conoce una ínfima parte --ni tan siquiera es consciente de su propio funcionamiento--, y que una inteligencia superior a ese intelecto realiza de manera harto eficaz).

.....Concluyendo, podríamos aventurar, tras lo expuesto, que la impotencia esencial que mantiene bloqueado a nuestro refractario amigo, sintiendo que la vida se le escapa sin haber hecho lo que hubiese querido hacer, sin poder llegar a ser quien siente y quisiera ser, quizá no sería otra cosa que una hipersensible --e inusual-- consciencia de lo inconsciente que en él habita, que en él fluye --y que fluye en derredor suyo, pulso y latido del Ser siendo--, sintiéndose incapacitado, esencialmente limitado, para dar rienda suelta a esta hiper-conciencia (¿Acaso la ya citada conciencia habitada?), porque: ¿cómo llegar a ser lo que sólo es posible ser sin ser sólo una parte, una foto fija, un individuo, sino impulso ubicuo que el ser es cuando va tras lo posible?; es decir: ¿cómo ser el que se siente ser, si ese ser que se siente desborda los estrechos límites del que aparentemente se es? Abstruso galimatías ontológico que no hace sino expresar el mismo trayecto circular que sigue la propia existencia.
.....Dejemos, a nuestro amigo, por ahora, enfrascado en sus inevitables refracciones, deseando que encuentre esa palanca oculta, ese fulcro escondido, que le permita hallar una salida... sin tener que abandonar la escena.

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GALERÍA


Max Ernst
1891-1976

Selección 3
(1945-1975)

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The Phases of the Night, 1946
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Design in Nature, 1947
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Feast of the God, 1948
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Colorado of Medusa, Color Raft of Medusa, 1953
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Colorado of Medusa, Color Raft of Medusa, 1953
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Compendium of the History of the Universe, 1953
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Praise to Tanguy, 1955
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A Maiden, a Widow ant a Wife, 1956
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Flower Shell, 1956
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33 Little Girls chassing Butterflies, 1958
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After MySleeping, 1958
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The Cardinals are dying, 1962
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The Garden of France, 1962
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Sanctuary, 1965
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Shells and Flowers, 1965
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A Swallow Nest, 1966
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The Return of the Beautiful Gardener (Homage to Women), 1967
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Sign for a School of Monsters, 1968
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Birth of A Galaxy, 1968
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Red Forest, 1970
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Commonplaces - Everyday, 1971
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Commonplaces - Front Piece, 1971
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Commonplaces - Girls, Death and Devil, 1971
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Commonplaces - When  to Unwind the Spool, 1971
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Some Animals are Iliterates, 1973
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Configuration No 16, 1974
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Configuration No 6, 1974
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The Word Makes a Mockery, 1975
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A Young Nude, s.d.
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The Young Nudes, s.d.
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Antipodes of Landscape, s.d.
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Collage, s.d.
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Dancing Owl, s.d.
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Dark Forest and Bird, s.d.
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Two Sisters, s.d.
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The Hunter, s.d.
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The Fall of an Angel, s.d.
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Scallops Flower, s.d.
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Father Ubu with Son, s.d.
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My Friend Pierrot, s.d.
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La Grande Malade, s.d.
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Illustration to "Mainacht in Vienna", Leo Perutz, s.d.
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Gulf Stream, s.d.
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Flying Geese, s.d.
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