domingo, 13 de septiembre de 2015

Ninfas (II): El Ninfeo de Ligeia y Melusina - GALERÍA: Ninfas 2 (en grupo)





El Ninfeo de Ligeia y Melusina

.....Nos topamos con él por causalidad. Aunque más preciso sería decir que nos topamos con ella. Pues de una recóndita gruta se trataba. Y gruta es femenino, como femenina era la advocación a quien estaba consagrada. Pero, en realidad, en el momento del hallazgo, nada de esto sabíamos —ni que el lugar debía designarse en masculino, ni que pudiera estar consagrado a alguien, ni, mucho menos, que era la morada de nadie.
.....Semioculta por una exuberante vegetación compuesta de fresnos, castaños y diversas plantas arbustivas y trepadoras que apenas dejaban espacio al libre deambular, se hallaba en la vertiente norte de un monte desde el que, en los días claros, podía contemplarse perfectamente el rutilante remallado del mar. De hecho, el día del descubrimiento, podía percibirse cómo la neblinosa brisa marina, tras recorrer los escasos kilómetros que mediaban entre el undoso mar y el macizo montañoso, ascendía por las laderas del monte hasta encaramarse al soto donde nos hallábamos y, lo más extraordinario de todo, cómo, traspasando la vegetación, se colaba en el interior de aquella recóndita oquedad. Parecía como si se hubiese establecido una corriente de aire ascendente entre la evaporación marina y aquella especie de entreabierta boca de la montaña. No sé por qué me sugirió la imagen de que el monte se estuviese alimentando, de alguna desconocida forma, con los vapores marinos cargados de salitre y profundos misterios, portadores de melodías interminables y de lamentos inaudibles, colmados de historias de hombres intrépidos, domadores de leños, olas y vientos, que miden sus fuerzas con los elementos y los seres fantásticos que pueblan las profundidades del mar.
.....Efectivamente, parecía como si el monte aspirase o absorbiese aquella humedad con la que nutrir su feraz exuberancia.

.....Trabajosamente, a golpe de machete, nos abrimos paso hasta la entrada. Era más grande de lo que cabría suponerse: tendría la altura de dos hombres y una anchura algo mayor; el umbral estaba cubierto de líquenes y musgo tapizando las disformes losetas de piedra; del dintel caían las madreselvas como un largo bigote verde; y algunas nervudas raíces se adosaban a la roca del arco superior como si fuera el refuerzo leñoso de su vano. Una vaharada fresca nos recibió cuando penetramos. De modo que no sólo aspiraba —pensé—, aquella gruta también exhalaba, lo que me hizo reafirmarme en mi idea de una especie de respiración telúrica del monte. Sabíamos que para los moradores del valle aquel lugar era sagrado, sabíamos que existían leyendas alrededor de él. Leyendas que hablaban de seres innominados —porque nombrarlos traía mala suerte (en las ocasiones en que se hizo, la desgracia se cebó sobre los impíos, o los temerarios)—, seres innombrables que moraban aquellas alturas y que en las noches de solsticios y equinoccios se cobraban sacrificios humanos. Probablemente todo no eran más que paparruchas, pero en la conciencia de aquellas gentes humildes, por la razón que fuera, estaba arraigada esa creencia que nada ni nadie parecía poder refutar.

.....Penetramos hacia el interior de la gruta con la sensación del que se adentra en el tubo digestivo de un enorme ser petrificado, en cuyas entrañas albergase un gélido tártaro. Nuestras lámparas, al principio, cumplían su función alumbrándonos la senda: un húmedo y rezumante antro que se adentraba más y más en el seno de la montaña. Acompañados de un rumor que no acertábamos a identificar, pero que todos coincidimos en asimilar al fragor incesante de un lejano mar, comprobamos con estupor que, tras una hora de caminata, la luz de las lámparas comenzaba a perder potencia, como si la fuerza invisible de un poderoso vacío impidiera expandirse las radiaciones lumínicas. Con no menos perplejidad, también pudimos comprobar cómo, a medida que nuestra luz perdía fuerza hasta no ser más que una tímida lamparilla, las paredes de la gruta parecían cobrar una propia y singular luminiscencia. En un principio podrían haberse asimilado a meras fosforescencias provocadas por alguna veta magnésica, pero, cuando doblamos un recodo, el espectáculo que se abrió ante nosotros no dejaba lugar a dudas: la gruta cobró una anchura y profundidad insospechadas, y aquella inmensidad subterránea estaba iluminada como si fuese de día, como si las paredes desprendieran una luz semejante a la de un sol apenas velado por nubes altas. Aquella inmensa catedral de luz nos produjo la impresión de un mundo en el interior del mundo pétreo. La frialdad que nos había envuelto durante todo el trayecto, al penetrar en aquel nuevo espacio, desapareció súbitamente dando paso a un ambiente suave y primaveral. El aire no estaba enrarecido, sino, antes bien, se percibía fresco y con la humedad justa para hacerlo agradable. Los colores semejaban a los que habíamos dejado fuera, pero algo había en ellos que los hacía parecer irreales. Los distintos tonos de verde, de amarillo, de ocre, de azul o de rojo, de gris o de negro, se nos mostraban matizados como pudieran estarlo bajo las luces de neón. Nuestra piel incluso semejaba estar polarizada, pero no mate sino suave y tersa, como si las arrugas se hubiesen planchado, como si las manchas, las motas, los lunares, hubiesen desaparecido. La sensación corporal era de un indefinible bienestar, No obstante, la mente se resistía a dejarse mecer por la irrealidad y libraba un combate por colocar en la conciencia, de una forma lógica y razonable, aquellas impresiones sobrevenidas.

.....En estas nos hallábamos cuando un reconocible chapoteo y las inconfundibles voces de gargantas femeninas nos sacó del estupor... para arrojarnos en un estupor aún mayor. Al rodear la frondosidad de unos sauces que se levantaban ante nosotros, descubrimos un estanque cristalino donde jugaban varias jóvenes y hermosas mujeres. Obviamente nada las cubría sino la breve película del agua con el que chapoteaban o en el que se sumergían divertidamente.
.....Quedamos demudados. Parecían esperarnos, pues no se sorprendieron al vernos, antes bien, en sus miradas detecté un sesgo pícaro que no pudo sino alarmarme. Recordé (recordamos) de pronto las leyendas de los crédulos campesinos del valle. No estábamos en época de solsticios ni equinoccios, pero, al fin y al cabo, habíamos profanado aquel santo lugar, penetrando sin miramientos en él. Quizás ese error nos costaría caro. Quizás no volviésemos a ver la luz del día... de afuera. El primer impulso debiera haber sido el de dar media vuelta y volver despavoridos por donde habíamos venido, aunque fuere a tientas y sin luz. Pero algo nos impedía hacer efectiva esa determinación. Nos sentíamos inermes, como plantados en el suelo, fuertemente adheridos a él, sin capacidad para la huida, y, lo que era más sorprendente, sin la voluntad real de quererlo. Quizás la belleza del escenario, de aquellas mujeres, la atracción de la aventura, la llamada de lo desconocido, la innata curiosidad humana, tan irrefrenable... ¡qué se yo!

.....El caso es que ahí estábamos, como digeridos en el seno de una montaña, en un marco irreal, fantástico, donde en vez de una viscosa humedad y una vasta negrura poblada por extraños seres invisibles que se arrastran o reptan, nos rodeaba la voluptuosa exuberancia de una luminosa atmósfera primaveral y lacustre, siendo blancos de la diversión de unas hermosas ondinas (ya no me cabía ninguna duda de que nos hallábamos ante la encarnadura de esos mitológicos espíritus de la naturaleza).
.....Recostadas en la tierna hierba de un ribazo del estanque, bajo la híbrida cúpula que formaban un fresno y un sauce, cercadas por olorosos mirtos en flor, enhiestos lirios y sensuales orquídeas, se hallaban las dos más bellas de entre la docena de náyades que se nos ofrecían a la vista. Una tenía el cabello de llameante fuego, la otra de profundo azabache; las dos la boca de intenso rubí, más encendido la flamígera, más apagado la zaína. Sus cuerpos, por igual esplendorosos, de senos turgentes, cinturas sinuosas y nalgas firmes y perfectas, presentaban, no obstante, dos diferencias: una, la menos ostensible, era el color de la piel: cálidamente sonrosada en la pelirroja, gélidamente nívea en la morena; la otra diferencia era más clamorosa, pues donde la morena lucía esculturales piernas perfectamente modeladas, la pelirroja exhibía una asombrosa y sugerente cola a mitad de camino entre la de un pez y la de una serpiente. Ambas nos sonreían con el gesto más seductor que yo jamás antes observara, un gesto capaz por sí mismo de doblegar toda voluntad de resistencia —en el improbable caso de producirse.

.....Sin duda nos encontrábamos en una suerte de ninfeo, y aquellas dos bellas criaturas no eran otras que la ondina Ligeia y la feérica Melusina. ¿qué hacían juntos dos seres de tan diversa tradición cultural? Quizás —deduje— en su mundo no existan esas diferencias que los humanos nos empeñamos, con nuestro afán historicista hijo del tiempo, en ejercer y reconocer; quizás su mundo sea un mundo que reúne a todos los seres fantásticos que los humanos han imaginado a través de las épocas. Es posible, muy posible que así sea, pues yo mismo así lo he barruntado en numerosas ocasiones, ya que siendo una y eterna la imaginación —como muy acertadamente nos demuestra Spinoza—, no veo cómo pueda dividirse por edades o culturas. Probablemente estábamos siendo testigos privilegiados de un feliz encuentro, de una cita campestre, en que una ninfa, Ligeia, habría invitado a la otra, Melusina, a compartir una tarde de telúrica primavera en las riberas de una de sus acuosas moradas —pues sabido es que que Ligeia, como sirena que es, puede habitar allí donde el agua esté presente, sea en su versión salobre, sea en la dulce, y no es extraño, por tanto, encontrarla morando a orillas del Rin, como la imaginó Alan Poe, o en las costas de Sorrento, donde la sitúa, junto a sus ocho hermanas, el mito griego.

.....Melusina, en cambio, como legendaria y ambigua sirena medieval (si bien los mitos célticos la ubican en un pasado mucho más remoto, tanto como el de su circunstancial compañera), mucho más joven, por tanto —aunque esto poco quiere decir en el eterno mundo de la imaginación—, liberada de la asimilación a un ámbito y ascendencia primordiales, puede ir y venir aún con mayor libertad, y lo mismo puede encontrársela recostada junto a otras ondinas en una ribera de un telúrico estanque, como encaramada a las ramas de un fresno donde las ninfas melias moran, compartiendo espacio sideral con sus primas las Hespérides o paseando por las almenas de un castillo erigido por ella misma en las orillas del Loira.
.....Melusina es un hada, pero también una mujer. Melusina es un sueño, pero también parte de la realidad (la Mère Lusigne, madre de los Lousignan, fundadora de su línea genealógica). Ser híbrido por antonomasia, reúne en ella la ninfa y la heroína. Ser metamórfico donde los haya, muda su naturaleza humana y la fantástica a golpe de interdicción: piedra de toque para la frágil voluntad del hombre —sometida y esclava por la curiosidad, que habrá de superar si no quiere perder lo que más ama. Ángel y serpiente, o escurridizo pez, a un tiempo, Melusina es un destino y un avatar. El mito griego de Psiché y Cupido, a la inversa, y a la celta: la curiosidad vulneradora de la interdicción se convierte en perdición; la pasión descontrolada por lo que se ama se vuelve el mayor enemigo y el más insalvable obstáculo para su disfrute.

.....Ante las invitadoras señas de las ninfas avanzamos por fin liberados de nuestra inmovilidad, y al penetrar en su ámbito, allí donde ellas yacían o jugueteaban con el agua, todo se hundió en la niebla, nuestra conciencia voló y la memoria detuvo su incesante registro...

.....La visión (porque estoy seguro que fue una visión; mi capacidad de raciocinio no puede admitir otra alternativa) acabó cuando un grupo de rescate nos encontró tendidos en el suelo de la gruta. Todos estábamos bien pero inconscientes. Alguna sustancia presente en el enrarecido ambiente habría provocado nuestra pérdida de conocimiento, y quizás también nuestras alucinaciones —se dijo. Aunque es extraño que todos a un tiempo padeciéramos la misma alucinación, con la salvedad propia de las pequeñas diferencias en los detalles, lógicos en todo grupo que refiere una misma imagen. Como no es menos extraño —e inquietante— que adheridas a nuestra piel, en nuestro torso, en nuestro vientre, en nuestras piernas, apareciesen inexplicablemente unas escamas que, una vez analizadas, no pertenecían a ninguna especie conocida: los análisis mostraban características en su estructura molecular que estaban asociadas tanto al reino de los reptiles como al de los peces, pero sin poder determinar un origen más preciso. Quizás —concluyeron los analistas— alguna especie desconocida de ser reptante se había deslizado sobre nuestros cuerpos mientras yacíamos inconscientes. Mas el hallazgo, así mismo, de varios largos cabellos negros como el azabache mezclados a los nuestros, que al ser convenientemente analizados revelaban no pertenecer tampoco a ninguna raza humana conocida, parecían el desmentido definitivo de una solución simple al enigma. Yo, a pesar de que mi cartesiana mente admitía a regañadientes la posibilidad más lógica, en el fondo presumía que muy posiblemente la verdad, por fabulosa e improbable que pareciera, más tuviera que ver con nuestra alucinación conjunta.
.....Por cierto, no se pudo hallar ni rastro de esa nueva especie de ser reptante en ningún lugar del interior de la gruta; así como tampoco se pudo explicar convincentemente la procedencia de aquellos cabellos negros como el azabache.

Fin




GALERÍA

Para ampliar y completar el interminable catálogo de ninfas en el arte, de la que la siguiente 
selección es la última realizada, pueden consultarse, entre otros, los siguientes posts: 
Ninfas (I) - GALERÍA: Ninfas 1 (de una en una) —post previo, con ninfas en singular;
El Polifemo de Góngora: La Belleza del Genio(I)(II)(III) —dedicada a las diversos tipos de ninfas—;
 La Bacante, (I)(II)(III)(IV)(V) —dedicada en concreto a las ménades bacantes—;
 Diana: de la Mitología a la Brujería(I)(II)(III)(IV) —dedicada a Diana y su cohorte de ninfas.

NINFAS 2
(en grupo)
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Adolf Hiremy-Hirschl - Achille's Grave (The Sorrow of the Sirens)
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Adriaen and Pieter van der Werff - Nymphes dansant
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Adriaen and Pieter van der Werff - Nymphes dansant (c m)
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Adrien Tanoux - Forests Nymphs
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Adrien Tanoux - Forests Nymphs
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Alexandre de Riquer - Wood Nymphs
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Alexandre-Jacques Chantron - Les Nymphes s'amusent, 1901
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Andrea Locatelli - Nymphs and Satyrs Celebrating Flora and Priapus with Flowers
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Annie Louisa Swynnerton - Oread', exhibited 1907
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Antoni Piotrowski (Polish, 1853 – 1924) - Nymphs And Satyrs
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Antonio Muñoz Degrain - Nymphs bathing
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Auguste Barthelemy Glaize - The Bath of Venus (Venus and her Nymphs at the Bath)
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Auguste Gaspard Louis Desnoyers - Nymphes au Bain
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Benes Knüpfer - Sirens
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Caesar van Everdingen - Bacchus with Nymphs and Cupid, 1660
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Carl Spitzweg - Badende_Nymphen
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Carl Spitzweg - Nymphs in a Landscape
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Carl von Blaas (Austrian, 1815-1894) - Sirenen mit Ulysses, 1882
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Charles Meynier - Les Nymphes de Parthénope, emportant loin de leurs rivages les Pénates, images de leurs dieux, sont conduites par la déesse des Beaux-Arts sur les bords de la Seine
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Charles William Wyllie - The sirens
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Charles-Francois-Jalabert - Nymphen bezaubert von Orpheus
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Christina Wyatt - Mermaids
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Dalbono Edoardo - La légende des sirènes
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Douglas Harvey - Nymphs, Cherubs and Swans
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Eduard Veith - Des Sirens
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Eduard Veith - Nereids, 1925
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Edward Burne-Jones - Perseus and the Sea Nymphs, 1877
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Edward John Poynter - Water Babies (Water Nymphs), 1678
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Emmanuel Benner - Nymphes
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Ettore Tito - Le ninfe, 1911
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Ettore Tito - Some Sirens, Nymphs and Mermaids
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Ferdinand Leeke - Fliehende Nymphen
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Francesco Hayez - Bather Nymphs, 1831
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Francis Wheatley - The Salmon Leap, Leixlip
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François Boucher - Entrusting the Infant Bacchus to the Nymphs of Nysa
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Frederick Richard Pickersgill - Mercury Instructing the Nymphs in Dancing
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Friedrich Ernst Wolfrom - Poseidon und die Nereiden, 1920
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Friedrich Paul Thumann - Les sirènes
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Gaston Bussier - Nymphs, 1927
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George Owen Wynne Apperly (1884-1960) - The Sirens
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George Owen Wynne Apperley - The bath of Diana
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Gerard de Lairesse - Nymphs and bacchantes playing at the temple of Flora
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Gustave Doré (1832-1883) - Les Océanides, 1860-69
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Gustave Doré (1832-1883) - Les Océanides, 1860-69
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Hans Zatzka (Austrian , 1859-1949) - The Nymphs Harem Bathing
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Hans Zatzka - Faun And Nymph
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Hans Zatzka - Faun and Nymphs
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Hans Zatzka - Fun Mermaids
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Hans Zatzka - Fun Mermaids
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Hans Zatzka - Symphony of the water nymphs
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Henri lehmann - Fantasy Island (Nereids)
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Henri Lehmann - Sirènes appelant Ulysse
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Henri Léopold Lévy - Artemis among the Wood Nymphs
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Henrietta Rae - Potamides with a shepherd, 1909
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Henryk Hector Siemiradzki - Naiads, 1880s
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Herbert James Draper - Forest Nymphs 
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Herbert James Draper - The Water Nixie
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Howard Chandler Christy - Nymphs in Summer
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Imitator of Giorgione da Castelfranco - Nymphs and Children in a Landscape with Shepherds
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Ippolito Scarsella (Scarsellino) - Nymphs At The Bath
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Jacopo Amigoni - Diana bathing and her nymphs
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Jan Brueghel the Younger and Workshop of Peter Paul Rubens
Landscape with Diana and Her Nymphs Resting
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Jean-François de Troy - Diana and Her Nymphs Bathing
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Jean François de Troy - Diane suprise par Actéon, 1752
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Jean François de Troy - Pan and Syrinx
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Jean-Baptiste Marie Pierre – Psyche Rescued by Naiads, 1750
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John William Waterhouse - The Danaides
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Josef Neugebauer - Two Nymphs at the Fountain, 1840
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Joseph Christian Leyendecker - Syrens
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Joseph Noel Paton - Dionysus and Sea Nymphs,1853
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Jules Scalbert - Nymphs and Satyr
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Jules Scalbert - Spring dance
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Jules Scalbert - Ronde Antique (Dancing Nymphs)
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Julius Schmid - Wood nymphs in the moonlight
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Konrad Wilhelm Dielitz - Des Sirens
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Leon Belly - Ulysses and the Sirens
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Louis Jean-Francois Lagrenee - Venus and Nymphs Bathing
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Lucien-Claude-Alexandre Berthault (1854 – 1921, French) - Echoes
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Maxmilian Pirner - Water Nymphs
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Moritz Stifter - Fest der Faune und Nymphen
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Narcisse Virgile Diaz de la Peña - Four Nymphs in a Wood
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Narcisse Virgile Diaz de la Peña - Nymphs and Satyrs
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Norman Alfred Williams Lindsay - Sea Urchins

Norman Alfred Williams Lindsay - Water Nymph
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Norman Lindsay (1879 - 1969) - River Nymphs
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Nymphs Cutting Off Pan's Beard - c. 1640. Mauritshuis Royal Picture Gallery, The Hague
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Otto Greiner - Odysseus And The Sirens
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P. Duthoit - Nymphes au Tombeau d'Adonis
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Paul Albert Laurens - Paul Albert Laurens - Catching Waves
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Paul Chabas - Dancing Nymphs
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Paul Emile Chabas (French, 1869-1937) - Les sirenes
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Peter Paul Rubens (workshop) - The Three Graces, 1620-24
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Peter Paul Rubens - Ceres and Two Nymphs with a Cornucopia
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Peter Paul Rubens - Ceres and Two Nymphs
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Pietro Liberi - Diana and Nymphs
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Pietro Liberi - L'Educazione de Cupido
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Pietro Liberi - Three Graces
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Pruszkowski - Water Nymphs
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Sir Peter Lely - Nymphs by a Fountain, c. 1650
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Teofil Kwiatkowski - Les Sirènes
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Tito  Ettore - Le Ondine
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Victor Karlovich Shtemberg - Sirènes au bord de l'eau
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Victor Mottez - Ulysse et les sirènes
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Warwick Goble - Sea-nymphs hourly ring his knell Ding-dong. Hark! now I hear them, 1920
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Wilhelm Kray - Nymphs by the sea
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Wilhelm Kray - The Dream of the Fisherman
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William Edward Frost - Una and the Wood Nymphs, 1847
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William Etty - The Sirens and Ulysses, 1837
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William Etty - The Sirens and Ulysses, 1837
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William Gale - The Dance of Nymphs
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William-Adolphe Bouguereau - Les Oréades, 1902
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